Fernando del Paso colorista

Nov 17 • Conexiones, destacamos, principales • 3287 Views • No hay comentarios en Fernando del Paso colorista

A la par de su carrera como escritor, el autor de Palinuro de México practicó el dibujo y la pintura. En el año 2000 montó la exposición 2000 caras de cara al 2000 en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. Se describía a sí mismo como un surrealista de corazón

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POR GERARDO LAMMERS

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La vida de Fernando del Paso no se entendería sin su atracción por el color. No recuerdo si entre las andanzas del estudiante de medicina Palinuro —protagonista de la preferida de sus novelas, según confesó alguna vez en el auditorio Juan José Arreola del Museo de Arte de Zapopan en 2011— aparece el concepto de sinestesia, pero vaya que Palinuro de México es una novela colorida, y tal vez se podría decir lo mismo del resto de sus libros. Quizá por eso no era extraño descubrir que Del Paso era un elegante gentleman presto siempre para el comentario ingenioso (alguna vez fue publicista), que gustaba alegrar a la concurrencia en los actos públicos en que participó luciendo atrevidas combinaciones en sus sacos, camisas y corbatas, pero también en sus pañuelos y hasta en los armazones de sus lentes. Tampoco era extraño saber que fue un aficionado al dibujo y a la pintura, y que, excesivo como era, realizó miles de ellos, como si descansara de la escritura y de la exhaustiva investigación que requirió cada una sus obras literarias, dejándose llevar por el automatismo de la tinta china y las vibraciones de la acuarela, el acrílico y el óleo.

 

En 1998 lo entrevisté para la revista Viceversa, a propósito de la exposición 2000 caras de cara al 2000 que se exhibió en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, y que viajó más tarde al Festival Cervantino de Guanajuato y al Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara. Del Paso ya vivía entonces en una sencilla casa de dos plantas en la colonia La Calma de la capital tapatía, donde terminó estableciéndose luego de su periplo europeo. En la sala fue mostrando algunas de las 50 series que compondrían aquella muestra: en realidad 1999 obras, entre pinturas y dibujos de pequeño formato que hacía, uno tras otro, desde principios de año. La pieza número 2000 sería un espejo donde el espectador contemplaría su propio rostro.

 

La idea de la exposición había surgido más de una ocurrencia que del afán de celebrar el nuevo milenio. Estando en París vio la película Basquiat (1996) de Julian Schnabel y asistió a una exposición de Jean-Michel Basquiat en el Museo Maillol. Salió del museo directo a dibujar “a la Basquiat”. Se propuso hace un millar de dibujos. En ésas andaba cuando una hija le propuso duplicar la cifra: serían 2 mil dibujos para el año 2000.

 

Del Paso retomó el dibujo a los 36 años cuando trabajaba para la BBC de Londres. En los tiempos muertos que había entre noticiario y noticiario, como no podía concentrarse para escribir, garabateaba, hacía doodles. Pronto comenzó a dibujar y a pintar con disciplina y, desde 1973, cuando expuso en el Institute of Contemporary Art de Londres montó varias exposiciones. En el libro Doubly Gifted. The Author as Visual Artist (Harry N. Abrams, Nueva York, 1986) figura entre los escritores que han complementado sus labor artística con el ejercicio gráfico.

 

En 2000 caras de cara al 2000 rindió homenaje a algunos de sus pintores favoritos. Hizo, por ejemplo, una serie picassiana y otra baconiana. Otra a la que nombró como “kitsch royal”, collages en los que empleó lentejuelas y polvos de brillos metálicos. A otro grupo de dibujos los bautizó como “los parkinson”, por su trazo tembloroso. Vi también dibujos espejeados hechos simultáneamente con ambas manos, así como caligramas, pinturas pop, dibujos en blanco y negro, y hasta un retrato de Octavio Paz.

 

“Soy surrealista de corazón”, me dijo en una entrevista anterior. “Y todavía hago experimentos de escritura automática, nada más que soy un surrealista impuro, profano, porque los surrealistas presumían que tal como les iban saliendo las cosas, así las dejaban, nunca cambiaban una coma. Yo hago mis experimentos y escojo lo que más me gusta, y, si puedo, lo coloco en alguna parte”.

 

En esa ocasión le pregunté por el color. Le mencioné que me parecía que Palinuro de México era una novela muy colorida, lo mismo que su pintura y hasta su persona. “Estoy pensando”, le dije, “en su colección tan singular de corbatas”.

 

“Sí, bueno —contestó—, prefiero estar sin corbata, pero como he desempeñado empleos que la requieren, no veo ningún motivo para no comprar las corbatas más bonitas que vea. Y sí, me gustan mucho los colores fuertes en la ropa. Alguna gente me ha dicho que soy un poco ‘payo’. Cuestión de criterios. Me siento más francés en mi forma de vestir que mexicano o inglés. Me gustan muchísimo los colores. Cuando trabajo con color sí me canso, a diferencia de cuando trabajo con tinta china. Y es que con color se establece una lucha muy especial, sobre todo en los cuadros que pretenden ser abstractos, porque no hay reglas”.

 

Para el crítico Daniel Rodríguez Barrón, según texto publicado en Viceversa (Núm. 55, diciembre de 1997), “sin duda, sus trabajos pueden ser calificados de ejercicios, son ensayos de puntos y líneas convergentes y divergentes (…). Del Paso ha encontrado tanto en sus dibujos como en sus sonetos las formas básicas que permiten acotar, sin asfixiar, el pensamiento, y dan a su obra una suerte de sencillez como contrapeso a sus abigarramientos lingüísticos”.

 

Durante aquella tarde en que me reuní con Fernando del Paso para ver sus dibujos, el escritor resaltó el gozo que le representaba la pintura y el contacto con los materiales: “Eso es lo que me gusta de pintura que no tengo en la escritura. Con la computadora se aleja uno de los materiales. La pintura, en cambio, es muy sensual, lúdica. El óleo huele a una cosa; el acrílico, a otra; se mancha uno las manos, se trabaja con texturas, con colores. Es un gran deleite”.

 

¿Cómo se califica como pintor?, le pregunté.

 

“Creo que no soy un pintor bueno, pero soy como cuarenta regulares”.

 

¿De dónde saca el aliento para emprender a lo largo de su carrera, tanto en la escritura como en la pintura, este tipo de retos?

 

“No sé —contestó—. Creo que el proyecto de ninguna de mis novelas era, en principio, disparatado, porque no sabía qué tan grande iba a ser. Los proyectos se hicieron grandes con los años. Este proyecto [2000 cara de cara al 2000] sí lo fue desde un principio, porque, ¿a quién se le ocurre hacer 2000 dibujos y con tanta prisa? No lo sé, son cosas que suceden de repente…”

 

Rio brevemente.

 

“Sadomasoquismo”.

 

FOTO: Obra pictórica de Fernando del Paso. / Especial

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