“Escorial”: La abyección del poder
POR JUAN HERNÁNDEZ
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“Escorial”, del dramaturgo belga de origen flamenco Michel de Ghelderode (1898-1962), es una farsa oscura de complejas proposiciones estéticas y filosóficas. Reestrenada 17 años después de su primera escenificación en México, con el mismo elenco: Patricio “El Pato” Castillo y Roberto Sosa, y la dirección de Luly Rede, el autor expresa el universo que refleja, en parte, su propia historia: formado en escuelas católicas, aterrado por los curas, bajo una rígido sentido de autoridad, pero al mismo tiempo fascinado frente a las historias bíblicas y, sobre todo, ante el estudio de la Edad Media.
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Autor que abre camino a la vanguardia del arte dramático en el siglo XX, se alimenta de la tradición gótica, de la que toma la atmósfera pesadillesca de su obra “Escorial” y, al mismo tiempo, se inspira en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, de arquitectura renacentista, mandado a construir en 1563 por el Rey Felipe II, para albergar el Palacio Real, la Basílica, el Panteón del linaje del soberano y la residencia de los monjes de la orden de San Jerónimo.
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La mención del edificio histórico no es anecdótica. En él se basa Ghelderode para hablar, de manera irónica, de lo que imaginó que aquellas paredes guardaban. Y entonces surge otra acepción de la palabra escorial, ahora sin el artículo “el” del edificio real, cuyo significado remite al lugar de desecho de la escoria, es decir, de las impurezas que se desprenden de la fundición de metales.
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El dramaturgo elabora un inteligente juego teatral acerca de la decadencia, la abyección y la miseria humana. La puesta en escena de Luly Rede se ajusta a la compleja estructura del texto, en un montaje con escenografía mínima: el trono con apariencia de metal oxidado —desprovisto de brillo y majestuosidad—, alargado, a semejanza también de una guillotina o aparato de tortura. Atrás del asiento real dos cortinas, de apariencia sucia y desgastada, sirven de telón de fondo. La corona del rey parece el casco de un loco y la del bufón una variación de la corona del amo pero con dos paletas alargadas que sugieren las orejas de perro o burro.
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La iluminación completa la atmósfera de pesadilla, ámbito de locura, entendida ésta como la delirante exaltación de dos mentes retorcidas que entrarán en combate: duelo de poder entre el Rey, interpretado por Patricio “El Pato” Castillo, y el Bufón, encarnado por Roberto Sosa. Uno parece ser la extensión del otro, en dinámica circular.
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Se recurre a la farsa dentro de la farsa: el Rey intercambia la corona para que el Bufón sea él y él convertirse, por unos instantes, en bufón. Un duelo de hombre a hombre, en el que habrá de desvelarse la metáfora que Ghelderode busca ofrecer sobre el mundo: lo abyecto se manifiesta no sólo como parte de la condición del ser humano, sino como característica perenne de la historia de la humanidad.
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Al autor trastoca la imagen de la Iglesia, representada por el monje que aparece en escena: flemático, enfermo, mucho más cercano al sentido de escoria que a un ser relacionado con la divinidad. Por otra parte, el personaje de la soberana, interpretado por Paula Comadurán, tiene breves apariciones, evocada en el sueño del Bufón, o en el pensamiento del Rey. La Reyna agoniza y a través de ella la muerte ha entrado al Palacio Real. Las campanas echadas al vuelo levantan los ladridos de los perros que retuercen la conciencia del poderoso, quien ordena al bufón agotado —taimado y perverso— “representar” una farsa para conseguir, por fin, reír. La risa, producto de la acción del bufón, enfatiza la atmósfera lúgubre de la escena.
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Roberto Sosa hace un trabajo estupendo como Bufón, personaje que expresa el menosprecio por el soberano. El actor trabaja con la voz, la expresión de su rostro, el gesto de su cuerpo y, además, hace un trabajo de movimiento de gran exigencia y desgaste de energía, que es en sí mismo lenguaje.
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Mientras que Patricio “El Pato” Castillo da vida a un Rey que es la visión de la escoria, de la abyección, del aburrimiento y de la miseria humana. El poder se devora a sí mismo. Actuación virtuosa la del histrión veterano, quien presenta al personaje en su sentido alegórico y simbólico.
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“Escorial” es una obra corta, divertida e inquietante. Un bocado apenas suficiente para despertar la reflexión en el espectador sensible y de profunda curiosidad. No hace falta ser un hombre de la Edad Media, ni del Renacimiento, la obra es un discurso sobre el poder en todos los tiempos. Farsa que habla al presente con profunda erudición sobre la tradición cultural de occidente.
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*Escorial, de Michel de Ghelderode, traducción de César Jaime R., adaptación y dirección de Luly Rede, con Patricio “El Pato” Castillo, Roberto Sosa, Roberto Ríos “Raki” y Paula Comadurán, escenografía y vestuario de Edyta Rzewuska, música original y diseño sonoro de Omar González e iluminación de Jorge Ferro y Víctor Colunga “Veloz”, de se presenta en el Teatro Helénico (Av. Revolución, Guadalupe Inn), miércoles a las 20:30 horas, hasta el 25 de noviembre.
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**Foto: Escorial, de Michel de Ghelderode, traducción de César Jaime R., adaptación y dirección de Luly Rede, con Patricio “El Pato” Castillo, Roberto Sosa, Roberto Ríos “Raki” y Paula Comadurán, escenografía y vestuario de Edyta Rzewuska, música original y diseño sonoro de Omar González e iluminación de Jorge Ferro y Víctor Colunga “Veloz”, de se presenta en el Teatro Helénico (Av. Revolución, Guadalupe Inn), miércoles a las 20:30 horas, hasta el 25 de noviembre/ Crédito Wendy Quintanar.