El viaje por otras conciencias: entrevista con el escritor Mario Mendoza por su libro “Leer es resistir”

Ago 20 • Conexiones, destacamos, principales • 2109 Views • No hay comentarios en El viaje por otras conciencias: entrevista con el escritor Mario Mendoza por su libro “Leer es resistir”

 

El autor colombiano habla sobre su libro Leer es resistir, que a lo largo de 30 relatos propone la lectura solitaria como un acto salvador frente al exceso del “yo” que permea en la sociedad debido al uso de las redes

 

POR CARLOS RESTREPO 

EL TIEMPO/GDA
Cuando Mario Mendoza era niño, en lugar de disfrazarse para Halloween con la capa de algún superhéroe, descubrió que había un mundo más poderoso en otros personajes que salían en el cine, inspirados —entre otras cosas— en los eternos clásicos de la literatura universal. Entonces, cada 31 de octubre, se cubría con unos trapos hechos por él mismo, para transformarse en Ben-Hur, Barrabás o un furioso monje shaolín.

 

Se sentía volando a un centímetro del suelo, pero siempre que le timbraba a una vecina, se encontraba con la misma frase de todos los años: “¿Otra vez disfrazado de gamín, Marito?”. “No soy ningún gamín, señora Monroy”, contestaba el pequeño Mendoza, “soy un monje shaolín. Mis pies y mis manos son armas letales”. La displicente señora Monroy nunca lo desanimó. Siempre “resistió”: como un acto de honor. Fue tan insobornable en sus principios como Forest Whitaker en El camino del samurai. Su imaginación no era negociable.

 

Tenía siete años cuando tuvo otro golpe, esta vez no emocional sino físico. Tuvo una peritonitis que casi lo mata; estuvo varios meses en un hospital y, por suerte, tuvo una compañía y un estímulo insuperable: los libros. Mendoza le hace un homenaje a ese niño con Leer es resistir (Planeta, 2022), un libro sobre el exquisito acto de leer, un tema por el que han pasado plumas como las de Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa o Alberto Manguel, pero en el que Mendoza lleva de la mano a sus lectores a través de relatos. “Yo tenía muchos deseos de escribir un libro narrativo sobre la lectura, con historias y personajes, relatos donde uno quisiera saber cómo termina la trama. Ese fue el gran esfuerzo de este texto, y quería proponer también, de alguna manera, que la lectura es otra cosa”, anota.

 

A lo largo de 30 relatos, el autor de Satanás, Lady Masacre, la serie El mensajero de Agartha y Scorpio City, entre otras obras, invita a tomar distancia de eso que él llama “el exceso de yo”, que se apoderó de la humanidad a través de las redes sociales, para enarbolar las banderas de la lectura solitaria como un acto salvador.

 

“La lectura es un viaje por otras conciencias y personas. Otros géneros. Y escribir te saca de ti. Es todo lo contrario de lo que te propone el establecimiento. Por eso creo que leer es una forma de resistencia civil”, explica.

 

Y hay que resistir —según Mario— incluso ante la academia, una institución “acartonada” que llega a la soberbia de sólo considerar en el canon unas cuantas obras puntuales. “No siempre lo refinado y lo distinguido, lo reconocido y lo premiado por el establecimiento, es lo que necesitamos en nuestro interior”, escribe Mendoza en el prólogo del libro. “Yo no me hice lector con un manual ni con un listado avalado por los académicos, sino que los libros fueron llegando a mis manos como mensajes que me iban ayudando a solucionar mis conflictos interiores, que me iluminaban, que me ayudaban a entenderme y a entender a los otros un poco mejor”.

 

Se declara sorprendido de que dos obras que a él lo marcaron cuando las tuvo entre sus manos, El Padrino, de Mario Puzo, y El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, no hacían parte del pénsum cuando ingresó a Literatura en la Universidad Javeriana. “Me parecía increíble estar estudiando literatura y que no estuviera El Padrino, que es una radiografía de la condición humana. Poco a poco fui descubriendo que había una pose, que el mundo académico suele ser bastante acartonado”, comenta.

 

Mendoza, que también tiene amplia experiencia como docente, comenta que muchas veces en la adolescencia, uno necesita a un autor diferente a Homero, para tomarle amor a los libros. “Llegará el momento en que entrarás a Cervantes y a Homero. La seducción necesita una enorme ternura sobre los libros”, comenta.

 

Precisamente, para no caer en ese aburrido “acartonamiento” de los intelectuales, Mendoza se ha propuesto, a lo largo de su carrera, explorar todo lo que le gusta y le provoca curiosidad. Un regalo que le ha dado la misma lectura. Mendoza se ha movido por todo tipo de géneros: la novela, la literatura juvenil, el cómic, el cine y hasta el rap, con una canción que le escribió a la banda Los Petit Fellas. “He hecho de todo porque siento que creativamente me encanta estarme moviendo. Yo quiero mostrar que la creación es una capacidad de asombro. El día que la perdamos estamos acabados. Creo que el país necesita menos tánatos, violencia y odio y más capacidad creativa”, dice.

