El muro en la mitología y la historia de la humanidad
Del muro de Troya al de Jerusalén, y del de Berlín al de Obama y Trump en la frontera con México, los muros han estado presentes en la historia de la civilización, como sostiene este ensayo que reflexiona sobre la fascinación y repugnancia que ejercen estas ambiciosas empresas
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POR FERNANDO BÁEZ
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La arquitectura es pródiga en símbolos que se han transformado en metáforas: escaleras (ascenso), muros (defensa, represión), torres (poder y cercanía con la divinidad), puertas (umbrales del conocimiento), puentes (vínculos entre lo sagrado y lo profano), pisos (seguridad), techo (protección), columnas (solidez), llaves (éxito, acceso), cúpulas (representación del cielo), ventanas (intimidad), laberintos (iniciación), jardín (pureza) y, entre los muchos sentidos que supone, el muro ha tenido un poder que fascina y a la vez repugna en la historia.
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A lo largo de viajes por más de 50 países, he visto ruinas de muros que podrían apiladas dar la vuelta al mundo siete veces. Vestigios que revelan una tenacidad sorprendente por insistir en una visión militar inocua: el muro de Adriano, el muro de Antonino, el Limes Arabicus, el Limes Germanicus que no detuvo la caída de Roma, el muro de Constantinopla que no contuvo a los Otomanos en 1453, el muro de Thiers que no sirvió para nada en París. Pero el ser humano insiste en construir muros, en Ceuta, Marruecos, en la India contra Bangladesh, en Hungría, y el más reciente que impone el excéntrico presidente de Estados Unidos en la frontera con México me ha traído una serie de reflexiones que unen datos que me gustaría compartir en este ensayo.
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Todo debe partir de una etimología que estremece a las religiones más poderosas de Oriente y Occidente. La palabra paraíso tiene su origen en los términos medas pari (alrededor) y daeza (muro). Samuel Noah Kramer, al indagar en el mito de Enki, encontró paralelos asombrosos entre la Dilmun de los sumerios y el Paraíso de los cristianos. Dilmun, por una parte, estaba en el oriente entre el Tigris y el Éufrates; el Paraíso bíblico era un jardín con un gigantesco río escindido “en cuatro brazos. Uno se llama Pison […] El nombre del segundo río es Gehon […] El tercer río tiene por nombre Tigris […] Y el cuarto río es el Éufrates” (Génesis 2, 10-14). De tal forma que el paraíso es un recinto amurallado que no sirvió de mucho, si nos atenemos al relato conocido en las mitologías hebreas y cristianas. Cuando fui a Bahrein y recorrí lo que pudo ser Dilmun, porque no hay unanimidad en el descubrimiento, no encontré sino pocos restos apisonadas y el ambiente hostil de un régimen dictatorial contra la investigación.
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Al mismo tiempo la etimología de la palabra “muro” recupera del latín su tercera raíz indoeuropea mei-(que significa construir cercas), ha sido uno de los símbolos arquitectónicos más temidos y combatidos. El muro o muralla, construcción vertical que rodea un territorio, ofrece protección, contención y separación, sin importar los materiales utilizados en su fabricación: barro, cemento, piedra, plantas. El muro traduce exclusión y un poder basado en la seguridad.
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El origen prehistórico del muro revela que sus efectos defensivos nunca fueron subestimados hasta el siglo XXI. En la Epopeya de Lugalbanda se comparaba el recinto amurallado con una red de pájaros. En el Antiguo Testamento, uno de los más esperados momentos en el asedio de Jericó es el derrumbe de los muros después del sonido de las trompetas (descrito en Josué, 6).
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Muros famosos donde lo histórico se mezcla con lo literario ha habido desde hace milenios. El Primer Poema del mundo es la Epopeya de Gilgamesh, el héroe de Mesopotamia que se hizo famoso no por su fuerza sino por intentar ser inmortal. En las primeras líneas del texto que fue recuperado en 30 mil tablillas de los restos de la Biblioteca de Asurbanipal, descubrimos que Gilgamesh su más grande elogio a su querida ciudad de Uruk lo hizo al destacar su muro impenetrable del que hoy no queda nada. Gilgamesh maravillado dice: “Levántate y anda por los muros de Uruk, Inspecciona la terraza de la base, examina sus ladrillos: ¿No es obra de ladrillo quemado? ¿No echaron sus cimientos los Siete [Sabios]?”
