“Envejecer es tener cada vez menos conversaciones”: entrevista con Gustavo Rodríguez

May 20 • Conexiones, destacamos, principales • 3189 Views • No hay comentarios en “Envejecer es tener cada vez menos conversaciones”: entrevista con Gustavo Rodríguez

 

El peruano acaba de ganar el Premio Alfaguara 2023 por su novela Cien cuyes, que reivindica la vejez y sus luchas cotidianas ante la pérdida de los sentidos. En la conversación resalta el desmarque que ha hecho la literatura latinoamericana con el boom al destacar las obras de autoras como la mexicana Fernanda Melchor y su compatriota Claudia Ulloa Donoso

 

POR JUAN CAMILO RINCÓN
El escritor peruano Gustavo Rodríguez acaba de ganar el Premio Alfaguara 2023 con Cien cuyes, una novela que reivindica la vejez, los tiempos de “aventuras solitarias y en manada, los placeres de crecer y creerse sabio”, los días de “siestas reparadoras y atardeceres serenos, amores más calmados” y, casi al final, de “las películas fallidas, los experimentos que no cuajaron”.

 

La suya también es una obra sobre el precioso valor del cuidado y el derecho a morir dignamente. Eufrasia Vela, una mujer que migró del campo a la ciudad, termina encargándose de Los Siete Magníficos, de doña Carmen y del doctor Jack, ancianos a quienes les da muchas conversaciones, su tiempo y algunas canciones, todo esto antes de llevarlos al final de sus días.

 

Desde la Feria Internacional del Libro Bogotá 2023, el autor conversa sobre la obra que acaba de darle uno de los más destacados reconocimientos de la narrativa en español.

 

Esta novela recorre la vejez y el cuidado de los ancianos haciendo una hermosa reivindicación de ambos. ¿Dónde nació la idea y cómo la desarrolló?

 

Partí de una motivación egoísta. Cuando uno llega a los 50 empieza a intuir el camino que se viene por delante. Estaba en mi departamento en Miraflores (Lima) ante una ventana hermosa con vista al mar. Daba gusto lavar platos ahí, desayunar ahí. Un día me enteré de que iban a construir un edificio que me iba a tapar esa vista. Me entró un dolor, una indignación, una tristeza. Para procesar esos sentimientos hice lo que suelo hacer: usar la literatura para entender por qué ocurren estas cosas y qué puedo esperar ante ellas. Escribí un cuento donde eso que me pasó a mí, o que estaba por pasarme, le ocurre a una anciana con escasa movilidad en una silla de ruedas. Digamos que dramaticé el asunto, escribí un cuento sobre ella y todas las peripecias que sufría, y lo guardé. Desde ese momento me empezaron a visitar imágenes de ancianos solitarios. De alguna manera la construcción del edificio, que me iba a quitar esa vista, se fue convirtiendo en una metáfora sobre el hecho de perder facultades; perder el sentido de la vista, perder una vista literalmente, ir perdiendo placeres, libertades que uno tiene cuando es joven. Tenía estas imágenes de ancianos, bosquejos por ahí, pero no tenía una novela todavía. Llegó la pandemia y sabemos cómo sufrieron nuestros ancianos, su alegría forzada, pero no fue sino hasta que murió mi suegro, hace un año y poco, cuando decidí escribirla. A él y a su memoria le dedico la novela. Él fue un médico que tuvo una muerte dignísima, hermosa, y yo quise compartir eso. Fue ese resorte el que me llevó a querer escribir esta historia. Lo que me faltaba para completar la estructura era Eufrasia, el personaje que va a ligar la vida de los nueve ancianos que pueblan la novela, estos ancianos tan distintos, tan curiosos, tan graciosos a veces. Y fue cuando Eufrasia se me apareció como idea, que me senté y diagramé la novela. Luego me puse a escribir todos los días como un loco.

 

¿Cómo nació el personaje de Eufrasia, una cuidadora tan maravillosa?

 

Quizá deba aclarar que Eufrasia se convierte en cuidadora de ancianos fortuitamente, como ocurre en nuestras sociedades. No es que sean enfermeras profesionales o personas que pasaron por algún rigor académico; simplemente se encuentran en su oficio, usualmente cuidan en familias de un mayor nivel económico que el suyo. Ella es una migrante andina que llegó a Lima, a la gran metrópoli, como ocurre en varias ciudades del Perú, y me imagino que en toda América Latina. Empieza a cuidar ancianos pero se va a convertir, sin proponérselo, en la ejecutora de los últimos deseos de ellos. Y llega incluso a tener una aventura épica, creo yo, con siete viejos que viven juntos en una residencia. Ellos se autodenominan Los Siete Magníficos, como en la película; son disparatados, muy distintos unos de otros. Eufrasia es un homenaje al rostro del cuidado en el mundo, que es femenino por alguna razón. No sé si es por biología o por sesgo machista que a la mujer se le ha entregado esa labor más que al hombre. En América Latina y España también me he dado cuenta de que se pone a mujeres migrantes en una condición menor a la de las casas donde trabajan. Hay una particularidad ahí: se les llama “de la familia” pero hay algo perverso en eso, porque es de la familia mientras no pelee por sus derechos; ese tipo de cosas pasan. Para mí es un homenaje a tres mujeres maravillosas que he visto trabajando en familias afines a la mía. Es una combinación del aspecto físico de una, la manera de hablar de otra y la tenacidad de otra.

