García Cabral: el hombre de enmedio
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“Soy más humano cuando hago caricatura que cuando pinto en serio”, confesó alguna vez este célebre dibujante, quien es retratado en este ensayo como un talentoso y versátil artista y dibujante mexicano que también se distinguió por su espíritu bohemio y bullanguero. Ernesto García Cabral, un Chango demasiado humano
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POR JUAN MANUEL AURRECOECHEA
Puede parecer exagerado afirmar que Ernesto García Cabral fue el dibujante más importante del México moderno, pero tiene sentido; por tres poderosas razones: su prolífica obra, su enorme influencia en los medios de la caricatura y la ilustración periodística, y, sobre todo, por la honda huella que imprimió en el imaginario “mexicano”.
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García Cabral es el más representativo de una amplísima corriente de ilustradores y caricaturistas que se propone representar a México en la prensa, en portadas de revistas, en anuncios publicitarios, en postales turísticas, en carteles cinematográficos, en caricaturas, en historietas y en toda clase de impresos de circulación masiva.
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Esta escuela, de la que García Cabral es el más talentoso y, en muchos sentidos el líder indiscutible, crea una imagen de México, pero sobre todo crea una forma de mirar a México y representarlo.
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De alguna manera García Cabral y sus compañeros plantean una forma de ser mexicano que termina por convencer a los mexicanos de que son mexicanos porque aparecen en sus dibujos. Si no sales en la galería costumbrista mexicana es porque no eres un auténtico mexicano. Y esa galería es obra colectiva. El mismo García Cabral lo sugiere cuando confiesa “me sirvo de las observaciones que hacen otros caricaturistas, pero como simples puntos de partida; esto lo hacen todos. Y no es que se copie… en realidad, los caricaturistas y, según creo, todos los artistas, somos discípulos de todos y maestros de todos.”
Ya es indiscutible el enorme talento de García Cabral. En verdad parece poseído por el don del dibujo y sin duda tiene razón Alfonso Reyes cuando habla de su difícil facilidad.
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Se ha extendido la leyenda, promovida por el mismo García Cabral, de un bohemio que hacía sus caricaturas entre copa y copa, farra y farra y entre mujer y mujer. Pero yo sólo puedo imaginarlo pegado horas y horas al restirador, trabajando infatigablemente. De otra manera no entiendo cómo se puede realizar treinta mil dibujos de esa calidad en tan sólo seis décadas de vida profesional.
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“Con toda sinceridad, deseo confesarles –afirmó en una entrevista– que no considero haber alcanzado en el arte en que trabajo, el perfecto dominio de una técnica que me haya hecho realmente notorio, pues atrapado bajo la mecánica tiranía del diarismo, obligado a trabajar a un ritmo fatigante, perseguido por el tiempo, juzgo que mis trabajos están faltos de esa consistencia que conduce a la detenida observación que invita al análisis y cautiva la atención”.
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De cierta manera, García Cabral recuerda a Pablo Picasso. No sólo por su versatilidad como dibujante, sino porque, como el malagueño, tiene varios periodos, épocas y una rica variedad de registros.
Entre los principales encuentro:
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La del jovencísimo dibujante de la revista Frivolidades de la primera década del siglo XX.
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La del vanguardista caricaturista político de Multicolor en la que pone su pluma al servicio del antimaderismo.
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La del dibujante simbolista, nocturno, romántico y alegórico de la tinta “El sátiro viejo” y de su etapa inicial en Revista de revistas, de la que son ejemplo: “Flor de cabaret”, “La Civilización y el bolchevismo”, “El Calvario”, “Resurrección”, “Por la fiesta de la raza”, “La humanidad no acaba de despertar de la guerra”, “El flechador del Sol” y “El día de la raza”. Ricardo Garibay lamentaba que García Cabral no haya continuado con este “sesgo simbolista y melancólico de 1918 y 1919”. El mismo García Cabral le había confesado que: “lo tuve en mis adentros durante mucho tiempo, pero elegí la caricatura porque soy más humano cuando hago caricatura que cuando pintó en serio”.
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Carlos Monsiváis comparte la admiración por el García Cabral simbolista y llama la atención sobre la portada titulada “El automóvil gris”, de Revista de revistas de enero de 1919, en la que una joven con el torso desnudo amarrada a un poste mira con fiereza a los ojos del espectador dando la espalda a la ciudad nocturna donde aparece un auto con los faros encendidos. Con esta gráfica, García Cabral instala el simbolismo modernista en la urbe del siglo XX y lo hace en la portada de una frívola revista cosmopolita que emblematiza el supuesto “desenfado de los años veinte”, que en aquel México en crisis, violento y hambriento, no existió más que en las revistas ilustradas, los anuncios publicitarios y los contadísimos centros nocturnos, sitios de postín y teatros de bataclán que había en la capital del país desgarrado de la posrevolución.
