Fernando Pérez y la ternura remordida
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Dirigida por el cubano Fernando Pérez Valdés, esta película reflexiona con tristeza sobre la invivible situación de la isla.
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En Últimos días en La Habana (Cuba-España, 2016), embutido opus 7 del habanero toleradamente crítico de 72 años Fernando Pérez Valdés (Hello Hemingway 90, Madagascar 95, Suite Habana 03), con guión suyo y de Abel Rodríguez, el friegaplatos de 45 años distante y silencioso y asexuado Miguel (Patricio Wood formidable) vive prácticamente automarginado en un invadido vecindario-solar del viejo centro de La Habana y con ejemplar estoicismo todo lo tolera, porque en realidad sólo tiene tres preocupaciones en su dura existencia racionada durante los peores días de la decadencia del populismo pseudocomunista al que detesta: atisbar la TV en el esclavista restaurante privado donde labora, ir descartando mediante rojas agujas sobre un mapa las ciudades conflictivas de Yankilandia (LA por sus terremotos, NY por su terrorismo) adonde sueña con emigrar si le conceden la visa, y atender con sublime generosidad al contradictoriamente supervitalista gay con VIH terminal también de 45 años Diego (Jorge Martínez desbordado), dueño del depto común y distanciado de su mujer desde que tan abierta cuan fatalmente se declaró homosexual, y así, convertido en una hermana de la caridad sin paga, y sólo auxiliado por una solidaria anciana vecina afrocubana (Coralita Veloz), el bondadoso estoico Miguel espera y soporta cualquier cosa, inclusive conseguirle a su protegido un chichifo callejero apodado El P4 (Cristian Jesús Pérez) para celebrarle su cumpleaños ilusionadamente cual es debido (aunque el joven de inmediato adoptado sea un mentiroso explotador que sólo busca ahorrar para comprarse una bici de reparto), hasta que tanto él como su protegido se ven confrontados con la superextrovertida quinceañera preñada por su novio Yusisidi (Gabriela Ramos prodigiosa) que se refugia en el mismo espacio, ahora aguardando que fallezca Diego (“Al fin que ya te vas a morir”) para heredarle el depto y la azotea para montar el zoológico de búhos y aves que desea, cosa que pronto orilla al infeliz infectado a contraer una pulmonía fulminante exponiéndose fatalmente a una tormenta invernal en el balcón (“Se acabó, Miguel”), dando rienda suelta a su ternura remordida, acorde con la de todos y con la del filme mismo.
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La ternura remordida ofrece tres arquetípicos protagonistas límite e insólitos en el cine cubano de todos los tiempos y para colmo definidos por su relación trágica con el espacio vital: el gozador sidoso suicida Diego en contra de cualquier código moral porque representa el resguardo recóndito del espacio íntimo (“En esta habitación no existe el tiempo”), el gusano potencial Miguel significando el desentendimiento con el espacio dominante y la subversiva natural cuidando su barriguita de la hostilidad circundante ya que impulsada por la imposible conquista de un espacio propio, todos inmersos en un espacio cercado por la fotografía impresionista de Raúl Pérez Ureta (el mismo de Madagascar) y la contrastante edición ultracompacta de Rodolfo Barros, un insondable espacio sobrepoblado por barrocos tipos populares sólo comparables con los de nuestros Nosotros los pobres (Rodríguez 47), con retratos tan brechtianamente en perpetuo gestus social como la arribista aprovechatodo Clara (Carmen Solar), la huevonaza mujer policía incapaz de dar un paso (Ana Gloria Buduén) y el quejoso taxista de pronto descubierto bajo el aguacero como un patético lisiado de guerra angolana.
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La ternura remordida se estructura como una bitácora día con día, aunque a saltos cada vez más largos y elípticos, desde un martes 4 de octubre hasta la Nochebuena en un miércoles 24 de diciembre de varios años después, dentro del inconfesable, inasumible e intolerable horror social dizque socialista cotidiano, a modo de una continuación de los sentimientos de ajenidad, de una Ajenidad casi sagrada, que alguna vez aquejaban tanto al contrariado ligador varado por retrógrada-curiosa decisión propia en las Memorias del subdesarrollo (Desnoes-Gutiérrez Alea 68) como a la adolescente en crisis profunda que se llevaba entre las patas a su madre en su contagiosa disolución hipercrítica de la realidad social en la mencionada obra maestra aún hoy prohibida Madagascar y heroicamente retomada 21 años después, en ese Miguel cual reducción al absurdo del arcángel San Miguel, ajeno a la Revolución y ajeno a sí mismo, como cumpliendo en el extremo la obsedente misión cuasi inhumana de emigrar, y sin embargo, paradójicamente, o acaso por ello mismo, lleno de bondad, haciendo el bien sin mirar a quién y sosteniendo el sacrificio diario de alimentar al amigo a quien lo une un secreto compartido que jamás se revela (la minuciosa preparación poschamba de la comida resulta fundamental), incidiendo en lo inmediato, avanzando a contracorriente en planos cerradísimos o de espaldas seguido con body camera al estilo de los belgas Dardenne, existiendo y subsistiendo en contraposición con el bullicio y la alegría autoexcitada y los gritos circundantes que estallan cual tsunami-hormiguero al interior de encuadres desmesuradamente abiertos.
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La ternura remordida admite y exige el sometimiento global de la realidad cubana actual posFidel a una lectura benjaminesca por partida doble: el reenfoque de los despojos de la Historia que son tan valiosos como los momentos luminosos de ella y, tan importante como la existencia de ellos, el elogio a las resistencias minúsculas como grietas, fisuras y astillas cuya mesiánica dirección múltiple permite mantener la esperanza en los procesos humanos en su conjunto.
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Y la ternura remordida reflexiona con tristeza sobre la invivible situación actual de Cuba a través de la chava flaquita que esperaba su turno en el vecindario como en la España franquista el casado con la octogenaria para heredarle El pisito (Ferreri 58), directo a cámara, abandonada y con tres hijos, convertida en una temerosa señora reservada y amarga sólo pensando en existir en un ámbito distinto de ese que ahora le impone su cerrazón.
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FOTO: Últimos días en La Habana, protagonizada por Jorge Martínez y Patricio Wood, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 22 de junio./ESPECIAL