Entre pantanos, chinos y mosquitos

Jul 18 • destacamos, principales, Reflexiones • 3847 Views • No hay comentarios en Entre pantanos, chinos y mosquitos

POR RONNIE MEDELLÍN

 

 

En 1944 la Oficina de Servicios Estratégicos (Office of Strategic Services) de los Estados Unidos de Norte América, antecesora de la CIA, redactó el documento 2246 sobre las intenciones políticas y casi terroristas del movimiento sinarquista. Este movimiento les llamaba la atención por sus intentos de quebrantar la paz con revueltas campesinas y religiosas, así como su fallido intento de asesinar a Manuel Ávila Camacho, presidente en turno durante ese mismo año. En aquel reporte “Crisis in the Mexican Sinarquista Movement”,1 se integraron documentos públicos e investigaciones privadas sobre las intenciones políticas de aquel movimiento político de carácter religioso. Desclasificado en 1999, el documento mencionaba los territorios ocupados ideológicamente por los sinarquistas, entre los que estaban Baja California, Guadalajara, Guanajuato, Veracruz y Chiapas. Destaca este último estado por haber sido el escenario en el que Rafael Bernal situó las anécdotas de dos de sus libros de culto: Trópico (1946) y Su nombre era Muerte (1947). El primero es una recopilación de relatos protagonizados por personajes perdidos en el tiempo y en la selva descrita por el autor; son sujetos supervivientes al México post revolucionario, muchas veces figurados desde el estereotipo de sus circunstancias, caracterizados por sus ideologías y un uso del lenguaje acorde a su contexto. Ahí ya hay chinos, personajes centrales de la que sería su novela más famosa, El complot mongol (1969), pero son tan solo una de las tantas figuras malditas que se multiplican en las páginas de un libro que hoy pasa desapercibido por la crítica y el análisis literario. Por otro lado, Su nombre era Muerte es una novela muy comentada, aunque quizá poco leída, de una ciencia ficción carente de especulación, y que por su atrevimiento argumental ha sido clasificada como la primera obra de este género; a pesar de que sus hechos y personajes se desenvuelvan en lo más recóndito de una selva inexplorada y llena de una bruma mitológica, entre nativos, antropólogos, misántropos y mosquitos dispuestos a destruir el mundo.

 

 

Como se sabe, Rafael Bernal fue un personaje contradictorio para con su país y su tiempo, lo que le permitió revisar desde una posición única la complejidad de un México en constante cambio, beneficiado por una economía proteccionista bajo la sombra de un desarrollo industrial cobijado por los conflictos mundiales. Así, tanto en Trópico como en Su nombre…, evita acercarse al lugar común de lo mágico y lo folclórico como condiciones de los espacios no modernos (la selva chiapaneca en este caso), y prefiere atender al instinto de supervivencia de las comunidades no industriales, alejadas de la imagen del “buen salvaje”.

 

 

Trópico y Su nombre era Muerte fueron publicados con un año de diferencia por la editorial Jus, entre 1946 y 1947. México gozaba de estabilidad: había partidos políticos, un sistema electoral moderno y descrito algunas veces como infalible; su producto interno bruto iba en ascenso, gracias a la expropiación y la instauración nacional de diferentes empresas de extracción y transformación de materia prima con capital tanto simbólico como económico. La Segunda Guerra Mundial había fortalecido estas instituciones y la misma economía, que bajo los esquemas de protección al mercado interno y bajo la consigna de la sustitución de importaciones, suponían que la Revolución había terminado y que el siglo xx sería de México. Pero según el análisis crítico de Bernal la situación del país era la misma de siempre. Había democracia, sí, pero una que albergaba en sus enaguas el clientelismo y la burocracia. ¿Y la modernidad industrial? Una ficción tendiente al paternalismo, la ruptura de una economía liberal con miras a una dictadura del gobierno que pregonaba bajo su doble discurso la aniquilación de la libertad económica, social y moral, bajo el yugo de un estado-nación homogenizante.