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Quizá la vertiente de García Cabral que ha ganado mayor admiración y, sin duda alguna, la preferida de nuestros días, es la de las portadas de Art Déco de Revista de revistas de los años veinte y los primeros treinta, donde inmortalizó a la Chica moderna. Aquí dibuja a la mujer del futuro como boxeadora, atlética saltadora de obstáculos, torera, futbolista, tenista, golfista, ingeniera, piloto de avión, automovilista o pintora cubista. Esa joven masculinizada que fuma, bebe y se revienta es, al mismo tiempo, al figurín de moda de ropa ligera; la coqueta y grácil muchacha acariciada por el aire primaveral; la mujer fatal, lánguida y sensual tendida en el cheslong con una enorme boquilla entre los dedos; la elegante dama a la moda, a quien asiste un mocito de piel negra y bemba colorada perfectamente uniformado como bellboy, que le carga la compra y le ofrece afeites y hombrecitos en charola. Se trata del modelo occidental de “belleza femenina”, como afirma Alfonso de Villamil sus Chicas modernas son “Mariposas multicolores clavadas en las portadas de Revista de revistas con la punta de un lápiz genial”. Boquitas pintadas que lucen como fachadas de la ciudad moderna. Recuérdese ese dibujo en el que una matrona escandalizada interroga a una de esas chicas modernas que se maquilla ante el espejo: “¿Me quieres decir que te ha dado por pintarrajearte? –¡Pero mamá!… ignoras que el ayuntamiento ha ordenado que se pinten todas las fachadas de la ciudad”. Y en esto es literal, las portadas de Revista de revistas son la fachada de una nación sumida en la pobreza empeñada en olvidar las heridas de la Revolución, las asonadas militares y los asesinatos políticos.
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García Cabral es también el ilustrador de estampas típicas y folklóricas de un México idílico y estilizado, de postal turística, cromo de calendario o cartel publicitario, de la que son representativas las ilustraciones: “Vendedor de máscaras”, “Un pescador del lago de Pátzcuaro”, “Charro de Guanajuato” o “Mujer en Flor”. En esta vertiente destaca el dibujo al pastel de unas sonrientes cortadoras de café. Sin duda un trabajo impecable en cuanto a su realización técnica, pero al que habría que preguntarle qué tiene que ver con la realidad de las jornaleras indígenas explotadas en las fincas de la época.
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García Cabral es también el humorista ligero de líneas perfectas de las páginas editoriales de Excélsior y Novedades. En esta vertiente uno de sus temas favoritos es el matrimonio de clase media, infierno y grillete de maridos y reino de esposas entradas en carnes, agrias y ridículas, como la inmensa y rotunda mujer que, ataviada en traje de baño, le pregunta al cónyuge: “–Qué defecto le encuentras al traje de baño que compré para las vacaciones en Acapulco. –El relleno.” Humor misógino que dudo comparta una sola mujer.
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Tema recurrente de este García Cabral editorialista son los asaltantes, gráficamente idénticos a sus valedores, peladitos, pordioseros y cargadores, que esperan a sus víctimas a la vuelta de la esquina. Es inevitable pensar que García Cabral plasma en esta imagen su versión de la batalla entre la civilización (representada por el peatón de clase media, abrigo y sombrero, a punto de ser atracado) y la barbarie (representada por astrosos raterillos de puñal en mano y pantalón caído).
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Al García Cabral editorialista le incomodan los temas políticos y en su etapa de Excélsior, entre 1918 y 1943, la problemática está prácticamente ausente de sus cartones, de no ser por unos cuantos dardos que destina a líderes sindicales barrigones y sombrerudos que fuman enormes puros y lanzan encendidos discursos revolucionarios mientras pisotean al pueblo, o, en el campo internacional, por los que dedica a nazis y bolcheviques. En los últimos, sucesiva y reiteradamente, se ensaña con José Stalin, Nikita Kruschov, Mao Tse Tung y Fidel Castro.
