Escritura de las antípodas
POR LILIANA MUÑOZ
En el prólogo a la edición de 1954, Jorge Luis Borges escribió que la Historia universal de la infamia era “el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias”. En este sentido, las historias —apócrifas, falsas, tergiversadas— que conforman Los disidentes del universo, el último libro de Luigi Amara (ciudad de México, 1971), se encuentran más cerca del Borges de la Historia universal de la infamia que de los Ensayos de Montaigne, pese a que él mismo se empeña en considerar a sus textos “ensayos que podrían llamarse conjeturales”. (p. 13).
La crítica y aun los propios ensayistas han discutido ampliamente sobre los alcances y límites del ensayo, sobre su carácter de género que puede valerse —o no— de la ficción, que puede tener —o no— ciertas normas y prohibiciones, sobre su condición misma de género que ni siquiera es un género. Por eso me sorprende que, tras su feroz defensa de la pureza del ensayo en su texto “El ensayo ensayo” (publicado en Letras Libres), en el que plantea que, si bien el género es esencialmente escurridizo, no deja de ser necesario problematizarlo, perfilarlo, preguntar por sus fronteras, para en suma aceptar que no todo es, ni puede ser llamado ensayo, Amara nos hable ahora de “ensayos conjeturales”, cuando antes había señalado que: “El ensayo es un ‘género degenerado’, sí, y por si fuera poco de lo más hospitalario, pero no hasta el extremo de traicionarse. ¿Qué ganamos con decir que sus únicas constantes son la apertura temática y la libertad compositiva, cuando eso mismo podría decirse de muchísimas cosas?” Porque cuando Amara se refiere al “ensayo ensayo” quiere decir el ensayo auténtico, sin adjetivos —no el “ensayo literario”, ni el “ensayo libre”, ni alguna de sus variantes—, el género personal y subjetivo que nace con Montaigne.
Entonces, los ensayos conjeturales que conforman Los disidentes del universo, ¿qué son? ¿Son “ensayos ensayos”? ¿Existe alguna vertiente del “ensayo ensayo” que sí admite apellidos, algo así como el “ensayo ensayo conjetural”? No cuestiono el carácter heterogéneo de Los disidentes del universo, pero me parece que los textos que lo integran no son ensayos, sino otra cosa: agudos ejercicios de la imaginación; relatos plagados de reflexiones inteligentes; retratos de manías y obsesiones, de hombres y mujeres que pudieron o no haber existido. A diferencia de El peatón inmóvil (2003) o La escuela del aburrimiento (2012), esos sí “ensayos ensayos”, Amara escribe ahora las historias de estos individuos que remiten más a la tradición de los infames de Borges o a las biografías ficticias de Schwob en sus Vidas imaginarias, que a la de Montaigne. Luigi Amara parece darse cuenta de esto e intenta justificarse en “Cerca de la nulidad”, el texto que sirve como prólogo: “Probablemente hubiera bastado […] consignar escuetamente aquellos datos dispersos que en primer lugar me parecieron increíbles o descabellados, en lugar de contaminarlos con hipótesis y soluciones imaginarias. […] Quizás hubiera bastado enlistar, en la vieja tradición de Diógenes Laercio, un mosaico de citas y referencias […] Pero además de que, como mucho me temo, ya es un poco tarde para una salida de este tipo…” (p. 14).
Aunque el libro parece escrito con cierta premura, si se le compara, por ejemplo, con las esmeradas 287 páginas que conforman La escuela del aburrimiento, Amara es tan buen prosista que su estilo sobrevive a las prisas debido a que posee una virtud esencial: un tono personal, elegante, original. Así, abundan las oraciones de largo aliento, las frases ingeniosas, los guiños librescos que nunca llegan a ser extenuantes y que hacen de Los disidentes del universo un proyecto que, pese a no cumplir con algunas de sus ambiciones, sí logra cabalmente aquello que Amara pretende: “el escalofrío de advertir la posibilidad de un reverso, de unas antípodas, de un mundo paralelo y apenas entrevisto, pero en cualquier caso muy lejano del que ya nos fatiga y damos por sentado y nos induce al aburrimiento o la rutina” (p. 15).
Historias como la de Julia Pastrana, dama velluda del siglo XIX, y su marido amante de los pelos; como las de Johannes Richter, censor de las últimas palabras de personajes famosos, o Isidoro García Saldaña, taxidermista de animales fantásticos; historias como las de John Connish, adicto a las colas, o Kang Zheng, eunuco capaz de experimentar vívidos orgasmos, son las que integran este libro, en donde no existe una distinción entre las pasiones y las manías, las singularidades y las deformidades. Roy Robert Smith encuentra, en su inapetencia por el mundo, “un estado espiritual de desprendimiento”, tanto como lo hace Thomas Lloyd con su régimen alimenticio a base de papel de libros, mientras que el pasmo de Louis Paulsen frente al ajedrez no es más que “un método para perder la conciencia de sí a través de la contemplación de un punto fijo del tablero” (p. 102). En el fondo, todos estos hombres y mujeres parecen perseguir, en ese reverso de la realidad, una reafirmación de la vida. Tal vez a nosotros, al vislumbrar en estos disidentes el reflejo de nuestra propia monstruosidad, nos suceda lo que a los compañeros de Hákim de Merv en la Historia universal de la infamia: “Están ciegos […] porque han visto mi cara”.
Luigi Amara, Los disidentes del universo, Sexto Piso, México, 2013, 149 pp.
*Fotografía: Luigi Amara en una entrevista realizada en marzo de 2010./ ARCHIVO EL UNIVERSAL
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