Elisa Díaz Castelo o el magnetismo de la poesía

Oct 7 • destacamos, Lecturas, Miradas • 1714 Views • No hay comentarios en Elisa Díaz Castelo o el magnetismo de la poesía

 

POR MARTÍN SOLARES
Hablar de El libro de las costumbres rojas equivale a hablar de la frontera entre poesía y narración. Hablar de Elisa Díaz Castelo supone hablar de una autora que con sólo cuatro libros de poesía ya es una referencia y un motivo de admiración en lo que se refiere al planeta de la joven poesía mexicana. A diferencia de otros escritores, interesados en diminutos espacios crípticos, cuando Elisa Díaz Castelo escribe poemas apunta al universo, a veces a lo grandioso y externo, a veces a lo minúsculo e interior. Por la puntería de su mirada y el tono engañosamente coloquial de muchos de sus versos se diría que usa nuevos instrumentos para salir de cacería, pero están disimulados bajo capas de sinceridad extrema y auténticas dudas.

 

Su idea de la poesía a veces deslumbra por las extensiones que abarca, y a veces por los espacios tan minúsculos que examina. Cuando habla de sus ancestros no habla solamente de sus abuelos, sino que se remonta hasta el principio de los tiempos y la primera célula organizada, la primera madre unicelular de la cual descendemos todos, y cuando habla de su cuerpo no habla tanto de las partes visibles, por todos conocidas, como de otros seres que nos habitan y no son precisamente el alma:

 

Animalejos/ insidiosos o inocuos/ pero, ante todo, diminutos/ o, por lo menos, discretos. De varias patas/ o ninguna, redondos o alargados, con/ o sin ojos, con o sin dientes, asexuados/ o calientes, procreativos. Sobre todo/ invisibles o bien ocultos, invertebrados/ (por suerte), inveterados. Desde siempre/ nos habitan, huéspedes, y nosotros, anfitriones,/ no podríamos vivirnos solos, mantenernos./ Somos ellos: son nosotros. No hay dualismo/ ni monismo. Todo parasitario, todos parásitos: hay/ tantas células de microbios/ como células humanas en el cuerpo.

 

Creyente devota de la ciencia y de los átomos, desde niña se enteró de la expansión acelerada del universo, de la energía oscura que separa a los cuerpos celestes y se inició en la exploración y estudio de las cosas que suceden y se dispersan en este mundo, razón por la cual, publicó Principia, un extraordinario recuento de poemas que se ha vuelto un libro de culto entre los buscadores de poesía y no es una exageración. Allí Díaz Castelo descubrió que: “El universo es una alberca/ vacía donde los niños juegan,/ imitando las brazadas intrépidas/ de los nadadores/ o sostenidos de la orilla, en un intento/ por conocer el agua en su ausencia”, y descubrió también, que “Hay estrellas hasta que se acaba la vista,/ estrellas hasta que se cansa la luz/ (…) y más allá de eso, incluso/ donde no podemos ver, estrellas/ sigue el universo inalterable, siguen/ galaxias de entumidas espirales,/ porque la luz no llega, porque la luz no alcanza/ estrellas hasta que se nubla la vista,/ hasta quién sabe dónde y después/ aún, o eso dicen, estrellas/ (…) así/ con mis ausentes, no los muertos, los que viven / aunque no los vea.”

 

A ese interés por escribir sobre el principio de los tiempos y la personalidad del apocalipsis desde una mente científica, le siguieron Proyecto Manhattan, su primera novela en verso, o su primera obra de teatro postdramática, como bien dice Olivia Teroba, y El reino de lo no lineal, que mereció el Premio Aguascalientes. Hasta ahora estos libros y Planetas habitables, su nuevo libro de poemas, constituyen la constelación poética de Elisa Díaz Castelo.

 

Por el furor que han causado estos primeros libros, nadie debería quedarse sin leer el primer libro de cuentos de una escritora que suele explorar las direcciones en las que crece el universo. En El libro de las costumbres rojas (Elefanta, México, 2023), Díaz Castelo ofrece una docena de cuentos que se alejan de las formas convencionales y predecibles de los relatos cortos, en especial de la forma canónica del triángulo equilátero o el círculo perfecto descritos por Cortázar, de la punta del iceberg de Hemingway y de la historia que cuenta dos historias según Piglia, y prefirió crear pequeños artefactos que nos arrebatan de la tierra y nos hacen flotar en ese espacio aéreo difícil de ubicar pero imposible de negar al que nos vamos cuando leemos gran literatura. Si en Proyecto Manhattan usó recursos de novelista, en El libro de las costumbres rojas usa todo lo que ha descubierto como poeta.

 

Hay muchos ancianos, asilos siniestros, hospitales tenebrosos y casas pesadillescas en este libro, pero también en su mayoría los protagonistas son mujeres jóvenes con sensibilidad para las tinieblas, habituadas a recorrer esos espacios y entrevistar a sus moradores. A veces sienten tanta solidaridad por ellos que gracias a un giro de magia digno de Horacio Quiroga, se convierten en los entrevistados. Díaz Castelo investiga la vejez como un territorio minado en cuentos que concluyen con un estallido.

 

La muerte de los familiares ancianos es uno de los terrenos que aborda con enorme entereza Díaz Castelo, tal como lo ha hecho en sus libros anteriores, y al hacerlo las voces que cuentan estos relatos que todo lo registran y comentan, detectan instantes de gran poesía. Como escribió en Principia, refiriéndose a su abuela: “Acostada en la cama de la última noche,/ hundiéndose en su muerte sin salida,/ se sostuvo con fuerza de mi mano/ como si yo pudiera traerla de regreso”.

 

Y sin embargo, no todos los cuentos entran a la vejez con recursos ominosos, ni todos hablan de las herencias invisibles que recibimos de los que se van. El segundo territorio más explorado por estos cuentos es el difícil color rojo que tanto ama Anne Carson y tanto preocupa a los pintores: “La costumbre de las placentófagas” o “El principio de la gravedad” son dos de los mejores planetas de esta constelación por su habilidad para hablar de la violencia y de la muerte.

 

Dos méritos principales tiene este libro: la percepción poética de la amplitud del universo, que muchos practicantes del cuento desdeñan, y la creación de nuevas formas de narrar. En lugar de usar las vías convencionales, Díaz Castelo crea documentales extraños, formados por monólogos poéticos; retratos de un árbol de navidad que tarda meses en ser recogido, pequeñas novelas cortas donde entramos a una dimensión fantástica, aventuras que comienzan como una historia realista y terminan con una carcajada cósmica. Con ello confirma que la literatura es esa fuerza magnética que impide que los planetas se dispersen. En El libro de las costumbres rojas Elisa Díaz Castelo demuestra que es posible descubrir nuevos planetas cargados de poesía cuando la autora es una auténtica poeta. Cabe suponer que aún descubrirá nuevas constelaciones en las que ocurra ese inconfundible magnetismo al que llamamos literatura.

 

 

FOTO: Elisa Díaz Castelo recibió el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena 2019. Archivo EL UNIVERSAL

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