El tópico del “Sólo por breve tiempo” en la poesía prehispánica

Oct 29 • destacamos, principales, Reflexiones • 13173 Views • No hay comentarios en El tópico del “Sólo por breve tiempo” en la poesía prehispánica

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POR RICARDO ECHAVARRI

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La poesía lírica prehispánica del antiguo Anáhuac aporta a la literatura universal el tópico del sólo por breve tiempo, alusivo a lo impermanente, a la fugacidad de la existencia.

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Lo curioso es que por la época de la Conquista, ya en pleno el Siglo de Oro español, en Europa florecía una lírica con tópicos afines, alusivos a la fugacidad, como el Carpe diem (“vive el día presente”), de origen horaciano, el Collige rosas (“coge, Virgen, rosas”), inspirado en Ausonio y hasta el más medieval Ubi sunt (¿qué se fizo el rey Don Joan?), que se lee aún en las coplas de Manrique.

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Creo que pese a semejanzas que puedan observarse entre la lírica europea del siglo XVI y la del Valle del Anáhuac, el tópico del sólo por breve tiempo es propio y originalmente mexicano. Brinton ve en los cantos del Rey-poeta Netzahualcóyotl una filosofía parecida a la “de Epicuro y del orden del Carpe diem”, pero lo cierto es que la poesía prehispánica había elaborado, con un gran refinamiento y belleza un tópico propio: la de la brevedad temporal de la existencia. Ángel María Garibay advierte: “el canto en esta poesía es fugaz, y hay que gozarlo; es perpetuo, y hay que eternizarlo1.

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Si hay una filosofía vitalista, un llamado al goce de los placeres terrenales en el antiguo México se debe a esa actitud universal de los poetas que, enfrentados ante el dilema de la vida y la muerte, llegan en todas partes a conclusiones parecidas.

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Al comparar la lírica europea y la lírica del México antiguo lo fugaz, breve y pasajero de la existencia tiene un sentido más natural y profundo en el mundo prehispánico. Diría, de entrada, que para los europeos hay una escisión entre vida y muerte, por ello los disfrutes del mundo están separados de la experiencia final, siempre vista con temor y temblor, es decir, con angustia; en contraste, en la idea prehispánica vida y muerte se enlazan: se vive para morir, se muere para volver a vivir. Lo que anuda a ambas entidades es lo sagrado, ya que la vida es una especie de don precioso otorgado por los dioses.

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Por breve tiempo se dan en préstamo

tus bellas flores

Sólo por breve instante tenemos prestadas flores de primavera!

Gozad vosotros: yo me pongo triste

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Hay en la lírica prehispánica, sobre todo en los Xochicuicatl o ‘cantos floridos’, una analogía entre la flor y el hombre. La metáfora es hermosísima: el ser, como una flor temporal, vive y se marchita. Hay, además, un sentido simbólico en esta vital floración: la sangre del hombre es considerada un “agua florida”, su corazón “flor o tuna del águila”, la vida entera es un árbol florido:

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He llegado

a los brazos del árbol florido,

yo, florido colibrí,

con aroma de flores me deleito,

con ellas mis labios endulzo.

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La tierra es “la región del momento fugaz”. El poeta antiguo medita sobre la verdad o solidez de la vida y no encuentra respuesta. Su religión le ha dicho que los hombres mueren de cuatro en cuatro y cada uno va a un paraíso o a un infierno ubicado en uno de los puntos cardinales del quincunce, la cruz de Quetzalcóatl, que sirve de orientación cósmica. El lugar de destino no se da por buenas o malas acciones, sino por la calidad de la vida-muerte. Unos van al Tlalocan, al oriente, especie de Paraíso destinado a los guerreros caídos en “muerte de obsidiana” y a las mujeres que mueren en el parto. Los que mueren de “muerte terrena” o natural van al Mictlán, al norte, después de pasar por varios horrorosos lugares. Hacia el oeste místico está el Tamoanchan, “la casa del descenso y el origen primordial”, región lluviosa y neblinosa “donde se descarna la vida”. El aquí y ahora es breve, fugaz, sólo un tránsito en la circular ruta que los dioses han trazado para el hombre.

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¡He de dejar las bellas flores, he de bajar

al Reino de las Sombras:

luego, por breve tiempo

se nos prestan los cantos de hermosura!

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La misma pregunta metafísica que se hacen el poeta o el filósofo moderno ante la muerte, se la hizo el cantor mexica cuando se pregunta:

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¿Sólo me iré semejante a las flores que fueron pereciendo?

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La belleza de la vida consiste en ser única. La vida tiene momentos deleitables, de gozo (la poesía, “flor y canto” sería uno de los mayores placeres), pero otros dolorosos. En el orden terrenal, aunque cada uno cumple una función social, ya se trate del tlatoani o del guerrero o del simple macehual, sus dones y actos lo hacen distinguible. Lo más precioso para el antiguo mexicano es la conciencia de la unicidad de la vida, su naturaleza irrepetible. Sin la creencia oriental de la reencarnación o la occidental de la resurrección, que sólo estima simbólicas, el nahua tiene una profunda certeza: vida sólo hay una y eso la hace ser el don más preciado.

