Literatura entre el arte y la violencia extrema

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La joven escritora es una de las voces más importantes de la literatura mexicana contemporánea y posiciona al país como el semillero de la nueva escritura en América Latina

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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ  

Al lado de un cuartucho del pueblo cañero de La Matosa, el Luismi, un raquítico veinteañero bueno para nada, entierra el feto que su novia ha abortado con la ayuda de la Bruja, una mujer con fama de curandera que aparecerá días después degollada en uno de los canales de riego. A partir del hallazgo del cadáver de la Bruja comienzan a reunirse las historias que darán forma a Temporada de huracanes, la novela más reciente de Fernanda Melchor (Veracruz, 1982).

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Detrás de la evidente sordidez que hay en la historia de cada uno de sus personajes, ya sean vividores, prostitutas, traficantes, adolescentes encinta, policías abusivos, peones desarrapados y viciosos arrastrados por una marejada de desdichas, están la carencia, el egoísmo y la soledad que los conduce al abismo.

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Entre toda la diversidad personal, sexo y origen, lo que los une es que son sobrevivientes”, dice la autora, unos días antes de recibir el Premio Internacional de Literatura que desde 2009 entrega la Casa de las Culturas del Mundo (Haus der Kulturen der Welt), en Alemania, adonde regresará en diciembre para recibir el Premio Anna Seghers, que entrega la fundación que se encarga de preservar la obra de esta autora, exiliada en México entre 1941 y 1947. Sin duda, Melchor vive uno de sus mejores momentos, pues en sólo dos años Temporada de huracanes (Random House, 2017) ha sido traducida al francés, italiano, alemán, y próximamente aparecerá en holandés, griego, hebreo e inglés, esta última a cargo de la editorial estadounidense New Directions, que tiene en su catálogo a Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Rafael Bernal, José Revueltas y Coral Bracho.

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Periodista de formación (es egresada de la carrera de Periodismo de la Universidad Veracruzana), la carrera de Melchor ha pasado de la comunicación institucional a narrar la violencia. Becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), se siente en deuda con Stephen King, por la naturalidad y confianza con que se dirige a sus lectores. A éste se suman Edgar Allan Poe, Patrick Süskind, Tomas Harris, todos ellos fabuladores de historias de homicidas, una presencia constante en su propia obra literaria y periodística, donde sus personajes no actúan conforme a planes trazados. No hay razones, sólo motivos que escapan a toda lógica, porque la vida de los miserables es el día a día de la tragedia de la que buscarán salir con vida.

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En entrevista, Melchor confirma algunas claves personales y literarias que adelantó en sus primeros dos libros, Falsa liebre (Almadía, 2013) y Aquí no es Miami (UANL-Almadía, 2013), y que conjuga en el cierre de esta especie de “trilogía negra del trópico” que es Temporada de huracanes: la miseria afectiva de sus personajes, la doble moral de las sociedades donde éstos se arrastran, la seducción de la oralidad y una inocultable vocación por la provocación.

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¿Por qué la violencia ha sido un tema recurrente en tu trabajo?

Creo que he abordado la violencia general, la sangrienta, pero también las pequeñas violencias, como las domésticas, de género, psicológicas, el abuso infantil. Creo que tiene que ver una necesidad de entender por qué hemos llegado al punto en que nos encontramos. Pienso cuáles son las condiciones que imperan en nuestra sociedad para que sucedan hechos horribles: tantas personas desaparecidas, tantos muertos, personas dedicadas al crimen organizado, a robar, asesinar, en la ambición que los lleva a ser corruptos. Por otro lado, siempre me pareció inquietante la posibilidad de que todos podamos cometer crímenes. Todos llevamos esta especie de bomba de relojería o impulso de muerte, como le llamaba Freud, contenedor de odio que en cualquier momento podemos volcar sobre los demás o sobre nosotros. Una parte de la violencia que me interesa mucho es la que uno comete contra uno mismo.

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¿Cómo se nutre tu trabajo literario de la talacha periodística y viceversa?

