Esto es Mozart / ¿Esto es Mozart?

Abr 4 • Miradas, Música • 3232 Views • No hay comentarios en Esto es Mozart / ¿Esto es Mozart?

 

POR IVÁN MARTÍNEZ

 

 

 

¿No es fascinante descubrirnos con la misma sorpresa de la primera vez ante la efímera materialización de una música que sigue revelándonos nuevos secretos y a pesar de ello, no poderle contestar sino con la insistencia de lugares comunes como los que hemos repetido estos días en que se nos hizo tan presente? “Un espejo de la vida”, apuntó no sin romanticismo, pero sí más razonablemente sobre ella el oboísta Hansjorg Schellenberger en una de las conferencias de prensa por el festival Esto es Mozart, iniciativa que el Conaculta llevó a cabo durante la segunda quincena de marzo y que incluyó un modesto pero bien racionado abanico de ópera, música sinfónica y sobre todo, música de cámara.

 

Concentrado en el último fin de semana, en tres sedes que lo mismo hicieron posible para tres zonas del Distrito Federal acercarse a él, que para el melómano regular tener que elegir entre la variable oferta el trasladarse a uno u otro lugar (el Palacio de Bellas Artes, el Centro Nacional de las Artes o el Conservatorio Nacional de Música), esta serie –prestada por Bogotá– logró con éxito al menos dos cometidos: convertir a la Ciudad de México en una fiesta por la música de Mozart y permitir a quienes escucharon a más de un artista, revelar una acuarela bastante rica de visiones que debería haber desterrado cualquier mito relacionado con un único Mozart posible.

 

No podía contrastar más claramente dos de estas visiones sino en los conciertos a los que asistí en el Palacio de Bellas Artes: la visión pura, diáfana, ortodoxa, de la Orquesta de Cámara de Viena, dirigida por Stefan Vladar, el sábado 28 en la Sala Principal, con una que para muchos puede sonar burda, pero que tiene que ver más bien con una manera de tocar romántica, palpitante y terrenal, del Cuarteto Latinoamericano, el viernes 27 en la Sala Ponce.

 

Ambos grupos acompañaron en la ejecución de dos de las más portentosas obras del periodo final de la vida del compositor, el Quinteto K. 581 y el Concierto K. 622, a Paul Meyer, uno de los representantes más emblemáticos del clarinete actual y uno de los solistas internacionales con que mayor publicidad se hizo el festival.

 

Para redondear su programa, el Latinoamericano ofreció antes el Cuarteto no. 19 K. 465, conocido como “De las disonancias”, K. 465, que fue tocado con mucho afecto, incluso en la brusquedad interna de ésta una de las piezas más audaces del austriaco.

 

En el Quinteto, fue evidente la experiencia del ensamble en una de las obras del repertorio tradicional que más ha tocado en sus casi 33 años de trayectoria: no sin obviar su propio estilo, tocando con energía y sonido abundantes, evidente gusto y viveza en los pasajes virtuosos, supo lidiar con el modo un tanto caprichoso de los tempi tomados por Meyer, ofreciéndole en varios momentos espaldarazos de mucho mérito camerístico.

 

Superficialidad la del clarinetista ejemplificada también en su manera de tocar y de producir el sonido: con poca dirección y enfoque, técnicamente con problemas en su registro grave (un par de gallos producidos por falta de soporte en su columna de aire) y musicalmente con problemas en la articulación de pasajes con arpegios y escalas en stacatto o los ataques dudosos con que ofreció el Minueto y el segundo trio de éste. Ya en los primeros movimientos había sido clara la inconsistencia de su fraseo (insuficiente) y una recurrencia que hace pasar por intención musical el vicio de empujar el sonido al final de cada frase.

 

Características con que ejecutó el Concierto al día siguiente, con igual de evidentes problemas para la orquesta al intentar seguirlo en ciertos pasajes del Allegro y un Rondo final con articulaciones balbuceantes y de sonido muy irregular. Brindó de la pieza sin embargo un muy encomiable Adagio, con menos problemas en su legato de los manifestados la tarde anterior y un sonido con mayor solidez.

 

Para abrir ese concierto, Vladar había ofrecido la obertura de la ópera Lucio Silla, K. 135, en la que con una fuerza muy medida adelantaba la delicia con que concluiría el programa, la Sinfonía no. 29, K. 201, conocida también como “A media orquesta”; en ella, esbozaba la característica de una técnica de dirección muy particular: sin batuta y con movimientos que uno ubicaría más en un director coral y con muchos recursos en su mano izquierda, que produce un sonido orquestal de igual singularidad: con una firmeza muy suave, con mucha atención en las texturas; valga anotar para el lector curioso el detalle del cuello eclesiástico que vestía.

 

Espléndidamente ejecutada en el estilo galante al que pertenece esta sinfonía, me sorprendió la luminosidad de la pronunciación y precisión de la forma con que tocaron su Allegro moderato, la comodidad con que se escuchó su Andante, sin la prisa con que suele tocarse este tempo al querer diferenciarlo de un adagio, el fraseo abundante, placentero, de su Minueto, y la energía tan vibrante, gloriosa, casi excitante, de su Allegro con spirito.

 

 

*El Festival Internacional “Esto es Mozart” se desarrolló del 13 al 29 de marzo en el Palacio de Bellas Artes, el Centro Nacional de las Artes y el Conservatorio Nacional de Música / Foto: Especial

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