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Otro muro inolvidable, entre muchos, fue el de Troya. Desde hace tres mil años ha habido interés por Troya, llamada Ilión o Ilios y ahora Hissarlik (región donde se encuentra el Parque Nacional de Turquía). Ningún hombre se atrevió jamás a desconocer su importancia como símbolo ambiguo de la guerra constante entre los pueblos, pero sí se puso en duda la autenticidad de su leyenda. Su mismo descubrimiento fue el polémico resultado de la aventura feliz de un adinerado alemán llamado Heinrich Schliemann que no desistió en su búsqueda de la prueba histórica de los hechos relatados en La Ilíada de Homero. Lo curioso es que Troya fue una antología de ciudades superpuestas: No había existido una sola Troya sino nueve que aportaron registros arqueológicos a 16 m de la superficie. La Troya registrada con el número siete pudo ser la que cantó Homero, el bardo ciego, y que forjó ese monumento literario que es la La Ilíada. El muro tampoco resistió el paso del tiempo, aunque su descripción ha conmovido a generaciones de lectores.
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En Grecia, la estructura arquitectónica de una polis consistía, con las singularidades propias de su ubicación y tiempo, en un espacio público de reunión como el ágora, una acrópolis, templos, monumentos, gimnasios, casas y depósitos. Pero no faltaba el muro. En La Odisea de Homero, se fija la definición de la polis: “En torno a nuestra ciudad se alza un muro fortificado; hay un puerto seguro a cada lado de la ciudad, de entrada angosta; las naves cóncavas llegan allí por las dos partes, porque cada hombre tiene su propio amarradero; hay también un lugar para la celebración de las asambleas junto al bello templo de Poseidón y una plaza cubierta con grandes piedras hincada en la tierra”.
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De las seis perdidas maravillas del mundo antiguo, los Jardines de Babilonia cuyas ruinas ni siquiera han sido encontradas, sabemos mucho y a la vez sabemos casi nada. El complejo arquitectónico de la ciudad de Babilonia incluía el Esagila (Casa de Elevada Cabeza) o templo de Marduk, cuya lamentable pérdida fue descrita en la Crónica de la destrucción del Esagila, aún legible en las deterioradas tablillas cuneiformes que exhibe el Museo Británico.
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A orillas del lento Éufrates, este espacio, destruido y reconstruido en sucesivas oportunidades, ocupaba una superficie de 250 mil m2. La estatua de Marduk, hecha de oro, se perdió como la del dios Zeus de Olimpia, y lo que nos queda son los retratos del dios con barba que tiene a sus pies un dragón invencible. Herodoto pensaba que entre la efigie y el pedestal tenían un peso de 20 mil 773 kg de oro. Hubo como protección una doble muralla con ocho puertas, cada una de las cuales tenía el nombre de un dios secreto que debía ser invocado antes de abrirla. De esta doble muralla no hay nada en nuestros días.
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A saber, Nínive tuvo, en los tiempos de Senaquerib, un doble muro de 12 km de largo por 15 m de altura, con quince puertas, un templo a Ishtar, el palacio que fue conocido como Sin Rival, un jardín botánico y un zoológico. A unos 35 km fue construido, en lo que se conoce como Nimrud o Kallhu, con 41 km2, el santuario a Ninurta, un zigurat, la gran ciudadela con muros y el Palacio Real, así como tumbas de reyes y reinas con tesoros fabulosos que sobrevivieron milagrosamente en los sótanos del Banco Central de Iraq en la época de los bombardeos a Bagdad en 2003.
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El rey Asurbanipal (668-627 a. C.), un guerrero cruel que se jactaba del número de cabezas mutiladas a sus enemigos, era al mismo tiempo un lector voraz que consiguió armar una biblioteca con obras de numerosas culturas. Entre otros textos, enterrados durante milenios, Henry Layard y sus colaboradores lograron reconocer el Código de Hammurabi, el Enuma Elish y el Gilgamesh, además de crónicas de viajes, planos del mundo de los muertos y fórmulas para la vida inmortal.
