Feminicidio en la televisión: Denuncia y empoderamiento
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Las series policiacas han dejado de ser un monopolio masculino. Y el feminicidio se ha convertido en un tema que mueve a la reflexión. Síntomas ambos de madurez y evolución de la pantalla chica
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POR RODRIGO MENDOZA
El crimen y su representación en la pantalla chica siempre han tenido algo de fascinante y adictivo. Series como La ley y el orden, Mentes criminales y CSI han llevado una larga vida porque las posibilidades del crimen y del asesinato son infinitas, o eso es lo que nos hacen pensar los estudios de televisión. Seguir el proceso de una investigación policial para encontrar al culpable —o los culpables— de cualquier crimen que se nos presente en pantalla ha sido, por muchos años, una cita impostergable con el televisor de miles de espectadores.
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De entre esas infinitas posibilidades que el crimen televisivo ofrece, existe una que se ha convertido prácticamente en un tópico: el feminicidio. El asesinato de una mujer ha detonado más de una serie de televisión, por no mencionar cine y literatura. Hay algo en el feminicidio ficticio que conjunta morbo e intriga a partes iguales y que constituye una puerta de entrada al misterio televisivo.
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En la vida real, sobre todo en un país como México, el asesinato de mujeres es algo que lleva a la indignación, a la impotencia, a la rabia y a la denuncia. Pero cuando este abominable acto se ve representado en la pantalla y se expone como ficción, como un pretexto para ensamblar perfiles de diversos personajes ficticios, esa corriente de sensaciones parece dar paso a un retorcido entretenimiento, a un impávido atestiguamiento. La industria televisiva ha buscado posicionar el crimen y el asesinato como algo atractivo a la vez que estremecedor y como un buen punto a partir del cual crear una gran historia. Lo relevante del asunto es que lo ha conseguido varias veces y en latitudes distintas.
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Es indudable que la manera en la que entendemos el crimen, la muerte y el asesinato en la televisión ha cambiado. Así como los productos televisivos han evolucionado y han sabido adaptarse a los tiempos que corren —volviéndose más inclusivos y propositivos—, la idea de asesinato y castigo han rebasado los límites del blanco y el negro. Las nociones de justicia, venganza y castigo se han puesto bajo una nueva luz. El feminicidio en la televisión ha pasado de ser un pretexto vil para contar una intrincada trama policiaca a ser una representación del comportamiento malsano de toda una sociedad. Para bien o mal, las series cimentadas en feminicidios, en muchos casos, se han convertido en productos de altísima calidad relevantes para la cultura popular. Habría que preguntarse qué dice eso de una sociedad. Cuestionablemente, la realidad es que el asesinato, sobre todo el feminicidio, se ha convertido en un material que nutre el contenido televisivo de todo el globo. Lo que es cierto es que la violencia y el homicidio en la pantalla obedecen, a menudo, a motivos más profundos que la violencia gratuita —como la reflexión sobre los sistemas de justicia, sobre la solidez de los vínculos familiares, sobre la empatía hacia los demás, etcétera—, y eso habla de la madurez y la evolución que la pantalla chica ha experimentado en las últimas décadas.
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Esa evolución puede notarse en el género policiaco. Las series policiacas lentamente han dejado de ser monopolio masculino. Ese monopolio puede notarse en series un tanto tradicionales que se acercan al feminicidio no tanto como una vía para explorar temas circundantes sino acaso como una puerta más para acceder a la violencia y la crueldad imperantes en nuestra sociedad. Tal es el caso de la primera temporada de la ya serie de culto True detective (2014) —escrita por Nic Pizzolatto y dirigida por el versátil Cary Fukunaga—, que incluye un binomio detectivesco exclusivamente masculino, algo que ya casi no se ve en la televisión actual. El homicidio ritual de una mujer en Luisiana es el detonante de la historia. Si bien las ramificaciones que vienen después —la infidelidad, las drogas y la corrupción— enriquecen el argumento, esencialmente, True detective es la historia de un par de detectives varones que investigan a un feminicida serial durante más de quince años. Dejando a un lado sus grandes actuaciones y su maestría técnica, True detective pertenece a la vieja escuela que mantenía al género lejos del protagonismo femenino, dejándole libre el camino prácticamente sólo para el papel de víctima y de personaje secundario.
