Madres suicidas, trabajo para escritores
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A lo largo de la historia el suicidio ha sido uno de los grandes temas de la literatura universal, amado, estudiado y repudiado tanto por lectores como investigadores
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POR ETHEL KRAUZE
De repente, sientes la libertad para escribir. Esto es, para hurgar en lo recóndito de la memoria que aún no se articula con palabras. Una memoria más icónica que sintáctica, más dolorosa que comprensible. Nada se opone a la noche más profunda en la que habrás de sumergirte, buscando con la única linterna posible: el corazón de la escritura, para llegar a escribir la historia de la que siempre huiste, una historia cargada de amor y oscuridad, ante la cual, por fin, te rindes.
Acaso todo este párrafo sea un decantado de lo estas tres obras, con sus cuatro autores, me han legado, en una suerte de revelación que dota de cabal sentido al quehacer literario.
Todos los autores, ellas y él, asumen el carácter autobiográfico de sus obras. Sin dejar de reivindicar su factura, tanto en intención estética cuanto en estructura y producto final, como una novela. Ninguno de ellos alude a ciertos conceptos posmodernos en la teoría literaria, como lo son “literatura no ficción” “autoficción” y otros híbridos que hoy por hoy se replican en el gremio. Son enfáticos en declarar que sus obras son novelas en el sentido tradicional de la palabra, construcciones literarias que representan realidades humanas. Son conscientes de que hablan en primera persona como autores, narradores y protagonistas de sus historias. Saben que la memoria cruza por atajos y recompensa detalles, y que a eso se le llama imaginación, mas no traiciona el nervio principal de su propósito; por el contrario, lo estimula, para seguir el camino del descubrimiento: volver a mirar, con los ojos más abiertos que nunca, el momento elusivo, el momento cumbre, la desembocadura del laberinto, el fin de la espiral: el suicidio de la propia madre.
De repente, la libertad es una obra que termina siendo escrita entre la autora original, Évelyne Pisier, y su editora, Caroline Laurent. La primera, nacida en Hanoi, en 1941 fue una de las primeras profesoras titulares de Derecho Público Internacional, escritora, guionista. Un año antes de morir, en 2017, se acercó a la joven editora con la intención de terminar su manuscrito en el cual necesitaba contar la historia de su madre, y a través de esa historia, la suya propia. En la época de la elegante colonia francesa de Saigón, sobreviviendo en las cárceles de Hanoi, brillando en la revolución cubana, descubriendo la inspiración que despertaron las letras de Simone de Beauvoir, se fragua la vida de una madre seductora, tanto, que el propio comandante Fidel Castro la convirtiera en prometida. ¿Cómo es que una mujer con esa pasión y esa capacidad de sobrevivir y de brillar con fuego propio, se rinde un día y es capturada por el suicidio? No hay nada en concreto que la lleve a ese paso sin retorno. Pero es justamente ése, un misterio que debe ser revelado, el legado que le deposita a la hija. En su vejez, esta hija necesita convertirse en escritora, y de la mano con la segunda, Caroline Laurent, se dispone a ello. Pero la propia muerte se le interpone a la escritora, y es la editora, una joven parisina, nacida en 1988, quien toma la estafeta y consolida la novela. La editora no puede sustraerse a la corriente narrativa y, desde su propia voz, introduce los pormenores de este doble quehacer, y, de paso, inevitablemente, se convierte también en una hija que revisita la vida de su madre para culminar esta cuádruple historia de hijas y madres con un objetivo común.
Nada se opone a la noche es un monumento y un agudo grito al pie del suicidio de la madre. Delphine de Vigan, una incisiva y galardonada autora francesa nacida en 1966, emprende la tremenda tarea de llegar a la escena culminante, aquella que todo hijo de madre suicida soslaya por todos los medios posibles. Antes, necesita hacer un viaje al pasado, detenerse en la historia de los bisabuelos y las generaciones que siguieron y llenarse de aire los pulmones para subir las escaleras, abrir el departamento, acercarse a la cama, y mirar, con el horror debido, el hecho consumado. La novela culmina con una frase del su propio hijo: “No. Nadie puede impedir un suicidio”, como si él estuviera respondiendo ante el enorme trabajo de su madre por “escribir este libro, marcado por el amor y la culpabilidad para llegar a la misma conclusión”.
Una historia de amor y oscuridad, es el título justo y preciso para la gran novela de Amos Oz, el extraordinario autor israelí, nacido en 1939, quien falleció apenas en diciembre de 2018. Es el tributo del escritor ya maduro, viejo, a su madre, de la que no había hablado una palabra, con nadie, desde su suicidio cuando él tenía doce años de edad:
“Llevo muchos años tras las huellas de ese viejo asesino, seductor, pícaro, decrépito, de ese anciano culpable e inmundo, deformado por la edad, pero manifestándose una y otra vez como un vigoroso príncipe azul. Ese astuto cazador de corazones rotos, ese pretendiente vampiro de voz agridulce como el sonido de la cuerda grave del violonchelo en noches de soledad: un impostor aterciopelado, delicado, un artista del engaño, un flautista mágico que atrae hacia su capa de seda a los desesperados y solitarios. Un decrépito asesino en serie de almas desencantadas”.
¿Hay mejor, más clara, más dolorosa, más compasiva, más brillante manera de expresar qué significa el suicidio para el que se queda con los ojos azorados y la mano extendida, sin poder detener ese salto? Igual que Pisier y Laurent, igual que De Vigan, Oz tiene que mirar su presente de cara al pasado. Exhumar ancestros, regresar a las tierras de las que se ha emigrado, desentrañar las fantasías que se contaban y las ilusiones que se guardaron para volver a tejer memorias, inventar puentes donde sólo hay abismos. La tarea de la creación literaria como el hilo de oro que dé forma a una vida real, tan absurda y tan lógica como toda vida real. Tan irremediable como la de la madre suicida: aunque vuelvas, cuentes, desmenuces… no podrás evitarlo, como no pudiste entonces.
Las tres obras, además, en ese supremo realismo, son modelos de construcción novelística: dan cuenta del trabajo meta-literario que sus autores tuvieron que realizar, funcionando como protagonistas, narradores y autores a la vez, además de maestros para sus lectores. Por si fuera poco, recrean prácticamente un siglo y medio en el devenir de la cultura.
Entremos en ellas, bajo nuestro propio riesgo.
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