Estudié periodismo porque nunca me interesó estudiar letras. Me parecía que el camino para ser escritor no tenía que pasar necesariamente por una carrera de Filosofía y Letras. Yo quería entrarle a la literatura por otro lugar, más que por el estudio de los clásicos. Quería entrarle al ras. Estudié periodismo porque me parecía importante estar con la gente, escuchar historias distintas, tener el coraje de preguntar lo que sea a quien sea. Aprendí a escribir gracias a la carrera de periodismo y a la escritura de crónicas. Tuve una carrera muy atípica en el periodismo porque mi primer trabajo fue de editora, no como reportera. Después fui comunicadora social, que es un enfoque muy particular del periodismo. Siempre le rehuí un poco al diarismo, a meterme en cuestiones políticas, de entrevistar funcionarios. Desde la carrera pensaba que lo mío tenía que ser otro tipo de periodismo, en este caso la crónica. Recién entrada a la carrera descubrí a los autores del Nuevo periodismo y empezó un auge de cronistas mexicanos. Entrar a la Facultad de Periodismo también me ayudó a aprender a escribir historias ficticias. Iba a decir falsas, pero la ficción no es igual a la falsedad. La ficción es una forma en la que muchas veces abordamos la verdad.

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Hay una presencia muy notoria de la oralidad en Temporada de huracanes.

Cuando trabajo leo mucho en voz alta porque me interesa la sonoridad del lenguaje. Pero desde el punto de vista de la oralidad, uno no se da cuenta de lo que está haciendo cuando escribe una novela. Tienes una intuición, crees saber a dónde vas, lo que quieres contar. Y a final de cuentas uno se da espacio para tomar vuelo. Uno no es consciente de lo que está escribiendo hasta que llegas al proceso de revisión de un borrador. Con Temporada de huracanes tenía las historias pero no encontraba la forma de contarlas y la manera más natural al principio surgió como monólogos, ya sea con los personajes narrando su historia en primera persona, o con personajes mujeres chismeando sobre lo que otros personajes estaban haciendo. Finalmente, logré encontrar un narrador que podía aglutinar lo que cuenta una primera persona con la tercera, y de este modo poder construir estratos elaborados con un vocabulario amplio que puedes encontrar en el diccionario de la Academia Española y estratos con frases muy vulgares, muy sórdidas, pero que son realmente usadas por nuestra población.

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En Temporada de huracanes haces un agradecimiento donde con toda honestidad reconoces la ayuda que te dio El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, por recomendación de Martín Solares. ¿Cuáles son los aportes narrativos que dio a tu novela?

Tiene que ver con las historias orales. Yo me sentía como una médium. Me sentaba frente a la computadora y como que una voz me dictaba como si diera su declaración. Me sentía como la secretaria del juzgado. Pero no quería que la novela fueran sólo monólogos porque pensaba que sería aburridísimo. Entonces necesitaba una voz que las aglutinara y justamente me recomendaron El otoño del patriarca. En esa novela encontré una voz muy libre, muy compleja que sabía contar los acontecimientos desde una distancia enorme, casi como una voz de Dios, y sin embargo esa misma voz se metía en los personajes y habla como ellos. En El otoño del patriarca no hay guiones de diálogos, por ejemplo. La voz de repente se transforma. Eso también lo usa muchísimo José Donoso en varias novelas suyas. De El otoño del patriarca algo que me gustaba muchísimo era la forma en que el narrador avanza en tiempos: se remonta cien años atrás, avanza cincuenta, luego se va a la última generación y después el patriarca ya está muerto, luego conocemos su infancia. Este narrador tiene una completa libertad y flexibilidad. Además, está la forma tan descarada en la que habla de cosas realmente fantasiosas como si fueran verdad, una característica del realismo mágico.

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¿Quiénes son los personajes que habitan Temporada de huracanes?

Entre toda la diversidad personal, sexo y origen, lo que los une es que son sobrevivientes. Son personas, seres, existencias que están totalmente concentradas en la lucha por la sobrevivencia. Están en este mundo luchando por ser un poco más libres y por la posibilidad de seguir viviendo, de liberarse de las ataduras, son seres que están luchando. Este no es un mundo sencillo, pero ser mexicano es un deporte de alto riesgo. Me interesan mucho las estrategias, las historias, las maneras en que la gente trata de sacar lo mejor de lo poco que hay o tratan de sobrevivir en este mundo donde todo está en su contra: como mujer, como persona homosexual, como parte de una clase social agobiada o como hombre tratando de sobrevivir. También tienen en común una búsqueda constante del amor de distintas maneras: el amor como desfogue sexual y carnal, pero también el amor como una suerte del sentido de la propia vida o sentido de valía personal; la búsqueda constante de otro, de otra mirada, de alguien que les pueda dar un poco de sentido a sus existencias.

