Espejo roto: el ‘Noir’ mexicano del siglo XXI
POR F.G. HAGHENBECK
Para la llegada del siglo XXI, el neopoliciaco mexicano estaba muerto. Con ello, se perdieron muchos lectores que mantuvieron este género con gran éxito por tres décadas. Fueron varios eventos lo que propiciaron su caída. Algunos, ajenos al panorama editorial. El ambiente político fue uno de ellos. La llegada de la alternancia, seguida con su desencanto fue demoledora; Su más importante exponente, Paco Ignacio Taibo II, se dedicó a la revisión histórica y a la militancia; Mientras que otros autores representativos, como Juan Hernández Luna y Rafael Ramírez Heredia, murieron. Así, el género Negro o Noir cayó de nuevo al sótano. Sólo quedó la obra constante del escritor sinaloense Élmer Mendoza, quien al ganar el premio Tusquets 2007 con Balas de Plata con una obra netamente Noir y protagonizada por el detective El Zurdo Mendieta, se coronó como líder de una nueva generación de escritores que aparecerían con el nuevo siglo en los extremos del país y la cultura.
Como un fenómeno adverso al resto del mundo, en México no se volvió popular la novela negra. Cuando el mercado europeo y norteamericano voltearon los ojos a la avalancha nórdica por los éxitos de Stieg Larsson, Henning Mankell o Assa Larsson, el panorama nacional se obsesionó por la novela histórica. Tuvo que llegar esta nueva generación a reconstruir el andamiaje para nuevos lectores.
La nueva literatura negra en México no se hace en la capital. Hay que voltear a los estados. En especial, al norte. El Noir del siglo XXI es hijo de los extremos. Del calor, la violencia y algo de cerveza tibia. No busca conciliarse con la alta literatura ni demanda la aceptación académica. Es producto de un grupo de autores comprometidos con sus lectores, influenciados de medios tan disímbolos como los cómics, la literatura de género, la música moderna y el cine. Son novelistas que de inmediato revaloraron libros como los de Luis Spota o Rafael Bernal, imponiendo un nuevo santoral literario ajeno al conservadurismo establecido. Este grupo llegó cual viento fresco a las lecturas nacionales, peleando poco a poco su lugar.
El norte es un México aparte. Ahí, se vive de distinta manera. Sobre todo, se muere diferente. Por ello, es difícil de atraparlo en una etiqueta de negro o narco cual costal donde entra todo lo distinto. No todo lo que se escribe en el norte es novela negra. No obstante, el Noir mexicano se hace en el norte. Mientras, el resto de México voltea su mirada hacia arriba con ojos de extrañeza y un ligero tinte de miedo, preguntándose como se puede vivir en ese lugar donde sólo hay desierto, camionetas 4×4 y mucha bala. Es ahí donde se tienen los elementos necesarios para ser atrayentes en una novela: balas, droga y corrupción. Es en este imposible lugar donde han nacido las nuevas tendencias. Otros artistas la continúan desde del centro, sin zambullirse en esa locura de violencia. Y así, sin quererlo, entre cientos de miles de muertos por la guerra de narcotraficantes, apareció el nuevo Noir mexicano
¿Cuándo el narco capturó las letras? ¿Cuándo los cuernos de chivo sustituyeron a los detectives de gabardina? Fue una mezcolanza de obras que comenzaron a voltearse a un fenómeno que al principio parecía ajeno: el crimen y la violencia. Sin embargo, este ahora entró a vivir en cada casa de México, apreciándose como habitual. El autor Eduardo Antonio Parra explica que para comprender esto, necesitamos entender “El Norte” como concepto, no sólo como espacio. Un universo que pelea contra el centralismo y que posee su propio listado de íconos paganos como Jesús Malverde o La Santa de Cábora. Es en este concepto donde han emergido las voces más contundentes de la novela negra. Puede ser la lejanía de la capital o el ambiente caliente de crimen que lo propició. Tal vez, referentes directos al Noir estilo James Ellroy, Patricia Highsmith y el mismo Dashiel Hammett que escriben sobre el crimen, no de la solución de este. Ya que el detective con carácter de reivindicador social, a la manera de Petros Márkaris, Steig Larson o el mismo Raymond Chandler, parecen no tener cabida en ciudades donde los asesinatos, mutilaciones o secuestros son comunes.
Los temas que se tocan son la oscuridad del género humano como elemento fundamental de la obra, no la lucha social que aborda el neopoliciaco. Sin importar el origen regional del autor, aparecen temas comunes que referencian a la frontera, muerte y traición. Es el extremo, lo cegado o encubierto que aflora en las páginas. Entre más se descompone la estructura social, mejores obras surgen. Como si éstas fueran un espejo roto de nuestra realidad. Muchos de estos escritores ni siquiera se llaman a sí mismos Negros. Abordan la literatura sin etiquetas, pero ocupan las características del género de manera magistral. Eduardo Antonio Parra, nacido en León, con anclas en Monterrey, supo elevar la narración con personajes que viven al límite. Sin perder la crudeza y desnudez del Noir, agregó la elegancia de Rulfo para armar obras que sirven ya de referente (Nostalgia de la sombra, 2002 y Sombras detrás de la ventana, 2009); Luis Humberto Crosthwaite, en Tijuana, retomó las crónicas de la vida en la frontera que había dejado Federico Campbell, para conseguir varios libros que abrieron camino a un nuevo estilo de Noir-Sucio (Estrella de la calle sexta, 2000 y Tijuana: Crimen y Olvido, 2010); Martín Solares con su única novela, Los minutos negros, 2006, logró un reconocimiento de la crítica desde Tampico; Y Juan José Rodríguez, en Mazatlán, apostó a crear un ambiente sórdido tropical, atreviéndose a incluir toques fantásticos con Asesinato en una lavandería china.
