El espíritu británico en Bellas Artes

May 30 • Miradas, Música • 2678 Views • No hay comentarios en El espíritu británico en Bellas Artes

 

POR IVAN MARTÍNEZ 

 

Algo tienen las orquestas de cuerda inglesas en su manera de tocar, más allá de su personalidad flemática y sobria, que transmiten una sensación de mucha disciplina y concentración; sin permear nunca sus posibilidades expresivas –que ciertamente no son exageradas– pero enfocándose –libres de petulancia– en el acercamiento intelectual. En los últimos años, México ha tenido la oportunidad de escuchar a varias de ellas y casi todas han aprovechado la visita para mostrarse en su esplendor como representantes de la idiosincrasia inglesa, procurando repertorios muy “británicos”; y también ya muy monótonos: nos estábamos volviendo expertos en Britten, y no en toda su obra, sino en las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge que se habían escuchado vez tras vez.

 

El concierto en el Palacio de Bellas Artes el pasado sábado 23 de mayo de la City of London Sinfonia, me ha parecido, por el repertorio elegido y por su manera de tocarlo, el del espíritu más británico. Pocas veces antes una orquesta de éstas me había transportado a la Catedral de Gloucester, donde se estrenó la pieza con que abrieron el programa, y de igual manera afortunado, que me hiciera permanecer ahí durante el resto del recital. Pero también fue el más arriesgado: obras muy difíciles que permiten muy poco lucimiento, en un orden que pudo resultar igual de complejo.

 

El programa comenzó con la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis de Ralph Vaugh-Williams. Aunque establecida en el repertorio desde su estreno en 1910 y favorita entre algunos públicos, es una pieza cuyas características requieren especial concentración, igual de los músicos que del público, que sigue debatiendo su sonoridad tanto en su naturaleza antigua como en su escritura moderna. No solo es el significado religioso, el tema principal es uno de los himnos de Tallis, flemático, serio y característico, en los que trabajó el compositor como editor, sino que para trabajar sobre él en estas variaciones eligió tres grupos que tocan a la vez: la orquesta, una segunda orquesta pequeña y un cuarteto solista. Parsimoniosa y firme, el resultado de la lectura realizada por la batuta de Stephen Layton, con mucha naturalidad y limpieza en la ejecución de las diferentes capas de esta partitura.

 

Layton hizo luego la anodina Suite Capriol de Peter Warlock que tras la fantasía sobre el tema de Tallis y antes de lo anunciado para la segunda parte, resultó una especie de respiro juguetón, pero sin ninguna trascendencia. Se trata de una serie de arreglos a danzas renacentistas originarias de la provincia británica, presentadas por Warlock como composición original, que seguramente funcionan muy bien con grupos estudiantiles, pero cuyas mínimas dificultades, su primitiva orquestación y su corta duración, poco tenían que hacer en la esencia de este programa, ni siquiera dentro de un ambiente humorístico británico, como sí ocurre en momentos del Concierto para oboe de Vaughn-Williams con que continuó el programa.

 

Escrito en pleno final de la Segunda Guerra Mundial, este concierto de 1942 sufrió de las inclemencias de su época (el retraso y cambio de su estreno por amenazas, por ejemplo), y aunque es una característica que suele mencionarse de él, musicalmente no es un aspecto que esté reflejado en la partitura. Es más bien una obra pastoral, con algunos toques humorísticos pintados con mucha elegancia.

 

El oboísta Daniel Bates fue el solista encargado de ejecutarlo. Intérprete de notable musicalidad, soberbia claridad de articulación y sonido meloso, fue implacable su fidelidad al texto musical y sus tempi, asunto que suele cuestionarse de esta obra cuando algunos oboístas intentan un mayor lucimiento, pues se trata de una pieza escrita con enormes dificultades que por la naturaleza del instrumento no lo hacen parecer así. Bates tampoco al recurrir a una lectura de la obra natural, sin mayor artificio, limitándose a un canto simple a favor de la música, más que de su propio lucimiento. Lo hizo además con mucho carisma y se ganó la suficiente aceptación para que se le pidiera un bis: regaló una breve pero simpática Estrellita, de Ponce, que fue acompañada por la orquesta.

 

La segunda parte del concierto fue dedicada, nuevamente con devoción, a una obra de origen religioso, de una serenidad casi lúgubre: el concierto para violonchelo The protecting Veil, de John Tavener. De largo aliento y gran expresividad, aun en su carácter contemplativo, esta pieza en ocho movimientos continuos tiene su origen en una comisión del extraordinario violonchelista Steven Isserlis, quien solicitó una pieza de diez minutos que estuviera ligada a la religiosidad tanto suya como la de Tavener: el resultado es un intenso viaje de alrededor de cuarenta y cinco minutos plenos de concentración y éxtasis que se mueve lentamente.

 

El solista encargado aquí fue el chelista Matthew Barley, de quien únicamente hay que mencionar la afinación imperfecta en los pasajes iniciales y las dudas sobre la pronunciación de un trino recurrente a lo largo de la pieza, pero valorando enormemente el amplio y profundo sonido producido en su instrumento.

 

*FOTO: La gira de esta orquesta británica incuyó también una presentación en el Teatro del Bicentenario en León, Guanajuato/Arturo Lavin

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