Ernesto Baca y el experimento aromasolar

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Un par de desconocidos viajará por el norte de México, descubriendo la riqueza cultural del país al mismo tiempo que sus vulnerabilidades intrínsecas

 

POR JORGE AYALA BLANCO 
En Israel (Argentina-México, 2020), fascinante octavo largometraje como autor total del respetado artista visual y cinexperimentalista bonaerense de la vanguardista escuela CIEVYC egresado y fundador de su propio estudio experimental de 52 años Ernesto Baca (numerosos cortos: de Ratna Mala 99 a La estrepitosa vida de un maguey 21; documentales: de El sirviente 09 a Simulation War Scenes 16-21; largos: Cabeza de palo 02, Samoa 05, Semen 07, Música para astronautas 08, Mujermujer 11, Jardines 12 y Réquiem para un film olvidado 17), una guapa bailarina morena de chamarra negra con macabros emblemas rojos y short blanco (Itzamná Ponce) deambula por el Zócalo capitalino, se interesa por las garras arbóreas de una danzante autóctona de chamánica herencia precortesiana, y al proseguir su vagancia callejera sin rumbo ni destino, se topa ocasionalmente en un callejuela con un motociclista anónimo de atuendo negro y casco sobre un pasamontañas (Hernán Trajtenbruet) que acaba de robar una motocicleta cortando con tenazas una cadena de sujeción, intercambia con él lacónicas frases cómplices (“Hola, ¿para dónde vas?”/ “Al norte”/ “¿Me puedes llevar?”/ “Ponte el casco”), y enfilan sin más por la carretera en una suerte de peregrinaje por bellas cascadas y arroyos, ruinas de pueblos y edificios demolidos vueltos cementerio donde tropiezan con sus propias tumbas, cargan combustible en gasolineras a veces huyendo sin pagar, cervecean a gusto y prosiguen juntos su ruta indefinida cual si fuesen una pareja integrada, sin embargo, al atravesar por lugares sagrados ella se postra desnuda ante una cruz y, al detenerse ambos en parajes imponentemente áridos, sólo ella se relaciona con una intempestiva chamana indígena misteriosa (Lety Grey cual reencarnación de María Sabina), entonces toma una decisión radical y aprovecha el pretexto de un descenso a orinar en una planicie para escabullirse a campo traviesa hacia la carretera, pedir aventón a los bólidos que atraviesan por el lugar y treparse en el primer camión que se detiene, dejando al motociclista anonadado bajo el sol, sin poder reponerse de la separación que vive como una agresión y una herida, deshecho por la soledad y los celos, se dirige al mar, se despoja de su casco, se encarama sobre un acantilado y se deja fulminar por el brillo del astro lejano, cual si intentara hacerse merecedor de un jamás tardío experimento aromasolar.

 

El experimento aromasolar despliega de principio a fin, y casi plano por plano, un repertorio de efectos ópticos que remite, redunda y constituye un verdadero arsenal de intervenciones experimentales (o postexperimentales) sobre la materialidad de la imagen (luces relampagueantes, estroboscopías que inundan y borran las efigies, desintegraciones y descomposiciones figurativas, solarizaciones obvias, escamoteos mil, sobreimpresiones a granel, disolvencias eternizadas, imágenes mentales que pueden o no ser flashbacks, fetichizadas reliquias metálicas, diálogos sistemáticamente fuera de campo cual añadidos o sucediendo en otra dimensión de la realidad, coexistencia de diversos formatos y película virgen o digitales que incluyen hasta el arcaico quincuagenario Super 8 ya en desuso, un solo close up conductual-psicológico enfatizando el estallido de la desesperación de Ella), al unísono de una excelencia técnica que mantiene denodadamente el control sobre sus delirios (fotografía y edición sin tregua inventivos de Agustín Elgorriaga, disruptivo arte sonoro de Gabriel Téllez Girón Jiménez, puntuales diseño de producción de Daniel Iván Lavadores y dirección de arte de Felipe Reissenweber y Mariela Muzzachiordi, esquizochoqueante música original de Román Noriega, sugestivo y declaradamente artificial diseño gráfico de Gudy Jostel), más allá de las evidencias expresivas, las elipsis y las oquedades o las sugerencias subliminales en que se basa o apoya, y todo ello se alcanza en una incompletud tan ávida de significados cuanto ecuménica, y la chava caminando enigmáticamente hacia el final por calles pedregosas con los audífonos bien puestos.

 

El experimento aromasolar permite y casi obliga así a que, con toda libertad y derecho, cada quien, cada espectador consciente y creador, pueda reconstruir e interpretar el relato como quiera, le dé la gana o mejor le convenga, cual viaje meramente sensorial, como una caja de Pandora de sugerencias visuales y argucias fílmicas, una fantasía mexicana al fascinado gusto exotista con persistencia de motivos fotogénicos (nopaleras, cactus del desierto, ruinas, cráneos, copal, manos como ramas y demás), una emulación místico-sensual a lo reciclado Werner Schroeter, una road picture existencial y transpuesta dentro de una literalidad neobarroca para acabar con todas las road pictures posibles, un ensayo de añoranza sacra, una deriva audiovisual sobre temas fijos siempre resignificándose, una transposición a universos alternativos de previas y serias búsquedas personales del cineasta, un relato de itinerario exterior/interior, y una reivindicación de la espontánea inmediatez sexual (antes de manera peyorativa y patriarcal-machistamente se decía “la putería”) de las chavas actuales y su recio empoderamiento feminista, autorrevaloradora, de cara a una nueva masculinidad aún emergente y avistada en dolorosa formación.

 

Y el experimento aromasolar resume contundentemente su trama, en términos desusados en México, como “El aroma del sol llega a los cuerpos que huyen hacia el norte. Montados en la misma línea hacen que sea para que las ruedas no paren. La promesa es un espectro que los mantiene sin territorio”, lo que equivale a una definición tan explícita cuan poética de su naturaleza y sentido, invocando una sinestesia cósmica que se aviene muy adecuadamente con esa imagen conclusiva del motociclista y la bailarina, en pareja al fin restituida, pero confrontada con una condición de impotencia ante la maldita lámina fronteriza en el extremo norte tijuanense.

 

 

FOTO: El montaje de imágenes hace al espectador adentrarse en un viaje surrealista en los paisajes mexicanos/ Especial

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