 

 

Todavía en esta época, y bajo este contexto, Bernal compartía la ideología del sinarquismo que, según el documento de la cia antes citado, era un movimiento considerado por ambos gobiernos, el de México y el de EE. UU., como peligroso y de extrema derecha, deseoso de instaurar un gobierno religioso que apoyara al fascismo, al nazismo y hasta al falangismo español. Tal vez por la perspectiva que se tenía sobre el movimiento,2 fue que Bernal negó haber participado en el encapuchamiento de la estatua de Juárez durante una revuelta del partido sinarquista en 1946, episodio ya mítico de los pocos que se conocen de su biografía,3 tanto como su rompimiento con el partido y sus ideas más adelante —por repudio a los verdaderos objetivos que estos buscaban, como el dinero y el poder—. Sin embargo, el sinarquismo sí quedó como un estigma en la biografía de este autor de extensa bibliografía, que probablemente fue y sigue siendo relegado del canon mexicano del siglo xx, debido a que no era un liberal masón, ni un opositor de izquierdas, ni un priista ilustre del tipo Octavio Paz.

 

 

Sus lectores y estudiosos saben, sin embargo, que su literatura sobresale porque está despojada de un discurso meramente moralino y religioso. Bernal hizo una radiografía del país en medio del avance económico y de la guerra sucia, bajo un discurso propio y fuera del estigma en el que le tuvieron varios de sus contemporáneos. Como autor, fue un solitario; su carrera literaria era un desborde intelectual que caminó despacio y de forma prudente. Debemos de entender a Bernal como un autor que trabajaba para sí mismo y no para ningún grupo, mucho menos para gobierno o partido alguno. Entendámoslo como un hombre religioso pero jamás fue ignorante, a su ideología que tampoco fue inmóvil, y a la que siendo él todavía muy joven fue dejando en algunos de los relatos de Trópico, y después dio el carácter de tesis en Su nombre era Muerte. Alejado ideológica e intelectualmente del nacionalismo de moda en aquella época, representado no sólo en escritores sino también en artistas plásticos como los muralistas, Rafael Bernal se decantó por la escritura de un mundo real y alejado de la fantasía del mexicano exótico, extraño para los convencionalismos del folclorismo literario y a aquella revolución jamás resuelta.

 

 

Chiapas: el lugar donde no le hizo justicia la Revolución

 

Durante la expansión del sinarquismo en la región del Bajío y estados aledaños, se tomó la decisión de llevar el movimiento a estados del sur como Veracruz y Chiapas. Para la ya desaparecida Oficina de Servicios Estratégicos, este movimiento no fue para nada azaroso, sino estratégico: sobre todo Chiapas era un lugar donde la Revolución no se había materializado y la situación permanecía como en antaño, a pesar de que el estado estuviera dentro del programa de la Reforma Agraria, creado por el presiente Lázaro Cárdenas. Como se sabe, esta Reforma buscaba fortalecer el campo mediante la repartición de tierras, lo que inconformó a particulares y la Iglesia, dueños de casi todo aquel territorio. Estas tierras se convirtieron en ejidos y fueron repartidas mayormente a indígenas, la mayor parte de la población chiapaneca.

 

 

En la década de los cuarenta, las constantes luchas entre el nuevo sindicato conocido como la CNC y el movimiento sinarquista por el control de las tierras, hicieron de Chiapas un terreno fértil para el imaginario de Bernal, quien durante esos mismos años vivió en aquel lugar por razones que muchos seguimos desconociendo. Lo que sí entendemos es que aquella estancia en el sureste del país, le dio al autor materia, material y pretexto para hablar sobre la fallida Revolución, desde la imaginación que le despertaba aquel lugar que era inhóspito por varias razones. En Chiapas se vivía un sentimiento religioso propio y único, alejado del catolicismo de las grandes ciudades de México —algo que seguramente sorprendió a un creyente como Bernal. Segundo, era una localidad con un alto nivel de analfabetismo y, tercero, había un extendido desconocimiento del idioma castellano.

 

 

Trópico es una obra sin grandes ambiciones que se compone de seis diferentes relatos con personajes propios de la región de Chiapas. Los ambientes naturales de ese estado, como el pantano, la costa y la sierra son tanto el paraíso como el infierno para cada uno de los personajes. En las últimas líneas del prólogo se apunta:

 

Porque en la selva húmeda no ha entrado la palabra de Dios, ni el nombre de Cristo; y en los esteros y las pampas los hombres han arrojado a Dios de sus corazones, para entregarse a la codicia, engendradora de males.