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Y es que a García Cabral lo persigue la incómoda política desde los años de la revista Multicolor. Según Gabriel Alfaro, para el dibujante: “la política es tan esotérica como la teología y nunca sabe quién es el presidente de México”. Para Monsiváis, es un cartonista “distante por naturaleza de compromisos ideológicos, carente de filias y fobias políticas”. Y en algún momento el mismo García Cabral cuenta: “Me gustaría no tratar temas políticos, excluirme definitivamente de la política y de sus personajes”. Pero como bien se sabe no existe la neutralidad y el apoliticismo es una de las formas más acabadas de la política.
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Su apoliticismo no le impide participar con innumerables cartones en la campaña de la Guerra Fría patrocinada por Washington para derrocar al gobierno de izquierda moderada de Guatemala, encabezado por Jacobo Arbez, en los años primeros años cincuenta. Algunos de ellos publicados en el libro Siete dibujantes con una idea, que en 1954 sale al mercado con un insólito tiraje de 90 mil ejemplares, tiraje que en la segunda década del siglo XXI no acaba de agostarse, como se puede constatar visitando la librerías de viejo de la ciudad. Resulta obligado preguntarse quién pagó la publicación. Todo apunta, como afirmaba Rius, a la embajada de los Estados Unidos.
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El García Cabral de los cartones editoriales también puede ser un dibujante conmovedor, como en la serie que dedica a los temblores de 1920 que afectaron Puebla y Veracruz. Aquí hace a un lado las líneas modernistas características de su dibujo de la época y opta por el carboncillo y las tonalidades dramáticas. En “La patria clama” aparece un García Cabral expresionista que recuerda a Evard Munch, y en “Bajo los escombros” surgen dos jóvenes enfermeras de la Cruz Roja que trasgreden el estereotipo de la Chica moderna para auxiliar a una madre desolada que pregunta por sus hijos.
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En esta vertiente podemos ubicar sus melodramáticos dibujos de niños tan famélicos como los perros que los acompañan y uno de sus cartones más célebres: aquel de 1947 publicado en Novedades, en el que retrata el velorio de un hombre en una choza miserable y oscura, al que velan sólo dos mujeres y un niño en los huesos sin más iluminación que la de un humilde pabilo, y a cuyo píe comenta el dibujante: “Hay minorías que hacen huelgas de hambre y todos los saben. Hay mayorías que se mueren de hambre y nadie lo sabe”. De manera que esta imagen de pobreza desfolcrorizada, resulta fundamentalmente, el cruel comentario sobre la huelga de hambre, que en ese año efectuaban los obreros de la Central Nacional de Trabajadores presos en la cárceles de la España franquista.
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Y es que el García Cabral editorialista pretende adoptar el punto de vista del hombre común, similar al que desarrolló a fines del siglo XIX el estadounidense Frederik Burr Opper en la famosa serie “The Common Man” para criticar a los políticos corruptos de su país. Pero el “Common Man” de García Cabral es un varón urbano de clase media acomodada y mediana edad, casado, convencionalmente misógino y anticomunista. Tan conservador y tan liberal como la clase a la que pertenece: un lector de periódicos que se dirige a los lectores de periódicos en un México en que los lectores de periódicos son una minoría, pero que se concibe a sí misma como la Opinión Pública. En ese México descentrado, García Cabral se coloca como el hombre de enmedio.
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Quizá el García Cabral más olvidado es el García Cabral naturalista: el reportero gráfico de las “Actualidades”, las “Siluetas Metropolitanas”, y las “Escenas Citadinas” que publica en Excélsior, Revista de revistas y Jueves de Excélsior entre 1918 y los primeros años veinte. Aquí se transforma en un periodista de a pie que toma apuntes del natural en la escena misma de los hechos. Es un García Cabral que retrata a los personajes del espacio público sin caricaturizarlos. Entonces dibuja, como recomendaba Paul Cezanne, sólo lo que tiene ante la vista, sin ideas preconcebidas y sin prejuicios. Nada más y nada menos que lo que tiene ante los ojos. En estas estampas ya no aparecen tipologías abstractas ni caricaturas sino gente real. Entonces, los rasgos indígenas de macheteros, abogados y peatones, chicas modernas o mujeres del pueblo llano, y hasta delincuentes del fuero común, cobran vida, se animan y adquieren la inquietante dignidad humana de las personas reales. Así aparecen boleros, cargadores, policías, soldados, empleados, peatones, marchantas de mercado, secretarias, oficinistas, presos en la barandilla de juzgado y hasta auténticas asesinas con nombre propio como las autoviudas González y Jurado, a las que García Cabral retrata con piedad. En lo personal, este García Cabral naturalista es el que me gusta.