 

¿Cómo cree que se puede generar un vínculo amoroso con la lectura desde niño, así como le ocurrió a usted?

 

La seducción es el arte de saber atraer de manera dulce y justa. Se necesita siempre de alguien que nos inicie, que nos conduzca al libro con ternura y buen tacto. Una de las claves está en saber qué necesita el iniciado, cuál es su condición, sus circunstancias, y sugerir el libro indicado. No todos los libros son para todo el mundo. O hay libros que ahora no son para nosotros, pero que en otro momento serán los indicados.

 

El libro incluye varios relatos también de su faceta como docente. ¿Qué lectura hace del sistema educativo y cultural actual frente a la promoción lectora?

 

El primer error del sistema es imponer la lectura obligatoria. Entiendo perfectamente que hay que respetar un programa, pero debería existir un margen de maniobrabilidad para que el o la estudiante puedan elegir entre distintas opciones. Esa libertad, por mínima que sea, es muy importante. Enseñar literatura no es como enseñar química o matemáticas. La lectura de los clásicos, por ejemplo, ha castrado a muchas generaciones de lectores. No es que esos libros no sean importantes, sino que no son los indicados para iniciarse en la lectura. El Quijote como lectura obligatoria a los trece años puede tener un efecto bastante negativo. En cambio, unos años después es una experiencia enriquecedora, inolvidable. Un buen maestro o una buena maestra es aquel o aquella que intuyen bien qué está necesitando su estudiante. Puede ser un libro de aventuras, una novela negra o poesía romántica. En esas primeras sugerencias podemos captar a ese o esa lectora potenciales, o podemos también perderlos para siempre.

 

¿Por qué comenta que la lectura ayuda a formar un pensamiento democrático?

 

Porque nos permite ser muchos. En esa multiplicidad, en ese viaje por otras identidades, por otros seres de distintos países, de distintas creencias y de distintas clases sociales se va formando una mente caleidoscópica que aprende a relativizar los puntos de vista personales. Ser otros, pensar como otros, sentir como otros nos enseña alteridad, respeto por los puntos de vista ajenos. En este país, por ejemplo, no alcanzaremos la paz hasta que no seamos capaces de ponernos en el rol del otro.

 

Alguna vez hablando con el librero Felipe Ossa, analizaba lo competido que está el tiempo del ocio (cine, televisión, plataformas digitales, redes). ¿Qué tan amenazada puede estar la lectura de libros en este contexto?

 

Creo que Felipe Ossa tiene razón. Tenemos varias opciones hoy en día que nuestros antepasados jamás tuvieron. Sin embargo, creo que la literatura tiene un valor incalculable: mientras leo voy aprendiendo a nombrar estados de ánimo, conceptos, preceptos y afectos. Es decir, aprendo a pensar, a verbalizar correctamente mis emociones, mis ideas y mis contradicciones. Y ese aprendizaje termina de formar mi personalidad y mi carácter. El derecho al lenguaje es una de las bases de los Derechos Humanos.

 

¿Escribir también es resistir?

 

Por supuesto. Es una forma de oponerse a este establecimiento soso, mediocre y cruel que nos condena al consumismo inocuo, a comprar objetos inútiles y a creer que en el ascenso social y en la conformación de un capital económico está la felicidad. Hasta que llegamos a un consultorio médico, nos dan un diagnóstico de alguna enfermedad terminal, y entonces nos damos cuenta de que hemos perdido la vida en asuntos banales y superfluos. Leer y escribir literatura nos otorga un sentido profundo para enfrentar la muerte con los ojos abiertos.

 

¿En qué momento de su vida supo que le apostaría a la escritura?

 

La academia fue una gran escuela, pero también me di cuenta de que había cierto acartonamiento en ella. Yo no deseaba esa escritura plana, repetitiva, sin sangre, sin músculo, sin nervio. Necesitaba ir más allá, ahondar en esa capacidad que tienen las palabras para retratar la compleja condición humana. Y en esa decisión, como lo digo en el libro, un filósofo fue clave para mí: Gilles Deleuze. Su manera de entender el lenguaje fue una invitación a delirar, a no tenerle miedo a esa aventura en la cual el yo se transforma en múltiples intensidades.

 

Este libro es un viaje por su vida, un trabajo de memoria personal a través de relatos. ¿Los venía reuniendo desde hace muchos años?

 

La verdad es que durante la pandemia tuve todo el tiempo del mundo para repasar, revisar, anotar y empezar a armar una estructura sólida para el libro. Era clave el ritmo del libro, que el lector pasara de manera natural de un relato a otro. Quise escribir un libro no teórico sobre libros y lectores, un libro literario, con intrigas, tramas, suspenso y desenlaces. Espero haberlo logrado.

 

¿Cuánto duró reconstruyendo y escribiendo estos textos?

 

Trabajé durante un año y medio en este libro, pero hice algo que no es usual en mí: trabajé en paralelo en otro texto: Bitácora del naufragio. Estos dos libros fueron escritos casi al tiempo. Si te das cuenta, el formato se parece un poco, aunque la temática es completamente distinta. A mí me gusta mucho la concisión y la precisión de los textos breves. Se trata de ser contundente, de ir al meollo del asunto en pocos párrafos.