Pero fue la siguiente camada de autores la que abrazó el compromiso de portar la bandera de literatura negra sin enfado. Alzándose como verdaderos escritores del género que deseaban recuperar el espacio perdido: Imanol Caneyada unió sus raíces vascas con el desierto de Sonora para ofrecer libros llenos de brusquedad humana, muy al estilo europeo (Las paredes desnudas, 2013, Tardarás en morir, 2010 y Hotel de arraigo, 2015); Hilario Peña, nacido en Mazatlán y radicado en Tijuana, retoma el pulp norteamericano de Elmore Leonard para poner al día el western (Chinola Kid, 2013), así como establecer su detective pelirrojo Malasuerte (Malasuerte en Tijuana, 2009 y Juan Tresdiezyseis, 2014); Paul Medrano de Tamaulipas ha contribuido con obras como Dos caminos, 2010 y Deudas de fuego, 2014; y hay dos relevantes autoras que se han situado como las soberanas de la novela negra. Desde el estado de Guerrero, Iris García con 36 Toneladas, 2011. Y en Monterrey, Orfa Alarcón con Perra brava, 2007, quien consiguió la mejor obra literaria femenina sobre el narco.
También, otros autores han alzado el baluarte Noir desde el centro del país con sus libros: Bernardo Fernández Bef, con la trilogía de Tiempo de alacranes, 2006, Hielo negro, 2010 y Cuello blanco, 2013, muestra historias negras que coquetean con la ciencia ficción y el cómic; Bernardo Esquinca, siguiendo los pasos del irlandés John Connolly, junta el policiaco con el terror en La octava plaga, 2011 y Toda la sangre, 2013; Yo mismo, F.G. Haghenbeck, con los libros del detective Sunny Pascal (Trago amargo, 2007 y El caso Tequila, 2010) y La primavera del Mal, 2013.
En la misma generación, muchos escritores han tomado este género como una herramienta para narrar sus inquietudes. Son obras individuales, pero sumergidas en el género negro, ayudando a reforzarlo con gran calidad: Toño Malpica, autor recocido y multipremiado por su obras infantiles, posee dos libros policiacos. Cada uno, con estructuras delirantes y novedosas (Perder el resto, 2007 y La lágrima de Buda, 2009); Vicente Alfonso logra una pieza más al estilo de George Simenon con Partitura para mujer muerta, 2008; Andrés Acosta, de Guerrero, escribió Doctor Simulacro en 2006; Daniel Espartaco Sánchez, junto a su hermano Aníbal, componen a cuatro manos La muerte del pelícano, 2014; el poeta y narrador de Ciudad Juárez César Silva coloca la mejor obra policiaca del 2014 con La balada de los arcos dorados, ganador del premio José Rubén Romero; Y dos de los mejores escritores actuales en el país han incluido piezas al panteón de la literatura negra mexicana: Toño Ortuño, con su magnífica narración La fila india, 2013, muestra las partes tenebrosas de los emigrados ilegales; mientras que Yuri Herrera, al escribir su novela negra con sabor a Shakespeare, Los trabajos del reino, 2004, obtiene la que podrá ser la mejor obra literaria mexicana del joven siglo XXI, mostrando que la excelencia puede alcanzarse con un género moderno como el Noir.
Aunque se habla de un exceso de literatura del narco, la marabunta de libros que se dejan ver en las mesas de novedades no son novelas. Son crónicas o periodismo maquillado sobre los líderes del narco, cárteles o política corrupta. Esas obras poco o nada tienen que ver con la literatura negra. Inclusive, moldeadas como ficción, pero sin dejar de ser libros de ocasión. El mismo Élmer Mendoza explica que su obra es netamente policiaca. Debido a su situación geográfica, Culiacán, donde suceden los eventos de sus historias, es influenciada por el narco. Pero no por ello es el tema principal de éstas. En cambio, puede revisar temas como la corrupción, trata de blancas, paternidad, migración y la depresión perpetua con la que vive el mexicano.
Para que un género se establezca como tal, requieren de tres elementos importantes que la novela negra mexicana ha cumplido cabalmente: una escuela, donde aparezcan nuevos escritores que desean continuar el legado. Nombres como Iván Farías o Víctor Solorio son un ejemplo de estos; segundo, éxitos de venta. Comprobando que hay un número importante de lectores; por ultimo, obras traducidas, que sus libros sean leídos fuera de nuestro círculo local. Varios autores no sólo han cumplido ese inciso, la crítica en otros países también ha descubierto el grado de madurez de sus obras, alabándolas y premiándolas.
Esta generación de escritores negros creció con Tarantino, Watchmen o Twin Peaks. Sus libros se sienten globales, menos enraizados en lo institucional de la cultura mexicana. Las narraciones muestran la descomposición del país, pero no se limitan a gritarlo en plana principal. En cambio, abiertamente le dan prioridad a la narración y su trama. Elemento fundamental para una buena obra Noir. Con eso, las novelas se vuelven un espejo roto que refleja mejor que nadie la sociedad mexicana, su idiosincrasia y su extraña forma de apreciar la vida, a través de la muerte.
*FOTO: Uno de los autores más destacados en el género de la novela negra en México es Élmer Mendoza, autor de Balas de plata, Nombre de perro y El amante de Janis Joplin/EFE.
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