El uroboros del 68
El editor hace un recuento de episodios en los que la sociedad encaró al poder presidencial, desde el movimiento de los médicos hasta las protestas estudiantiles de los años 60
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POR HUBERTO BATIS
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La década de los 60 fue de muchos conflictos. Dos de ellos los viví de cerca: el Movimiento de los Médicos en 1964-1965 y el Movimiento Estudiantil de 1968. Uno de mis hermanos, Jenaro, era médico, pero en esas fechas le dio por participar en la política porque fue uno de los dirigentes del Movimiento Médico. Junto con cientos de doctores y enfermeras participó en el plantón nacional que hicieron en el Zócalo. Eso fue al final del sexenio de Adolfo López Mateos y durante el de Gustavo Díaz Ordaz.
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Después de varios meses de manifestaciones, los médicos lograron su objetivo. Mi hermano formó parte de la comisión negociadora más o menos durante un año. Mi esposa entonces, Estela Muñoz Reinier, y mis hijas Gabriela y Ana Irene, lo recibíamos en nuestra casa durante ese tiempo. Luego regresó a Guadalajara, donde tuvo un problema arterial muy similar al que por esas fechas padeció el presidente López Mateos: un aneurisma intracraneal. El problema de López Mateos fue más grave, porque no decía cosas coherentes. En los actos públicos lo presentaban, pero sólo saludaba. Ya no hablaba. Quien mandó todo muy hábilmente fue su secretario particular, Humberto Romero. Todo esto fue Vox Populi.
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Fue su sucesor, el presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien negoció inteligentemente con el Movimiento Médico. Les aumentó el sueldo a los residentes y becarios ante la amenaza del doctor Ismael Cosío Villegas, principal dirigente de los médicos. Un antecedente de reclamo popular contra los presidentes se dio en 1966, cuando Díaz Ordaz recibió una rechifla en la inauguración del Estadio Azteca porque llegó tarde. Eso le costó el puesto al entonces regente Ernesto P(eralta) Uruchurtu, quien acababa de inaugurar la Calzada de Tlalpan y el paso a desnivel en Tlaxcoaque, donde estaban unas oficinas de la Dirección de Tránsito, de funesta fama porque se dice que ahí torturaron a muchos.
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López Mateos le heredó a Díaz Ordaz ese conflicto y el compromiso de organizar los XIX Juegos Olímpicos. La Olimpiada resultó un gran negocio que benefició a muchos, entre ellos al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, que entre otros negocios pintó todos los postes de la ciudad de colores variados con franjas direccionales que nadie sabía interpretar exactamente. Estuvo involucrado en la construcción de la Alberca Olímpica, el Gimnasio Olímpico y la Villa Olímpica de Tlalpan, que se cimentó en terreno arqueológico. Dicen que ahí había restos de pirámides que fueron destruidos o saqueados. Yo logré ver una estatua de más de un metro que Ramírez Vázquez obsequió a una de sus amistades. Regaló muchos de los restos que sacaron de esa construcción. No me imagino la cantidad de dinero que habrán hecho esos constructores capitaneados por ese arquitecto y uno de sus hermanos, de cuyo nombre no quiero acordarme.
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Tres años después de las protestas de los médicos, vino el Movimiento estudiantil, que fue un acontecimiento mundial. Incluso en Estados Unidos la Guardia Nacional realizó masacres, como ocurrió en la Universidad Estatal de Kent. El movimiento más importante se dio en Francia, durante el famoso Mayo francés, con Daniel Cohn-Bendit como principal dirigente.
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Desde la ventana del Comité Editorial de los XIX Juegos Olímpicos, que estaba en un condominio en Avenida Universidad, pude ver una de las marchas de los estudiantes en 1968. El edificio donde trabajaba estuvo resguardado por el Ejército a petición de P.R.V. (Pi-Ar-Vi, como lo llamaba Beatrice Trueblood), quien temía que hubiera un ataque a los Juegos Olímpicos por parte de los estudiantes, cosa que siempre negó Marcelino Perelló, el principal dirigente del movimiento. Las oficinas del Comité Editorial de los XIX Juegos Olímpicos estaban en un edificio que Ramírez Vázquez construyó a espaldas de su casa del Pedregal de San Ángel. Por medio de Eduardo Terrazas, su alumno, llegó al Comité una editora letona que se había venido a refugiar a Estados Unidos: Beatrice Trueblood. Sin duda, el gran escritor, el que hizo libros y estudios que circularon en las tres lenguas oficiales (español, francés e inglés) fue Juan García Ponce. Fueron tirajes tremendos que debieron enriquecer a la editora Galas. Todo mundo sacó tajada de este comité, incluso nosotros. García Ponce, José de la Colina y Juan Vicente Melo dejaron ese empleo jugoso que nos salvó al vida en cuanto pudieron.
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Con el arquitecto siempre tuve una relación muy respetuosa. Él nos aceptó a Juan García Ponce, José de la Colina, Juan Vicente Melo y a mí cuando fuimos tachados de revoltosos de la UNAM por nuestra renuncia en solidaridad con Melo, a quien habían expulsado como director de la Casa del Lago. Yo no pude participar en esa marcha que salió de CU, encabezada por ese ínclito rector Javier Barros Sierra, su secretario general Fernando Solana y una fila grande de 10 o 20 funcionarios de la UNAM. Sobre Félix Cuevas la marcha se topó con una barrera militar que los obligó a dar vuelta hacia Avenida Universidad. Esa marcha se convirtió en un uroboros, una serpiente que se muerde la cola. Pude verla pasar desde la ventana de mi oficina, deseoso de haber participado, pero había soldados resguardando el edificio, impidiendo la entrada o salida de cualquier persona. Me fue imposible.
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La manifestación siguió pasando durante horas frente a mi ventana. Esa noche acongojada llegué a mi casa y me acosté angustiado viendo en la televisión cómo atacaban a la manifestación, cómo Jacobo Zabludovsky se mofaba del Movimiento estudiantil, puesto que ya tenían línea. A Jacobo yo lo conocí cuando trabajaba en la oficina de prensa de la Presidencia de la República. A mí me ofrecieron trabajar en televisión, aunque nunca acepté porque no existían los canales como el 11 del Politécnico ni el Canal 22, ni la libertad con que incluso hoy se manejan otros canales comerciales que “viven de la publicidad”.
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Desde entonces la publicidad era dueña de la opinión pública. De ella dependían los anuncios tanto en televisión como en los periódicos para hacer viables las empresas grandes. Los periódicos tenían miedo porque les suspendían la publicidad, que es la que los sostiene. Así acabaron con el Excélsior de Julio Scherer. Ahora, EL UNIVERSAL me ha recibido sin obstáculo alguno y he podido expresar sin dobleces y sin censura alguna mis opiniones. Eso no ocurría en esos tiempos. La censura campeaba en todas partes.
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FOTO: El 1 de agosto de 1968, el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, encabezó una marcha en protesta por la intervención del Ejército, un día antes, en las instalaciones de la Preparatoria 1. Archivo EL UNIVERSAL.
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