 

Hablemos de la lectura de géneros literarios. ¿Qué sentimientos se le cruzan cuando lee novelas?

 

Se trata de introducirse en un universo paralelo, en un mundo total, cerrado, compacto, y por eso ese viaje es tan gratificante.

 

¿Y cuándo lee cuento?

 

Es una fuga relámpago, rápida, pero no por ello menos contundente. Como decía Cortázar: si la novela gana por puntos, el cuento gana por knockout. Eso significa que el cuentista debe ser veloz y golpear con fuerza la mente del lector.

 

¿Ha vuelto a leer teatro?

 

Hace un tiempo que no leo teatro. El otro día recordé mis lecturas de Arthur Miller (La muerte de un agente viajero o Panorama desde el puente) y de Tennessee Williams (Un tranvía llamado deseo), y tuve muchos deseos de releer a estos autores.

 

¿Lee poesía?

 

Permanentemente. Entre los colombianos, siempre regreso a Álvaro Mutis, a Jorge Zalamea y a María Mercedes Carranza por su ritmo trepidante y por la fuerza con la que tratan el lenguaje.

 

En esta dura batalla por el tiempo de ocio, la poesía parece ser para unos pocos. ¿Cuál es su encanto?

 

El mundo contemporáneo es rápido, fugaz, y no da tiempo para nada. De ahí que confundamos diariamente el tiempo del afuera con el tiempo psíquico. Gran error. El tiempo de las noticias, de los eventos, de las obligaciones, de la productividad capitalista, no tiene nada que ver con el tiempo interno. Si uno los confunde termina destruido y deprimido. El tiempo de la contemplación interna es un tiempo sagrado. Y la poesía nos conecta de inmediato con ese recogimiento y esa meditación que necesitamos para trascender.

 

Y con la anterior, hablemos de las librerías, esos lugares mágicos que cada vez más se enfrentan a un mundo de comercio digital. ¿Qué representan para usted?

 

Toda librería es para mí un foco de resistencia civil, una trinchera desde la cual decimos “No” a un mundo mercantil en el cual el establecimiento intenta por todos los medios convertirnos en piezas desechables de una maquinaria insustancial. El sistema embrutece y esclaviza. La librería tiene el mapa y la ruta para escaparnos de la cárcel.

 

¿Qué libreros memorables lo influyeron?

 

Felipe Ossa, de la Librería Nacional, ha sido siempre conmigo no sólo muy deferente y generoso, sino que sus sugerencias han enriquecido en gran medida mi vida como lector. Todos sabemos que él es un experto en cómic y novela gráfica, y cada título o autor que me recomienda han sido verdaderas piezas maestras que guardo con enorme cariño. También me gusta mucho conversar con Célico Gómez, de la librería Merlín, en pleno corazón de la ciudad. Ese lugar ejerce sobre mí un efecto tranquilizante, como si todo el horror del mundo de repente se congelara y sólo existieran esos anaqueles de madera y esos libros polvorientos (es una librería de segunda mano) que nos conducen a dimensiones desconocidas de la realidad.

 

¿Recuerda cuál fue el primer libro que leyó?

 

Leí en la clínica, de niño, entre la vida y la muerte, un libro titulado Cuentos de hadas franceses. Siempre he creído que esos personajes me salvaron la vida.

 

¿Diez libros que lo han marcado?

 

El Adversario, de Emmanuel Carrère; El palacio de la luna, de Paul Auster; El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero; El Padrino, de Mario Puzo; La campana de cristal, de Sylvia Plath; Tintín, de Hergé; Maus, de Art Spiegelman; la poesía de Alejandra Pizarnik, El defensor tiene la palabra, de Petre Bellú, y la poesía de Emily Dickinson.

 

¿Qué personajes de la literatura universal recuerda con especial cariño?

 

Todos los protagonistas de Edgar Poe. Por su rareza, por su complejidad psíquica y sus tormentos interiores.

 

La novela de la literatura universal que le hubiera gustado haber escrito…

 

El cuarteto de Alejandría.

 

¿Hace parte del grupo de lectores que ha podido terminar Ulises de Joyce?

 

Sí, lo leí y lo terminé porque estudié literatura. Era parte de mi oficio. Después lo dicté en clase con mis estudiantes.

 

¿Con qué autor le gustaría haberse sentado a tomar un café?

 

Con Lawrence Durrell.

 

¿Lee más de un libro al tiempo?

 

Por lo general no. Se pierde el efecto de la teletransportación.

 

¿Tiene algún ritual de lectura puntual?

 

No. Leo en cualquier parte y a cualquier hora. Y suelo subrayar mucho, sí.

 

¿Cómo está organizada su biblioteca?

 

Eso quisiera, que estuviera organizada, pero lamentablemente no es así. Espero algún día lograrlo.

 

Finalmente, ¿Por qué leer?

 

El que no lee vive sólo una vida, la que le corresponde. El que lee vive muchas.

 

FOTO: Mario Mendoza recibió el reconocimiento internacional de su obra por su novela Satanás (2002)/ Cortesía Grupo Planeta

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