Recordando a Ernesto García Cabral
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El pasado 8 de agosto se conmemoraron 50 años de la muerte de Ernesto El Chango García Cabral, extraordinario artista de la prensa nacional durante la primera mitad del siglo XX y, a decir de Juan José Arreola, “el artista más notable del Art Nouveau en México”. En esta entrevista, su hijo mayor recuerda a su padre y habla sobre la situación en que se encuentra el archivo de este virtuoso y polifacético dibujante
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POR GERARDO LAMMERS
“Cabral es un conocido perfectamente desconocido”, dice Ernesto García Cabral Sans, el hijo mayor de Ernesto El Chango García Cabral (Huatusco, 18 de diciembre de 1890—Ciudad de México, 8 de agosto de 1968), ese extraordinario dibujante de publicaciones como La Tarántula, Frivolidades, El Alacrán, Multicolor —revista en donde ridiculizó al extremo al presidente Francisco I. Madero, antes de marcharse becado a París—, Revista de revistas, Jueves de Excélsior, Zigzag, Fantoche, Gacetilla Bayer y Novedades. Artista veracruzano que gustaba presentarse como periodista, pero que también fue actor de cine y televisión, publicista y en sus ratos libres bohemio bailador de tangos, que durante los años veinte y treinta del siglo pasado fue una verdadera celebridad, a la altura de Cantinflas, María Félix, Agustín Lara y Pedro Vargas, sus amigos, y que ahora, a 50 años de su partida, fue recordado por el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM en un coloquio y con una exposición en la Biblioteca Nacional de México.
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“Lástima que no hizo más óleos, más acuarelas, cosas que se puedan vender”, se lamenta García Cabral Sans, un hombre jovial y bromista, de 75 años, conchero para más señas, mientras se fuma un cigarro tras otro en el Taller Ernesto García Cabral A.C., un angosto y atiborrado espacio en los altos de una casa de Tizapán San Ángel, al sur de la Ciudad de México. García Cabral dirige este taller que, además de hacer souvenirs con imágenes realizadas por el artista, resguarda el archivo, compuesto por alrededor de 10 mil originales, casi 2 mil fotografías, cientos de libros, cartas y documentos. Archivo que, dice García Cabral, está considerando seriamente ofrecer a una institución extranjera que lo pague bien, en vista de que hasta el momento nadie en México se ha interesado por él. Son muchos los proyectos que le gustaría echar andar en torno a la obra de su padre: un museo, una fundación, un premio que estimule al mejor caricaturista del año en México; sin embargo, ante los gastos de mantenimiento que exige la conservación del archivo y la falta de liquidez que afronta el taller, no le va quedando de otra.
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Mientras echamos un vistazo a los libros y a las fotografías digitalizadas donde aparece El Chango, haciendo gala de su revoltosa cabellera, siempre vestido de traje, corbata y fistol, al lado de sus amigos periodistas y artistas, García Cabral Sans rememora la vida con su padre, su madre Lalis Sans —30 años menor que El Chango— y sus dos hermanos, Vicente y Eduardo, primero en un departamento de Polanco y, después, a comienzos de los años cincuenta, en la casa de Rafael Alducin 17, en la primera Colonia del Periodista.
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—¿Cómo lo recuerda en su niñez?
—Cariñosísimo. Nos metíamos en su cama, especialmente sábados y domingos para ver las tiras cómicas de los periódicos. Él diariamente se echaba dos o tres diarios cuando menos, buscando el tema: ¡el tema!, ¿cuál es el tema? El tema es la angustia de todos los editorialistas. Teniendo el tema, ¡pra!, en quince o veinte minutos el dibujo ya estaba resuelto.
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García Cabral Sans cuenta que El Chango tenía su estudio en el tercer nivel de la casa, donde trabajaba todos los días, con una gran variedad de técnicas que incluían el uso de lápiz, pincel, plumilla, acuarela, aerógrafo, con la misión de producir su cartón diario.
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“Cuando se trepaba a trabajar, obviamente no le gustaba que lo fregaran. No aguantaba a nadie atrás viendo lo que él hacía”.
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Y de inmediato agrega:
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“A mí sí me daba chance… Porque yo no opinaba, no decía nada. Veía cómo salían las rayas y las líneas de ahí maravillosamente”.
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Hacia el mediodía, El Chango salía en su Cadillac azul y gris, al que se le calentaba el radiador, a las instalaciones de Excélsior, primero, y Novedades, en el último trayecto de su vida, a entregar su trabajo. Y regresaba a comer.
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García Cabral Sans se refiere a su padre simplemente como “Cabral”.
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“Cabral dedicó su vida a los rotativos, al diarismo, en el periódico, en las revistas. Ahí es donde Cabral funcionaba. Más gentes llegaron a ver la obra de Cabral que la de los propios muralistas. Porque su trabajo le llegaba a miles y millones de personas. Sus carteles de cine, pues estaban en las carteleras, en los puestos de revistas”.
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Fallecido en 1968, el trabajo del Chango fue revalorado gracias a Juan José Arreola, quien desde niño, en Zapotlán el Grande, Jalisco, se aficionó a los dibujos que publicaba Revista de revistas, a la cual su padre estaba suscrito.
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“Es uno de los más grandes artistas plásticos de este siglo en México”, dijo Arreola en una entrevista que dio para la televisión, durante la década de los setenta, misma que aparece en uno de los tres DVDs que el Taller Ernesto García Cabral ha producido con el apoyo de Gloria Maldonado y Horacio Muñoz.
