El pintor y el físico
POR TANIA HERSHMAN
Traducción de Giselle Rodríguez
Recorren la cortina.
—¿Sí? —dice la asistente.
—Vine… a ver, a ver al pintor.
—¿Y usted es …?
—Yo… soy el físico.
Un momento, dice la asistente, y la cortina vuelve a caer.
Sin girarse, el pintor dice mientras limpia una brocha: que pase el físico.
El físico se sienta en un banco mientras ve al pintor elegir colores.
Así que, dice el pintor, tú eres un físico.
—Sí… física teórica.
—Lo invisible. Te imaginas lo que hay.
El físico se siente incómodo, así que se mueve y una de las patas del banco se tambalea. El pintor está mezclando dos colores en la paleta. El físico ve al pintor y se pregunta cómo trabaja, qué ve el ojo, qué sabe el ojo.
Supongo, dice el físico. Sí, es una manera de decirlo. Algunos podrían decir que hacemos conjeturas. Somos sólo conjeturadores, quiero decir, ¡conjeturadores educados! Se ríe breve, corta, rápidamente.
—Los electrones —dice el pintor—. ¿Cómo crees que se ve un electrón?
—¿Cómo se ve? ¿Un electrón?
—¿Tiene color? —pregunta el pintor mientras lame la punta del pincel.
—Yo … yo no …
—No pienses —dice el pintor.
—Azul —dice el físico que no alcanza a ver que el pintor se está riendo.
—Azul. Un electrón azul.
—Sí —dice el físico, cuya mente trata de dilucidar qué importa eso para los proyectos de investigación en marcha. Cobalto, dice el físico, sin saber exactamente a qué tono corresponde, o azur.
—Cobalto o azur. Muy específico, dice el pintor. Las longitudes de onda hacen toda la diferencia, ¿o no?
—¡Sí! —dice el físico, que casi se cae del taburete. La forma en la que el color impacta en el ojo. Es decir… No soy biólogo, naturalmente, así que no estoy familiarizado con la estructura, las barras, los conos y …
—Neutrón, ¿será blanco? —pregunta el pintor, que ya pintó varias pinceladas sobre el lienzo.
—Bueno, supongo que sí, aunque ahora que lo dices más bien me los imagino grises. El físico ve el lienzo y se pregunta si será buen momento para formular una pregunta.
—Tu pintura —dice el físico en voz baja.
—¿Quieres saber si ya se cómo va a quedar? —dice el pintor.
—No, por favor… es decir, solo vine a… es tu cuadro…
—Hay algo —dice el pintor mientras se aleja del lienzo y voltea hacia el banco en el que el físico, una vez más incómodo, se menea. El pintor sostiene el pincel en lo alto y luego lo pone a un lado. Puedo ver (el cuadro) de reojo, un esbozo. Pero si trato de verlo directamente, desaparece. Tengo que acercarme a él.
—Poco a poco, sí, dice el físico. Como un animal pequeño o un niño. Así no…
—Asustarlo, dice el pintor. El pintor vuelve a sonreír, aún volteando hacia el físico. Teorías, dice el pintor. ¿Tú también?
—Sí —dice el físico— que trata de no caerse del banco desde hace rato.
Luego, cuando la mitad del lienzo ya está cubierta, el pintor deja los pinceles y sugiere que vayan a tomar algo. En el bar de la esquina el físico pide un whisky de una sola malta y el pintor un vaso de tinto seco. El pintor toma los anteojos del físico y los sostiene a la luz.
—Mira eso —dice el pintor— los tonos de dorado.
—La forma en que los fotones golpean el líquido, algunos se reflejan, algunos sólo pasan.
—Brilla —dice el pintor—. Es difícil captar eso, es difícil expresar el movimiento, los ángulos, el flujo.
—Yo podría hablarte sobre el flujo —dice el físico—. Darte ecuaciones, escribirlas en una servilleta.
—Equises e i griegas —dice el pintor haciendo una mueca.
—¡Hey! —dice el físico al que ya se le soltó la lengua—. Esos son mis colores.
—¿De qué color es una X? —pregunta el pintor mientras bebe el tinto seco y piensa en el ocre, el escarlata y el negro.
—Verde —dice el físico— que nunca antes había pensado en eso, pero ahora, una vez que surge la palabra, la ve en los pizarrones, las pizarras blancas y las páginas de los cuadernos.
—Y si te dijera que la X debe ser rosa —dice el pintor.
—No —dice el físico—. Equivocado.
—¡Ajá! —dice el pintor.
—¡Oh! —dice el físico y sonríe— Ya veo. Y si te dijera que pintaras el cielo marrón…
—Se ha hecho —dice el pintor, a quien no le gusta ser predecible. El físico empuja el codo del pintor y luego se pregunta de dónde sacó la audacia.
—¿Me estás diciendo que no hay nada mal?, dice el físico.
—¡Oh!, dice el pintor. Yo no … bien. No podría. Quiero decir …
—¡Ajá! dice el físico, levantándose. ¿Otra ronda?
Al día siguiente el pintor pinta; el físico da clase. Un día después vuelven a reunirse en el bar. A la semana siguiente el pintor visita al físico. En el espacio entre los dos, los colores fluyen.
*FOTO: Four blues two discs (1970), Patrick Heron
« La Traviata: sólo María Un bordado colectivo que simboliza la democracia popular »