¡”Eureka”! ¡Poe!

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Clásicos y comerciales

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
En su inconcluso elogio de Edgar Allan Poe, la segunda pieza de Los raros (en la edición aumentada de 1905), Rubén Darío ya adivinaba la “honda y trascendente” influencia que, más de medio siglo después de su muerte, diseminaba aquel genio. Pero Darío, como tantos de sus contemporáneos, aún no podía saber la influencia de Poe sobre la nueva centuria. Nadie como el autor de “Los crímenes de la calle Morgue” (1841) resultaría igualmente importante para esa antañona rama de la literatura que es la poética, gracias a Baudelaire, a Mallarmé y a Paul Valéry, como para la cultura popular. Junto al poeta atosigado en su torre de marfil inmemorial por los misterios de la poesía pura, Poe inspira también al más modesto y logrero de los guionistas cinematográficos. No hay serie de televisión ni película asociada al terror, el crimen o la investigación detectivesca, que los muy modernos han hecho operar como competencia de la metafísica, ajena a la huella de Poe.

 

Menos se conoce, en cambio, pese a ser autor de Eureka. Ensayo sobre el universo material y espiritual (1848), uno de los últimos poemas cosmológicos de la historia universal, que Poe fue algo más que un tenaz aficionado decimonónico a la ciencia. Según John Tresch, en The Reason for the Darkness of the Night. Edgar Allan Poe and the Forging of American Science (FSG, 2021), sería imposible escribir sin Poe la historia de la ciencia en los Estados Unidos. Cuando Poe, además de inventor de géneros literarios se convertía en un gran reportero científico (hoy lo llamaríamos difusor de la ciencia dada su prolífica participación en las revistas de Richmond y Filadelfia), el eje del mundo se había trasladado al Nuevo Mundo y ese eje, gracias a las revoluciones políticas, respondía a las leyes de la mecánica, como aventuró Tom Paine.

 

Más allá del telescopio comprado por su padrastro John Allan en Londres durante el lustro que la familia pasó allá, Poe es actualmente presentado como el gran rival de P.T. Barnum (1810-1891), el empresario circense tan leído por críticos culturales como Fumaroli y Baricco en cuanto el creador de los “efectos especiales” del siglo XXI, y viejo acusado, con justicia, de la “americanización” del planeta. Donde Barnum hizo dinero, mucho dinero, Poe puso al servicio de la imaginación narrativa (y aun poética) todos los hallazgos científicos con los que se iba topando. Tresch subraya, en algunos cuentos, la clave científica cifrada por Poe (no en balde fanático de la criptografía): en “La caída de la casa de Usher” (1839), a la Revelación apocalíptica se asocia la pila voltaica y su electricidad, y en “Eleonora” (1842) toca a la linterna mágica substituir al paisaje. Y tampoco fue Poe el único, desde luego, en ver en la invención del daguerrotipo el venturoso maridaje entre el empirismo y la tecnología que haría posible la actividad humana en el futuro. Toda pantalla está prevista conceptualmente en Poe.

 

Bajo la influencia del mesmerismo y de la Filosofía de la Naturaleza de Schelling, sin desafiar el llamado “diseño divino”, Poe lo plagó de enigmas sujetos a interpretaciones escandalosas y contradictorias. No confundió a la ciencia con la poesía ni hizo poesía científica; convirtió al universo en una inagotable mina literaria, desde la malacología, de la que fue experto, hasta el rastro de civilizaciones perdidas, como la atisbada en la tremenda Narración de Arthur Gordon Pym (1838). Formó a su público ilustrándolo con las novedades científicas, pero oscureciéndole el alma con un terror tan original que es dudoso, a estas alturas, ver en Poe a un romántico tan sólo recargado con la vieja pila gótica. Fue a la vez y con conocimiento de causa, “grotesco” y “arabesco”, practicante del efecto cómico y viajero consecuente entre la realidad y el sueño, según leemos en The Reason for the Darkness of the Night. El detective Auguste Dupin, insiste Tresch, es a la vez poeta y matemático, ejerciendo la “sublime mecánica del análisis” tan fascinante para Valéry.

 

“No confundió a la ciencia con la poesía ni hizo poesía científica; convirtió al universo en una inagotable mina literaria”

 

Darío no leyó Eureka, o al menos en Los raros se abstiene de citar el libro que un Poe, el de los “ojos casi ornitomorfos”, creía merecedor de un tiraje de miles y miles de ejemplares. Se imprimieron sólo quinientos. Dedicado al polimata Alexander von Humboldt, obra epicúrea donde la vida y el pensamiento vienen de la disgregación de la materia, Eureka estuvo al día con las teorías nebulares de Laplace y aunque su lugar en la historia de la ciencia es meritorio, vale por ser la culminación de una de las dos o tres obras de autor —la de Poe— que hicieron nacer al siglo XX.

 

“Aquel que desde la cima del Etna echa una lenta mirada a su alrededor, queda impresionado en especial por la extensión y la diversidad de la escena”. Eso releemos en Eureka gracias a Tresch, quien acto seguido presume en Poe la más “efectiva tecnología conceptual” y nos invita a seguir el párrafo: “Sólo girando rápidamente sobre sus talones puede confiar en que abarcará el panorama de lo sublime en su unidad”. En esa “unidad original”, propone Poe, “de la primera cosa se haya la causa secundaria de todas las cosas, junto al germen de su aniquilación inevitable”.

 

Valéry escribió famosamente que Eureka decidió su vocación. Era posible, se dijo el francés, conciliar al riguroso intelecto con lo épico y lo patético; aunque Eureka, según Valéry, profesase aún el finalismo de Ptolomeo, es decir, que la constitución del cosmos explica su finalidad. Empero, lo tranquilizaba saber, con Poe, que “la gloria del hombre está en el vacío” y “las investigaciones insensatas son parientes de los descubrimientos imprevistos” porque “lo inexistente existe” y “la función de lo imaginario”, siendo lógica pura, es real.

 

Cortázar, egregio traductor de Poe al español, confirma que el autor de Eureka no se equivocaba sobre su originalidad y para ello recurre a otro poeta, Auden, quien en el prólogo a una edición del bostoniano decía: “Había mucho más de audaz y de original en tomar el más antiguo de los temas poéticos —más antiguo aún que la historia del héroe épico—, es decir, la cosmología, la historia de cómo las cosas llegaron a existir tal como son, y tratarlo de manera completamente contemporánea, hacer en inglés y en el siglo XIX lo que Hesíodo y Lucrecio habían hecho en griego y en latín siglos atrás…”.

 

Poe es el más influyente de los escritores modernos porque sus visiones revolucionaron la imaginación de millones de seres que acaso nunca han escuchado oír su nombre, ni lo habrán leído jamás, ocasión ya innecesaria porque sus enigmas, sean de la muerte o de la inteligencia, pueblan toda imagen fija y toda imagen en movimiento. Equivocado, Darío, en Los raros, le reprocha a Poe la escasez de su cristianismo, cosecha que encontraba magra porque “la especulación filosófica nubló en él la fe”. No lo creemos (aquí sale sobrando la odiosa primera persona). Es un voto a favor de la ciudad antigua que Edgar Allan Poe haya llevado a cabo esa revolución volviendo a la Teogonía o a De la naturaleza de las cosas, escribiendo un tipo de poesía a la cual el mundo cristiano le dio ostentosamente la espalda.

 

 

 

FOTO: Retrato en acuarela de Edgar Allan Poe realizado por el artista A.C. Smith, enero 2010. Crédito de imagen: AP/A.C. Simith vía Cliff Krainik

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