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Contra Nínive se movilizaron siempre enemigos poderosos, y tenemos constancia de la profecía donde Nahum, en el Antiguo Testamento, anunció a los habitantes su declive: “Nínive ha sido, desde tiempos antiguos, como un estanque de aguas […] ¡Saquead la plata, saquead el oro! ¡No tienen límites la calidad y el peso de todos los objetos preciosos! ¡Desolación, devastación y destrucción! Los corazones desfallecen, las rodillas tiemblan, los lomos se estremecen; las caras de todos palidecen”. Finalmente, el desastre llegó en el año 612 a.C., y las hostilidades de tres meses de asedio fueron tales que no resultó posible la resistencia permanente y los muros cayeron dejando a la población a merced del pillaje.
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Una de las reliquias más sagradas del mundo es el muro superviviente del Templo de Jerusalén. En buena medida, el símbolo más importante de China es la Gran Muralla, cuyas ruinas sostienen un monumento de 8 mil 851.8 km (según la medición más exacta en 2009) que cruza regiones como Liaoning, Hebei, Shanxi, Gansu, Shaanxi, Tianjin, Beijing y alcanza la Mongolia Interior. Para construir la muralla, el emperador Shi Huan Di sacrificó a miles de súbditos, arruinó el tesoro del reino y castigó a los intelectuales adversarios con trabajos forzosos en el lugar.
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Para seguir en este recuento de muros antiguos perdidos hay que resumir porque el número es excesivo. Ha habido muros famosos que ya nadie recuerda porque ningún poeta los cantó. En Avaris, que llegó a extenderse por 250 hectáreas, estuvo la capital de los reinos hicsos que se prolongaron desde el 1640 hasta el 1530 a.C. en Egipto; la invasión fue discreta, militar ante todo, y respetó casi todos los aspectos sociales de los pueblos sometidos, lo que no evitó que finalmente Avaris fuera recuperada en 1532 a.C. por el rey de los tebanos. Las excavaciones en su zona, definida como yacimiento Tell el Daba, han demostrado que los muros sufrieron impactos de ataques y ahora pueden verse bajo tierra restos solitarios. Todos los registros hicsos, todos los archivos y obras comenzaron a ser sistemáticamente eliminados desde entonces. 90 por ciento de lo que pudo ser una maravilla arquitectónica ya es sólo polvo y escombros.
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No hay fuentes cartaginenses; sólo los romanos dejaron sus impresiones sobre Cartago y la labor arqueológica no ha sido fecunda. Esta urbe desaparecida, donde vivieron setecientos mil pobladores, estaba protegida por 32 km de muros cuyo grosor, en promedio, era de 5.20 m; contaba con casas de varios niveles, algunas lujosas; dos puertos artificiales, uno de los cuales tenía capacidad para atender doscientas naves; palacios ornados, fortificaciones, grandes calles, lugares donde realizaban sacrificios de niños al exigente dios Baal.
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Catón el Viejo, ante la amenaza que representaban las guerras púnicas, solía concluir todos sus discursos en el 150 a.C. con la frase: Delenda est Carthago (¡Destruid Cartago!), y al parecer fue escuchado con atención. En el año 146 a.C., durante la tercera guerra púnica, los romanos pusieron fin a Cartago, demolieron sus edificios con el uso de decemviri, asesinaron a miles de pobladores, esclavizaron a cincuenta mil, quemaron sus libros, destruyeron su arte y usaron a adivinos que maldijeron su tierra. El muro fue destruido piedra por piedra.
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Todo ocurrió a lo largo de seis días y seis noches. Durante mucho tiempo se creyó, sin otra tradición que la oral, que los romanos echaron sal en el piso para que ni la hierba renaciera. Julio César retomó la idea de refundar la ciudad como una colonia, y la mayor parte de las ruinas que pueden verse son de esa nueva etapa, aunque fue común que se usaran los bloques como una cantera que sirvió a Túnez y a otras ciudades: la iglesia de Pisa tiene pedazos del muro de Cartago, algo curioso y morboso.
