El universo de las contradicciones

Ago 9 • Lecturas, Miradas • 2778 Views • No hay comentarios en El universo de las contradicciones

 

POR AVE BARRERA

 

José Eduardo Agualusa, Barroco tropical, traducción de Ana María Iglesias, Almadía, Oaxaca, 2014, 384 pp.

 

Una vez más Editorial Almadía ha decidido apostar por un autor africano de lengua portuguesa, luego de la entrañable novela Buenos días camaradas, del también angoleño Ondjaki (2008) y de Venenos de Dios, remedios del Diablo, del célebre mozambiqueño Mia Couto (2010). Más allá del aporte que dicha apuesta representa a la diversificación de la oferta editorial en nuestro país, la publicación de obras que pertenecen a literaturas consideradas “periféricas” nos ofrece una saludable apertura de miras hacia ámbitos a los que difícilmente tendríamos acceso por otros medios.

 

La novela Barroco tropical pone en evidencia la madurez literaria que ha edificado José Eduardo Agualusa a lo largo de una trayectoria esmerada y prolija (cuenta con más de 20 títulos publicados, en su mayoría de narrativa). Su lectura ofrece una perspectiva aguda de la problemática social de Angola, representada como una distopía atemporal, idealizada, llena de símbolos, contradicciones y paradojas.

 

La materia de la que está compuesta Barroco tropical es la incongruencia. El oxímoron, la figura retórica que combina entidades opuestas (luz oscura, Bárbara Dulce), se encuentra entre sus páginas unas veces de forma explícita, otras de manera velada, sutil. La disyuntiva entre tradición y cosmopolitismo es la semilla dual de donde brota y en la que enraíza el conflicto, la clave a partir de la cual podemos aproximarnos al universo absurdo de una ciudad de Luanda poblada por personajes demediados, figuras míticas como los gemelos, que en algunas etnias de África son un tabú sobre el que pesa una fuerte maldición; el ángel negro que también pertenece al imaginario animista tradicional de Angola, al igual que la kianda, un ser mitad pez mitad mujer, así como personajes heridos por las secuelas de la guerra que viven entre la miseria y el progreso vertiginoso de las esferas empresariales.

 

El protagonista, Bartolomeu, es un escritor tuerto que narra con lujo de egolatría sus inverosímiles aventuras con su amante, la bella y talentosa cantante Kianda, mientras se ve involucrado en una intriga política con la todavía más bella y loca Núbia, modelo y reina de belleza que se lanza a sus brazos para decirle que Dios le ha ordenado procrear con él a un nuevo Salvador.

 

Pueden parecer chocantes en un inicio los fantoches despliegues del narrador. El afán por la fama y un extraño halo de glamour entreverado de tragedia son el leitmotiv de los personajes. Bartolomeu por momentos escapa a toda verosimilitud: afirma haber filmado documentales sobre cuanto tema viene a cuento y no tiene empacho para ostentar sus hazañas; no sólo puede vivir de su oficio en un país en vías de desarrollo, sino que tiene familia, amante famosa, tres hijas y un despacho en el rascacielos más alto y emblemático de la ciudad.

 

Pero no olvidemos que toda esta contrariedad es parte del juego oximorónico. Lo que en realidad importa es el porqué de la paradoja: la denuncia de los mecanismos de poder que actúan sobre la base del miedo, la crítica de una sociedad de contrastes, de hipocresía, de nuevos ricos empoderados por el petróleo y los diamantes, y el consecuente abuso del poder que atenta contra los menos fuertes: prostitución de niñas, asesinato de personas acusadas de hechicería, censura e intimidación de los que intentan cuestionar al sistema o denunciar sus injusticias.

 

La estructura narrativa es arriesgada y fragmentaria. El lector que gusta de verse atrapado por la trama deberá tener un poco más paciencia de lo ordinario. Núbia cae del cielo en pleno descampado, casi a los pies de Bartolomeu; esa es la situación inicial. A pesar del contundente desconcierto que produce, al grado de que casi podemos interpretarla como un recurso fantástico, el gancho no logra ser lo suficientemente fuerte para mantener la tensión, ya que, para saber el porqué —la razón nada fantástica por la que Núbia es arrojada desde lo alto de un avión—, deberemos recorrer con el narrador la extensa galería de personajes que configuran su universo, entrar con él en su laberinto y procurar las respuestas que él mismo busca, engarzando símbolos, pistas y guiños hasta dar forma al mosaico que compone la historia.

 

La técnica narrativa del escritor, álter ego de la figura autoral, se encuentra ejecutada con pericia. Que el narrador muestre las costuras de la obra por medio de acotaciones entre paréntesis y en letra cursiva no sólo provee un hilo conductor a los fragmentos que componen relato, sino que permite un grado mayor de identificación por parte del lector, una dosis de honestidad que compensa la aparente petulancia de la voz narrativa.

 

La lectura gana peso conforme el mosaico se integra y los símbolos, las contradicciones, los aparentes absurdos adquieren su lugar en el relato. Nos involucramos más conforme el narrador se olvida de sí mismo para dar lugar a la historia, a las voces de otros personajes, a su propia derrota. Desentrañar el misterio y completar el rompecabezas tal vez no sea tan satisfactorio como el hallazgo de cada uno de los fragmentos, algunos incluso no acaban de engarzar del todo en la trama y no obstante iluminan el universo que Agualusa traza de forma profusa y minuciosa como sugiere el título, que es a su vez el nombre de una de las canciones que interpreta Kianda. En Barroco tropical nos encontraremos, pues, con la suma de piezas luminosas: conversaciones inquietantes, personajes entrañables y episodios de buena prosa que harán que el recorrido por sí solo valga la pena.

 

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