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Tu corazón lo sabe

Sólo una vez venimos a la vida

No dos veces se nace, no dos veces se es joven

sólo una vez pasamos por la tierra.

¿Acaso volverán a vivir?

Sólo una vez perecemos,

sólo una vez aquí en la tierra.

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La vida con su fugacidad es un sueño. En España, el barroco Calderón de la Barca, influenciado por el platonismo, va a repetir más de siglo y medio después casi literalmente esa idea que muchas veces cantó el poeta prehispánico. El hombre vive en un juego de apariencias, en un mundo espectral cuya realidad se encuentra en otra parte. Xavier Villaurrutia destaca de esta antigua poesía la figura del “dormido despierto”, cuya vigilia es sólo una imagen especular de lo verdadero, porque:

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Sólo venimos a dormir,

Sólo venimos a soñar;

No es verdad, no es verdad que venimos

a vivir en la tierra.

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El sueño occidental está relacionado con el individuo, con su propia experiencia dividida entre la vigilia y lo onírico; este individuo, así escindido, lleva dos vidas casi irreconciliables. Para el antiguo mexicano vigilia y sueño se complementan. Se sabe que en la Conquista se perdió, entre otros, un libro muy sagrado, el Libro de los Sueños, lo que nos da una idea de la importancia de lo onírico en la vida antigua. El sueño mexicano se parece más al oriental, al de Brahma. aunque aquí sería más bien el sueño de nuestro Ometéotl, dios uno y dual, como el día y la noche, que se funde con la ensoñación del hombre:

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Aquí, oh tú por quien se vive,

Solamente estamos soñando,

Solamente somos como quien despierta

a medias y se levanta.

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Otra comparación exquisita es la de la vida con la tinta negra y roja, la escritura de los códices. Como si el hombre fuera pictograma, glifo, figura coloreada o sombreada en una página hecha de papel amate del libro de la vida, el tiempo lo irá decolorando hasta borrarlo por completo.

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Como una pintura

nos iremos borrando.

Como una flor

nos iremos secando

aquí sobre la tierra.

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Es difícil saber cuándo se originó el tópico de sólo por breve tiempo en la poesía prehispánica. Nos aventuramos a pensar que era muy antiguo y ya conocido medio siglo antes de la Conquista (los vestigios escritos en alguna variedad de ‘fugacidad de la vida’ aparecen en el siglo XIV y ya la Conquista encuentra el tópico en pleno esplendor). Gracias a León Portilla conocen algunos nombres de los poetas que lo cultivaron con gracia y talento: Tlaltecatzin (1360-?), Cuacuauhtzin (1420-?). Tecayehuatzin (circa 1450-?) y Tochihuitzin. Los poetas de Huejotzingo y, sobre todo, el gran Netzahualcóyotl (1402-1472), rey de Texcoco, le dan su forma más sublime y definitiva. Dice el rey-poeta:

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Aún el jade se rompe

Aún el oro se quiebra

Aún el plumaje de quetzal se rasga…

¡No se vive por siempre en la tierra:

Sólo aquí un breve instante perduramos!

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Este poema, uno de los más hermosos de la poesía mexicana -antigua y moderna- ilustra el refinamiento alcanzado por la poesía náhuatl. La leve brevedad de la vida, tema eterno en la literatura de todas las lenguas, adquiere con Netzahualcóyotl y sus contemporáneos una dimensión universal. Es probable que este poema tenga una base anecdótica. Fernando de Alva Ixtlilxóchitl refiere un pasaje de la vida del rey poeta, que ilustra su obsesión por lo perecedero. Antes de su muerte en 1472, Netzahualcóyotl mandó llamar a artistas para que retrataran su figura. De los varios ‘retratos’ o representaciones de su figura, prefirió el esculpido en una peña del bosque de Texcutzinco. Según su decir: “El de oro y piedras preciosas, con la codicia habría de faltar, y el de madera se habría de carcomer, y el de pintura y plumería se habría de deshacer .”

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Lo cierto es que su poema, perfecto en su forma anafórica y paralelística, cierra con broche de oro el antiguo tópico del sólo por breve tiempo. La vida es comparada con las cosas más preciadas del mundo antiguo: el jade, el oro y las plumas de quetzal (en la jerarquía objetual, el colorido plumaje, atributo de Quetzalcóatl, es más valioso aun que el jade y el oro). Las ‘cosas preciosas’ perecen, la vida misma es ante todo impermanencia, fugacidad.

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Nota: 1 En los fragmentos de poemas nahuas transcribo las conocidas versiones de Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla.

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FOTO: En la religión náhuatl, los hombres mueren de cuatro en cuatro y cada uno va a un paraíso o un infierno ubicado en uno de los puntos cardinales, ubicados a partir de la cruz de Quetzalcóatl./Imagen tomada del libro La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, de Miguel León-Portilla.

 

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