 

            ¡Costa de Chiapas! ¡Costa sin Dios y sin Cristo! Fértil esperanza de una mañana mejor.4

 

 

Bernal se fija en la dificultad de la Iglesia para introducirse en la difícil sierra e inhóspitos pantanos de Chiapas, donde además el problema de la lengua y la resistencia cultural del lugar hacía difícil el trabajo de los evangelizadores. Esta preocupación queda clara en diferentes relatos del libro; por ejemplo en “Tata Cheto”, donde se narra la mentalidad fría y oportunista de una especie de gobernante o líder del pueblo, que bajo engaños y astucia logra hacerse rico de la fe ciega de los pobladores. En el cuento, Bernal devela las dificultades de vivir en un terreno hostil como el de la selva, “La brisa había desaparecido totalmente y en la misma selva el silencio se hacía angustioso y pesado”,5 aunque no deja de ser optimista y al mismo tiempo suponen fortaleza y la superación de uno mismo, “Lejos de los manglares sudorosos de la selva agobiadora, viví en ti, ¡oh sierra, madre mía!, un nuevo bautismo para una nueva vida llena de fuerza y de ilusión”.6 El personaje narrador del relato, cuenta su peregrinar para conocer a Don Ernesto, un hombre que conoce el territorio y que ha sido tan exitoso que todo mundo quiere trabajar para él. Se trata de una especie de Coronel Walter Krutz de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), que logra mimetizarse y entender a la gente del lugar, aunque sin todo ese velo esotérico y poético del personaje protagonizado por Marlon Brando.

 

 

En esta selva donde, literalmente, no ha llegado ni Cristo, Bernal propone un estado donde tampoco existe el Estado: la ley no es la Constitución, sino los deseos de personajes sombríos que sortean su vida y la de otros por el mero gusto de sobrevivir. En los relatos de Trópico se vive la ley del más fuerte, que es decir la de los hombres valientes, según uno de los personajes de cantina de “La media hora de Sebastián Constantino”:

 

 

—Hay toros que escarban y luego nada… ¡Nada!

Este era el momento. Pensó su frase, que debería ser algo así:

—Pierda cuidado, amigo: cuando ojeo un venado, no se me va.7

 

 

Sebastián Constantino es el protagonista de este cuento escrito impecablemente, donde el narrador se adjudica la posición de un juez que va pasar la próxima media hora con Sebastián y el hombre que mató a su hermano. Narrativamente, aquí ya hay guiños con la novela negra, género del que Bernal se volvería maestro, pues la estructura sumerge al lector en la consciencia de uno de esos hombres valientes que, hartos de la venganza y de la ley del más fuerte, esquiva a una sociedad deseosa de sangre a través de su idiosincrasia pública de verdadero macho.

 

 

En “Tata Cheto”, “La media hora de Sebastián Constantino” y casi todo el resto de los relatos de Trópico, sobresale el tema de la venganza y la muerte como motor de muchas acciones. Otro ejemplo está en “Lupe”, donde el personaje homónimo se encuentra en la búsqueda de su libertad, es consciente de que para conseguirla hay que luchar por ella; de lo contrario, lo mejor es morir de hambre o de una enfermedad tropical. La venganza de Lupe se ve concentrada en el personaje de origen chino que aparece ahí, como un pequeño guiño adelantado a El complot mongol, su novela más celebrada. Por otra parte, la venganza se convierte en un sentimiento que nubla la visión de los personajes, y junto con la idea del honor son propiedades alquímicas que crean los nudos dentro de la relatoría de Bernal, por ejemplo en cuentos como “La niña Licha” y “El compadre Santiago”. En todos estos relatos, los personajes más allá de ser estereotipos regionales, se proponen como el catálogo de una “memoria mimética” que demuestra la variedad de personajes que se esconden dentro de la selva inexplorada y desconocida para el hombre de la ciudad, y que han alejado a Dios de su corazón, como se menciona en el prólogo.

