Fantasmal autobiografía

Oct 14 • destacamos, principales, Reflexiones • 9770 Views • No hay comentarios en Fantasmal autobiografía

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“Todos estamos destinados a ser fantasmas”, escribe Sergio González Rodríguez, narrador de lo oculto, en la primera de sus dos obras póstumas, Teoría novelada de mí mismo, libro que condensa, a la luz de los sueños, los múltiples perfiles literarios de un autor que transitó por la música, el periodismo y la literatura. El punto cardinal que faltaba en su cartografía

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POR LEONARDO TARIFEÑO

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Al hablar de la muerte de Raymond Roussel en Palermo, Leonardo Sciascia señaló que, cuando se los escribe, los hechos de la vida siempre son más complejos y oscuros, más ambiguos y equívocos, es decir, “tal como son en verdad”. Diez años antes de su propia muerte, Sergio González Rodríguez evocó ese comentario en su ensayo De sangre y de sol, y a la luz de su reciente Teoría novelada de mí mismo hay que decir que el eco de esas palabras resulta esclarecedor, inquietante y, sobre todo, profético.

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Por las circunstancias de su publicación, y también porque el autor lo terminó y se lo entregó a su editor muy poco antes de morir, Teoría novelada de mí mismo llega con todos los rasgos de un verdadero testamento narrativo, la despedida ética y estética de una trayectoria intelectual marcada por asuntos en apariencia tan disímiles como la denuncia de la “barbarie normalizada”, la exploración de la simbología de lo sagrado, la inspiración cultural del rock y la confianza en un pensamiento filosófico de raíz literaria. Sin embargo, a medida que la lectura avanza, queda claro que ese marco de lectura no parece del todo justo con un libro que se revela indispensable y mayúsculo, repleto de intuiciones y sospechas que hablan, en definitiva, del poder del arte al que González Rodríguez consagró su vida. Teoría novelada de mí mismo es mucho más que una obra póstuma, anclada a la última voluntad del escritor ya desaparecido: en realidad se trata de uno de los grandes libros del autor, el punto cardinal que faltaba en la notable cartografía literaria representada por El Centauro en el paisaje (1992), De sangre y de sol (2006) y El hombre sin cabeza (2009). “Lo atractivo es vislumbrar cómo, hasta qué grado y a través de qué designios puede llegar un escritor a sus relatos, ligar su imaginación y pensar con la literatura”, escribió González Rodríguez en De sangre y de sol. Y eso es justamente lo que propone en esta summa autobiográfica, con la diferencia de que lo que antes ensayaba acerca de otros autores, aquí lo practica con la mira puesta en sí mismo, entregado a una singularísima relectura “de lo vivido, de lo escrito, de lo registrado ante los sueños, las imágenes y los fantasmas”, a sabiendas de que se escribe “para evitar quizás el olvido y conocer lo invisible que impulsa nuestros actos: la verdad trascendental”.

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Fascinado por la sintaxis secreta de los sueños, el autor construye su Teoría novelada… a partir del paralelismo entre las razones inmediatas que los generan y el modo con el que propone interpretar la vida de un escritor (él mismo). Por un lado, analiza la transformación onírica del pensamiento, la memoria y el lenguaje; por el otro, busca los nexos entre la experiencia vital y sus cruces con lo inexplicable, como lo escrito y lo soñado. Con ese movimiento, el texto se declara hermano de los sueños del autor, en la medida que ambos, escritura y sueño, exigen perspectivas abiertas al valor del enigma y los significados múltiples. Ya en De sangre y de sol, González Rodríguez señalaba que la “intuición intelectual” está “por encima del simple raciocinio”, y reivindicaba la escritura literaria como una forma de “navegar en continentes perdidos y siempre recuperados que llaman al dilema, la intriga o el estupor”. Bajo esa premisa, el escritor evita las explicaciones contundentes e indaga en la unión entre deseos y recuerdos, transformado en un “espía de lo inmaterial” que no deja de interrogar los múltiples relatos que conforman el puzzle de una vida. Para responder la pregunta de por qué escribe, investiga los efectos de la prematura muerte de su madre, la relación entre su firma y la de su padre, el mapa creativo de ciertas lecturas decisivas y la pulsación sonora del bajo, el instrumento con el que integró la banda de hard-rock Enigma y a cuya ondulación acústica “que penetra lo terrestre y vibra a través de edificios y cuerpos orgánicos” le adjudica la raíz de su “patrón de pensar y estilo literario, hecho de asertos, acentos, pausas, resonancias, titubeos y deslizamientos que recaen en lo humano o en el misterio”. Del mismo modo, para responder a la pregunta sobre qué queda de una vida, revisa los límites del pensamiento racional, rememora sus estancias en cuartos de hotel en distintos lugares del mundo, se sumerge en la “espectrología” de Jacques Derrida y sugiere que parte de la condición prodigiosa del ser humano consistiría en aceptar “el trayecto ineluctable de convertirnos en un fantasma para los demás”. A base de recuerdos de lecturas, películas y vivencias, expresa un modelo de conocimiento que cruza lo autobiográfico, la ética política, lo onírico y el presentimiento espiritual. Un resumen, quizás, de lo vislumbrado en libros anteriores, materializado aquí en un ensayo perturbador y deslumbrante seguro de que, como quería Teilhard de Chardin, “en la escala de lo cósmico, sólo lo fantástico tiene probabilidades de ser verdadero”.

