Esther Seligson, hechicera nómada
POR ADRIANA GONZÁLEZ MATEOS
Autora de Otra Máscara de Esperanza (Océano, 2014)
En 1965, Huberto Batis invitó a Esther Seligson a hacerse cargo de las finanzas de la revista literaria Cuadernos del viento, donde a partir del año siguiente empezaron a aparecer textos de ella, así como su primera traducción de Cioran, Más allá de la novela. La revista daba como domicilio el apartado postal 25 172 de Ciudad Universitaria, en la ciudad de México. Este pequeño dato es significativo: la joven escritora era parte del medio universitario que en esos días desempeñaba un papel protagónico en la historia nacional: ahí las mujeres usaban minifaldas y pelo suelto, oían rock y asistían a peñas, participaban en la revolución sexual y estaban al tanto de las convulsas noticias de aquellos años. La fotografía del Che Guevara, tomada por Korda en 1960, empezaba a convertirse en un icono de la revolución política y cultural. Faltaban tres años para el movimiento estudiantil, caracterizado por la participación masiva de miles de mujeres; si bien en los años siguientes muchas se quejarían del machismo de sus compañeros militantes, en aquellos momentos la presencia femenina se hacía doblemente visible: tanto por su abundancia como por su aspecto transgresor. En 1971, la publicación de La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, demostró que, a través de su trabajo periodístico, una mujer podía convertirse en autora discutida por la relevancia política de su trabajo. Hacía varios años que Josefina Vicens había recibido el premio Villaurrutia; Elena Garro y Rosario Castellanos publicaban y, sorteando dificultades más o menos grandes, gozaban de cierto reconocimiento.
Cuando Batis la llamó a colaborar con él, ¿qué posibilidades tenía la administradora judía, nueve años más joven que Poniatowska, casada con el cineasta Alfredo Joskowicz y ya madre de un niño, de establecerse como escritora? ¿Cuáles fueron las estrategias que la condujeron a ello? Además de hacer algunas consideraciones obvias, como la calidad y constancia de su trabajo, vale la pena adelantar algunas hipótesis:
–Pese a formar parte de un medio artístico asociado a posiciones políticas libertarias, la literatura de Esther Seligson es decididamente elitista. Apuesta a autores centrales del canon venerado en la Facultad de Filosofía y Letras, como Rilke, Kafka y Proust, sobre quienes escribió diversos artículos; diserta sobre Brecht y el teatro del absurdo, toma como personajes a figuras como Odiseo y Penélope, Antígona o Electra. Es una escritora culta, capaz de afirmar, en una entrevista con Miguel Ángel Quemain:
La literatura, y que me perdonen, no está escrita para los ignorantes, lo siento muchísimo, de ninguna manera, un inculto no puede leer nada. Cuánta gente me dice es que escribes muy difícil, es que no te entiendo, es que qué quisiste decir aquí. Un día me llamó un estudiante de letras que me dijo: “leí tus libros y hay cosas que no entendí y quisiera que me expliques”. Le contesté, pues si no entiendes no leas ni escribas nada sobre mí, yo no tengo por qué explicarles nada, háganse de cuenta que estoy muerta. La literatura es de todos, menos de los ignorantes, por supuesto.
-Esther Seligson conoce el medio literario y se desenvuelve con éxito dentro de él. La ciudad de México era el centro literario del país, y la Facultad de Filosofía y Letras era uno de los principales escenarios de esa actividad. A través de su trabajo como editor de Cuadernos del viento (que luego prosiguió en el suplemento Sábado), así como de su participación en otras publicaciones y empresas editoriales, Huberto Batis era conocido como un importante promotor de nuevos talentos. Al convertirse en colaboradora de Batis, estableciendo un lazo que se prolongó a través de las décadas y abarcó el trabajo de ambos en la Revista de Bellas Artes, Seligson ocupó una posición que la ponía en contacto con la actualidad literaria y le daba la oportunidad de publicar constantemente, al tiempo que consolidaba una práctica literaria alimentada con modelos bien establecidos.
