Elie Grappe y el ánima ucraniana

Jun 18 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 7880 Views • No hay comentarios en Elie Grappe y el ánima ucraniana

 

Mientras la carrera de una joven gimnasta cosecha éxitos durante su forzada estancia en Suiza, le llegan terribles noticias desde Kiev, donde su madre y amigos se encuentran en rebelión contra el gobierno impuesto

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Olga (Suiza-Francia-Ucrania, 2021), efusiva ópera prima del francés en Suiza afincado de 27 años Elie Grappe (cortos documentales: Ensayo 14, Suspendido 15), con guion suyo y de Raphaëlle Desplechin (hermana menor del gran realizador Arnaud de Deception/Engaño 21), premio SACD en la Semana de la Crítica de Cannes 2021, la deportivamente dotada y precozmente madura gimnasta quinceañera ucraniana huérfana de padre suizo Olga (Anastasia Budiashkina) vive semiabandonada por su madre periodista de combate anticorrupción gubernamental Ilona (Tanya Mikhina) en el convulso Kiev de 2013, entrena riesgosamente en el Centro Olímpico obedeciendo las rígidas órdenes (“Estiramiento completo, clavado, cuida la postura, usa las manos, eres bastante fuerte, endereza la espalda, dirige los dedos de los pies”) del entrenador prorruso Vassily (Alekasandr Mavrits) o ignorando toda prevención al acometer prematuramente un difícil vuelo atrás en barras asimétricas denominado jaeger, rivaliza en buena lid con su apasionada mejor amiga Sasha (Sabrina Rubtsova) y está a punto de perecer en un atentado urbano dentro del auto materno, antes de enfrentarse a la soledad absoluta, cuando es enviada a un gélido paraíso suizo con el objeto de prepararse para la Eurocopa en un majestuoso Centro Nacional Deportivo de primer mundo, donde la ahora encapsulada Olga entiende a medias la lengua, impone sin dificultad su brillante talento, engendra envidias viscerales, se siente limitada en su acelerado desarrollo por el cariñoso entrenador local demasiado metódico Adrien (Jérôme Martin), sufre bullying por parte de la rabiosa capitana de su equipo Steffi (Caterina Barloggio), padece la hostilidad de los conservadores abuelos helvéticos aún resentidos con su insumisa nuera eslava, se relaciona por lúdica excepción con una indisciplinada homóloga llamada Zoé (Théa Brogli), acepta la nacionalidad suiza (renunciando a la suya incompatible) para proseguir dentro de su equipo, y logra llegar a la soñada competencia de gimnasia artística europea, dominando su acrobática vuelta de jaeger y en las mejores condiciones físicas, pero no así en las emotivas ni mentales, pues la constante comunicación foránea por internet ha puesto a la sobreesforzada Olga en contacto, y diríase que vicaria pero poderosamente, en el centro neurálgico de la unánime revolución espontánea ucraniana contra el presidente déspota Yanukóvich, gestada en la insólita ocupación multitudinaria de la Plaza Maidán de Kiev y continuada con brutales desalojos represivos, encarcelamientos, persecución de disidentes, bárbara tortura a la satanizada madre articulista Ilona y mandato de disparar sobre la población civil, todo lo cual perturba a la sensible Olga que termina volcando su furia impotente en contra de sí misma, tras haber visto a su antigua amiga del alma Sasha gritoneando por la liberación de su patria a mitad del magno gimnasio estadio de la Eurocopa, y haber obtenido para ella y para Suiza una victoria clamorosa, aunque pírrica de cara a su crispada e incallable ánima ucraniana.

 

El ánima ucraniana consuma el revelador prodigio de establecer un colosal y doloroso e inteligente paralelo sostenido entre la experiencia de una chava gimnasta en el extranjero y la insurrección revolucionaria ucraniana, como si los atroces acontecimientos lejanos tan bellamente evocados en el documental Maidán del cineasta filósofo ucraniano Loznitsa (14) resonaran uno a uno en la naturaleza última de esa conmovedora Olga hosca y huraña, entre el esplendor visual de la límpida fotografía de Lucie Baudinaud de pronto embutida por las espeluznantes imágenes de internet y la elíptica edición a rajatabla febril de Suzana Pedro, rompiendo de cuajo cualquier posibilidad de reducir esta renovadora resignificación del cine deportivo a cualquier limitado encomio al esfuerzo individual o familiar o de clan (tipo la estandarizada Rey Richard: una familia ganadora de Green 21), con la pertinencia del Big Bang bélico del entrañable 1982: el año que cambió el Líbano de Mouaness (21) y con una contundencia de hechos irreversibles en un contexto histórico moralmente irrefutable al que los desesperados eventos actuales de la invasión rusa a Ucrania conceden un lúcido y luminoso valor agregado, cual si se tratara de navegar hacia los orígenes del conflicto, a la raíz, radicalmente en efecto.

 

El ánima ucraniana se apoya dramática y discursivamente ante todo en la multidimensionalidad del personaje adolescente de Olga, cualquier cosa menos una chava común y corriente pero cuya excepcionalidad sólo consigue volverla más esencial y ejemplarmente adolescente, su sentimiento de ajenidad, su inicial resentimiento lleno de reproches hacia la madre que de pronto ante la ignominia corporal materna se tornará en compasión y sororidad de igual a igual, su autorreprimido espíritu juguetón dándose vuelo al aventarse mutuamente polvillos cuando descubre poder intimar con su homóloga Zoé, su inexplicable titubeo al firmar la adopción de la insípida nacionalidad suiza, su repudio visceral al cruzarse con su exentrenador Vassily ahora traidoramente al frente de un equipo ruso (del asesino enemigo ancestral) sin mayor justificación (“No es política, es deporte”), su sobresaltado despertar aún oníricamente rodeada de llamas como las de la Plaza Maidán por los cuatro costados de su lecho suizo, pero sobre todo la dimensión del castigo autodestructivo que se inflige a sí misma, al diagnosticársele una lesión por estrés en un metatarso, lo que no le impide seguir practicando de modo insistente a solas hasta destrozarse los pies para siempre, aunque de súbito volando líricamente sobre las barras asimétricas.

 

Y el ánima ucraniana se retomará años después, ya arraigada nuestra Olga trágica de nuevo en Kiev y vuelta entrenadora de chavitas como ella lo fue, auxiliándolas con docta sensibilidad severa para hacer sus piruetas de gimnasia artística en una demostración pública privada.

 

FOTO: Olga está situada durante la llamada Revolución de la Dignidad, desencadenada en noviembre de 2013, que terminó por derrocar a Yanukóvich en febrero de 2014/ Especial

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