 

 

Alejados de Dios como están, según Bernal, la angustia existencial de estos personajes se reduce a cuánto tiempo deben de esperarse para cumplir con una venganza; decidir cuánto hay que esperar para subsanar el honor mancillado o perdido. La respuesta se evidencia en la psicología de Lupe o de la niña Licha, también en la del pobre Santiago, quien antes de poder cobrar venganza por el alma de su hermano asesinado, grita: “Virgen Santísima —rezaba Sebastián Constantino—, no me quiero morir”.8 O en la de Daniel, del mismo relato, quien intenta hacerle justicia a su nombre y con pensamientos de venganza encuentra la posibilidad de deshacerse de su dueño, el chino que lo controla todo y que bajo las peripecias de enterrar a su compadre Santiago, decide inventarse una historia y seguir como siempre, como el mismo Lupe y el pobre Ambrosio, que en su necesidad de que se le honre, se ve envuelto en los encantos de una bella mujer chiapaneca.

 

 

Sin embargo, otro factor debe ser aquí considerado. No es solo el alejamiento divino lo que ha hecho de estos personajes lo que son. También es el ambiente, la misma selva destructora la que los ha hecho así, según explica Bernal en Su nombre era Muerte:

 

Allí aprendí lo que es la selva destructora, la selva enemiga, la selva que suda muerte, pero mejor que las ciudades, más benigna, más dulce. La selva, cobijadora de desgracias, ocultadora de amarguras y de odios, la selva bendita. Quien quiere vivir en ella, puede hacerlo si se sujeta a sus leyes y se conforma con ser un adorador miserable entre tanta magnificencia, si se conforma con dejar a un lado su orgullo de hombre, para ser tan sólo un arrimado, un advenedizo sin derechos, que vegeta a la sombra de la bondad de la selva.9

 

 

Los chinos antes de El complot mongol

 

Conviene hacer un pequeño apartado que deje constancia de algunas de las figuras que poblarán el universo de Bernal, a partir de su estancia chiapaneca. No se puede hablar de Trópico, por ejemplo, sin mencionar la presencia de personajes chinos, famosos en el imaginario sobre Bernal debido a su papel en El complot mongol. En Trópico, los chinos aparecen en un par de relatos y su papel no es meramente secundario ni de repertorio. Al contrario, tienen un rol específico tanto en la obra como en ese concepto de “ley de la selva” que estructura muchas acciones.

 

 

En El complot mongol a los chinos se les llama “chales”, pues ya que se trata de inmigrantes chinos que viven en sectores de la Ciudad de México, debe caracterizárseles con el lenguaje propio de la región. Estos singulares chales fueron representados en Trópico como parte de la maldad subyacente a las difíciles tierras de Chiapas y que, a falta de una ley oficial o a los ojos de las autoridades del tiempo, llevaban a cabo y al pie de la letra su propia ley: la del más fuerte. Bernal los representa como caciques al mando y controladores de tierras, víveres y armas. Por ejemplo, en el relato de “El compadre Santiago”, el chino, dueño de la tierra donde el difunto personaje trabajaba, decide simplemente lanzar su cuerpo al pantano para alimentar a los cocodrilos y a otros animales. Su compadre Daniel decide hacer justicia y honrar el nombre de su querido compadre con la idea de darle santa sepultura bajo tierra y a la sombra de una cruz, prometiendo a su comadre que hará todo lo posible para llevar el cuerpo a la costa. El chino amenaza a Daniel, pidiéndole que no se tarde y gaste el menor número de balas y recursos administrados por él. El relato soluciona fantasiosamente una alternativa para que Daniel se aleje de su dueño, tal vez porque de otra manera hubiera sido imposible. De igual forma, en “Lupe”, el personaje al que se le atribuye una gran fuerza, aunque una reducida inteligencia, es un ex presidiario que es liberado por el chino que ha decido pagar su fianza a cambio de su fuerza, para ser utilizada en al arduo trabajo en los manglares. Los atributos del chino, jamás llamado por su nombre, son casi siniestros, y es definido como un sujeto inteligente que “se las sabe de todas, todas”. Dueño de las tierras y de las personas, al chino todos le temen y nadie reta.