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¿Cómo titularías los tres libros que hasta ahora componen tu obra?

Tríptico negro del trópico” o algo así. Siempre me ha gustado jugar con esta idea de trípticos que tiene Sergio Pitol.

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Hace un par de meses compartiste en Twitter un hilo sobre la función de las becas de Fonca. ¿Podrías hablarnos un poco más de eso?

Justo estaba como en la tablita la cuestión de las becas cuando escribí esto. Decidí hacerlo porque me parecía importante hablar cómo para muchos escritores que venimos de familias que no estaban relacionadas con las letras es decir, que no teníamos padres escritores, profesores universitarios o artistas, que veníamos de ciudades donde casi no había librerías o que simplemente en nuestra familia no estaba la posibilidad de dedicarse a la escritura, una beca del Fonca te daba la posibilidad de viajar y conocer a otros colegas escritores, entrar bajo la protección y guía de escritores que ya saben lo que están haciendo. Tienes además la posibilidad de tener cinco o seis compañeros que van a leer lo que estás escribiendo o cuando apenas estás empezando. Eso es algo que influye mucho en el desarrollo profesional de un escritor. En Veracruz los escritores conocidos todos eran hombres, acaso Norma Lazo era como un faro. De ahí en fuera no había modelos a seguir. Pienso que las becas son un aliciente para muchas personas, eso en el ámbito de las letras. Ahora pienso en plástica, música, composición, arquitectura. Es un respiro para muchos que de otra manera hubiera sido mucho más difícil entrar en contacto con otras personas que hacen lo mismo. El dinero es importante, por supuesto. Las becas las del Fonca y las estatales del Pecda y los concursos me posibilitaron poder valerme por mí misma económicamente. Incluso ahora que mi situación está más estable, las becas del Sistema Nacional de Creadores son un empuje para poder dedicarte al trabajo y que sea el trabajo el que te dé medios para vivir y dejar de depender de otras personas. Como mujer es muy complicado. Por muchos años trabajé muy poquito, a medio tiempo, porque me dediqué a criar a mi hijastra. Durante seis años fui mamá, fui la que hacía el desayuno, lunches, iba a juntas, clases en la tarde, tareas. Así escribí Temporada de huracanes, pero estaba en la calle de la amargura. Me costaba mucho trabajo tener dinero para la gasolina, tenía una situación muy complicada. Y al mismo tiempo quería estar ahí, dar esos cuidados, pero que a veces te impiden realizarte profesionalmente. Es doblemente complicado para las mujeres. Que se otorguen esas becas y que se den en gran medida a mujeres me parece un gran empuje. Sabes que con los niveles de lectura que tenemos en el país es muy difícil que alguien pueda dedicarse exclusivamente a la escritura. Lo mismo pasa en el periodismo. En ese oficio uno también debe estar buscando varias chambas.

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¿Hubo alguna lectura que te haya motivado a dedicarte a la literatura?

Es muy difícil poder pensar en una obra. Creo que una va dando pasos. Pienso en los primeros libros que me compré ya con mi dinerito, a los 13 o 14 años: Narraciones extraordinarias, de Edgar Allan Poe; El perfume, de Patrick Süskind y El silencio de los inocentes, de Tomas Harris. Todas tienen que ver con asesinos. En algún momento de mi adolescencia leí mucho a Stephen King. Todos sus libros tienen prólogos en los que le habla al lector y le cuenta la historia de cómo se escribió el libro, en los que dice cómo lo encasillaron como escritor de terror y no le importó. Es algo que muchísimos escritores serios no tienen, no le hablan al lector con su propia voz, sólo a través de la obra. Eso me cautivó. Pensé que así como él se mostraba como una persona como yo, pero que escribe, yo podía hacerlo también. Esas cartas me dieron un gran impulso porque te enseñan que la escritura es algo posible, es algo humano, no como algo que hacen unos viejitos en una torre de marfil. Se volvió para mí una tarea posible, un oficio que con trabajo y un poquito de talento se podía realizar.

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