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Hay muchos otros García Cabrales: el publicista de la Casa Bayer y de la cerveza Monterrey Lager, el de las portadas al pastel del Jueves de Excélsior en sus tres épocas, el muralista, el pintor de caballete, el cartelista de cine que funda lo que podríamos denominar el grotesco popular, el retratista de celebridades, el paisajista, e ilustrador de innumerables libros y folletos e, incluso, entre muchos otros, está ese García Cabral de las portadas de Gladiador, la revista del ejército mexicano, en las que delinea cuerpos apolíneos, atléticos, en los que la mezcla de músculo, virilidad y armas linda entre el clasicismo helénico, la estética fascista y el realismo socialista.
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Finalmente está el García Cabral más importante y trascendente: el que verdaderamente deja huella en el imaginario mexicano. Y, sin duda alguna, este García Cabral es el García Cabral costumbrista, que, en su vertiente bullanguera, festiva y guasona, es el maestro de la caricatura más significativa del México popular del siglo pasado. El de los cartones dedicados a las posadas mexicanas y los gritos de 15 de septiembre, el de las “changuitas” de trenza, rebozo y canasta de mandado, el de los pordioseros “ingeniosos”, el de los charros envalentonados y las chinas poblanas, el de las “tiernas” prostitutas, pachucos, peladitos y teporochos… Cuyo humor sintetiza el famosísimo cartón de la serie La vida en broma intitulado “¡Viva México valedor!”, en el que un representante del “México típico” destripa a un semejante que, a su vez, le sorraja un balazo en la frente al que pudiera ser su espejo… El García Cabral que, según Ricardo Garibay, retrató nuestra “conmovedora fanfarronería”, el que según Carlos Monsiváis convirtió “las estampas populares en hazañas de supervivencia” y, el que según Rafael Barajas, nos legó “una deliciosa crónica visual” de la vida cotidiana del siglo XX. Aquí, García Cabral es el ilustrador de una comunidad imaginaria en la que ratifican su nacionalismo todos aquellos que se asumen mexicanos, quiera decir esto lo que quiera decir.
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El Fisgón califica acertadamente a García Cabral como el heredero del costumbrismo decimonónico de Constantino Escalante, Santiago Hernández, Jesús Alamilla, José María Villasana o José Guadalupe Posada.
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Pero creo que hay que buscar el origen del costumbrismo de García Cabral y –de todo el costumbrismo mexicano– aún más lejos: en las imágenes y la narrativa de la Conquista española, que dibujó a los indígenas americanos como seres bárbaros, sangrientos, idolatras y sodomitas. Y esa imagen de la América india que proliferó en la Europa de los siglos XVI y XVII, justificando la Conquista y la apropiación del territorio, atravesó el océano y atraviesa nuestro costumbrismo, encubierta de relajo y guasa, interiorizándose en el inconsciente colectivo. Y esa marca inferiorizante del México bárbaro está en el centro de nuestro humor, y naturalmente está en las imágenes de Ernesto García Cabral, Andrés Audiffred, Rafael Freyre, Antonio Arias Bernal, Abel Quezada, Gabriel Vargas y en prácticamente toda la caricatura costumbrista mexicana, porque la risa es, al mismo tiempo, que un mecanismo de defensa, un mecanismo de agresión. Y cuando se trata de una autoagresión, es el escudo que encubre una herida y una humillación. La risa puede ser descanso y alivio, pero también impide la mirada introspectiva. Y como cálculo que curarnos de esa herida nos llevará otros quinientos años, propongo que empecemos de ya a revisar nuestro jocoso costumbrismo.
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Y para comenzar hay que tomar el humor en serio, pues mientras no contemos con investigaciones y estudios sistemáticos y críticos de la obra de Ernesto García Cabral, mientras sigamos perdidos en el elogio de un dibujante sin duda portentoso, todo lo que digamos sobre el tema debe ponerse entre paréntesis y considerarse provisional. En esta perspectiva ya contamos con lo fundamental: la catalogación de alrededor de 25 mil piezas realizada por el Taller García Cabral. Ahora sólo faltan los estudiosos dispuestos a quemarse las pestañas en su obra monumental.
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FOTO: El joven dibujante Ernesto García Cabral comenzó su carrera periodística en Multicolor, revista de humor político que fundó y dirigió el caricaturista español Mario Vitoria, su principal impulsor. / Archivo EL UNIVERSAL