 

 

Bernal de alguna manera retrató el fenómeno de la inmigración china a finales del siglo xix. Desconocemos si su acercamiento fue pragmático o si fueron chismes xenófobos que habrá escuchado. Y es que dentro de la historia de la inmigración en México, la de la comunidad china es una de las más complicadas, porque se estableció en diferentes puertos de México, en distintos momentos y con distinto éxito. Chiapas fue uno de estos lugares a donde llegaron los chinos, aunque fueron objetos de racismo y represión.10

 

 

Segregados por “feos”, “ateos”, “viciosos” y “sucios” según sus detractores en las Californias y otras partes de México, en el sureste no fue la excepción. Aunque fue poco documentada su inmigración en Chiapas, se sabe de su habilidad para hacer negocios, monopolizando el comercio y la venta de víveres una vez que dejaron la agricultura y otras actividades del sector primario. En los años 30 en Chiapas se conformó la Liga Anti-china en Tapachula, los cuales harían, entre otras cosas, una campaña mediática de desprestigio en la que hacían referencia a las cualidades negativas antes mencionadas, algo que posiblemente influyó en la forma en que Bernal escribiría sobre ellos en su universo literario.11

 

 

Su nombre era Muerte: la primera novela de ciencia ficción de México entre insectos, misántropos y dioses

 

 

Siendo Chiapas un clave retórica y emocional de la creación literaria de Bernal, Su nombre era Muerte no pudo haber iniciado de otra manera:

 

 

En la cabeza, durante eternas noches de insomnio, me martillaban los versos de no sé qué poeta, que también ha de haber padecido este incansable tormento, poeta ducho en la amargura de la selva, en su horror y en su muerte lenta:

 

 

No sé donde aprendió la selva

el arte de llorar;

yo supe de esa angustia,

de la impotencia del machete

ante el asesinato fértil de la tierra

y yo velé la noche sin estrellas

echado junto al río,

bajo el toldo sonoro de la moscos.

 

 

A partir de este momento, la novela narra el exilio de un hombre en lo recóndito de la selva. Un misántropo empedernido que huye de los placeres que el hombre civilizado ha engendrado, para asentarse en los vestigios de una sociedad indígena. El alcohol y la depresión lo llevan a reconfortarse al convertirse en un ermitaño que algunas veces logra comunicarse con habitantes de la región. Su astucia e inteligencia le sirven para separarse del resto de los nativos del área, mostrándolo casi como un dios o un Kukulkán de la región maya de Chiapas. Poco a poco, y alejándose de los tormentos de la civilización, limpiando sus impurezas de alcohol y malos pensamientos logra realizar una tarea que hasta ese momento era imposible: hablar y reconocer la lengua de los mosquitos. Sus avances en el campo de la “comunicación entomológica” lo llevan a conocer una sociedad que ha vivido bajo las sombras, y echada a menos por los humanos. Los moscos se muestran como una raza superior, a la que la humanidad ha causado pocos o casi ningún estrago a través del tiempo. Una sociedad compleja que poco a poco se desenmascara como fascista y que controla a su gente con incógnitas que han sido respondidas desde hace años, negando cualquier otra posibilidad de entender el mundo a cualquier mosco que se atreva a contradecir al Gran Consejo. La sociedad de los mosquitos se basa en las castas, y que como en la novela 1984 (George Orwell, 1949), viven controladas por una serie de creencias que hacen mucho más sencillo el trabajo del centro hegemónico de su civilización.

 

 

Si esta breve sinopsis ya parece sorprendente, la historia se complejiza con la llegada de una expedición de antropólogos que buscan registrar la cultura de la sociedad más alejada de la civilización. Junto con la expedición viene una bella mujer que termina por hacer más difíciles las cosas para el ermitaño que habla con los mosquitos y el resto de personajes secundarios que intervienen en Su nombre era Muerte. Tal vez por todos estos factores, la novela, a pesar de tener una historia sólidamente argumentada, explota muy poco las posibilidades de algunos de sus personajes poco explorados, sin embargo, mientras avanza la trama, lo que sí es notorio es la riqueza y complejidad con que se presenta y desenvuelve el intrincado mundo literario e ideológico de Rafael Bernal. La selva, por ejemplo, abandona su representatividad bucólica para convertirse en un escenario fantástico donde la mayor conspiración del mundo para su control está por suceder.

 

 

Como se decía, esta novela podría considerarse como la primera de ciencia ficción en el país. Es una obra osada, que a pesar de todo nunca parece un disparate pues no pierde verosimilitud y su carácter es más bien universal: precisamente porque su autor no pretendía escribir un bestseller ni encausarse en los temas del canon mexicano, la sombra de su paisaje exótico no le pesa y no se propone como un texto regionalista, sino un ensayo expositivo de las ideas que tenía el autor, sobre el papel de Dios, el gobierno y la humanidad.