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En esa misma línea, de la indescifrable mente de David Lynch nació la emblemática Twin Peaks (1990), que también involucraba el asesinato de una joven, Laura Palmer, a manos de una fuerza sobrenatural, que no es otra cosa que la representación del salvajismo norteamericano y lo erótico dentro de lo desconocido. La mayor virtud de Twin Peaks fue haber creado un microcosmos, un espacio en el que convergían personajes tan entrañables como detestables. En este caso, un moderno Sherlock Holmes emanó de la mente de los creadores de la serie —David Lynch y Mark Frost—: el agente del FBI Dale Cooper, para recorrer las inescrutables sendas que la serie iba descubriendo episodio por episodio. Si bien Lynch y Frost no se acercaron al feminicidio más que para echar a andar la trama —además de que no hay mujeres dentro del equipo creativo—, sí consiguieron indagar en el caótico mundo adolescente y los delirios de libertad y omnipotencia que implica, sobre todo, confrontar el mundo adulto y todas sus derivaciones psicóticas. Twin Peaks demostró que la realidad puede ser tan espantosa y enrevesada como una película de David Lynch.
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Con el tiempo, las mujeres han ido tomando más las riendas de este tipo de televisión. Cada vez vemos más mujeres detectives en lugar de hombres, cada vez, y en mayor medida, son mujeres también las que están detrás de los proyectos de esta índole, alzando la voz a favor de las mujeres mismas ya no como meras víctimas, sino como todo un engranaje solidario, reflexivo y especialmente sediento de respuestas y de acciones que reflejen descontento y contextualización.
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Ahí está el caso de Lynda La Plante, creadora de la extraordinaria serie policiaca británica Prime Suspect que se emitió entre 1991 y 2006 a lo largo de siete temporadas, cada una con dos episodios de 100 minutos de duración. Protagonizada por la estupenda Helen Mirren, Prime Suspect fue una de las primeras series modernas que puso sobre la mesa el asunto del feminicidio y el sexismo en el género policiaco. La historia de la detective Jane Tennison y su dificultoso ascenso como la primera mujer Detective en Jefe de la policía londinense se ramificó en diversos temas que abarcaron la prostitución, el genocidio, el racismo, la pedofilia y el narcotráfico, entre muchos otros. Así, Prime Suspect se convirtió en todo un referente para la nueva televisión policiaca. El protagonista detective había dejado de ser exclusivamente hombre. Jane Tennison no sólo tenía que lidiar con asesinos, ladrones, violadores, drogadictos y con violentos y aterradores feminicidios. Encima, tenía que vérselas con una realidad machista y controladora que estaba más interesada en ponerle trabas a su carrera profesional que en resolver crímenes. Lo mejor de esta serie, que tuvo una corrida de más de una década, fue que los temas que abordaba nunca perdieron vigencia. Hoy, a 27 años de su primera emisión, Prime Suspect sigue siendo incisiva y poderosa.
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Por otro lado, Abi Morgan se encargó más recientemente de ampliar el panorama de este género televisivo. En 2015, creó y escribió River, serie británica protagonizada por Stellan Skarsgård y Lesley Manville. La historia se centra en los conflictos emocionales que sufre el inspector John River después del asesinato inexplicable de su compañera, la detective Stevie. Así, River, además de presentar una investigación policial en sus seis episodios, se encarga también de explorar los rincones oscuros que la culpa, el desamor y la confusión ocupan en la mente de su protagonista. Si bien el personaje estelar es un hombre, a diferencia de Prime Suspect, el hecho de que la trama gire en torno al asesinato de una mujer y a las secuelas emocionales que este suceso deja en su protagonista, convierten a esta serie en algo atípico: la perspectiva femenina expresada a través de un personaje masculino consigue que Abi Morgan se concentre tanto en las emociones encontradas como en la complejidad que conlleva el procesamiento del duelo, todo sin descuidar la narrativa policial, dándole, además, un lugar muy secundario a la violencia. River termina siendo una historia de amor trunca, tan lastimosa como autorreflexiva y una bocanada de aire fresco al género policial.
