“Mi escritura se da por acumulación de vida vivida”: Respuestas a Jacobo Sefami
POR ESTHER SELIGSON
En febrero de 2006, Jacobo Sefami, profesor de la Universidad de California en Irvine, le envió un cuestionario a Esther Seligson, entonces de 64 años y residente en Jerusalén. Las preguntas se referían a la novela La morada en el tiempo, que Seligson publicó en 1981 y que había sido reeditada, con correcciones, en 1992 y en 2004. Las respuestas de la autora llenaron siete cuartillas y han permanecido inéditas hasta hoy.
Sefami empezaba su cuestionario con una cita de Noms propres, de Emmanuel Levinas: “Salida hacia el otro hombre. Como si la humanidad fuera un género que admite al interior de su espacio lógico —de su extensión— una ruptura absoluta, como si yendo hacia el otro hombre, se trascendiera lo humano hacia la utopía. Como si la utopía fuera no el sueño o el precio de una errancia maldita, sino la claridad donde el hombre se muestra”.
Las preguntas fueron las siguientes:
1. ¿Cuál es el trasfondo filosófico del libro?, ¿qué filósofos pudieron haber inspirado la idea de “vivir en el tiempo”? Si el tiempo es un discurrir continuo, que se dilata a través de un espacio, entonces deja de transcurrir, se vuelve un estatismo espacial, como si se tratara de un cuadro cubista. En este sentido, ¿cómo podría concebirse el pasado, el presente y el futuro?
2. ¿Se podría argüir que el exilio, la diáspora de los judíos se ofrece bajo un aura total que parece no tener fin, como si se borraran las fronteras reales del tiempo (en algunos fragmentos, literalmente aparecen juntos el edicto de expulsión de España y la alusión al Holocausto, como si no hubieran pasado 450 años)? A la vez, ¿no implicaría eso que la fundación de Israel iría en directa contradicción en cuanto a que finalmente sí hay una morada en el espacio? De hecho, como me dijiste antes, la última edición ha eliminado ciertos fragmentos que abundan acerca de la idea sionista de volver a la tierra de promisión (aunque no los ha descartado todos). Pero me parece que la idea de la tierra de promisión subsiste como una especie de utopía que no llega en la novela. ¿Cuál es tu posición al respecto? Es decir, ¿qué implicaciones tiene en la novela la fundación de Israel?
3. ¿En qué medida el espíritu abarcador de esta novela haría posible concebirla como una novela emblemática de la experiencia judía?
4. La insistencia inicial en la rivalidad entre Jacob y Esaú hace pensar en la fundación de un pueblo (el de Israel o Jacob) basado en el ingenio, la rebeldía o, como se dice al final del primer capítulo, de “desafío a la autoridad, un loco sueño de evasión y libertad” (p. 14). Pero obviamente surge un problema ético asociado con esta rebeldía y con el usurpar un lugar que no le correspondía. Por otro lado, las referencias continuas a la persecución y el exterminio derivan en la historia lamentable y lacrimosa del judaísmo. ¿Podrías explicar cuál es tu visión ética en la novela?
5. Dada la diáspora a través de los siglos, el territorio para habitar también es el de la palabra, el del lenguaje. Me parece que en la novela se insiste en la Palabra.
6. En tu novela parece darse la noción del otro levinasiano, como un imperativo de reconocimiento del prójimo, pero a la vez se trata también de la huella del otro, del Dios ausente que ha dejado rastros de su presencia. Favor de comentar al respecto, sobre todo haciendo referencia a tus ensayos englobados en Escritura y el enigma de la otredad.
7. Los arquetipos que aparecen en la novela (la vieja, el ciudadano, el alquimista, el amante, la amada, etcétera) pueden ser vistos como personajes simbólicos, pero a la vez según me contaste representan la historia familiar y autobiográfica. Ese plano es importante para comprender que cada una de las historias se hilvana y que la historia tuya, personal, también puede ser algún modo la mía.
