En los reinos del patriarca
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El retrato de un patriarca tiránico, que gobernó Guatemala a sangre y fuego, es intercalado con el retrato del abuelo del autor en esta novela que hereda de la literatura latinoamericana una fascinación casi obsesiva por los dictadores
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POR SANTIAGO GONZÁLEZ SOSA Y ÁVILA
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El día del atentado el presidente Manuel Estrada Cabrera, quien gobernó Guatemala de 1889 a 1920, se salvaba de nuevo. Esta vez gracias a la brisa y al sutil movimiento de una bandera. ¿Qué tenían que ver con esto los abuelos de César Tejeda?
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Él mismo lo descubre en su novela Mi abuelo y el dictador (Caballo de Troya, 2017) que parte de la siguiente anécdota familiar: Antonio Tejeda fue detenido por esbirros de Estrada Cabrera y obligado a caminar 45 kilómetros, de La Antigua hasta la ciudad de Guatemala. Mientras el pelotón iba a caballo, Victoria Fonseca los seguía en una misión suicida, decidida a salvar o vengar la vida de su marido, con bebé en brazos y un revólver escondido en los pañales.
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El autor busca comprobar si esta leyenda es cierta pero para ello debe responder, de entrada, ¿por qué arrestaron a Papa Tono? Y, más importante aún, ¿cómo o por qué sobrevivieron ambos abuelos a lo que hubiera supuesto un fusilamiento seguro?
Es así como comienzan a intercalarse dos historias, la de los Tejeda por un lado, y la del dictador y su presidencia por el otro. La primera, a ratos cómica, nos habla de un matrimonio de lo más inocuo al que el azar los lleva a cruzarse en el camino del dictador. Antonio, un agricultor parco de carácter que no busca más que ganarse el amor y respeto de Victoria, varias veces se tropieza con la autoridad pese a que hace todo lo posible por evitar tener problemas con ella. Por su parte, Mama Toya, como también le llama, es una “mujer arrecha” que toma las riendas de la familia cuando lo ve necesario, es decir, frecuentemente.
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Tejeda desarrolla ambas líneas narrativas ya sea basándose en documentos, o rellenando vacíos y distorsionando hechos desde su imaginación, sin que necesariamente se distinga qué de ellas es ficción y qué un resumen documentado. Además, agrega una tercera línea que vincula las demás: la suya. En ella describe su investigación en tiempo real y, con reticencia, recrea la angustia que debió sentir al sumergirse en esta búsqueda de respuestas donde no siempre las había.
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En ese sentido, el libro ocupa un lugar próximo a los “relatos reales” de Javier Cercas pues comparte un planteamiento similar al de, por ejemplo, Soldados de Salamina en tanto que el autor rastrea el origen y la veracidad de una anécdota. En sí tal anécdota es intrascendente para la Historia pero forma parte de una narrativa macrocósmica en comparación. Para Cercas es la Guerra Civil española; para Tejeda, la dictadura de Estrada Cabrera, la más larga que ha padecido Guatemala.
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A lo largo de 400 páginas Tejeda retrata a un patriarca por demás interesante que sin embargo ha sido condenado al olvido. Entre otras curiosidades, tan desmedida era su mamitis que obligó a Rubén Darío a escribirle poemas a Joaquina Cabrera, su madre. Es más, el dictador resultó ser un verdadero encantador de escritores; tanto Enrique Gómez Carrillo como el mexicano Federico Gamboa le dedicaron páginas de elogios; y Miguel Ángel Asturias se inspiraría en él para escribir El Señor Presidente. Tejeda también cuenta que Estrada consideró lanzar una campaña militar para recuperar Chiapas y que sobrevivió a no menos de ocho atentados. Pero lo más llamativo es quizá la magnitud de su superstición: consultaba con hechiceros, vivía obsesionado con el número 21, y le temía a los abriles desde que una gitana predijo que sería derrocado en ese mes (presagio que finalmente se cumplió). La gente, por su parte, coincidía en que Estrada Cabrera adivinaba los pensamientos y que también podía identificar a cada guatemalteco, de qué familia venía y qué propiedades le pertenecían.
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Mi abuelo y el dictador hereda de la novela latinoamericana una fascinación casi obsesiva por los dictadores así como territorios de lo real maravilloso, en los que volvemos a aceptar eventos extraordinarios sin mayor asombro, con una inversión. En esta novela entre más verosímiles parecen los episodios, más probable es que se traten de contribuciones imaginativas del autor y, entre más disparatados, más probable es que hayan salido de crónicas u otros documentos. Cualquiera diría, por ejemplo, que el oximorónico Volcán de Agua pertenece a un reino de fantasía, igual que los septuagenarios primos hermanos del narrador de veintitantos. Pero son reales, como lo es que en Guatemala sea común morir atrapado en un asalto —si el asaltante eres tú; o que su capital se haya trasladado— con todo y habitantes—, no una ni dos ni tres, sino cuatro veces durante el período colonial.
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Gracias a una gran labor detectivesca que le da parcialmente origen, esta novela no está lejos de las mejores muestras de periodismo narrativo, como tampoco lo está de sus predecesoras latinoamericanas. Específicamente, Tejeda no esconde la gran influencia de García Márquez. La gitana, los ecos de los José Arcadio y Úrsula en Antonio y Victoria, así como el patriarca y la temible United Fruit Company terminan conformando una referencia sostenida a varias obras del colombiano.
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Mi abuelo y el dictador es, después de todo, el intento de Tejeda por responder si su estirpe es de aquellas condenadas a cien años de desventuras, un intento que se disfruta de cubierta a contracubierta.
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Foto: Mi abuelo y el dictador, César Tejeda, México, Caballo de Troya, 2017, 408 pp. / Especial
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