En el Teatro Colonial

Oct 31 • Conexiones, destacamos, principales • 3927 Views • No hay comentarios en En el Teatro Colonial

POR PATRICIA GONZÁLEZ

 

Asiste por segunda vez al Teatro Colonial. No desea invenciones que prestigien sus recuerdos, por eso regresa. Sin embargo, ya ahí, reconoce una inesperada sensación de curiosidad e incertidumbre que, como corriente eléctrica, galvaniza sus músculos. El escenario muestra un aspecto abigarrado, huele a orines y perfume barato. Hay de un lado a otro hombres maduros, algunos ebrios, mal vestidos y, en las primeras filas, adolescentes expectantes.

 

Pese a que se siente fuera de sitio, por ser la única mujer joven, nadie la molesta. Su acompañante le acaricia la mejilla y le esboza una leve sonrisa. Ella, ya más tranquila, contempla la escasa escenografía.

 

Iniciado el espectáculo, ve que desfilan lentamente por la angosta pasarela muchachas que ofrecen sus cuerpos y rostros sonrientes. Intentan provocar el aplauso, pero repiten hasta el tedio rutinas mal hechas. Se ven patéticas al fingirse diabólicas. Algunas provocan las agresiones del público, que comenta a gritos y entre carcajadas: “¡Está más fea que la que tienes en tu casa!” “¡Órale, cúmplanle, no le saquen!” “!No sean cobardes!” Ellas responden con señas obscenas y alcanzan a vengarse impidiendo que algunos las toquen.

 

Las vedettes, seguras de su belleza, incitan al público a que se acerque. Actúan sin recelo y, como domadoras, marcan con un bastón o un gesto de desprecio límites al placer; luego se arrastran realizando los movimientos del coito en el suelo contra el aire. Piensa que se repite ad nauseam algo sórdido además de tedioso.

 

Conoció el Teatro Colonial porque un amigo, años atrás, lleno de entusiasmo la llevó. Le mostraba sus gustos e intuía que apreciaría el burlesque. Se sentía segura con él, pues sabía aquilatar sus actitudes. Recuerda que él exclamaba: “¡Qué cuerpo de mantequilla, qué bella!”, cuando apareció en el escenario a hacer su rutina una hermosa muchacha que ya no había visto anunciada en la cartelera. Eternizado en la memoria aquel gozo, cobra vida la carga de significados que adquiría el burlesque. Recuerda que actuaban alegres, y que esa forma de buscar la belleza, pese a todo, puede cambiarla. Es terrible y maravilloso al mismo tiempo, pero la euforia se contagia en el teatro.

 

Empieza el segundo acto, se sigue esperando el milagro. Se anuncia Sisí, una nueva estrella. Por fin aparece la mujer que embellece la noche. Ataviada con un body blanco, bien maquillada, bajo la sola luz de las diablas, exhibe la morena sus largos cabellos negros y sus ojos almendrados. Mecida por una suave melodía, conjura un hechizo que se extiende a todo su cuerpo desde las caderas dulces. Tiene la fuerza de la belleza adolescente.

 

Para cuando sigue la actuación de la siguiente vedete, se han metamorfoseado sus sensaciones. Ve a la artista que hace una danza decantada por la experiencia; se mueve al son de una samba integrada a la euforia del público. Vestida con una malla roja de muy fino encaje, se ve distinguida. Su cuerpo blanquísimo y su claro cabello casi se desvanecen en la semipenumbra, acuciando la urgencia de aquellos seres cada vez más sedientos de ella. Balancea sus pequeños hombros y se ve que goza el vaivén de su trasero, disimulado por una minifalda ligeramente bordada en pedrería. Con miradas lascivas hipnotiza al público y entusiasma a los frenéticos; al prodigarse a tantos, a todos, hasta un viejo desdentado es alzado en vilo por sobre las butacas para que le bese el pubis en la pasarela. La adorada lo esquiva con un poco convincente sadismo.

 

Comprende entonces que aún sobrevive el viejo recuerdo y luego se percata del rostro complacido de su acompañante.

 

Al salir, en el lobby del teatro, examina las fotografías de las vedettes exhibidas. Entonces ve que las dos señaladas estrellas de la función de media noche se alejan en un auto negro, conducido por un hombre mal encarado; seguramente para ir a actuar por diversos cabaretes, hasta la aún lejana madrugada. (Una versión anterior de esta crónica fue publicada en el Sábado no. 766 el 6 de junio de 1992).

 

 

*FOTO: Huberto Batis ha sido escritor, ensayista, editor y formador de figuras del periodismo cultural mexicano, además de ser profesor universitario por muchos años/ Especial.

 

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