A
–Ser una escritora culta significa, en primer lugar y de manera decisiva, un conocimiento de las literaturas europeas, ante todo la francesa. En un cuidadoso estudio de las fuentes del prestigio literario, Pascale Casanova observa la consolidación de París como capital de la “república mundial de las letras”, a través de un proceso iniciado en el siglo XVIII, que incluye la existencia de un extenso medio profesional y editorial, un público selecto y cultivado, prensa especializada, y, desde luego, la presencia de escritores consagrados que desarrollan ahí su trabajo literario y contribuyen a la creación del mito de París como ciudad literaria y artística. Tal fama de la capital francesa gozaba de excelente salud en los medios literarios de la ciudad de México en los años sesenta. Por ello, no es sorprendente que Seligson se diera a conocer como traductora de un escritor entonces de moda en París, E.M. Cioran, quien, por cierto, había dejado de escribir en rumano y había optado por el francés. No está de más recordar que una de las fuentes de prestigio más seguras para un escritor latinoamericano (se podría mencionar a los ateneístas, los Contemporáneos, Octavio Paz) es la traducción y difusión de escritores y corrientes artísticas vigentes en las metrópolis. Al mismo tiempo, la traducción es una labor que se percibe como subordinada; quien la realiza pone su trabajo al servicio de la inteligencia y el talento de alguien más, en una situación análoga a la feminidad. Esther Seligson desarrollaba una labor difícil y especializada, pero quien aparecía como autor de los textos era Cioran.
U
Esther Seligson se hizo cargo de las finanzas de Cuadernos del viento. También consiguió donadores para Vuelta y apoyó y promovió la publicación de esta revista, según recuerda Elena Poniatowska. No puede menospreciarse la importancia de este trabajo, y de las conexiones que establece, en un medio en el que las publicaciones llevan una existencia precaria o dependen de financiamientos públicos en forma de publicidad oficial. A partir de estos datos surge la figura de Esther Seligson como una mujer de buena posición económica, bien relacionada y hábil para los negocios, dueña de un departamento sobre el Parque México, con tiempo para leer y escribir, dada a viajar a lugares lejanos, a veces durante varios años, cuando sus intereses o sus crisis emotivas lo pedían.
R
El acuerdo de Esther Seligson con las convenciones de su medio literario le impide desafiarlo con ideas potencialmente incómodas. Sus éxitos hubieran podido convencerla de que no había obstáculos para que una mujer de la ciudad de México destacara en las letras. Tal convicción hubiera requerido también cierta voluntad de pasar por alto fenómenos como los índices de las revistas literarias, donde los nombres masculinos formaban mayorías abrumadoras, si no unánimes. Quizá por ello, la discusión sobre el feminismo no ocupaba un lugar importante en esas mismas revistas supuestamente dedicadas a discutir la actualidad intelectual, y Esther Seligson no parece haber realizado una reflexión profunda al respecto. En diciembre de 1974, por ejemplo, Beth Miller publicó una entrevista con ella que se titulaba, precisamente: Esther Seligson: el artista no tiene sexo. Ahí, Seligson niega que las mujeres se enfrenten a dificultades especiales, aunque al mismo tiempo describe una situación de acoso sexual:
A
M: ¿Tuviste alguna vez dificultades para publicar por el hecho de ser mujer?
S: No, nunca. En el fondo el mexicano es muy débil hacia el sexo femenino y basta que sepas coquetear, basta que no seas demasiado fea, para que no te pongan obstáculos. Así que no creo que en México las mujeres que quieren publicar tengan ninguna dificultad por el hecho de ser mujeres.
Luego abunda en comentarios contradictorios:
Yo también negaba que el sexo tuviera nada que ver, pero no es posible prescindir de los ovarios, ¿o sí? Eso te determina aunque no quieras… la sensibilidad femenina es femenina, y la masculina, masculina.
Es imposible no ver en estas respuestas la falta de una discusión seria sobre el tema, que parece haber estado más al alcance de la entrevistadora que de la escritora. Y permite sugerir que una de las convenciones vigentes en ese medio literario era la lealtad de una mujer a las ideas de los hombres con quienes trabajaba, no a otras mujeres.
La combinación de estos factores proporcionó a Seligson la seguridad de publicar, ser leída y recibir atención crítica en un medio bien dispuesto hacia ella.