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Es interesante tomar en cuenta el fenómeno del remake, sobre todo cuando se trata de series nórdicas trasladadas al contexto estadounidense. Por ejemplo, la danesa Forbrydelsen (2007) y su remake norteamericano The Killing (2011) parten del cruel asesinato de una joven estudiante de secundaria para analizar, como muy pocos productos televisivos, el duelo, el remordimiento, la salvaje ambición política y la doble moral. Su trasfondo político consiguió dimensionar a esta serie como una perspectiva fresca para el subgénero policial. La pareja de investigadores que protagonizan ambas series está conformada por un hombre y una mujer, cada uno con motivaciones distintas, lo que complementa las perspectivas disponibles ante el caso. El remake corrió a cargo de Veena Sud, productora y guionista canadiense que consiguió capturar la esencia del relato original para llevarla a terreno estadounidense sin perder ni un ápice de su denuncia implícita hacia el sistema educativo, los valores familiares y la desenfrenada juventud. Además, The Killing se rodeó del talento de realizadoras como Patty Jenkins —directora de Wonder Woman (2017)— y la reconocida cineasta polaca Agnieszka Holland, por mencionar algunas.
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En esta misma línea, The Bridge (2013), remake coproducido entre México y Estados Unidos de la serie sueco-danesa Bron (2011), arranca con el descubrimiento del cuerpo de una mujer cortado por la cintura y puesto justo entre la línea que divide la frontera entre México y Estados Unidos: una mitad del lado de norteamericano y la otra en suelo mexicano. El binomio conformado por los detectives Marco Ruíz (Demián Bichir) y Sonya Cross (Diane Kruger), cada uno representando los intereses de su propio país, se introduce en un mundo lleno de corrupción, de tráfico de inmigrantes, drogas y especialmente prostitución que salta indistintamente entre ambas naciones. Si bien la serie original echaba un acertado vistazo al contexto de dos países que se codean con el primer mundo pero que no por ello están exentos de la violencia ni la ineptitud, el remake se mete en asuntos más específicamente fronterizos que siempre deben estar bajo la luz como el tráfico de personas, el narcotráfico, el racismo y, muy especialmente, el feminicidio en Ciudad Juárez. Así, de nuevo, el ingenio televisivo de los nórdicos es material de creación para la televisión norteamericana con problemas actuales como la desaparición de mujeres en ambos lados de la frontera. El feminicidio brutal es, de nueva cuenta, el banderazo de salida para una historia que rescata matices fronterizos inusuales pero siempre pertinentes.
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Por otro lado, Mindhunter, producida por el prolífico David Fincher, reúne un catálogo de asesinos seriales estadounidenses reales y los recrea de manera cruda y directa. Esta serie no se detiene en el asesinato mismo sino en la mente detrás del comportamiento criminal, en los perfiles psicológicos enfermizos de asesinos reales que cometieron más de 30 asesinatos, casi todos ellos feminicidios. El trío protagonista conformado por dos hombres investigadores y una psicóloga, cada uno con sus propios problemas existenciales e inevitables lazos con sus objetos de estudio, se complementa entre sí gracias a los procedimientos clínicos que utilizan para aproximarse a la violencia de la que son testigos. En este caso, el feminicidio no forma parte directa de la trama ni desata una compleja investigación. Más bien se convierte en la ventana que permite echar un vistazo a la retorcida mente de los brutales asesinos Jerry Brudos, Edmund Kemper y Richard Speck y los complejos procesos emocionales que desatan su salvajismo. La morbosidad que despierta el feminicidio pasa aquí a un segundo plano. El asesinato cede su lugar a los diálogos filosos y al análisis de la personalidad relatados a través de la pluma de Joe Penhall y Jennifer Haley, lo que ofrece una combinación sumamente interesante de perspectivas.
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Así, el feminicidio ha dejado, poco a poco, de ser un tema mórbido que desencadena historias televisivas comunes y repetitivas. El crimen ha comenzado a tomarse como una plataforma sobre la cual establecer denuncias hechas por mujeres mediante la voz de otras mujeres. Lo que sucedió hace unas semanas en los Golden Globes hace todavía más evidente que el futuro de la industria ha dejado de pintar sólo para los varones. Quién sabe, quizás en un futuro las historias, los estudios y el control creativo del cine y la televisión estén bajo las riendas solamente de mujeres. Falta mucho camino por recorrer, pero lo que es un hecho es que la mayoría de las voces que externan indignación y denuncia, las voces que traen frescura al panorama del entretenimiento son femeninas. La televisión, así como el mundo, está renovando la manera de contar sus historias.
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FOTO: Sofie Grabol interpreta a la detective Sarah Lund en la serie de televisión danesa The Killing. / Especial
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