El trauma de Poe y otros traumas

May 20 • destacamos, principales, Reflexiones • 7451 Views • No hay comentarios en El trauma de Poe y otros traumas

Clásicos y comerciales

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POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

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Con alguna frecuencia repaso qué han dicho los críticos en lengua española sobre los clásicos vecinos y compruebo que, en los territorios de la literatura comparada, seguimos estando condenados a ser menores de edad. Franceses como Baudelaire, Mallarmé y Valéry crearon un “Poe francés” –punto de partida de un libro extraordinario como Poe. El trauma de una era, de Óscar Xavier Altamirano– y a nadie extraña, en el sentido contrario y bajando un paso en la escalera hacia la academia, que los anglosajones –para eso tienen departamentos de lengua francesa en sus universidades– tengan no sólo a sus biógrafos vernáculos de Flaubert, Camus o De Beauvoir, sino a comandos de especialistas dedicados, sin ningún rubor y con todo derecho, a escudriñar en los misterios galos. Ese diálogo entre el inglés y el francés es corriente lo mismo que legítimo. En menor medida, italianos y alemanes disertan sobre autores de otras lenguas europeas, pero que españoles o mexicanos escriban estudios o biografías sobre Baudelaire, Voltaire o Poe es visto como una excéntrica consecuencia de la ociosidad meridional.

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Ellos, desde el centro del canon, tienen derecho a decir, por igual, genialidades o estupideces sobre quienes han escrito en español, pero lo contrario, insisto, es una atrevida rareza. Los especialistas anglosajones en Edgar Allan Poe (1809–1849), al parecer, respaldan la sapiencia de Altamirano (1965) pero dudo (y ojalá me equivoque), en si recomendarían su traducción al inglés con la misma seguridad con la cual lo elogian en la tercera de forros. Me temo, como diría Savater (él mismo un ilustre exegeta de Voltaire), que todo es culpa de la derrota de la Armada Invencible en 1588, inicio del largo ocaso del imperio español.

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Tras el XVIII (“el menos español de los siglos”, sentenció Ortega y Gasset), vivimos de prestado el tránsito entre la Ilustración y el Romanticismo. Cuando llegó el 98, la pérdida de Cuba y las Filipinas deprimió a los peninsulares al grado que vieron, apáticos, cómo las olas del modernismo rompían contra ellos, llegadas desde la otra orilla del Atlántico. Con Darío, primero, con Borges, Paz, García Márquez, Vargas Llosa y Bolaño (y acaso Marías y Vila-Matas y poniéndonos iberistas, Saramago), nos ganamos el derecho a ser sujetos de estudio de los anglosajones y de los franceses. Lo contrario sigue siendo muy raro. A sus ojos, no somos del todo universales. Quedamos, por culpa del duque de Medina-Sidonia, almirante de la Armada Invencible, en “postcoloniales”.

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Postcolonial”, por cierto, lo fue Poe y ya nos dirá Altamirano si algún crítico gringo o inglés, le ha dado ese tratamiento al bostoniano. Es extraordinario el ejercicio de su libertad de admiración y fuera de lo común es, también, cómo combina la pasión del ensayista con el rigor del erudito, mejor armado Altamirano de lo que, en sus días, estuvieron Reyes ante Goethe o Torres Bodet con Balzac.

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Altamirano, quizá, no dice nada nuevo sobre Poe, ni se arroga esa potestad, porque en el dominio del saber humanístico las novedades no se manifiestan como si fueran descubrimientos científicos. Como ensayista, él se sabe un fragmento en la historia de la crítica y no en balde, su libro tutelar es La gran cadena del ser. Historia de una idea (1932-1933), del filósofo Arthur O. Lovejoy (1873-1962). La idea de Altamirano es relativamente sencilla aunque sea muy detallada, a ratos enfadosa por didáctica, la forma elegida para postularla: la ruptura entre el mundo de ayer y el mundo de hoy, entre lo que va de la antigüedad al medioevo hasta la llamada modernidad, está, desde luego, en el Romanticismo o en sus secuelas. Para algunos ocurre antes, en Rousseau o en los alemanes de 1800. Para otros es posterior a la muerte de Poe. Le toca a Baudelaire.

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Cree Altamirano que esa ruptura fue escenificada por Poe, porque su profundidad filosófica, de apariencia comercial y charlatana, en realidad fue, pareciendo desordenada, en extremo astuta, visionaria. Tan literaria, se nos explica en Poe. El trauma de una era (Octágono, 2015), que es él quien descubre y fija el horror de lo moderno, el muchacho que despierta del secular sueño teológico y encuentra, despedazada, a la conciencia. Es, así, el primer y el gran moderno. Para otros lo será Rimbaud.

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Destaco la pasión exegética de Altamirano. Su disección de los cuentos y poemas de Poe es tan virtuosa que se da el lujo de traducir “El cuervo” y dejarnos a los lectores las conclusiones, tras explicarnos el severo monismo de Poe, que le llegó de Schelling, a través del plagiario Coleridge: sólo la imaginación poética puede unir al sujeto con el objeto. Dice Altamirano de “Ulalume –una balada” (1847): “Gracias a una entusiasta admiradora que escuchó el poema de los labios del mismísimo Poe, podemos saber la forma como él pronunciaba el nombre: You–la–loom”. Que en español, nos cuenta Altamirano, sería Tú–la–lumbre. Eso es denominar el sutil arte de la cita, convertido en infecto por tantos académicos.

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Me convence menos, finalmente, su hipótesis para explicar un misterio no menor entre la cauda de enigmas arrastrados por Poe: el del desprecio de la crítica norteamericana (excepciones notables las hay, como la de William Carlos Williams, para quien Poe es el abominable piel roja suelto en el campus), hacia su obra. Algo de teoría de la conspiración entreveo en Altamirano al proponer un Poe ajeno, ayer como hoy, a las élites letradas estadounidenses, encerradas en sus masónicas fraternidades universitarias, atrincheradas contra Poe, mientras –digo yo– admiten en su seno, aplausos mediante, a cualquier variedad climática o patológica del multiculturalismo.

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Un Henry James no tragaba a Poe, por comercial, distante del canon exquisito elaborado yendo y viniendo más allá de Inglaterra, a la campiña italiana y sus ciudades viejísimas, en la escuela de Hawthorne. A un nacionalista (también los profesores gringos tienen derecho a serlo), como Harold Bloom le es insoportable, todavía, que Poe haya sido un descubrimiento de los franceses, a quienes juzga menos modernos que a sus paisanos, invirtiendo (lo cual tiene su gracia), el infinito horror que a la civilización francesa le produce el envidiado American Way of Life.

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Por lo bajo, el público, ahíto de arabescos, de romanticismo afamado por grotesco, convirtió a Poe en uno de los inventores de la cultura popular planetaria. Sin él no hay género policial, ni cine de terror, ni ciencia ficción. Y por lo alto, la afición parnasiano-simbolista de los grandes poetas franceses por quien rompió la cadena del ser y colocó en ella la funesta dualidad del moderno, Edgar Allan Poe se le sigue escapando a la crítica de los Estados Unidos. Es tan universal que un mexicano puede graduarse con él, como lo ha hecho, con su exégesis, Óscar Xavier Altamirano, en Poe. El trauma de una era.

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FOTO: En su libro Poe. El trauma de una era, Óscar Xavier  Altamirano ofrece una lectura de la obra de Edgar Allan Poe a partir del contexto social y literario  en los Estados Unidos del siglo XIX./ESPECIAL

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