Escuela en casa en tiempos del coronabicho: Entre Sherlock Holmes y Poirot
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Desde hace seis meses, con la llegada de la Jornada Nacional de Sana Distancia, los padres de familia vieron alteradas sus rutinas de trabajo y convivencia en el hogar, como lo muestra esta crónica
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POR MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ
Twitter: @AmbrizEmece
Hace seis meses que no dejo a mi hija en la escuela, porque la escuela entró a la casa. Jamás imaginé que iba a extrañar las prisas de las mañanas para estar a tiempo en el colegio, las veces que decía apúuuurateeeee en diferentes tonos —desde el más suave hasta el hartazgo—, acompañado de: “¡Ándale, te van a poner un retardo!”. ¿Quién podría añorar esos momentos de premura y sobresalto? Ahora es: “Ya métete a la sesión, ya van a pasar lista!”; y ella: “Es que todavía me falta peinarme”.
Cada inicio del ciclo escolar llevaba a la papelería de Silvia algunos libros que no me quedaban bien forrados, porque no ajustaban bien los plásticos, no me los entregaban completos o porque mi destreza para dicha faena es escasa. Esta vez no tuve que recurrir a ella ni esperar mi turno correspondiente o el día para recogerlos. Aunque la papelería está acondicionada para recibir a la gente en tiempos del coronabicho, la clientela ha bajado. Silvia tiene un hijo en segundo de primaria que siempre está ahí acompañando a su mamá, haciendo la tarea o distraído con el celular o el videojuego portátil. Cada vez que estoy cerca de la papelería pienso qué necesito de ahí, para evitar acudir a una de esas grandes empresas de papelería y computación que hay por varios lados. Algunos negocios de la zona donde vivo han cerrado, y no quisiera que la papelería de Silvia emprendiera el mismo camino.
La covidianidad ha cambiado nuestras rutinas, la forma de relacionarlos. No somos los mismos de antes, ¿acaso alguien lo es?
La escuela en casa ha venido a modificar nuestras vidas y a formularnos varias preguntas: ¿es un modelo efectivo para la contingencia o estamos respondiendo a intereses económicos que nos han impuesto?, ¿en verdad logra que los niños amplíen sus habilidades o termina por agobiarlos?
Lo cierto es que apostamos por un sistema educativo basado en la probabilidad porque pueden presentarse varias situaciones: que se caiga el Internet, que se vaya la luz, que no se pueda ingresar al aula virtual con la clave correspondiente, que falle el sonido y sólo sea posible ver que los labios de la maestra se mueven, con premura, al explicar algo. O que el gato se cruce jugando por donde están los cables y de esa hazaña surja un inminente alarido: “¡No puedo entraaaar! ¿Qué hagoooo?”. Y su papá hábilmente resuelve el inconveniente.
Los profesores-detectives
En estos inverosímiles días hemos conocido dos programas de educación a distancia. El primero, de respuesta casi inmediata, que la escuela proporcionó cuando tuvo lugar la contingencia en los meses finales del anterior ciclo escolar. Consistía en solicitarles a los alumnos trabajos, investigaciones, resolver cuestionarios, lecturas, elaboración de videos y otras actividades. Los docentes elaboraban videos y los subían a una plataforma para que se pudieran consultar esas lecciones. Los alumnos no estaban sujetos a un horario fijo, sino que podían administrar su tiempo para cumplir con lo asignado semanalmente. Pero ocurrió una escena similar a la del Aprendiz de Brujo, donde las escobas llevan agua sin parar; comenzó el desgaste, demasiadas tareas, no alcanzaba el tiempo. Vivíamos una doble dosis de estrés: afuera, la vida detenida por la pandemia; adentro, la vida paralizada por la angustia, pues llegaría el sábado y ya no iba a ser posible subir las tareas que hacía la niña en quinto año de primaria. Los trabajos escolares se escaneaban y se colocaban en la carpeta de la materia correspondiente. En esa actividad mecánica de hacer y hacer, continuamente estuvo en duda si existía una enseñanza o solo se complacía a ciertos padres de familia —quienes ya se habían quejado con anterioridad— que no saben convivir con sus hijos, pues por fortuna para ellos casi siempre los niños estaban demasiado ocupados para efectuar otras actividades que no fueran académicas.
