Eterno Caracol: La visión idílica del mundo

Abr 2 • Escenarios, Miradas • 3206 Views • No hay comentarios en Eterno Caracol: La visión idílica del mundo

POR JUAN HERNÁNDEZ 

 

La bailarina y coreógrafo Ester Lopezllera (Ciudad de México, 1968) presentó el programa “Contemplación”, integrado por siete coreografías cortas, en el contexto de la Temporada de Grupos Consolidados, que organiza la Coordinación Nacional de Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en el Teatro de la Danza del Centro Cultural del Bosque.

 

Lopezllera es una bailarina peculiar debido, en primera instancia, a la forma de su cuerpo: de piernas, torso y brazos largos, poco comunes en la fisonomía de las bailarinas mexicanas. Sus extensiones son tan largas que parecen acariciar el infinito. De cejas pobladas y cara de niña realiza interpretaciones sorprendentes, pues transporta al espectador de un espacio en apariencia ingenuo a uno que puede ser terrible y demoledor.

 

La dulzura de sus movimientos, a los que añade alguna que otra postura de yoga, arranca suspiros. La atmósfera de sus danzas son de gran suavidad, a pesar de que aborde temas dramáticos como la destrucción del medio ambiente y la auto-extinción de la especie humana.

 

“Teté”, como le dicen de cariño en el medio dancístico, ha conseguido consolidar un lenguaje que la identifica en el concierto coreográfico nacional; y lo ha logrado sin tener una compañía, digamos, estable. Es por lo tanto una consecuencia de la pasión individual, del compromiso que ella misma estableció con el arte que practica para entender el mundo que habita.

 

Egresada de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, Lopezllera bailó de 1986 a 1991 con el Ballet Independiente, cuando aún era capitaneado por Raúl Flores Canelo, una de las máximas figuras de la danza mexicana del siglo XX. Desde su estadía en aquella compañía resaltó como intérprete y, aún más, por tener inquietudes creadoras que no se limitaban al trabajo del bailarín.

 

Luego creó un grupo al que llamó Eterno Caracol, al que de vez en cuando llama a bailarines a integrarse en los proyectos que tiene en mente, sin buscar establecer una estructura y un elenco para un trabajo de largo plazo.
Con Eterno Caracol realizó el viaje creador en relación con la construcción de arquitecturas escénicas para reflejar, en metáforas de movimiento, el espíritu de la naturaleza. La naturaleza es para ella una inspiración. Así lo vemos en “Trébol”, en donde se respira la pureza del aire primigenio, las mariposas vuelan libres y el amor se manifiesta.

 

La coreógrafa utiliza sencillos pero eficaces recursos escénicos, como tréboles de hojas en forma de corazón, marcos gigantes que contienen retratos en movimiento perpetuo, y la inocencia de la niña persiguiendo el vuelo de la mariposa.

 

En la obra “¡Al agua pato!” hace alusión crítica al desperdicio del agua y los problemas que la falta del líquido vital puede provocar en la especie humana, sin embargo la coreógrafa no deja el tono suave en la forma de su trabajo coreográfico. Es como si contara cuentos de hadas, dulces y traviesos, en los que de pronto se abre una grieta y, desde ahí, muestra el horror y la tragedia. Esa es una de las cualidades de la manera en que se aproxima a la danza.

 

“Para una oración”, coreografía inspirada en Ensayo sobre la ceguera, novela de José Saramago” publicada en 1995, hace énfasis dramático en el movimiento y la interpretación de los bailarines, quienes deambulan desesperados, buscando supervivir; para concluir en el hallazgo de la mirada interior, como una forma de oración sagrada, cuyo objetivo es integrarse al cosmos.

 

La atmósfera de sus obras es íntima y a partir de ella Lopezllera busca conectar con el poder creador que es manifestación de lo divino en la naturaleza humana. De ahí que en “Contemplación” se permita establecer un diálogo entre la danza de los bailarines, de ella misma como intérprete, y el baile de un artista plástico, quien persigue los cuerpos en movimiento, dibujando formas sobre unos lienzos colocados sobre el escenario.

 

El pintor, a partir del arte dancístico sintetiza, en unas líneas, la danza del cosmos. Conmovedora experiencia, sin duda.

 

A la coreógrafa, como decíamos, le interesa hablar de la naturaleza: de la tierra, del agua, del aire y del fuego. El mundo marino está presente en la música y los sonidos, en los colores del vestuario, en los movimientos de los intérpretes que se vuelven seres de mar.

 

En “El sentir de las tortugas” Lopezllera habla de la eternidad, pero también de la posibilidad de un final trágico; el fin de la historia del hombre como la entendemos hasta ahora. Sin el hombre sobre la faz de la tierra queda la tortuga, símbolo de lo longevo y perenne.

 

Las siete coreografías de Ester Lopezllera atienden las necesidades del movimiento, del arte del bailarín, del goce que produce en el cuerpo el encuentro con impulsos profundos para expresar emociones, sintetizar ideas y, sobre todo, revelar un modo de ver el mundo contradictorio: amoroso y trágico. Pero siempre con un toque idílico y esperanzador.

 

*FOTO:  “Trébol”, “¡Al agua pato¡”, “Para una oración”, “Contemplación, “El sentir de las tortugas”, “El último jalón y nos vamos (500 imecas)” y “Cierre”, de Ester Lopezllera, con los bailarines Marina Acevedo, Patricia Pérez, Cecilia Rivera, Irvin Guerrero, Bryant Pineda, Ismael Barreto, y los artistas plásticos Alex Zabro y Francisco Paz, ofrece su última función, en el contexto de la temporada de Grupos Consolidados, en el Teatro de la Danza (atrás del Auditorio Nacionl), el 3 de abril, a las 18 horas/ Cortesía: INBA.

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