Fernando del Paso bibliotecario
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Después de una prolongada estancia en el extranjero, en 1997 el escritor Fernando del Paso se establece en Guadalajara para dirigir la Biblioteca Iberoamericana “Octavio Paz”.
El poeta Ángel Ortuño, quien se desempeña como bibliotecario de este recinto, rememora su encuentro con el autor de Palinuro de México y Noticias del imperio
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POR ÁNGEL ORTUÑO
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Cuando leí la noticia de que Fernando del Paso había sido nombrado Premio Cervantes 2015, casi inmediatamente después apareció una pregunta en una ventanita del chat: “Y tú trabajas con él, ¿verdad?”. Pues sí: desde abril de 1997 a la fecha he tenido ocasión de conocer una de las facetas tal vez menos difundidas como parte de la labor profesional de Fernando del Paso. Me refiero, por supuesto, a su cargo como Director de la Biblioteca Iberoamericana “Octavio Paz”, de la Universidad de Guadalajara.
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Fernando del Paso ya era Director de la Biblioteca cuando —en medio de una serie de circunstancias aparentemente infaustas pero al final benévolas— llegué yo ahí, luego de haber descrito una parábola como mandan los cánones de la balística; quiero decir que me habían lanzado al aire mediante la aplicación de una fuerza que reunió la última pieza de mi hueso sacro con el astrágalo, calcáneo y demás huesos de alguien más. Por fortuna, vine a caer en una tranquila playa que no fue el Cabo Palinuro.
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Pero, vayamos por partes.
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Mucho antes de todo esto, cuando aparecí en las listas de admitidos de la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara, mi madre me regaló un libro, Noticias del imperio, con una nota: “Con la esperanza de que algún día escribas una novela tan gorda como ésta”. No sé si ruborizarme al confesar que no fue ésta, ni remotamente, la única esperanza materna que defraudé; lo que sí sé es que ella fue una de las primeras personas que supo que yo iba a trabajar para el autor de aquella enorme —en todos los sentidos— novela.
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Como todo lo que alguna vez me ha favorecido, mi llegada a la biblioteca estuvo precedida —y presidida— por un extraño equívoco: la maestra Rebeca Morales, quien había sido mi profesora en la Facultad y entonces era la administradora de la Biblioteca, ofreció comentarle a Del Paso mi “disponibilidad”. Don Fernando entendió que me habían transferido y le llamó al Director de mi dependencia de origen (es imposible no sonreír ante las resonancias psicoanalíticas de la taxonomía burocrática). Abreviemos: le agradeció efusivamente el apoyo, con lo que prácticamente comprometió mi traslado. Comencé, pues, a trabajar en la Biblioteca de inmediato.
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Lo primero fue una revelación no por anticipada, menos cierta: yo no tenía ni idea de lo que iba a hacer ahí. Para colmo, mi experiencia previa como estudiante tenía muchas más visitas a billares y cantinas, que sesudas sesiones en las apacibles salas de una biblioteca.
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Tuve que atender simultáneamente dos frentes: en uno de ellos simulaba estar al tanto del conocimiento de frontera en bibliotecas y administración de la información (esas cacofonías siempre suenan muy serias) y en el otro, me afanaba por aprender lo más que pudiera al respecto del funcionamiento de mi nuevo lugar de trabajo.
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No sé si para darme ánimos o para prevenir mi natural tendencia a la molicie (ella había sido mi profesora y algo sabía), la maestra Rebeca me comentaba muy a menudo que don Fernando le había pedido informes sobre cómo me estaba yo desempeñando. Ignoro cuántas veces habrá pensado decirle “terriblemente”, pero luego tuve ocasión de saber, por el propio Del Paso, que la maestra Rebeca siempre dio de mí las mejores referencias.
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De lo anterior es fácil deducir que si bien al principio mi contacto con Fernando del Paso como jefe era distante, al cabo llegué incluso a frecuentar su casa.