Sergio González Rodríguez es autor, entre otros muchos libros, de “La pandilla cósmica”./Foto: Alejandra Leyva/EL UNIVERSAL

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Tal vez la inocultable importancia de Teoría novelada de mí mismo radique en que condensa los múltiples perfiles literarios de González Rodríguez y demuestra que todos son complementarios entre sí. El ensayista, el escritor de ficciones, el teórico y el periodista conviven aquí para dejar claro que sus respectivos intereses confluyen en una única mirada, aquella que elige las tensiones irresueltas del arte por sobre las falsas promesas de la política o de la razón cientificista. Como buen narrador de lo oculto, el autor le toma el pulso a los sueños, los dobleces de la palabra y la escritura, la espiritualidad fantasmal, los misterios de la noche y los secretos de la geopolítica. Su toma de posición es ideológica y entra en contacto con una posible tradición crítica de la Razón moderna que uniría a Walter Benjamin con Giorgio Agamben, James Hillman con Georges Bataille y Michel Foucault con Pascal Quignard. Desde esos puentes se traza esta Teoría novelada… que pretende poner en evidencia, en términos de Goya, los rostros de los monstruos que producen los inefables sueños de la Razón. Para González Rodríguez, esos monstruos despiertan al menos en tres ámbitos: la política, la tecnología y el pensamiento. En el campo de la política, el fracaso de la Razón se advertiría en el auge de la democracia simulada, formal, administrada por el “an-Estado” que cierra los ojos ante la “barbarie normalizada”; al de la tecnología lo representaría el espectáculo del morbo digital, complemento recreativo de la “lógica de dominación política establecida por la vigilancia y el control”; y en el caso del pensamiento cientificista, su estallido se produciría al negar la inestable condición espectral del ser humano, caricaturizada por “la ignorancia racionalista y nuestras limitaciones frente al misterio de la creación”. La pérdida del “encantamiento del mundo” lamentada por Benjamin vuelve para recordar que el misterio tiñe toda identidad. Así como los sueños dicen mucho más de lo que interpreta la explicación psicologista, el conocimiento y los vínculos personales con la sociedad resultarían más auténticos y reales, según el autor, al cuestionar la coraza racional. Tal es su intento en Teoría novelada de mí mismo, y por eso el libro desdeña las estrategia lineal de la autobiografía canónica y privilegia la estructura de los sueños para narrar los recuerdos, rituales e intrigas que cifran la existencia.

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Pensado a la manera de un autorretrato transversal y poliédrico, Teoría novelada de mí mismo ofrece una larga serie de claves que apuntan a González Rodríguez con la obstinación de una sombra. Un ejemplo es la mención en la que el autor cuenta que el esfuerzo literario se le presentó como un ejercicio de traducción, ya que admite haberse animado a escribir tras la lectura de Después de Babel, de George Steiner, uno de los grandes ensayos sobre ese oficio-arte (“ahí comprendí que yo mismo debía traducirme al mundo de otro modo”). Al mismo tiempo, evoca el desamparo que le produjo haber perdido la casa de su infancia a manos de un usurero que la convirtió en un prostíbulo, y explica que las muertes de su madre y de varios de sus hermanos lo habrían acercado a ese aire de tinieblas que reaparece, aquí y allá, en varios de sus libros. Un teórico afín a las especulaciones freudianas tendría mucho que decir sobre los fantasmas que menciona el autor y la temprana desaparición de muchos de sus seres queridos; otro más cercano al valor de la escritura diría que todo el estilo literario de González Rodríguez se sintetiza en la página de Teoría novelada… donde cita, casi en un mismo párrafo, al filósofo neoplatónico Sinesio, al poeta Guido Cavalcanti (1259-1300) y al cantante Juan Gabriel. En todo caso, lo que permanece en estas páginas es la pasión del autor por lo oculto. Y más aún cuando eso que está oculto es su propia vida.