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Del Templo de Jerusalén hay decenas de crónicas. El templo que vio Jesús fue nada menos que el de Herodes, destruido tras la rebelión de los judíos y el asedio de las tropas romanas. En el año 70, un soldado prendió fuego al templo y lo destruyó. Como homenaje a la victoria obtenida sobre los judíos, se colocó en el Foro de Roma un Arco del Triunfo que resaltaba cómo había entrado el emperador Tito a Jerusalén y obtenido el candelabro de siete brazos como un trofeo de la guerra.
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El muro que subsiste en Jerusalén, mejor conocido como Muro de los Lamentos, un patrimonio cultural de la Humanidad siempre en riesgo, es la única reliquia preservada del tercer templo. Fue convertido en un centro de convergencia religiosa, donde la gente ora, coloca papeles en las grietas pidiendo deseos; es el vestigio de una fe que se niega a morir y que no muere o muere y no queremos aceptarlo.
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Después del siglo XX, los muros han seguido marcado la contemporaneidad. El muro de Berlín fue un engendro de la Guerra Fría que sirvió para establecer visualmente la división de Alemania en dos naciones después de su derrota en 1945. La parte oeste correspondía a la República Federal y la parte este a la República Democrática, zonas que actuaban bajo la influencia de Estados Unidos y la Unión Soviética que habían sido los bandos ganadores contra el nazismo.
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Si hay una ciudad en el mundo donde se sintieron los efectos devastadores de la constante tensión del mundo bipolar y la amenaza nuclear de mediados del siglo XX fue precisamente Berlín, donde se conoció la noticia de la construcción del muro la funesta mañana del domingo 13 de agosto de 1961 y se desató una crisis mundial creciente.
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En efecto, ante el éxodo masivo de la RDA, el Partido Unificado Socialista (Sozialistische Einheitspartei Deutschlands) dirigido por Walter Ulbricht organizó y dirigió con gran secreto una operación cívico-militar a gran escala para la construcción de una barrera que evidenció la división de Europa en dos bloques de poder. El cierre de la frontera con el muro se concretó con la llegada de camiones que transportaban materiales de construcción, y el mes de agosto fue común ver a cientos de trabajadores activos en elevar las paredes del muro que tendría, con los años, 43.1 km de largo en la ciudad y alcanzaba 3.6 m de altura. Algunas calles, como la Bernauer, fueron modificadas sustancialmente porque el frente de sus casas pasaba por la línea imaginaria fronteriza y sufrieron que tapiaran sus puertas y ventanas para transformar el patio en una nueva entrada.
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La propaganda de la RDA consideraba el muro como “protección antifascista” y la RFA se refería al “muro de la vergüenza”. En el punto de control apodado Charlie se encontraban a pocos metros de distancia tanques y soldados de los ejércitos occidentales y orientales. Dentro de Berlín funcionaban siete pasos controlados y a lo largo del país la cifra aumentaba a treinta y uno.
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La noche del 9 de noviembre de 1989 se había divulgado la noticia de que los ciudadanos de la RDA podían cruzar libremente los controles fronterizos, y las multitudes se reunieron en diversos pasos habituales con la esperanza de salir. Hoy puede leerse una placa en uno de esos históricos lugares: “En el puente de la Bornholmer Strasse, el muro se abrió en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, por primera vez, desde agosto de 1961”. Los berlineses volvieron a reunirse. Willy Brandt declaró: “Berlín vivirá y el muro caerá”. La Fiscalía General de Alemania estudió ochenta y seis casos de víctimas asesinadas por intentar cruzar el muro.
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A partir de ese momento, había caído el muro y numerosos alemanes celebraron acudiendo a derribarlo con picos. Una agencia se dedicó a reunir pedazos que se exportaron a coleccionistas de todo el planeta; de las ruinas algunas han sido declaradas patrimonio de los alemanes.