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Tengo muy presentes las sesiones de trabajo, particularmente cuando se discutía respecto a las compras que se harían para la biblioteca durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. A la primera de ellas fui sumido en el colmo del espanto. Estaba seguro de que si conseguía hablar, no diría sino estupideces y obviedades, como el más tarado de los groupies. En el camino fui ensayando un larguísimo parlamento al respecto del gran entusiasmo que me había producido la lectura de Palinuro de México, a la que pomposamente pensaba referirme como “mi favorita entre sus novelas, maestro”. Terminé por tartamudear que “me gustaba mucho” y recibir una amable respuesta que después he leído reiterada en numerosas entrevistas: “Muchas gracias. También es mi favorita”.
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En aquellas reuniones —celebradas con una frecuencia semanal, por lo general—, la gran amabilidad y cortesía de don Fernando y su esposa doña Socorro fueron, poco a poco, venciendo mi envaramiento inicial. No obstante, surgió un nuevo escollo: Fernando del Paso disfruta muchísimo contar chistes. Es un ávido coleccionista de historias cómicas cuya única finalidad es sorprender a sus oyentes y hacer que prorrumpan en carcajadas.
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La cuestión parecía fácil: no sólo se trataba de un dotadísimo narrador por escrito, sino que también poseía un gran talento para la narración oral. Hasta ese momento, no me había tocado presenciar que alguien contara tantos chistes con tanta gracia. Pero en materia de chistes, yo soy un tristísimo agelasta: es suficiente con que me anticipen que se va a tratar de una historia cómica, para que mi buen humor se convierta en algo así como un hielo de jaibol. Sin importarle lo abrumadoramente falso de mi reacción, Del Paso arreciaba la andanada de chistes… de los que luego yo me reía, ahora sí a carcajada batiente, horas después y ya en mi casa.
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Otro asunto característico de estas sesiones era la insistencia de don Fernando en el hecho de que una biblioteca no era el edificio, ni los estantes, ni el equipo informático, sino sus colecciones. No importa cuán impresionante fuera el edificio —y el ex templo de Santo Tomás lo es en grado sumo—, para Fernando del Paso, una biblioteca “son los libros”. De ahí su gran interés en la selección de los materiales que se ofrecerían a los lectores de la Biblioteca Iberoamericana. Sonreía orgulloso cuando le contaba que algún lector, en la sala de la biblioteca, me había comentado que la Iberoamericana “Octavio Paz” era la única donde podía encontrar tal o cual obra. A este respecto, su conocimiento enciclopédico tanto de clásicos como de autores recientes de la literatura en lengua española siempre ha resultado una guía invaluable y, en ocasiones, un reto: la satisfacción de referirle alguna obra o autor que reconozca no haber leído. Situación que, por lo general, es meramente transitoria debido a su gran voracidad como lector.
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Me gustaría citar aquí una anécdota que me contó el propio Del Paso cuando tuve la muy grata encomienda de preparar su semblanza biográfica para el tomo con el que la Universidad de Alcalá de Henares celebraría la concesión del Premio Cervantes.
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Por el rumbo del jardín zoológico de Chapultepec, en Ciudad de México, frecuentaba Fernando del Paso una enorme biblioteca particular, propiedad de unos tíos suyos quienes, según cuenta, distaban de ser entusiastas de la lectura. Más como una especie de fastuoso decorado que como una fuente de lecturas, los libros languidecían intactos: nuevecitos. Así que la visita dominical a casa de sus tíos no era tanto por convivencia familiar, sino para encerrarse a leer aquellos enormes tomos entre los que prefería novelas de aventuras, debidamente acompañadas con la música de fondo de los rugidos de los leones y los grandes felinos del cercano zoológico.
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No dudo que esta experiencia de una biblioteca donde tantos libros se encontraban fuera del alcance incluso de sus dueños, lo haya hecho disfrutar aún más el hecho de dirigir una biblioteca pública, donde cualquier persona puede entrar a leer lo que le plazca; un territorio libre que nunca figuraría con aquella inscripción amenazante de los antiguos mapas: hic sunt leones.
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Además de asuntos relacionados con la cotidiana operación de la biblioteca, también he tenido ocasión de trabajar con Fernando del Paso en otros proyectos en torno a los libros. Específicamente, dentro del programa “Letras para volar”, destinado a estudiantes de bachillerato de la Universidad de Guadalajara. La directora del proyecto, Doctora Patricia Rosas, invitó a don Fernando a dirigir una colección de narrativa.