Por suerte tocó el turno de las vacaciones de verano y luego supimos del segundo modelo de educación a distancia para una primaria privada en este ciclo escolar 2020-2021. Se trata de aulas virtuales en línea y una plataforma para que los estudiantes dejen su evidencia. Como si los maestros fueran una especie de Sherlock Holmes o de Hércules Poirot, personajes de Conan Doyle y de Agatha Christie, rastrean la evidencia para verificar que los alumnos cumplan con lo que se les pide.
Los profesores-detectives han tenido que tomar cursos de actualización y capacitarse en la nueva versión de dar clases. Es necesario reconocer su esfuerzo —en todos los niveles educativos—. Quien piense que es igual dar clases on line que presenciales, está equivocado. Los niños se fastidian de no poder ver a sus amigos, de tener una convivencia limitada en sus respectivos hogares y todavía se deben de sentar cerca de seis horas frente a una computadora. Se les solicita que porten uniforme escolar y pidan la palabra alzando su mano para que la maestra dé autorización y puedan hablar en clase. Hay educadores que exigen puntualidad y si el alumno no ha ingresado a la clase a las 8:05, se les marca ausencia si ya se pasó lista. Los alumnos cuyo número de lista es de los últimos tienen ventaja respecto de los primeros en orden alfabético. Dolor de espalda, de cabeza y confusión por las tareas son algunas de las quejas que expresan quienes han demostrado destreza para resolver problemas en equipo, generados la mayoría de las veces por el desfase de comunicación con los docentes.
En las aulas virtuales es posible detectar varios tipos de maestros. Destacan los contrastes: los que son como el detective Poirot: engreídos, egocéntricos, impresionan a los demás por el buen funcionamiento de sus “células grises”, así les dice el personaje literario a sus neuronas que contribuyen a que resuelva enigmas. Para ellos ya no es suficiente contar con experiencia en la docencia ni ser especialista en enseñar matemáticas, sino que además se requiere de pericia para demostrar que el conocimiento no se puede abordar sin considerar el aspecto lúdico. Ya lo pensaba así Rousseau en el siglo XVIII, para quien educar no era sinónimo de disciplina sino de enseñar a los niños a ser felices.
En oposición se encuentran los maestros que se parecen a Sherlock Holmes: sobresalen por el hábil uso de la observación y del pensamiento deductivo. Son creativos, astutos al forjar escenarios ficticios o, incluso, disfrazarse si la ocasión lo amerita. Sin duda, son los más diestros, pues conocen las limitaciones de lo virtual y logran comprender el nivel de agotamiento y estrés de los oyentes. Detectan cuando sus alumnos requieren de una pausa para pararse, estirar las piernas, moverse un poco, aunque sea en su mismo lugar de trabajo y luego retoman la clase; les permiten tomar agua y organizan actividades que se prestan tanto para socializar como para que cada alumno emita una opinión. Los motiva a pensar, a resolver conflictos. Desde la primera semana se convierten en el referente de la clase favorita y los padres conocemos de sus hazañas en el aula virtual. Como ocurre con la Miss Adri, una maestra de segundo año de una primaria particular que implementó dar sus clases acompañada de Dinosabio, un peluche que interactúa en el aula virtual con los niños y hace que el tiempo frente a la computadora sea menos monótono.
Los infiltrados
Una moda recorre los salones virtuales, más a nivel de preparatoria y secundaria. Lo que comenzó como una ocurrencia ya se ha convertido en una costumbre cibernética. Ellos son los infiltrados: pueden ser youtubers, influencers o cualquier otra persona. Suena a una película de Martin Scorsese, pero no lo es. Lejos quedaron los días en que los estudiantes podían volarse las clases, pues ahora la escuela en casa los limita, deben encender su cámara y cumplir con normas de disciplina. No obstante, algunos jóvenes comparten con otros los datos de la clase virtual y ahí comienza el caos.