Una fotografía de Esther Seligson, tomada en octubre de 1996 y publicada con una entrevista realizada a raíz de la publicación de Hebras, hace pensar en una hippie de los años sesenta: trae suelto el pelo ensortijado, viste un traje hindú, lleva sandalias y abundantes joyas, como puede verse en un acercamiento a sus manos. La entrevistadora, Catalina Miranda, señala varios rasgos afines, como el olor a incienso; en el curso de la entrevista Seligson se quita las sandalias y cubre sus pies con la seda del vestido. El diálogo transcurre en el departamento de Seligson, un onceavo piso sobre el parque México, un sitio donde ese aspecto y esas actitudes eran completamente aceptables por tratarse de un barrio de moda, poblado por artistas, escritores, intelectuales, yoguis, meditadores. El de Seligson es un performance que al mismo tiempo la hace reconocible como parte de esa comunidad condesera y encarna sus rasgos distintivos.
Uno: Seligson es una nómada. Durante la entrevista menciona sus frecuentes viajes y se detiene en uno reciente, durante el cual pasó dos años en Jerusalén y cinco meses en el sur de la India. Su aspecto, entonces, no es un mero seguimiento de cierta moda alternativa, sino una marca de trashumancia. La traductora Seligson es alguien que gusta de cruzar fronteras. Este rasgo se subraya en la fotografía de Rogelio Cuéllar que sirve como portada a Todo aquí es polvo: Seligson está frente a un portón y voltea hacia la cámara desde el umbral, un límite entre dos espacios. Lleva un vestido largo que vuelve a sugerir su extranjería, pero al combinarse con el portón de madera, el tronco que sirve para afianzarlo y el muro de piedra, sugiere además antigüedad, como si ese umbral no sólo dividiera espacios, sino épocas. Esto se refuerza porque el libro es una autobiografía: la foto puede verse como un equivalente visual del acto de viajar hacia el pasado o abrir sus puertas.
Dos: los lugares que visita son importantes centros de práctica religiosa y espiritual: Jersualén, el Tibet, el sur de la India. Durante la entrevista se refiere a la mitología hindú, a la reencarnación, al Ángel de la Guarda. La presentación de Hebras, pocos días después, le permitió hablar de astrología, obsequiar rosas rojas a los amigos que compartían su signo zodiacal (Escorpio) y regalar a los otros chocolates que contenían “un breve mensaje de las fuerzas benéficas del azar”. Ya para este momento, su relación con Cioran le parece superada, y en cambio desataca la importancia de su búsqueda espiritual. Las referencias a esto son numerosísimas; en una nota publicada una semana después de la muerte de Seligson, Elena Poniatowska dice que “parecía un derviche” y menciona a su ascetismo. Las portadas de La fugacidad como método de escritura y A campo traviesa son combinaciones de signos esotéricos: arcanos del tarot, figuras de la baraja española, el calendario azteca, etc.
Los dos rasgos se combinan en un fenómeno típico de la época contemporánea: hablar de fronteras, de nomadismo y traducción es también hablar de hibridación. Seligson rechazó las ortodoxias religiosas y en cambio fue configurando una espiritualidad en la que se combinaban creencias y prácticas de origen judío, otras provenientes de la India y el Tibet, como el yoga y la meditación, y otras de origen más difuso, como la creencia en las reencarnaciones o la astrología, que proceden de distintas antigüedadades pero también son parte del new age. Vale la pena señalar que estos rasgos de su imagen pública no sólo ponían en escena su aventura espiritual. Esther Seligson desarrolló una escritura en correspondencia con sus creencias. Un ejemplo particularmente significativo es la escritura de Simiente, un proceso que ella califica de “exorcismo”, una escritura dictada por su difunto hijo, Adrián Joskowicz.
*FOTO: Fallecida el 8 de febrero de 2010, Esther Seligson (izquierda) dejó una extensa obra que incluye, entre otros libros, el volumen de memoriasTodo aquí es polvo y la novela La morada en el tiempo. En la imagen le acompaña la poeta coahuilense Enriqueta Ochoa/Archivo Esther Seligson.
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