Jerusalem, febrero 18 de 2006
Jacobito de mi corazón:
Antes que nada y primero que todo, quisiera dejar bien asentado a través de esta Olivetti portátil lettera 25 portuguesa que mis “reclamos”, exabruptos, sofocos, impugnaciones y demáses no son contra ti personalmente ni impersonalmente: tengo una manera muy intemperante de comentar mis propios escritos (y no se diga los ajenos, ya lo experimentaste, coitadinho, en carne propia), tal vez por un extremo pudor, pero sin lugar a dudas porque no me gustan los académicos con sus teorías y sus métodos de interpretación tan racionales y entomológicos… Ése es MI problema, ya lo sé… Hace poco encontré en La mujer justa de Sándor Márai exactamente expresado lo que espero de mis lectores (porque es lo que pido como lectora, a mi vez): “sólo obtienes algo de los libros si eres capaz de poner algo tuyo en lo que estás leyendo. Quiero decir que sólo si te aproximas al libro con el ánimo dispuesto a herir y ser herido en el duelo de la lectura, a polemizar, a convencer y ser convencido, y luego, enriquecido con lo que has aprendido, emplearlo en construir algo en la vida o en el trabajo…”. Toda esa página de la novela (Ediciones Salamandra, Barcelona, 2005, pág. 215) puedo firmarla como mi credo y testamento, mi aspiración en tanto escritora. Pero, vayamos al grano de tu cuestionario (que en el fondo debo agradecerte porque me confronta con 26 años de vida, concretamente a partir de noviembre 1979 a abril 1980, periodo en que el 90% de La morada fue escrito en un Madrid que ya no existe, como no existe el Israel a donde vine a dar despuesito y por barco hasta Haifa desde Brindisi… suspiro…), mismo que me ha tenido la cabeza ocupada en rememorar, resumir y sacar conclusiones (como en Yom Kipur) y descubrir cosas interesantes al respecto… Y ahí va como vaya saliendo y tal cual.
La morada en el tiempo no es un libro histórico, sino de acontecimientos que se han repetido y se repetirán a lo largo de la historia de la humanidad. No existe una Verdad única, como tampoco existe La Realidad como un todo coherente, sino que tanto la verdad como la realidad (sin mayúsculas) son a fin de cuentas un asunto cultural y de culturas. Existe, sí, un código ético, llamémoslo así, universal (aunque no sé si incluir a los reductores de cabezas y a los antropófagos en él) que para simplificar yo baso en la máxima de Hillel, “no hagas a otro lo que no quieras que hagan a ti”. De hecho descubro ahora que el libro es un diálogo con las diferentes versiones de judaísmo que recibí durante mi año de estudios en París en el Centre Universitaire d’Études Juives (CUEJ), 1974-1975, en especial durante los Coloquios de Intelectuales y donde conocí y escuché a Jankélévitch (cuya posición abierta me es mucho más afín que la de Levinas en cuanto al Otro, al Perdón, al Mal, etcétera. Su filosofía, el encuentro con ella, es simultánea a la de Levinas pues fue Juan Espinasa quien nos descubrió a ambos, y a E. M. Cioran, con quien igual dialogo en La morada para disentir profundamente sobre el “sentido” de la existencia que para mí siempre fue, conscientemente o no, metafísico, mucho más que místico), a Abecassis, a Raphael Cohen, a André Neher (cuyos libros sobre los profetas inspiraron mi “mensajero de la Voz” y que Jeremías personifica), a los dos hermanos Askenazi, y a toda la dichosa élite argelina judía parisina. Sin embargo, fue un modesto y sabio maestro, Monsieur Picard, ashkenazi del sur de Francia, que daba clases de Torá, quien más influyó en mí por sus sencillas preguntas frente a mis abismos existenciales y mi pleito casado con el patriarcalismo de Jehová, y por su actividad humana, realmente humana —mientras que los otros GRANDES, incluido Levinas (Jankélévitch no, pero a él apenas lo vi una vez y de lejos en la mesa de ponentes, sin embargo nunca se dio aires de nada, siempre fue mesurado y no sacaba la bandera del judaísmo como particularidad a cuenta de todo), nos miraban a los estudiantes con la conmiseración con que miran los olímpicos a los comunes mortales y peor si son mujeres— y su ortodoxia sin rigidez o intransigencias, o, lo que en otros sí descubrí, trampitas dialécticas. Monsieur Picard es el Maestro y las citas, que por ahí andan en La morada, que subrayan la parte universal, abierta, del postulado del judaísmo que Levinas resumió cuando dice que el papel del judío diaspórico es “dar testimonio de la imposibilidad de un mundo sin Dios”.