 

Cuéntenos sobre los otros personajes.

 

El doctor Jack Harrison está basado en una persona que sí conocí: mi suegro. No es que lo que ocurre en la novela le haya ocurrido exactamente en la vida real, pero sí usé muchas referencias. Uno de los alicientes para escribir esta novela a diario y con tanto ahínco era esta sensación de que mientras describía a una persona idéntica a él, yo iba conversando con él. Era una señal de que lo extrañaba tanto y me levantaba temprano entusiasmado porque era como encontrarme con él. El resto de los personajes son retazos de personas que he conocido, ancianos maravillosos, gente mayor. No soy un académico, soy un autodidacta y creo que mi universidad ha sido la gente mayor, maravillosa y generosa, que me ha transmitido su sabiduría a lo largo de estos años. Probablemente esta novela también sea un homenaje a ellos y creo que un par de ellos son una proyección de cómo quisiera ser yo de anciano.

 

Hay una frase que me pareció maravillosa: “Llega una edad en que la felicidad consiste en que nada te duela demasiado”. Entonces estos dos grupos de ancianos deciden cómo llegar al final y lo asumen como la posibilidad de vivir bajo sus reglas.

 

Sí, hay dos grupos de ancianos en la novela, es verdad. Al inicio hay un par que ya están achacosos, en declive de salud y quieren que el partido termine; son más solitarios. Ahí hay una postura contra la muerte: por favor, señor árbitro, pite de una vez. Y hay otro grupo que va entrando de a poco en la novela, que van a ser Los Siete Magníficos. Ellos tienen un humor compartido muy particular, son distintos y llegan a ser un grupo hermoso. Hay uno que fue surfista y en su cabeza sigue corriendo olas, machista, mujeriego. Hay una señora elegantísima, doña Pollo, que fue feminista en los años 70. Yo me enamoraría de ella ahorita si entra por la puerta, a pesar de la diferencia de edad. Hay un poeta tartamudo, cuidado, que es muy encantador. Hay un marino retirado, conservador, que ve el comunismo en todos lados. Los siete quieren vivir mientras sean grupo y haya conversaciones. Hay una frase que le atribuyo al doctor Jack Harrison, un día que él considera fue muy bueno porque lo pasó conversando, primero con un amigo más joven, y después con Eufrasia en la cocina, él con su whisky y ella con su cerveza. Hablan de muchas cosas, y él piensa: hoy fue un buen día, porque envejecer es tener cada vez menos conversaciones. Entonces estos siete que conversan todos los días, que se encuentran, que se burlan de los más viejos, hasta les ponen apodos, se plantean la salida de esta vida desde un punto de vista filosófico. ¿Valdrá la pena vivir cuando se rompa esto, cuando ya no tengamos este grupo, cuando ya no nos riamos, cuando ya no podamos ver cine? Esas conversaciones empiezan a plantearse y Eufrasia es testigo de ellas; después sabremos qué salida le encuentran al asunto.

 

Usted empezó en este oficio escribiéndole a su hija que estaba por nacer y hoy llega a esta novela sobre un grupo de personas que ya están en el final de su vida. ¿Cómo ha sido ese tránsito para narrar los dos momentos esenciales de la vida?

 

Me doy cuenta de que la trayectoria de mis novelas ha tenido que ver con mi trayectoria vital. Mi primera novela tenía que ver con tratar de explicarme por qué los últimos días de mi adolescencia, los primeros años de mi adolescencia temprana, fueron como fueron. Mi siguiente novela ya tenía que ver con relaciones conyugales, la siguiente con la muerte del padre, la siguiente con la crianza de hijas en una sociedad violenta, y así hasta llegar a esta donde me hago preguntas como: ¿qué pasa? La siguiente no sé de qué será, pero uno empieza a enriquecer. Cuando uno escribe una novela debe hacerse 5 mil preguntas a lo largo del proceso, desde las más pequeñitas, las micropreguntas de si puso coma o no, y qué sentido le da a la frase, hasta cosas más trascendentales que tienes que preguntarte o tratar de resolver en una frase que suene coherente o monstruosa. La literatura sirve para eso: para hacernos las preguntas correctas. La mejor literatura es la que deja preguntas, no la que deja soluciones. Es aquella en la que el autor le propone un juego inacabado al lector para que sea él quien lo acabe con su lectura. Así como un niño jamás aprende cuando le das el problema resuelto, sino cuando lo resuelve él mismo, un lector se lleva la literatura consigo mientras la procesa.

 

¿Qué preguntas se quería responder con Cien cuyes?