 

 

Francisco Prieto, en el prólogo de la última reedición de la novela,12 la clasifica como la segunda más importante de Bernal después, obviamente, de El complot mongol, y también como a una gran obra de la literatura mexicana. Incluso la compara con otras obras clásicas que abordan el tema de la distopía, como Brave New World (Aldous Huxley, 1931) y como la ya mencionada 1984, catalogándola así como una novela de ciencia ficción; y aunque esto puede tomarse como veraz, e incluso apuntar que dentro del género escapa y trasciende más allá de las etiquetas establecidas, en realidad Su nombre era Muerte es tan poco conocida que dentro de la investigación de Gabriel Trujillo Muñoz apenas si se le menciona. Para bien o para mal, esta etiqueta ha logrado salvar a la novela del olvido y obligado a que, cuando menos los lectores del género, la busquen desesperadamente.

 

 

Sin lugar a dudas Rafael Bernal nunca concibió su obra como una de ciencia ficción, aunque tal vez fue influenciado por clásicos del género; lo que sí, es que con esta historia localizada en Chiapas, se adelantó en estilo y poética a la llamada nueva onda que estallaría a finales de los años cincuenta en los Estados Unidos. Y es que Su nombre era Muerte, como después haría la nueva onda, propone una visión humanista del recurso fantástico de la ciencia ficción; al mismo tiempo, no deja de ser ortodoxa a su modelo formal, porque es una ficción especulativa, y aunque poco científica, jamás intenta salirse de los parámetros de la razón, ya que el personaje se comunica con los moscos a través de una fabricación tecnológica: un instrumento musical con las tonalidades exactas para poder conversar con esos insectos. Vale la pena notar que Bernal, a diferencia de Orwell, no ve la destrucción fuera de este mundo sino dentro del mismo, bajo el liderazgo de unos insectos fuertemente armados con bacterias y enfermedades conocidas y desconocidas para el hombre. Pero la obra va más allá, porque además de este gancho fantástico perdido en la especulación científica y del what if, Bernal hace de su novela un escaparate de ideas políticas y sociales muy personales.

 

 

Sin llegar a ser una novela profética, Bernal se pregunta qué pasaría si el hombre lograra comprender a una de las especies de la tierra con mayor número de colonos, los moscos. ¿Estaremos preparados para su mensaje? Al puro estilo de las novelas políticas y sociales sobre “razas inferiores”, como Invasión (Robert Heinlein, 1951), y El planeta de los simios (Pierre Boulle, 1963), Su nombre era Muerte narra las vicisitudes de un débil protagonista ante tal verdad proporcionada por una especie que había sido considerada menor, menor desde el punto de vista del hombre. Esto también recuerda a obras como Ender’s Game (Orson Scott Card, 1985) y sus sagas posteriores, donde se propone la existencia de una especie llamada “insectoide” con una inteligencia colectiva. Si este parecido temático no es suficiente, piénsese también que en la novela de Card la especie humana es un ente atormentado que, en su egoísmo, es víctima de sus propias guerras y errores por no comprender que solo es un elemento más dentro de un universo mayor al de su propio intelecto. Pero además de estos paralelismos, hay que destacar la definitiva influencia que tuvo en Bernal la clásica nouvelle The Terror de Arthur Machen (1917). Situada en la época de la Primera Guerra Mundial, la novela de Machen propone a las polillas como despiadadas asesinas silenciosas que actúan de incógnito, mientras la humanidad vive sumergida en la idea egoísta de que sólo ellos pueden destruir o reconstruir el mundo, y se empecina en buscar culpables de sus tragedias y eventos inexplicables en sus enemigos de guerra, y no en los insectos que siempre han estado ahí.