Pregunta número 1: Camus fue mi ídolo adolescente y su Calígula sigue siendo mi caballito de batalla en mis clases de Teatro sobre “la condición humana” junto con Antígona, Prometeo, Fausto y Don Juan. En consecuencia, y empalmo con tu pregunta número 3, la novela podría ser emblemática de la experiencia humana, de aquellos hombres que dicen No a la enajenación del espíritu, a las razones de Estado, a la predeterminación, a los fanatismos y particularismos, la esclavitud, la masificación, la pérdida de las identidades. Y aquí, claro, como buena judía, entramos al dominio de las paradojas porque resulta que, según esta humilde servidora, la única cosmovisión que ofrece una opción ética y filosófica, metafísica y mística, al mismo tiempo, capaz de otorgarle SENTIDO (en cuanto a dirección y a contenido) al ser y estar del ser humano en este mundo (de mierda) es la judaica justamente por establecer como base de la condición humana el libre albedrío (por encima incluso del imperativo divino) y hacerlo responsable, en consecuencia, del resultado de todas sus acciones. Otra noción básica es la de “vivir en el tiempo”, sin ataduras físicas (simbolizadas con la construcción de la sucá en el desierto, del tabernáculo nómada), ni espirituales (el shabat, día de no haber ningún trabajo que tenga que ver con la sobrevivencia corporal, entre otras cosas. Y el símbolo que une ambos planos es el del maná que se recibía diariamente, se recogía en doble ración para el sábado y dejaba de caer en ese día). De ahí que La morada en el tiempo esté permeada de simultaneísmo, como tú tan nítidamente le definiste, no sólo temporal sino espacialmente (no sé si me convence lo que dices del cubismo, porque yo más bien lo veo en forma de espiral, de un punto que se despliega en círculos espiralados tal como es en realidad el movimiento de la energía y como lo vieron desde los orígenes de la humanidad todas las mitologías simbolizándolo en la serpientes, los laberintos, el vuelo, etcétera). De ahí también que no existan Tierras Prometidas —sino como aspiración mesiánica, ergo utópica—, ni Pueblos Escogidos —noción que, por otra parte, todos los pueblos tienen como origen mitológico—, Razas Puras. La noción de la espiral implica que todo es Tiempo imbricado en el tiempo que se despliega en puntos temporoespaciales (ya no recuerdo quién supuso que yo literaturizaba la concepción bergsoniana), que la única Morada a construir sea la de la Palabra (el shock que sufría cuando en 1973 Cioran me regaló un libro de Jabès decidió mi “retorno” a las fuentes judaicas), en el sentido jabesiano más estricto. Otro ámbito en el que el tiempo no existe, y en consecuencia, tampoco el espacio, es el ámbito del sueño, ámbito en el que se mueven absolutamente TODOS mis escritos, es decir, ese dominio de la Consciencia Cósmica en el que coexisten todas las realidades de la imaginación, de la vigilia, de la razón, de los sentimientos, las pasiones, etcétera. El dominio, en suma, del mito, y resulta que podría afirmar que yo nací con un libro de cuentos de hadas y mitos incrustado en el tercer ojo y con un irrefrenable impulso de “desafío a la autoridad, un loco sueño de evasión y libertad”…
Somos seres en permanente tránsito llevando a cuestas nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro (los terafim o dioses titulares, oráculos portátiles —como el Tarot actual—), nuestra memoria ancestral —la Torá que cada pueblo se ha echado a cuestas—, con su identidad, sus miedos y esperanzas. Somos una paradoja literal, especialmente en tanto judíos, plagados de contradicciones, seres huérfanos de por sí, habitantes de la intemperie, y ahí están el ciudadano, la vieja, el mensajero, el alquimista como arquetipos de actitudes frente a la vida, al prójimo, de sentimientos y reacciones pasionales. Y está el arquetipo de la relación entre los amantes, los amados, la polaridad cuerpo/alma, espíritu/materia, bien/mal, luz/oscuridad, orden/caos, también en su simultaneísmo (ya encontré la imagen exacta para tu cubismo y mi espiral: ¡HOLOGRAMA!). De ahí el haber escogido tres ciudades clave: Toledo, Jerusalem y Praga en el espacio histórico, pero también están Tenochtitlan y Gerona, por ejemplo, y todas ellas son la mítica Jerusalem Celeste, la Ciudad de Dios…
Voy a releer este rollo y tus preguntas a ver qué falta…
Domingo 19
Jacobito:
Pues sí, falta, y mucho, pero empezaré por completar algunos detalles en relación a la visión holográmica de La morada: es la visión cabalística del Árbol de las sefirot, el árbol de la vida y del conocimiento del bien y del mal, el esquema de los diferentes mundos imbricados los unos con los otros, y de las diferentes “calidades” del alma que todos tenemos, es decir, de todo lo creado; es la imagen de la androginia primordial, no sólo corporal sino espiritual, etcétera. Entre las ciudades, axis mundi, está París, ese París medieval a cuyo mercado llega el alquimista como al centro de su propio ser.
