Ernesto Contreras y la escuela recóndita
El último vagón es un fiel retrato de las peripecias a las que se enfrenta la educación rural en México
POR JORGE AYALA BLANCO
En El último vagón (EU-México para Netflix, 2023), edificante film 5 ficcional del excuequero veracruzano hijo de maestra rural vuelto prolífico realizador de TVseries de 53 años Ernesto Contreras (de Párpados azules 07 a Cosas imposibles 21), con guion de Javier Peñalosa (El sueño de ayer de Maillé 22, No abras la puerta de Hinojosa 22) basado en la novela homónima de la escritora catalana Ángeles Doñate, el vivaz niño de 12 años Ikal Machuca (Kaarlo Isaac) carece de una educación regular (“No me ha dicho en qué año va, joven Ikal”/ “No sé”) y apenas puede leer deletreando palabras, pues su sobretrabajado padre reparador de vías férreas Tomás (Jero Medina) y su guapa madre delicada de salud Lucero (Teté Espinosa) deben cambiar en forma constante de lugar de residencia debido a las necesidades e inclementes vicisitudes del trabajo del padre sujeto a las caprichosas decisiones sindicales, por lo que le toca ser el alumno nuevo en la clase única de la añosa maestra viuda Georgina (Adriana Barraza) que se ha improvisado en el último vagón de un tren varado (“¿Y cuál es mi salón”/ “Es toda la escuela, zonzo”), en donde, gracias a su gusto por el juego y los desafíos físicos, no tarda en adoptar como inseparable mascota al perrito Quetzal de un asesinado y en asimilarse a la banda infantil autodenominada Los Jodidos que integran el rebelde nato Chico (Diego Montessoro), el intrépido retador medio rechazante apodado Tuerto (Ikel Paredes) y la dulce pequeña Valeria (Frida Sofía Cruz Salinas), todos ellos deseosos de atravesar ríos a nado e inventar correrías aventureras en los llanos alrededor del pueblo, mientras el hiperactivo Ikal se distrae en horas de escuela contemplando fascinado a su linda nueva amiguita Valeria y acude por las tardes después de clase a la distante casa de la solitaria profesora Georgina para aprender a leer fluidamente, para lo cual ella con historietas de Kalimán, entre rigores y fieras dificultades de sobrevivencia, compensadas por el gozo de la amistad grupal recién descubierta, la inopinada visita de un circo de tres centavos, las transgresoras incursiones diurnas o nocturnas (encabezadas por Chico) a la suntuosa propiedad protegida por guardias privados del terratenientes dueño de las aguas, y sobre todo la feroz amenaza itinerante con apariencia de progreso y desarrollo modernizador que representa el inspector escolar Hugo Valenzuela (Guillermo Memo Villegas) que en motocicleta y con casco amarillo va de pueblo en pueblo cosechando repudio tras repudio luego de estudiar un legajo local tras otro pero ya precedidos por órdenes de cierre, hasta que el desenfado narrativo se diluye y los acontecimientos cruciales y dramáticos se precipitan, pero al cabo de los años, el buen Ikal va a regresar al sitio clave de su infancia, para rescatar el proyecto educativo de la maestra ya desaparecida y recuperar a una Valeria adulta también vuelta maestra (Fátima Morales), prolongando así a dúo el supremo proyecto de una escuela recóndita.
La escuela recóndita se solaza desplegando en tono afable y venturoso una nueva galería íntima de retratos rurales, cada uno digno de un informulable homenaje vehemente y una oda distinta a su manera; los padres socialmente apabullados y disminuidos que dignamente rechazan su condición de apaleadas bestezuelas, los chavos que sin saberlo se revelan y se rebelan para ir en contra del destino predeterminado o intrínseco, el ángel exterminador de la inspección-liquidación escolar Valenzuela de sonriente facha inofensiva y acción devastadora pese a los escrúpulos morales que de continuo lo asaltan (acaso también porque a la vueltas del tiempo deberá convertirse en la figura paterna del pequeño héroe), pero por encima de todos, claro está, la abnegada e impaciente maestra rural cincuentona que esconde su solitario estoicismo vulnerado bajo una falsa severidad y su inmediatista conocimiento pidiendo a los alumnos atrapar bichos del campo en frascos para la enciclopédica lección de mañana (una salamandra, un antiguo tritón) y la inocultable voluntad admirativa que quisiera asegurar cuanto antes el porvenir de los muchachos como entes libres que lleguen a ser dueños amorosos de su propia vida (“Alguien que sabe adaptarse y sobrevivir en cualquier lugar”), en suma, un puñado de figuras medio entrañables medio estereotipadas, labradas entre un nuevo sentimentalismo y lo genuinamente conmovedor, entre la clásica maestra antibrutalista de mente tricolor María Félix (Río Escondido de Fernández 47) y el senecto profe semiciego José Elías Moreno de Simitrio (Gómez Muriel 60) cuyos alumnos se habían inventado con inexistente compañerito culpable de las travesuras colectivas.
La escuela recóndita reclama y hace suyas algunas de las mejores cualidades del cine de Contreras, el muy excepcional e insólito pudor dominante del conato de pareja amorosa de Párpados azules, el repentino vigor arrebatado y pasionalmente sintético de Las oscuras primaveras (Contreras 14), la sutileza del trazo lingüístico-gay de Sueño en otro idioma y cierta neutralidad procelosa de Cosas imposibles (Contreras 21) en los momentos trágicos y álgidos, como si el relato no fuera sino la crónica imaginativa e imaginaria de la infancia del héroe del documental El sembrador (Melissa Elizondo 18), como si la cámara estuviese registrando con sencillez una anécdota vuelta invariablemente elíptica y ecos de hechos dramáticos/melodramáticos, y no los hechos realistas mismos, distendiendo acciones hasta fundir y confundir significativamente los tiempos en una tierra de nadie más sofisticada que folclorosa.
Y la escuela recóndita secunda con un recorrido lateral de la cámara al profesor Ikal de bigotito que sale con sus alumnitos y alumnitas de cacería pedagógica al campo, siendo contemplado desde la cima de un cerro por el niño sensible que fue, en otro risueño pliegue del tiempo que se transforma y permanece para seguir siendo otro y el mismo.
FOTO: La cinta está inspirada en una novela del mismo nombre escrita por Ángeles Doñantes. Crédito de imagen: Especial
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