Fatih Akin y la nada expiatoria
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En la coproducción En la penumbra (Aus dem Nichts, Alemania-Francia, 2017), refractario film 10 del archipremiado alemán con origen turco de 44 años Fatih Akin (En julio 00, Contra la pared 04, A la orilla del cielo 07), sobre un guión suyo y del también realizador especialista veterano en cine sobre niños Hark Bohm (El pequeño procurador 88), la anticonvencional rubia tatuada hamburguesa de gran talento ingenieril aunque exdrogadicta Katja (Diane Kruger) se casa con su aún encarcelado exdealer inmigrante kurdo turco Nuri Sekerci (Numa Acar), cinco años después le arregla el mecanismo de su cochecito a su pequeño Rocco, lo deja en la oficina con su padre modelo de rehabilitación, se topa al salir con una alemana racista que acomodaba su bicicleta, se la pasa sensacional en el baño turco y unas horas después se entera de la manera más descarnada que su hijito y su marido murieron a raíz del estallido de una bomba de clavos, regresa momentáneamente a la cocaína para mitigar su dolor y le sirve a la policía como testigo clave en la indagación criminal, aunque es hostilizada en privado y mediáticamente por su turbio pasado antisocial y por el de su difunto esposo exnarcomenidista e inmigrante, delitos inextirpables e imborrables por los cuales será sospechosa ante la justicia dictada de antemano, y serán en vano todos los lustrosos alegatos de su amigo fiscal Danilo Favo (Denis Moschitto), a favor de las artimañas con testigo falso derechista griego del sinuoso abogado defensor Haberback (Johannes Krisch) durante un juicio particularmente atropellado, que redunda en la exoneración de los culpables del atentado, la joven pareja de militantes neonazis formada por aquella chava de la bicicleta mal estacionada Edda (Hanna Hilsdorf) y su novio André Möller (Ulrich Bandhoff), los cuales correrán a ocultarse a una isla griega, pero hasta allí irá a buscarlos y hallarlos una empecinada e inconsolable, denigrada y desesperada Katja, para hacerlos volar por los aires, al lado de ella misma, con otra bomba de 700 clavos, cual objetivo último de su nada expiatoria.
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La nada expiatoria adopta una férrea y ejemplar estructura tripartita, tres partes que ostentan los títulos de I. La familia, II. El juicio y III. El mar, perfectamente diferenciadas entre sí, tanto en lugar de ubicación y consistencia anécdota, como naturaleza genérica, estilo y temática, a saber, tres exclusivos e inamovibles lugares distintos: la vida callejera en el Hamburgo actual, el tribunal de justicia y una playa de paradisiaca isla helénica; tres anécdotas desarrolladas en tesituras distantes, como lo son la tragedia cotidiana de la joven viuda exmadre sujeta a la hostilidad circundante y a la fragilidad de sus propias regresiones, el decepcionante drama de un proceso plagado de sorpresas ultrajantes a lo Wilder-Preminger (Testigo de cargo 57, Anatomía de un asesinato 59) o tipo cine periférico autocrítico (El juicio de Viviane Amsalem de los hermanos israelís Elkabetz 14); tres naturalezas del thriller; primero el thriller emocional, luego el thriller tribunicio y por último el thriller persecutorio, de suspenso autofágico; tres estilos: la familia imposible en la ciudad portuaria con cámara nerviosa y sistemáticamente pulsional (esos gozosos retrocesos de la cámara para la boda en la prisión, ese acoso a los arrebatos incontrolables de la viuda), el juicio con cámara estática y súbitamente enfática (esas brillantes peroratas a rajatabla del fiscal condenatorio, esas sinuosidades con falso testigo del abogángster defensor), la isla griega con cámara pausada y netamente contemplativa (esas visiones marinas en éxtasis, ese sigilo ante las idas y venidas cargando la mochila con bomba); y el tratamiento frontal y a profundidad de tres temas igual de candentes: la condición ignominiosa de la víctima, la búsqueda inútil de la justicia y la autoinmolación sacrificial como única forma hoy de antropológica venganza sagrada, tres temas análogamente discutibles e impositivos, el primero en lo sociomoral, el segundo en lo jurídico y el tercero en lo ético, pues, hay que decirlo, las perpetuas excluidas en este fino corte transversal de la Europa racista y antinmigrante de hoy son la dimensión política, la psicología colectiva, la industria de la manipulación de las conciencias (Enzensberger dixit), la educación generadora de xenófobos y la naturaleza del prejuicio generalizado, dimensiones que sin duda englobarían a todos los virulentos temas señalados, tanto como su combate por maravillosos seres como el viejo padre Möller (Ulrich Tukur) que insólitamente hunde a su hijo neohitleriano.
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La nada expiatoria se ejerce y manifiesta a la sobria manera excelente de El honor perdido de una mujer de Schlöndorff-Von Trotta basados en una novela de urgencia del premionobel católico germano Heinrich Böll (75), allí donde todos los medios expresivos funcionan a la perfección, tanto la fotografía con régimen estilístico soberanamente mutante de Rainer Klusmann y la edición con los solicitados cambios exactos a sus ritmos cardiacos de Andrew Bird, como una eficaz música de Joshua Homme, acorde con la inteligencia emocional del film, muy premeditada, entre melódica hinchada y percutiva punzante que, al engañosamente idílico final de cada parte playera de expansiva felicidad familiarista, cual ironía contrapuntística, incluye canciones melosas de Lykke Li, siendo de especial impacto la balada concluyente I Know Places, mientras el sueño (auto)justiciero se deshace en humo.
Y la nada expiatoria se enorgullece finalmente de venir desde la nada (como su título en alemán lo indica) y dirigirse hacia la nada, pero teniendo como centro de acción el amplísimo registro de matices de la soberbia actriz exmodelo Diane Kruger, premiada en Cannes 17, sublime en su desquite ojo por ojo contra el crimen de odio, emblema de la Alemania mal integrada, alternativamente impulsiva gorgónica y lastimera, cual rencorosa bestia herida.
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FOTO: Especial.
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