Los infiltrados se instalan y actúan de diversas maneras: pueden escuchar unos minutos la clase y luego establecer un diálogo con el profesor que provocará risas, generan ruido y burlas o comparten pornografía desde su pantalla.
En la web es posible hallar recomendaciones para evitar que haya colados en las clases. Estos consejos los dan los hackers con la finalidad de que exista más protección en las sesiones. Los profesores ya están alertados de la presencia de extraños que simulan ser estudiantes, y algunos han tenido que optar por varias estrategias para evitar convertirse en presa de bromistas cibernéticos; una de ellas es cerrar el aula después de quince minutos de que inició la sesión. Aunque si un alumno llegara a tener problemas con la conexión a Internet, ya no podría ingresar de nuevo al aula.
Con cuatro brazos en cada costado
No en todas las escuelas hay Sherlock Holmes ni surgen en los canales de televisión. En la era del covid el trabajo se multiplicó para las mujeres. Si antes éramos multifuncionales, ahora lo somos más. Ejercemos como profesionistas —a salto de mata— madres, asesoras escolares y nos ocupamos de la mayoría de labores domésticas.
Mi realidad como mamá es diferente, providencial si volteo a mirar a las mujeres que tienen hijos pequeños, cuyas edades oscilan entre los dos y los ocho años. Para ellas ha sido más compleja la educación en casa. Una amiga, Mónica, es profesionista, madre soltera, llevaba a la guardería a su hija de dos años, para poder dedicarse a su profesión. La estancia infantil cerró temporalmente y ella tiene más trabajo de lo acostumbrado: es mamá de tiempo completo, maestra de su hija, empleada, cocinera y encargada de labores domésticas en su hogar. La guardería envía videos y otras actividades para que la niña no pierda práctica en el desarrollo motriz.
Ella nunca pensó que iba a ser tan arduo ser madre y la pandemia vino a acentuar la saturación de actividades. Los seres humanos deberíamos de amoldarnos a las necesidades que se nos presentan, empezando por nuestra capacidad de adaptación física. Pienso en Mónica imitando a la diosa hindú Durga, con cuatro brazos en cada costado, lista para lidiar con la sobrecarga de trabajo. Lejos de idealizar a la maternidad, la realidad que viven muchas mujeres como Mónica se torna cada vez más agreste y sin tregua.
Mi vecina en el departamento de enfrente, Susana, tiene dos hijas, una en cuarto de primaria y otra en primero de kínder. Con la más pequeña le recomendaron que no la inscribiera a este año al ciclo escolar, y que mejor se diera tiempo de practicar con ella la lectoescritura. Le sugirieron elaborar tarjetas con dos sílabas, para que la niña se vaya relacionando con la formación de palabras sencillas: ma-má, ma-pa, pa-pá, ca-pa, ca-ma. Y comenzara a enseñarle los números del 1 al 30. La mamá de las niñas trabaja en una dependencia de gobierno, la segunda semana de agosto regresó a cumplir con sus horarios y, más adelante, tiene contemplado contratar a una pedagoga para la apoye con las necesidades de su hija.
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La epidemia nos ha hecho salir de la zona de confort y ha puesto a prueba nuestras posibilidades de adaptación. A veces pienso que vivimos está época como una carrera de obstáculos que algún día llegará a su fin o, irremediablemente, nos volverá más resistentes.
No son pocas las mamás que cuestionan qué tan certera es esta medida educativa y si existe la posibilidad de que se estén homologando los horarios de clases on line en los chicos de preparatoria, secundaria y primaria; es decir, no se está pensando en los estudiantes de acuerdo a su edad, sino en relación a un horario que deben cubrir porque así estaba establecido antes de la covidianidad. ¿Se les pide que se esfuercen de acuerdo a su grado escolar o se les sobre exige?
Pese a las dudas e inquietudes, siempre será mejor tener a la escuela en casa a que se implemente el regreso a clases sin que exista, con certeza, una vacuna para todos que contenga al malvado coronabicho.
ILUSTRACIÓN: IVÁN VARGAS
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