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Cuenta Arreola que leyó en algún periódico o revista que en alguna ocasión José Clemente Orozco le dijo a Diego Rivera: “Mira, aquí entre nosotros, el mejor artista plástico que hay en México en este momento se llama Ernesto García Cabral”.
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“Nadie ha dibujado tanto y tan perfectamente los rostros de México como el maestro García Cabral”, dijo Arreola, resaltando, sobre todas las facetas del Chango, la de ser el artista más notable del Art Nouveau en México y recordando que en 1936, cuando tenía 18 años y trabajaba como cobrador de rentas en la Ciudad de México tocando una y otra vez a la puerta de una casa frente al Monumento de la Revolución, se encontró con que aquel inquilino al que debía cobrarle la renta era nada menos que García Cabral.
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Seguimos viendo las fotografías. En una imagen aparecen El Chango, Agustín Lara y Freyre, bebiendo los tres en copas coñaqueras gigantes.
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“Copólogos los tres”, dice García Cabral Sans.
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En otra está bailando tango en un set de televisión. El Chango los aprendió a bailar en los tugurios de París, durante su estancia en Francia en 1912. Más tarde, en Buenos Aires, aprendería a cantarlos.
“Era entonadísimo, estupenda voz. Se sabía los tangos de pe a pa”.
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Durante la época de oro de Acapulco, a mediados de los años treinta, conoció al nadador y actor Johnny Weissmüller, célebre por haberle dado vida a Tarzán. En la imagen aparece García Cabral, dos o tres escalones abajo, fingiendo propinarle un golpe al atlético personaje.
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“Ah”, dice García Cabral Sans. “esta fotografía es muy famosa y se llama ‘El único chango que le pegó a Tarzán’”.
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Enseguida aparece una foto del Chango con el actor Ricardo Montalbán y otra con el compositor yucateco Ricardo Palmerín. Luego, en pantalla, una fotografía de un par de planas de un diario con una entrevista que El Chango le hizo a Germán Valdés, Tin Tan. Una rareza.
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El Chango era un hombre de ocurrencias que provocaba las carcajadas de sus amigos.
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Cuenta García Cabral Sans que en 1944 El Chango acudió a la inauguración de Instituto de Cardiología por invitación de su amigo, el doctor Ignacio Chávez. El Chango y sus amigos ahí presentes se habían ido de parranda la noche anterior, así que llegó un momento en que, cansados, se encontraron con una jovencita que les ofreció un coñac, junto a un camastro con equipo para hacer chequeos. México era en ese entonces número uno en cardiología a nivel mundial. “Oye, Cabral”, le dijo el doctor Chávez. “Aprovechando el viaje, te voy a agarrar de ‘chango de indias’. Ponte acá”, le indicó su amigo. El Chango se recostó en el camastro y le fueron colocados unos chupones en el pecho para realizarle un electrocardiograma. “Proceda”, dijo El Chango, dándole un traguito a su copa. Al cabo de unos minutos aparece de nuevo el doctor Chávez, seguido de varios médicos, todos con caras largas. “Cabral”, le dice el doctor Chávez, “tú eres mi hermano, así que tengo que hablarte con la verdad: la ciencia es la ciencia: en dos minutos se te va a paralizar completamente el lado izquierdo”. Entonces El Chango se hace para atrás y con un movimiento rápido se lleva la mano a la entrepierna, echándose para la derecha el miembro. “Que se salve lo que se pueda”, contesta.
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—¿Cómo fueron los últimos años de su padre?
—En su trabajo. En su chamba. Nunca dejó de dibujar diariamente y a veces no hacía uno o dos dibujos, sino cuatro, cinco, seis, siete…
—¿Trabajó un día antes de morir?
—¿Cómo un día antes? Minutos antes de que le diera la embolia estaba adelantando trabajo porque iba a hacer un viaje a Nueva York.
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Cuenta su hijo que ese día él estaba en la universidad estudiando y, contrario a su costumbre, decidió ir a comer a la casa de sus padres. Encontró a Lalis, su madre, en el teléfono sin saber qué hacer. Después de llamar a la Cruz Roja, subió al estudio donde encontró al Chango tumbado en un sillón y tomó su mano. “Ahora sí, Ernesto”, le dijo El Chango, “ya me llevó el carajo. Pero ni te creas que le tengo miedo a la muerte. La veo algo absolutamente normal. Ni me preocupo. Lástima…” Miró entonces sus dibujos, apilados, guardados en sobres manila. “No valió la pena”, dijo.
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—Insatisfecho siempre, insatisfecho —dice García Cabral Sans de su padre.
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Además de la casa en la Colonia del Periodista, la cual fue vendida años después por su esposa, El Chango dejó una cuenta con 10 mil pesos. Y sus obras. Muchas de ellas se han perdido y algunas otras reaparecen, como la serie de dibujos tempranos —donde se nota la influencia que ejerció Julio Ruelas sobre el entonces joven artista— que el investigador y curador Mercurio López mostró durante su participación en el reciente coloquio celebrado en la Biblioteca Nacional de México, en la UNAM.
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García Cabral Sans reitera que le gustaría que el archivo permanezca en México.
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“Pero si no lo quieren comprar en México, pues, hermano, ahí está el Metropolitan,
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Austin [La Universidad de Texas], Hungría…
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FOTO: Ernesto García Cabral Sans, hijo mayor del Chango, retratado en el Taller Ernesto García Cabral, A.C., al sur de la Ciudad de México. / Ariel Ojeda / EL UNIVERSAL