El twist senegalés

Ene 27 • destacamos, Ficciones, principales • 4459 Views • No hay comentarios en El twist senegalés

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¿Qué es eso? ¿Corte de cabello o invitación para perder la inocencia? A los doce años de edad, un pre adolescente de los barrios populares de Chicago conoce el deseo que puede despertar en las mujeres. Roy sólo busca el camino para encontrar a un entrañable amigo, pero ellas ven en él una válvula para aplacar su líbido

 

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POR BARRY GIFFORD

Traducción de Mauricio Montiel Figueiras

Al cabo de caminar varias cuadras Roy descubrió que estaba perdido. Su amigo Danny Luna se había mudado con su familia a un nuevo vecindario y Roy buscaba su casa. Danny le había dicho que se encontraba al borde del Barrio Chino en la avenida Rhinelander, un departamento sobre la lavandería Far East, unas cuadras al sur de Superior. El padre de Danny trabajaba como arriero en los rediles de Stockyards y su madre, una costurera, había nacido en Tell City, Indiana, una comunidad suiza. Danny contaba que su madre había huido de Tell City a los dieciséis años para venir a Chicago, donde conoció a su padre, un inmigrante ilegal oriundo de Ciudad Juárez, México.

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Desde el nacimiento de Danny la familia Luna se había mudado doce veces, una por cada año de su vida. Él y Roy habían estado juntos en equipos de beisbol durante los últimos dos años y Roy quería que jugara en segunda base para los Tecumseh Cubs, para quienes Roy se desempeñaría como shortstop. Los Luna no tenían teléfono, de lo contrario Roy habría llamado a su amigo.

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Roy se detuvo en la esquina de las calles Menominee y Van Buren. No tenía idea de dónde quedaba la avenida Rhinelander, así que decidió preguntar a alguien. Entró en un salón de belleza llamado Miss Racy’s Powder Room, pensando que allí debía haber una mujer que pudiera darle indicaciones. Se sorprendió al ver que todas las mujeres en el local, tanto clientas como estilistas, eran negras.

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Una chica esbelta con piel color miel de maple se acercó a Roy y dijo, en voz suficientemente alta para que las demás oyeran:

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—No me vengas con que buscas a tu mamá, cariño, porque no ha estado aquí.

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Todas las mujeres echaron a reír y la chica, a quien Roy calculó dieciocho años, tocó a Roy en el pecho con las uñas largas y moradas de los dos dedos medios de su mano derecha. Tenía una melena roja que se alzaba al menos veinte centímetros de su cabeza, ojos castaños con sombra azul en los párpados y pecas diseminadas por el rostro.

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—¿Qué te pasa, cielo?

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—Busco la avenida Rhinelander. Un amigo mío vive allí, sobre la lavandería Far East.

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—¿Y qué hace tu amigo que yo no pueda hacer por ti?

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La mayoría de las mujeres ya no prestaba atención a Roy y la chica, pero las pocas que aún los observaban soltaron risas nerviosas y gritaron: “¡Sacúdele la cuna, Red!”, “¡Si su mamá llega nos cerrará el negocio!” y “¡Deja de asustar al niño, Charleen, no está tan grande como para cumplirte!”

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—¿Cuántos años tienes, tesoro? —preguntó la chica a Roy.

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—Doce y medio.

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—Eso es lo que mi lechero entrega cada martes y viernes —dijo una mujer con una capa de cera verde en el pelo, lo que hizo que otra clienta aullara: “¡Ajá!”

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Roy examinó las paredes que lo rodeaban, decoradas con carteles del Regal Theater y el Aragon Ballroom que incluían fotografías de Ruth Brown, Chuck Jackson, Sarah Vaughan y Nat King Cole. También había letreros que anunciaban alisado de cabello, aclarado de piel, manicure y pedicure. Pero el que intrigó a Roy rezaba: “Hacemos twist senegalés.”

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—Tienes un pelo bonito y ondulado —dijo la chica—, más largo que muchos chicos.

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—No me gusta cortarme el pelo —dijo Roy.

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La chica le deslizó sus dedos pintados por el cabello, de atrás hacia adelante y luego de adelante hacia atrás.

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—Podría hacerte algo lindo.

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—¿Qué es el twist senegalés? Suena como un baile.

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—Muéstraselo, Charleen —graznó Cera Verde—, ¡en el cuarto trasero!

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—Está bien —dijo Roy—, encontraré Rhinelander. Gracias de todos modos.

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Abrió la puerta que daba a la calle y salió. Antes de que pudiera echar a andar, una mano de Charleen le aferró el hombro izquierdo. Roy giró para mirarla.

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—Le decimos calle Chopsticks —dijo ella—. Sube una cuadra sobre Van Buren, luego da vuelta a la derecha hasta que te la topes. ¿Cómo te llamas?

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—Roy.

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—Yo me llamo Charleen. C-h-a-r-l-e-e-n. Eres alto para tu edad, Roy. Casi tan alto como yo, y tengo diecisiete. Trabajo diario en Miss Racy’s pero en domingo o lunes podrías aceptar mi oferta.

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—Vivo muy lejos de aquí.

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Las pecas de Charleen brillaron bajo el sol. Una mariposa aterrizó en la cima de su enorme peinado.

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—Tienes una mariposa en la cabeza.

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—Esas señoras se ponen atrevidas, ¿verdad? Miss Racy dice que la razón por la que me atraen los chicos más jóvenes que yo es porque mi padrastro abusaba de mí. Ya murió. Marleen, mi hermana, le cortó los testículos mientras dormía y se desangró. También abusaba de ella. ¿Aún tengo la mariposa?

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—Sí.

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—Le gustaba. Yo te gustaría si me conocieras mejor.

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La chica ladeó la cabeza y la mariposa se fue volando.

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—Gracias, Charleen. Me tengo que ir.

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Más tarde, Roy preguntó a Danny Luna si le gustaba vivir en ese vecindario y su amigo contestó:

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—No conozco a nadie salvo a los chinos de acá abajo.

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—Sé dónde se puede arreglar el pelo tu mamá —dijo Roy.

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Cuentos incluidos en The Cuban Club; (Seven Stories Press, 2017)

 

 

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Ilustración: Rosario Lucas

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