Preguntas sin respuesta

Feb 29 • destacamos, principales, Reflexiones • 6489 Views • No hay comentarios en Preguntas sin respuesta

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POR MARTA LAMAS

 

Estamos sumidas en el dolor y la rabia. La lucha sin tregua del feminismo contra la violencia sexual y los atroces feminicidios ha provocado, entre varios grupos de la sociedad y del gobierno, un reconocimiento de la gravedad del fenómeno, pero no ha logrado que el horror se detenga. En el pavoroso contexto que padecemos, ¿qué podemos hacer, además de denunciar con ira y desolación? Leticia Cufré insiste: “¿qué es lo que no nos estamos preguntando?” Son años y más años de asesinatos terroríficos y la situación sólo empeora. Al mismo tiempo que nos condolemos con los familiares y amistades de las víctimas de desapariciones y feminicidios, y que rendimos homenaje a las activistas que defienden y acompañan a las víctimas de violencia sexual, ¿qué preguntas distintas nos tendríamos que estar formulando? ¿Cómo buscar nuevas vías de interpretación que sirvan para prevenir y contener la barbarie?

 

Ningún gobierno, ni los de naciones con menos violencias, ha podido transformar la sedimentación libidinal que subyace a las construcciones históricas de las relaciones de poder que se dan hoy entre las mujeres y los hombres. La violencia sexualizada es una aberrante realidad mundial. Las feministas que la han analizado también han denunciado que la tradición cultural patriarcal y su actual dinámica necropolítica articulan un complejísimo contexto. Pero, ¿acaso el vínculo entre los fundamentos simbólicos de nuestra cultura y las políticas socioeconómicas es lo único que produce los llamados “crímenes sexuales”, de los cuales el feminicidio es una brutal expresión? Y más aún, ¿qué es lo que podemos hacer hoy, cuando ya ha pasado más de un cuarto de siglo desde las primeras denuncias acerca de “las muertas de Juárez”, que iniciaron la tipificación del feminicidio?

 

La exigencia de la ciudadanía al gobierno para que mejore sus procedimientos e intervenciones es absolutamente legítima, pero no basta. Escucho a muchas de mis compañeras feministas demandando al Estado que dé prioridad a la prevención, la atención, la investigación y la sanción de la violencia en contra de las mujeres, y coincido con ellas. Pero lo difícil es prevenir, pues atender, investigar y sancionar se hace post facto. ¡Qué anhelo el de poder prevenir los actos de violencia y crueldad! Pero ¡qué difícil prever y detener esas agresiones despiadadas! La psicoterapia forense ha tratado a pacientes mentalmente enfermos que han cometido crímenes horrendos, y sus procesos terapéuticos han permitido empezar a comprender las raíces afectivas de esas acciones. ¡Ojo! Comprender no es justificar. Comprender es un paso necesario para luego establecer algunas líneas de prevención. ¿Qué induce a ciertos seres humanos a agredir, torturar y matar con un contenido muy sexualizado? La psicoterapia forense no ofrece una receta que sirva para erradicar futuros actos de violencia; solamente exhibe las causas que conducen a mucha de la perversión criminal y la violencia sexualizada, y, sobre todo, muestra la inutilidad de ciertas respuestas judiciales y legales.

 

La disciplina que investiga la etiología de las agresiones y violencias vinculadas a la sexualidad ofrece algunos elementos para empezar a entender la naturaleza simultáneamente social y psíquica de esa criminalidad. Por eso, además de la imprescindible capacitación del personal judicial y policiaco, ya que su respuesta eficaz podría salvar vidas, es indispensable dar otro paso, mucho más creativo y difícil: diseñar intervenciones culturales y mediáticas dirigidas a desmitificar ciertas creencias. Tres de las creencias más inútiles y nocivas son: 1). el aumento de las penas inhibe los delitos; 2). una política “dura” de seguridad elimina los riesgos y 3). el ámbito familiar protege. La labor más compleja de un gobierno es ir erosionando, a base de debates públicos y políticas culturales, estas creencias, y mostrar que el punitivismo produce una falsa sensación de seguridad, pero no erradica la pulsión criminal; que los riesgos que produce el psiquismo humano y su pulsión de muerte no se eliminan fácilmente; y que es en el ámbito familiar donde se incuban los odios y se generan las mayores violencias.

 

Las ramificaciones del fenómeno de la violencia sexualizada anidan en los recovecos de la psique y se alimentan de la miseria humana, y no me refiero a la económica. Comprender esto no impide exigirle al gobierno una mucho mejor respuesta, en especial, más recursos y operadores sensibles y mejor capacitados. Sin embargo, no es posible pensar que ya no existirán esas personas llenas de dolor y furia, que encauzan sus perversiones y sufrimientos en actos salvajes. No basta conceptualizar estas formas de barbarie como expresiones extremas del patriarcado o como parte de la necropolítica neoliberal; también hay que considerarlas expresiones de un psiquismo dañado y perverso. El feminicidio, una trágica y espeluznante realidad social, es también una trágica y espeluznante realidad psíquica. En la búsqueda de justicia, además del castigo y la reparación del daño, también hay que intentar comprender qué lleva a un ser humano a cometer un crimen aberrante. Las acciones simbólicas de subir las penas sólo sirven para tratar de tranquilizar a la ciudadanía, pero es necesario hacer algo diferente y probablemente más difícil. Ante el carácter sistémico, a la vez social y psíquico, de las violencias, y ante la gestación de muchas de sus fatídicas expresiones en el ámbito familiar, ¿cómo establecer ciertas líneas de prevención? No basta la explicación que señala al patriarcado como la causa de tanto horror. Para encontrar respuestas distintas hay que hacer preguntas diferentes. ¿Cuáles son esas preguntas que no nos estamos haciendo?

 

 

ILUSTRACIÓN: Eréndira Derbez

 

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