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La muerte de Sergio González Rodríguez, ocurrida el pasado 3 de abril, dejó un enorme vacío intelectual en México. Teoría novelada de mí mismo es el primero de sus dos libros póstumos en llegar a las librerías; el otro, la esperada crónica Amigas, los años noventa fueron mejores (Almadía), aparecerá en los próximos días. La noticia que constituyen estos dos nuevos volúmenes subraya que el autor se encontraba en una plenitud creativa que ya se extraña, y es muy posible que estos textos no hagan más que aumentar la añoranza. Tal vez un lector futuro vea en Huesos en el desierto (2002), la ya clásica investigación de González Rodríguez acerca de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, al libro que se propuso, y tal vez consiguió, anticipar y darle forma a la conciencia generalizada de los feminicidios en México. O quizás ese tipo de valoraciones resulte excesiva para cualquier libro. Lo cierto es que, como Huesos en el desierto, Teoría novelada de mí mismo también promueve una toma de conciencia, esta vez sobre la importancia de la mirada artística tanto en la construcción de una sociedad como en la interpelación personal y el autodescubrimiento. En este sentido, en una época en la que el deseo de verlo todo se complementa con el de la autoexhibición ilimitada, el autor se pronuncia en contra de la deshumanización tecnológica, donde la única mirada que no está permitida es la que se dirige hacia adentro. “Ante aquello –apunta-, el observador puede elegir el morbo o el razonamiento, que es lo que yo defiendo”. Y, en la misma línea, agrega: “Temo que la cultura carezca de atributos para detener la barbarie. Pero la cultura sí puede ayudar a prevenirla, a comprenderla, evitarla y, quizás, a revertirla. Puede ser el contrapeso de la instrumentación de la técnica en tanto biopoder o biopolítica”. Su reclamo es político, estético y espiritual a la vez.

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Decía el argentino Ricardo Piglia, quién sabe si en broma o no, que la intención oculta de hacerse conocido por sus libros de cuentos y novelas era la de, algún día, poder publicar los tres tomos de su diario íntimo. Un desconocido no puede publicar un diario; para que a alguien le interese hay que tener una obra previa. Según Piglia, entonces, todo lo que escribió antes de Los diarios de Emilio Renzi en realidad fue una excusa para poder publicar los volúmenes que, según él, lo representaban más y mejor. Seguramente no es tal el caso de Sergio González Rodríguez, aunque quizás valga la pena pensar que, de alguna manera, en él también todos sus textos armaron el camino para llegar a Teoría novelada de mí mismo, el libro que sin dudas lo expresa y dibuja mejor que ningún otro de los suyos. Como decía Sciascia, una vida se vuelve más real cuando se la narra; para el lector, en ese momento, lo relevante es atestiguar en qué recuerdos o situaciones se basa el autor para levantar, peldaño a peldaño, el borroso edificio de su biografía. El lado escalofriante de Teoría novelada… es que, a la hora de hablar de sí mismo, González Rodríguez le dedica buena parte de sus presuntas memorias a su concepción de los fantasmas. “Todos estamos destinados a ser fantasmas –escribe–. Fantasmas para quienes nos conocen o nos conocieron, fantasmas para la gente desconocida, fantasmas errantes o esporádicos que, de cuando en cuando, en la memoria, en los sueños, en el espanto o en la contemplación, reaparecemos sin fin en este mundo. En esto consiste nuestra verdadera condición humana”. Si hay una pregunta que este libro nos lanza a nosotros, sus lectores, es qué tan fantasmales pueden resultar estas palabras. Y una respuesta posible es que tal vez lo sean, porque la fuerza de su presencia, impacto y lucidez no puede ser más real.

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FOTO: Teoría novelada de mí mismo. Sergio González Rodríguez. Random House, México, 2017, 255 pp.

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