Elogio de la borrachera

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Para entender a la humanidad es necesario comprender sus hábitos, uno de los más universales es su relación con el alcohol y los ritos sociales alrededor de la bebida

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POR LEONARDO TARIFEÑO

Twitter: @leotarif

Si hay algo universal en este mundo, es la borrachera. Le pese a quien le pese, lo cierto es que el alcohol ha acompañado cada paso evolutivo de la especie con lealtad y constancia, valores que escasean hasta en los propios humanos.

 

 

“Si te encuentras con alguien, bebes; si te separas, bebes; si haces un amigo nuevo, bebes; si cierras un trato, bebes; mientras bebes te peleas y luego te reconcilias con un trago”, escribió el novelista Frederick Marryat, más certero que irónico. Hoy se sabe que ya en el período Neolítico, 7 mil años A.C., se consumía alcohol en la región que corresponde a la actual China. La Biblia recuerda que, tras el diluvio, lo primero que hizo Noé fue plantar una viña. Y el mismísimo Cristo convirtió el agua en vino en las bodas de Caná. Del culto a Dionisos a la celebración formal del cocktail, siempre se bebe “para pasar de un estado a otro (…) Y, en cada ocasión, beber significa algo: quiere decir que las cosas han cambiado, que un nuevo y ligeramente entonado mundo está aquí”. Ante una omnipresencia tan decisiva a lo largo de la historia, ¿explorar los hábitos alcohólicos podría representar una forma adecuada de entender a la humanidad?

 

 

Tal es la provocadora hipótesis que surca Una breve historia de la borrachera (Ariel), el muy disfrutable ensayo donde el inglés Mark Forsyth sugiere que la aparición del alcohol en las distintas culturas se explica por la irrefrenable costumbre humana de intentar pasárselo bien cueste lo que cueste, bajo cualquier circunstancia, donde sea y con quien quiera. Y no sólo eso: según Forsyth, el deseo de beber habría resultado fundamental para convertirnos en lo que somos. De acuerdo a su planteo, el alcohol presente en algunas frutas activó el hambre en los primeros homínidos y terminó por animarlos, con fuertes crujidos en el estómago, a bajarse de a poquito de los árboles. ¿Alguna evidencia histórica respalda esta teoría? Tal vez. En las colinas turcas de Göbleki Tepe, donde se levanta un santuario de más de 10 mil años de antigüedad, se descubrieron rastros de oxalato, la sustancia química que se forma al mezclar la cebada y el agua. “Por eso, parece que Göbleki Tepe era un lugar de reunión en el que las tribus se encontraban y bebían cerveza juntas —intuye Forsyth—. Esto nos lleva a la gran teoría de la historia humana: no comenzamos a cultivar porque quisiéramos comida, de eso había mucho por ahí. Comenzamos a cultivar porque queríamos alcohol”.

 

 

Las conclusiones de Forsyth pueden sonar exageradas, pero es muy probable que no sean del todo falsas. En la civilización sumeria, la primera de la que se conservan registros, la bebida similar a la cerveza que consumían era tan importante que hasta se usaba como moneda de cambio. Las referencias a la “borrachera sagrada” son constantes en el Antiguo Egipto, una cultura que consagró la unión de sexo, música y divinidad al combinarla con los efectos orgiásticos del alcohol. En Grecia, la ética del virtuoso se ponía a prueba durante sus esplendorosas bacanales, las mismas que los romanos transformaron en una celebración suprema del poder que legitimaba, para quien pudiera, la consumación de los sueños de dominio y lujuria. Y es sabido que, como menciona Forsyth, “cuando los antiguos persas tenían que tomar una decisión política importante, la discutían dos veces: una borrachos y otra sobrios; si llegaban a la misma conclusión en ambos debates, actuaban”. Casi no hay cultura o sociedad donde el alcohol no esté presente, tal vez porque, como subraya el autor, “cualquiera sea el lugar y el momento donde hayan existido humanos, estos se han reunido para embriagarse. El mundo experimentado en soledad y sobriedad no es, y jamás ha sido, suficiente”. La borrachera es tan universal y humana como el desenfreno, la alegría y la diversión. Y quizás por eso mismo su historia también es la de la censura, la represión y el control.

 

 

Escrito en un tono ligero y accesible, Una breve historia de la borrachera resulta saludable y refrescante como un buen trago, gesto que se agradece especialmente en un asunto donde hay tantas visiones contaminadas de solemnidad moral. En su rastreo y análisis, Forsyth reivindica una vida capaz de apreciar la identidad ilustre del alcohol, consciente de su potencialidad lúdica y alejada de los temores de las fuerzas que la bebida puede convocar. Lo curioso es que, para los estándares culturales de nuestro siglo XXI, la propuesta de Forsyth parece ubicarse en la frontera con el escándalo. Y es que, en un mundo en el que la prioridad absoluta la tienen las estrategias de control social (en México, la última prueba la dio la “ley seca” puesta en marcha en distintos lugares durante los primeros días de la pandemia), la relación con el alcohol se ve mediada por el Estado, la iglesia y la familia, todas instituciones para las que el consumo alcohólico se mide únicamente en términos de responsabilidad o abuso, dentro de formas muy ritualizadas de beber. Las concepciones sacras que ven un dios en el fondo de la botella, así como aquellas para las que el alcohol allana el camino hacia la franqueza y la honestidad (canonizadas con el proverbio latino in vino veritas), se catalogan hoy como formas microscópicas de locura, pecado y extravío moral, puertas de ingreso a una existencia marginalizada que conviene evitar.

 

 

Tal como el trabajo de Forsyth deja claro, las maneras de beber dicen mucho del tipo de sociedad en la que se vive, cuáles son sus miedos y pasiones, de qué está hecha su idea de libertad y a qué dios elige consagrarse. Allí donde se cree que dios está en el vino, a nadie se le ocurre beber con culpa o vergüenza; en cambio, cuando las divinidades de una época bendicen el productivismo, la imagen pública, el status y las conquistas materiales, el alcohol pasa a funcionar como una vía de escape y muchos de los atributos místicos y sociales que lo enaltecieron desde tiempos neolíticos pasan desapercibidos. O quizás no. Como concluye Forsyth, “los humanos jamás se aburren mientras están ebrios”. Al leer Una breve historia de la borrachera, tampoco.

 

 

FOTO: Una breve historia de la borrachera, de Mark Forsyth. Traducción de Constanza Gutiérrez. Planeta, 2019, Ciudad de México, 239 pp.

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