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Desde el 2002, Israel decidió construir lo que denominó una Valla en Cisjordania, pero se trata indudablemente como lo han evidenciado Unicef, Amnistía Internacional y la ONU de un muro que más allá de su función defensiva contra intrusiones de grupos palestinos, es una vergüenza internacional propiciada por los grupos de derecha más conservadores de un gran país como lo es Israel, con tantas historias de persecuciones, opresión y dolor. Inexplicablemente, hoy se aplica el Muro que no sólo no ha detenido el contrabando, la emigración y el ataque de grupos extremistas sino que ha crecido un malestar incontenible. Para la fecha, el Muro puede describirse de acuerdo a sus rasgos principales: unos 30 km de un muro de hormigón de 100 metros de altura en algunos sectores, con zanjas de 2 y 4 metros, sensores, carreteras para desplazamiento de unidades militares, tecnología de espionaje con cámaras que pueden reconocer de forma biométrica. Hay vallas y alambradas que irán siendo sustituidas progresivamente y al final el muro alcanzará una longitud de 721 km.
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Apoyado por grupos que han hecho del desprecio a México una profesión tras la guerra de 1846 y 1848 e imponer el humillante Tratado de Guadalupe Hidalgo que despejó al país de California, Oklahoma, Nevada, Texas, Arizona, Utah, Nuevo México, Colorado, Wyoming y Kansas, hoy Estados Unidos retoma el impulso de vallas que delimitan 1046 km que Obama logró culminar y pasa a una fase más determinante de una guerra territorial disimulada por motivos de seguridad.
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El Presidente Donald Trump ha aclarado que su muro abarcará 1,069 km a un costo de 12 mil millones de dólares que obligará a pagar a México, bien por medidas coercitivas o arancelarias. Se utilizarán miles de obreros, y en materiales 9.7 millones de metros cúbicos de concreto. The Washington Post, tras consultar a expertos, ha estimado el costo en 25 mil millones de dólares porque el muro no será una simple estructura sino que se cimentará tres metros bajo tierra con los sistemas de espionaje más complejos del mundo, desde cámaras CCTV hasta armamento de detección con vigilancia de drones utilizados en la lucha contra el terrorismo en Yemen y Afganistán. Una locura que, por desgracia, no ha tenido una negativa de parte de las autoridades de México con la suficiente fuerza y menos con el silencio inexplicable de países de América Latina que no han comprendido que el Muro de Trump, como lo ha denominado su propia vocera presidencial, es un muro contra toda una región y no sólo contra un país.
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Hay un relato de Franz Kafka titulado “La construcción de la Gran Muralla China” que tradujo Borges. Es una pieza magistral que el escritor intentó destruir de múltiples interpretaciones en la que el narrador advierte que el muro infinito, según los rumores que nadie logra confirmar, está incompleto porque hay secciones enteras que la pereza o la astucia no concluyeron y por tanto el muro tiene secciones enteras que no fueron terminadas o construidas. De cualquier forma, es imposible desconfiar de la autoridad de sus constructores. Acaso la ironía de Kafka quede resumida en este fragmento: “La Muralla, como universalmente se proclamó y como nadie ignora, había sido concebida como una defensa contra las naciones del Norte. Pero, ¿qué defensa puede ofrecer una muralla discontinua? Ninguna, y la Muralla misma está en incesante peligro. Esos pedazos de muralla abandonados en mitad del desierto podían ser fácilmente abatidos por los nómadas, ya que esas tribus, alarmadas por los trabajos de construcción, cambiaban de terruño como langostas, con increíble velocidad y lograban tal vez una mejor visión general de los progresos de la Muralla que nosotros los constructores.”
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Es indudable que Estados Unidos en este bochornoso período presidencial recupera esa idea del emperador chino que construyó un muro para protegerse de los bárbaros, y que de modo poco casual quemó todos los libros para que la historia comenzara con él. El detalle singular, inolvidable, es que será tan inútil como los que hoy yacen en ruinas y mientras dure su poder de intimidación, no es imposible que sus brechas lo hagan obsoleto y símbolo de oprobio y tragedia incapaz de contener a esos millones de seres humanos que seguirán buscando y esperando porque los pueblos siguen y los muros son más vulnerables que la pasión por la libertad y el anhelo de integración que nos marca como especie desde el paleolítico.
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FOTO: “Quiquito”, instalación del artista francés JR en valla fronteriza, abril de 2017. Christian Serna / Cuartoscuro.com
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