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La ocasión de poner a circular obras que no estuvieran al alcance de esos jóvenes lectores, por encontrarse descatalogadas o no haber sido reeditadas en años, fue el punto de partida para las reuniones que sostuvimos a lo largo de varias semanas para diseñar la colección.
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El asunto comenzó desde el nombre mismo: a pesar de tratarse, en toda línea, de una biblioteca de autor, don Fernando insistió en que la colección debería llevar un nombre que no fuera el suyo. Así, como un reconocimiento a su gran admiración por el poeta español Antonio Machado, propuso el nombre Colección Caminante, bajo el cual se publicó a autores tan diversos como George Christoph Lichtemberg, Leonora Carrington, Antonio de Hoyos y Vinent, César Vallejo y Amado Nervo, entre otros.
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Hay quienes se muestran suspicaces ante el hecho de que se nombre director de una biblioteca a un escritor, pero yo he podido presenciar lo benéfico que para el funcionamiento de un lugar así representa el inmenso amor a la lectura y al libro que profesa Fernando del Paso. Retomo sus palabras: una biblioteca está en sus libros. Y aunque en la Iberoamericana “Octavio Paz” continuemos teniendo cada día más servicios, más recursos informáticos y mantengamos unas instalaciones óptimas para sumergirse en la lectura en pleno centro de la ciudad de Guadalajara, sin duda el corazón es nuestro acervo. Y esa colección distaría muchísimo de ser la que actualmente es si la biblioteca no estuviera bajo la dirección de Fernando del Paso.
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En el año de 2007 yo llevaba ya 10 trabajando en la biblioteca. Es justo entonces cuando la Feria Internacional del Libro de Guadalajara otorga su premio principal, el Premio FIL, a Fernando del Paso. Como parte de los festejos de que se hubiera distinguido a un universitario, a un autor “de casa”, recibí una invitación para escribir un ensayo sobre la poesía de Fernando del Paso, que se publicaría en el tomo que, año con año, aparece en homenaje a quien obtiene el premio.
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A esas alturas, no ignoraba yo que la poesía había sido, justamente, materia de la primera publicación de Fernando del Paso. De hecho, un conjunto de textos bajo el título Sonetos de lo diario, apareció en 1958 y en la colección Cuadernos del Unicornio, dirigida por Juan José Arreola, gran amigo de Fernando del Paso. También había tenido ocasión, en las reuniones para planear las adquisiciones de material de la biblioteca, de constatar el enorme conocimiento sobre poesía que en Del Paso igualaba a su gran entusiasmo por ese género. Más de alguna ocasión, y a la manera de Arreola, lució una portentosa memoria para citar poemas enormes de, digamos, León de Greiff, entre otros muchos autores casi secretos y, al mismo tiempo, de culto para él. De ahí que tuviera ya algunos rastros para acercarme a su poesía desde la perspectiva de sus experiencias como lector, así como de su papel preponderante en el hecho de que la colección de poesía iberoamericana en los estantes de la biblioteca haya despertado la atención de especialistas como los jurados del Premio FIL de Literaturas Romances o los conferencistas de la Cátedra Julio Cortázar, por limitarnos a ejemplos de especialistas convocados por los diferentes programas de difusión de la cultura de nuestra Casa de Estudio.
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Una vez más, entonces —como lo he hecho a lo largo de estos más de 20 años— sonreí por la enorme fortuna de haber sido pateado en la dirección correcta, de haberme improvisado como bibliotecario y de haber conocido y disfrutado de la conversación y generosidad del autor de aquella gigantesca novela que fuera mi regalo para celebrar el comienzo de mi carrera profesional.
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Si usted visita Guadalajara, no pierda ocasión de acudir a la Biblioteca Iberoamericana “Octavio Paz”, dirigida por Fernando del Paso. Y, tal como dijo un vendedor de milagrosos ungüentos a bordo del camión: así se le quita a usted la curiosidad o me quita a mí lo hablador.
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FOTO: Fernando del Paso ha dirigido proyectos editoriales en los que ha mostrado su inmenso amor a la lectura y al libro. /Luis Cortés/EL UNIVERSAL