Entre los que conforman lo que tú llamas “el trasfondo filosófico del libro”, están Erich Fromm y su Miedo a la libertad; Levinas, por supuesto, y muchas veces en confrontación con las visiones hasídicas y buberianas, pues nuestro querido lituano era ferozmente racionalista y me decía que “la mystique conduîte à la drogue”. Pero más que la filosofía (fui apasionada de los griegos —otra de las “bestias negras” de Levinas— y sigo siéndolo de su visión trágica de la existencia humana, máxime en el momento de la escritura de La morada, pues después el Tíbet y la India me han teñido de un cierto budismo) son los poetas (Rilke en primer lugar, Pessoa, Baudelaire, Séferis, Paz y su prosa también), todos los poetas imaginables, buenos, malos, pésimos, inigualables, que puede leer desde mis más lejanas infancias (Tagore, por ejemplo, me dejó el anhelo por la India clavado como un aguijón desde muy niña hasta que llegué allá a fines de 1994 como corolario de mis dos años en Jerusalem) de entre la irrestricta y no seleccionada literatura que mi madre tenía en casa y de un tinte más bien romántico (en Jardín de infancia hay un texto, “Retornos”, que la describe en ese aspecto), y los escritores que me acompañaron desde la adolescencia, Proust, Virginia Woolf, la Yourcenar (sus Feux, de entre los cuales llegué a traducir algunos, marcaron el ritmo de muchos de mis textos), Pavese, Clarice Lispector (La pasión según G. H. que leí en 1975 a mi retorno de París, en Zihuatanejo, durante las últimas vacaciones que pasé con los Joskowicz en familia, decidí mi entonces próxima y definitiva separación de la conyugalidad), Katherine Mansfield a quien Cioran adoraba y cuyas cartas y diarios él me regaló durante mi estancia en París (1974-75) y, en fin y obviamente, todo lo que pudo caer en mis manos de leyendas, cuentos, mitos y demáses del género incluidas las historias del Talmud y de los hasidim, del Rabi Nahman de Brazlav (el alquimista tiene mucho de él) y hasta de Maimónides (la parábola del Palacio del Rey, por ejemplo).
Sí, estoy de acuerdo 100% con el epígrafe de Levinas que abre tus preguntas y con él quiero pasar al ámbito político-ético-filosófico y sus implicaciones. Creo que cuando elaboré la primera versión de La morada, mi ideal de Israel era el ingenuo y ferozmente utópico que te inyectaban las organizaciones sionistas (la mía fue el Hanoar Hatzioní) allá por los 50 (y yo fui madrijá hasta fines de 1959, y mi kvutzá sí hizo aliá en casi su mayoría que, por cierto, ahora están burguesamente instalados en las Lomas de Tel Aviv), y con esa visión vine en 1980 después, como ya te mencioné, de haber escrito casi en su totalidad la novela (la imagen del puerto de Haifa —en la página 143 de la última versión— es la historia del primo materno de mi padre, Carl Alpert, gringo que así llegó y cuya casa, en el momento en que yo me encontré con él y su mujer, tenía una terraza que daba a la bahía. La linterna del barco que los trajo desde los USA en 1956 colgaba iluminada desde ahí. Por cierto que él fue quien tramitó el ingreso de Leo [el hijo mayor de Esther] al Technion de donde era el alma mater de la recolección de fondos y así fue como reconectó con los Seligson mexicanos y fue a dar a México en 1976. Mi visión se modificó, al igual que la realidad del país, durante la segunda estancia aquí, 1993-fines de 1994, pero la de ahora —llevaré cinco años el 23 de abril— no ha hecho más que confirmar lo que ya era una intuición en la primera versión —de ahí los fragmentos eliminados—, a saber:
Políticamente, y eso ya lo habían visto los profetas con claridad meridiana, Israel (Estado y pueblo) ha “traicionado” el principio de Justicia (los derechos humanos); éticamente, Israel (el Pueblo) ha “traicionado” el principio de la fraternidad (Amarás a tu prójimo como a ti mismo) mismo que la Biblia señala desde los orígenes de la humanidad con las historias de Jacob y Esaú, de Isaac e Ismael, y de ahí síguele hasta el ámbito de cualquier familia; filosóficamente Israel (en tanto Judío) ha “traicionado” el principio de la alteridad levinasiana en sus relaciones con, por ejemplo, su medio hermano (o “primo” como le dicen los israelíes), el palestino actual, y con ello cerramos el triángulo para tocar el vértice político. En suma, que el único que ha visto y descrito a la Humanidad y al ser humano a fondo y sin ningún tinte romántico —además de los profetas— es Shakespeare cuyo teatro para mi modo de ver es tan actual y “divino” como la Tora.