 

 

Machen, como Bernal, era un creyente y operaba y pensaba bajo los principios de la religión. En el caso del mexicano, además, siempre hay que recordar lo ya dicho: que fue miembro del Partido Sinarquista, por lo que fundamentalmente era crítico al Estado post revolucionario y opositor a la represión clerical del mismo. Estas ideas se volcaron de forma particular en Su nombre era Muerte, como una analogía de los gobiernos del llamado Maximato. Por ejemplo, en el gobierno de los moscos existen jerarquías: están las portadoras, los soldados y los mensajeros, todos obedientes de un gran consejo en el que recae la sabiduría ancestral, una especie de conocimiento enciclopédico resguardado de mosco en mosco, durante millones de años. Existen dos dependencias: “El Gran Tesoro” y “El Arsenal”. El Gran Tesoro está resguardado en una cueva, pero cada grupo de moscos diseminados en el universo tiene su tesoro guardado de igual forma, en los que cuentan con un número incalculable de larvas que se pueden utilizar a disposición del Gran Consejo. Además, las ponedoras procreaban millón y medio de huevos a diario. El Arsenal se escribe como una posible laguna, o varias diferentes, donde se forma una rama del ejército y se incuban enfermedades y virus como posibles armas. A partir de esto, Bernal referencia a la sociedad de los moscos con el cuerpo humano: el Gran Consejo es el cerebro, y los transmisores son como las neuronas, portadores de la memoria. El Gran Tesoro es el sistema reproductivo, donde además las reproductoras tienen la tarea de recoger alimento; el ejército, como las antitoxinas, son las defensas del gran cuerpo de moscos. Esta organización social fue alcanzada por los mosquitos tras haber luchado antiguas batallas contra los humanos, lo que les permitió perfeccionarse.

 

 

Posteriormente al triunfo de la Revolución, el Maximato fue el periodo comprendido entre los años de 1921 y 1938, en el que bajo la influencia de Plutarco Elías Calles y sus títeres sucesores, se consolidó la formación de un estado laico tras cruentas batallas entre el Estado y la Iglesia. A Calles se le reconoce por institucionalizar la Revolución Mexicana bajo la fundación de un partido en 1929, además de la consolidación de las fuerzas militares. Sus gobiernos posteriores se encargarían en hacer pragmáticos los ideales nacionalistas, símbolos actuales de México. En Su nombre era Muerte, los moscos deciden armar un régimen político perfecto, que cubriera todos los aspectos políticos y sociales, evitando pensamientos e ideologías contrarias. Es evidente que la metáfora sirve a Bernal para comentar sobre un gobierno sediento de poder bajo una dictadura basada en la simulación electoral, y en la persecución eclesiástica, como lo fue el Maximato. Y es además de la crítica al funcionamiento del poder, Bernal también apunta en su novela la necesidad de una religión como base de una sociedad funcional y justa. Fuera de sus discursos morales y punitivos, reflejados en su prólogo y en detalles del comportamiento del protagonista, en Bernal se entiende a la religión como la posibilidad de una liberación por la simple suposición de que hay algo más allá del Estado, además de que la creencia se propone como un filtro para los errores humanos o hasta de los moscos. Dice el protagonista a uno de los mensajeros del Gran Consejo: “Nunca los hombres serán verdaderamente esclavos mientras crean en Dios […] él es el principio más firme de la realidad, y no es tan fácil como crees quitarles esa creencia”. El mosco responde: “He oído tus palabras […] y escuché también otras que pronunciaste frente al innombrable. Quiero que me expliques porqué los hombres son libres, y por qué nosotras las proveedoras y los exploradores no somos libres. Si Dios nos creó a todos, todos debemos ser libres”.13

 

 

El personaje de Bernal, como sabe el lector, es un misántropo, un alcohólico con delirios de grandeza que decide tomarle la palabra a los moscos y hacer una alianza para apoderarse de la tierra. Durante la novela, el desdichado protagonista vive una batalla interna entre las tentaciones del alcohol, las mujeres y el ego que lo llevará a preguntarse qué opina Dios de todo eso, además de presentarse ante los nativos como un chamán con cualidades divinas.

 

 

Tal vez en un guiño a Trópico, el prólogo hace referencia a que los hombres han echado a Dios de sus corazones, entregándose al pecado y al mal; sobre todo en referencia a los nativos, quienes han caído a la tentación de las bebidas alcohólicas del hombre de ciudad.