 

Quizá eran dos: ¿cómo me gustaría que sea mi vejez? Y sé que va a sonar cliché: ¿qué sentido tiene la vida? Esa es la gran pregunta final. Lo que pasó al terminar de escribir la novela y después, mientras reflexionaba sobre ella, es que consideré algunas hipótesis. La más grande de todas me imagino que es aquella que un viejo sabio puede decirle a un joven despistado: ¿cuál es el sentido de vivir? o ¿cuál es el sentido del “éxito” en la vida? Un joven despistado podría pensar que el éxito es la acumulación de varias cosas o de bienes o de galardones, de felicitaciones de reflectores, y con los años, cuando estás abierto finalmente a la gente te das cuenta de que el éxito se mide según cuántas personas están dispuestas a abrazarte así, espontáneamente. Dime cuántos abrazos espontáneos has recibido en un día y yo te voy a decir si ese fue un día exitoso. Eso es algo que se aprende con los años. Es algo que Los Siete Magníficos dejan muy en claro: no quieren permitirse una vida sin esos abrazos y eso es lo que los lleva a tomar una decisión finalmente.

 

¿Cómo organizó la estructura de la novela y su ejercicio de escritura?

 

Hay una distribución de los escritores según su forma de planificar una obra, una novela: los escritores mapa y los escritores brújula. Antes de sentarme a escribir la novela diariamente soy un escritor mapa. Cuando me siento a escribir una novela ya tengo el tablero demarcado y puedo ser Dios; ya sé que va a pasar, ya sé cómo van a jugar los jugadores, sé cómo va a terminar la novela. Tengo el esqueleto prefigurado, pero soy brújula en el día a día cuando me siento y a ese esqueleto que armé lo tengo que llenar de músculos, sangre, pelos, piel, aliento, palabras, todo eso que hace sentir vívida una historia, que te hace sentir lo que está ocurriendo. Ahí soy brújula y creo que la combinación de control del fondo y del flujo inspirado en la forma puede generar estos efectos que me dices. Yo haría la comparación con esa bonita foto en blanco y negro de Fred Astaire con su sombrero y su varita flotando en el aire como una pluma. Se parece a eso porque la foto no te está diciendo la cantidad de ensayos, torceduras de tobillo y luxaciones por las que Astaire tuvo que pasar para crearte la ilusión de que ese es un movimiento grácil y natural en él. Creo que en eso se parecen los escritores que usan el método, al bailarín.

 

Hablando de bailarines, uno de los hilos es la música. El jazz, Abba… hay un soundtrack de la novela.

 

Quizá, sin querer, sea un homenaje a aquello que nos une como especie. La infraestructura nos une físicamente: construye un puente, un Metro… pero la cultura nos une mentalmente, nos une de corazón, nos ayuda a generar identidad. Es lamentable que, siendo la cultura algo tan importante para cohesionarnos como sociedad, sea lo último siempre en el presupuesto nacional, en las obras, en las instituciones, en los gabinetes ministeriales. En la novela uno de los momentos más bonitos tiene que ver cuando doña Carmen, que es una señora con cierto nivel económico, y Eufrasia, las dos de edades distintas, se dan cuenta que conocen el mismo huaino (una canción andina) y cantan juntas el Mambo de Machaguay que es de los años cincuenta. Es un huaino hermosísimo, candoroso y quizá en esa escena y en otras en las que el cine también sirve para unir clases sociales y edades, te das cuenta de que a través de la humanidad que genera la cultura existe la esperanza de que dejemos de ver la demografía, la extracción social, el color de piel y veamos al ser humano. Me voy a contradecir porque yo siempre digo que la literatura no debe dejar mensajes, pero si hay un mensaje que deja esta novela es: ¡mira al maldito ser humano que tienes al frente!, no te dejes de llevar por el prejuicio o por tu sesgo. Si miráramos al ser humano nuestro mundo sería muy distinto.

 

 

¿Cómo ve su novela dentro de la literatura latinoamericana?

 

En Latinoamérica hay tradiciones narrativas que son respetadas y admiradas en todos lados. Me pasó en España cuando fui a presentar la novela, donde vi que hablaban de la literatura colombiana, peruana, mexicana, argentina, como una literatura mejor que la que se está haciendo en la península. Pienso que la literatura latinoamericana actual finalmente se está desmarcando de esa moldura en la que quieren ponerla. Ya sabemos dónde se la quería enmarcar en los años del boom, cómo era en los 80 y 90 con los relatos del narcotráfico y la violencia. Por fin hay una generación que escribe lo que le sale del forro, la verdad. Escribe de política, literatura del yo, novela histórica… ya no se deja encasillar. Algo muy saludable que también veo es la emergencia de las escritoras. Las últimas novelas que me han impactado son hechas por mujeres latinoamericanas: Fernanda Melchor con Temporada de huracanes… esa novela es un vendaval y no eres el mismo después de leerla. Claudia Ulloa Donoso, peruana, con un libro de relatos que se llama Pajarito, es impactante.

 

 

FOTO: Gustavo Rodríguez escribió un cuento que se convirtió en la novela Cien cuyes. Crédito de imagen: El Comercio /GDA

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