Sí total a tu pregunta número 6, y creo que ya está bastante “comentada”. Entre broma y en serio que a veces digo que La morada es mi versión balzaciana y shakespereana de la Biblia (incluidos los Evangelios dado que fueron escritos por judíos), de ahí que, en efecto, mi historia personal sea también la tuya y la de cualquier lector, pues aspiro a que éste sienta que cualquiera de mis textos que caiga en sus manos fue escrito para él y que a él se dirige personalmente, y La morada es también mi búsqueda personal de SENTIDO, el cuestionamiento del trasfondo ético de las relaciones humanas en relación a los imperativos divinos en tanto judíos (pues sí vivo mi judaísmo —y esto puede ser un atavismo o una impronta genética o culpa de las reencarnaciones— como una misión: y no me pidas explicaciones al respecto. Ya sé que contradigo toda la discusión que tuvimos por teléfono, pero mon cher ami, forma parte de la paradoja de pertenecer a este Pueblo (es) cogido, muy cogido), responsable, sí, escuchaste bien, responsable de la materialización del SHALOM (otro de los nombres del shabat y del simbolismo de Sucot) en el mundo y en el cosmos, ¡ni más ni menos! ¡y vaya soberbia!, por eso no nos quieren los antisemitas, what ever that means… En cuanto a mi posición considero al judaísmo y el ser judío como una manera de ser/estar en el mundo. Y en cuanto a Israel pienso como Jabès (páginas 92-93 de Escritura y el enigma…), pero yo separo eso que se llama “el problema judío” (¿cuál? A fin de cuentas el antisemitismo no es un problema judío sino de los otros en relación a los judíos) del Estado de Israel cuya existencia jamás he puesto en cuestionamiento y la considero perfectamente legal y justa, sin olvidar por supuesto el derecho de los palestinos a tener también su patria… Ahora bien, todo esto que he venido escribiéndote hasta ahora son reflexiones a posteriori que nada tienen que ver con lo que fue el proceso creativo de La morada: yo jamás hago planes sobre lo que voy a escribir (salvo cuando son ensayos, claro), ni me siento a la máquina con horas fijas de trabajo. En mí la escritura se da por acumulación de vida vivida (llevo un diario cotidianamente, es decir que estoy todo el tiempo escribiendo como un pintor que llevara su notebook de esbozos e hiciera dibujitos a cuenta de lo que ve y le impresiona el ojo), y de pronto sale una primera frase y lo demás se sigue de por sí. Es como si me dictaran, como si se hubiese llenado el recipiente de las vivencias de un cierto periodo y de pronto las palabras empezaran a gotear.
En el caso específico de La morada (como en Otros son los sueños, escrito por cierto también en Madrid y casi igual en menos de seis meses) fue como si me dictaran (con Simiente fue tan claro que hasta dormida escribía como los surrealistas, automáticamente) y yo tuviera que poner en el papel lo que escuchaba, estuviese donde estuviese (siempre cargo una libretita conmigo y tengo junto a mi cama un cuaderno) y mis sueños eran aterradoramente vívidos. Cuando escribo, cuando soy canal para la escritura me convierto en una suerte de pasión, de anónimo, de absoluto. Un verdadero horror para la convivencia y para funcionar en la vida de todos los días con sus pendejaditas. Por eso siempre he necesitado aislarme, como las parturientas, como los apestados… Y, pues ya está, espero… Lo que no tocamos fue el AMOR, su/mi exigencia de Absoluto (léase el texto sobre Agata en Escritura y el enigma…, pág. 76), de pureza, de totalidad y sacrificio en tanto ofrenda irrevocable… pero esto ya es arena de otro costal, así que por favor dame acuse de recibo en cuanto hayas recogido, leído y/o digerido este rollo literal… Gracias por tu interés, tu paciencia, el tiempo emocional e intelectual invertido en La morada, y por soportar a la a veces insoportable autora.
*Fotografía: Esther Seligson en Pondicherry, India, enero de 1995 / Foto: Archivo Esther Seligson