 

 

Si Dios es el mensaje, su protagonista es un Prometeo desafortunado y casi inválido moralmente que, al darse cuenta de su estupidez, intenta apiadarse del mundo y de los moscos esclavos con la idea de liberarlos de la opresión del Gran Consejo, al tiempo que salva a la humanidad de la ambición de estos insectos. Bernal presenta estas ideas bajo una metáfora propia de la ciencia ficción: calcina la idea de los nuevos gobiernos de alejar al hombre de su creencia. Dios parece representar su tesis de libertad como promotor de la conciencia y la independencia, una analogía poco vista en la literatura de México, por cierto, ya que más que ser reaccionaria, se muestra como una fábula del ego de los gobiernos que intentan controlar todo bajo la fuerza y sus propios símbolos. Dice uno de los mensajeros al protagonista:

 

 

 

Pero si el Gran Consejo cree en Dios, nosotras debemos de creer en Dios […] Nosotras creemos todo lo que el Gran Consejo Cree y nunca nos ha hablado de Dios ni hemos oído a los recordadores que lo mencionen. Si el Gran Consejo supiera, sin duda no los diría […] Has hablado de Dios —me dijo—. Y eso es peligroso. Nosotros nunca hemos hablado de Él; el pueblo, la gente menuda, no debe ni siquiera conocer su existencia, porque sería peligroso para nuestra organización. Entonces —le dije— ustedes sí conocen a Dios.

 

 

Sabemos de Él —repuso el que hablaba—. Pero tan sólo lo sabe el Consejo Superior y nunca habla de ello. Cuando estábamos unidos en un solo cuerpo lo adorábamos como es debido. Eso fue mucho antes de que apareciera el hombre sobre la tierra. Ahora lo adora el Gran Consejo de cada cuerpo, pero las células dispersas nada saben de ello ni los recordadores guardan esas palabras. Si las proveedoras, por ejemplo, se enteraran de la existencia de Dios, se creerían iguales a nosotros y se acabaría nuestra organización tan perfecta.14

 

 

Si bien Bernal no particularizó su crítica en el gobierno en turno, generalizó bajo el discurso de los moscos los intentos de crear un Estado-Nación en el modelo que se había estado construyendo desde la época de la Reforma. En la década de los cuarenta, México era ya un país donde los libros de historia contenían símbolos y mitos creados a modo, héroes artificiales que borraban cualquier rastro de contradicción; se borraba el gobierno de Díaz y se buscaba una laicidad más que proclive a borrar todo rastro de religión en el país. Todavía un joven sinarquista entonces, Rafael Bernal tomó postura desde la ficción y desde entonces se convirtió en un personaje polémico de nuestras letras. Cubierto del manto de las conspiraciones, hoy nos parece también un autor contradictorio que fue disidente pero también diplomático, y sobre todo un enigma que estuvo en Chiapas en una época en que la agencia hoy conocida como CIA vigilaba de cerca. ¿Por qué? Por fortuna, la ausencia de una biografía nos permite hacer las conjeturas que queramos. Qué tal si estaba ahí, infiltrado, queriendo instaurar un paraíso sinarquista para la palabra de Dios.

 

 

 

1 “Crisis in the mexican sinarquista movement”, 1944, Central Intelligence: Freedom of Information Act.

2 Xabier F. Coronado, “Rafael Bernal: entre el olvido y el reconocimiento”. La jornada, México, 26 de junio 2011, 851.

3 Y anet Aguilar, “Rafael Bernal el pionero de la novela policiaca”, El Universal, México, 17 de septiembre 2012.

4 Rafael Bernal, Trópico, México, Editorial Jus, 1946, 7-8.

5 Ibídem., p 93-94.

6 Ibídem., p 95.

7 Ibídem., 26-27.

8 Idem.

9 Rafael Bernal, Su nombre era Muerte, México, Editorial Jus, 2005,

  1. 16.

10 Víctor Martínez, “Chiapas y la inmigración china”, Tapachula Virtual,

20 enero 2010, 18 junio2015.

11 Lisbona-Guillén, “La liga mexicana Anti-china de Tapachula y la xenofobia posrevolucionaria en Chiapas”, Liminar, 20 enero 2013, 18 junio 2015, vol. 11, núm. 2, México.

12 B ernal, Rafael, Su nombre era Muerte, México, Editorial Jus, 2005.

13 Rafael Bernal, Su nombre era Muerte, México, Editorial Jus, 2005, 127.

14 Ibídem., 127-130.

 

 

 

*FOTO: La narrativa de Rafael Bernal recreó ambientes que van desde la selva y costa chiapanecas a los escenarios urbanos de la Ciudad de México./Especial.

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