FIC: dos estrenos operísticos
POR IVÁN MARTÍNEZ
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El gran acierto de programación de esta edición del Festival Internacional Cervantino, me parece, es la inclusión de dos estrenos operísticos, de dos compositoras mexicanas de trayectoria consolidada. Me refiero al estreno de la segunda versión de Ana y su sombra, de Gabriela Ortiz, y de La Creciente, de Georgina Derbez; la segunda enmarcada en el proyecto cervantino Ópera Mexicana del Siglo XXI, que ha brindado desde hace tres años escaparate a la composición del género, en dos de ellos con obras comisionadas por el propio festival.
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El tino no tiene únicamente que ver con el gusto o el reconocimiento hacia estas dos creadoras, sino con la misión y visión que debe tener un festival como éste: el equilibrio entre tradición (el género, en este caso) y vanguardia (los estilos); la novedad y la excepcionalidad, y pienso en estas producciones como “independientes” aunque se realicen en una institución pública, en tanto se producen fuera de la Compañía Nacional de Ópera, que no procura ópera mexicana ni contemporánea; y la calidad artística, que, como ha venido sucediendo, se da con mayor regularidad en la producción independiente que en la centralizada por el INBA.
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Es extraño, sin embargo, que el festival promueva ambos proyectos con grandes loas y a la vez se les margine en términos operativos: por un lado, a espacios de mediana importancia y con acústicas inaprovechables (media tarde en el Auditorio de Minas –Ortiz– y el Teatro Cervantes –Derbez–) y con presupuestos que no logran, por otro, una plantilla completa de cantantes e instrumentistas profesionales en ambos casos; visiblemente en valores de producción también para el de Ana y su sombra.
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Imposible hacer comparaciones musicales, por los bien definidos estilos de ambas y por las finalidades de cada uno de los títulos (uno destinado al público infantil). Pero también imposible no hacerlas por los resultados de ejecución.
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La de Ana y su sombra es una música fresca, rítmica, armónicamente sin complejidades que de todos modos no escatima ni desvalora su escritura vocal, que es siempre orgánica. Ligada a la narrativa literaria del libreto de Mónica Sánchez Escuer, que cuenta la dificultad de una niña para adaptarse a su realidad como migrante en Estados Unidos, y la de su sombra que quiere despegarse de ella para quedarse: la diversidad cultural. Se nota que Ortiz ha trabajado para la voz, que la conoce, que sabe sus posibilidades.
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Para esta segunda versión, ha ampliado el cuerpo instrumental, de un trío de flauta, violín y piano, a un grupo de flauta, violín, contrabajo y percusiones que, creo, pudo ser mayormente explotado en los nuevos interludios musicales. Otros dos cambios: se eliminó la figura del narrador, creada para las producciones escolares en primarias estadounidenses, que siempre ayudaría, aun cuando se tuvieran voces de mejor dicción; y el grupo de solistas se amplió de un dueto de soprano y tenor a un quinteto.
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Con cantantes del Estudio de Ópera de Bellas Artes (EOBA), destacó como La sombra de Ana, la mezzosoprano Oralia Castro, que pudo haber hecho más con una dirección escénica diferente a la sugerida por Luis Martín Solís, más cercana a la bobería que al juego infantil. Los demás, sin fuerza vocal, al igual que en el foso los músicos dirigidos por Rogelio Riojas, quienes brindaron una ejecución con entusiasmo, pero sin mucha calidad sonora. Mala dicción de todos los personajes y como ya ha escrito mi compañera Alida Piñón en EL UNIVERSAL, en una producción de burdos bordados, en el que se pierde la magia del teatro por malograr los efectos: sombras donde no las debe haber, maquinaria visible, maquillaje exagerado. La música de Ortiz merece otro nivel.
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Por lo menos el de La Creciente, que es la adaptación de Paula Markovitch al guión de su película El premio (2011); la historia semiautobiográfica que cuenta Ceci adulta, Irasema Terrazas en una espléndida actuación dramática –la más poderosa que le haya visto– y vocal –con un bello timbre que madura opulento y una precisión melódica y de dicción hasta en la música más abstracta, como siempre–, al rememorar lo que Ceci niña, la sorprendente Karla Castro en un inmejorable debut escénico y operístico, vivió al esconderse con su madre en un pequeño pueblo de la Argentina sumida bajo la dictadura. Como personajes secundarios, miembros del EOBA brindaron actuaciones decorosas, destacando Carolina Wong como la madre de Ceci.
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La de Derbez, ejecutada instrumentalmente por un cuarteto al que ofendería de no mencionarlos por su alto nivel de ejecución (el clarinetista Rodrigo Garibay, la acordeonista Eva Zöllner, la pianista Ana María Tradatti y el percusionista Roberto Zerquera), es una música abstracta, más sumida en la intensidad de la atmósfera que en la narrativa literaria, en momentos ya repetitiva y de pocos matices, aunque rica en texturas. De una fuerza que casi nunca descansa y que para este género músico-teatral, podría ser más efectiva de otra manera en las casi dos horas que dura el único acto.
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Por la codirección escénica de Yuriria Fanjul y Ragnar Conde, que maneja al coro infantil de la Schola Cantorum con intuición tanto en sus apariciones musicales como en las que sirven metafóricamente a la escenografía, y el resultado dramático conseguido en todos los secundarios, no puedo sino repetir las palabras escuchadas a una colega tras la función: en México sí se puede hacer ópera.
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*FOTO: Ana y su sombra y La Creciente se presentaron el 9 y 10 de octubre en el Teatro Cervantes y en el Auditorio de Minas, respectivamente, en el 43 Festival Internacional Cervantino. En la imagen, algunos de los actores participantes deLa Creciente/Juan Carlos Reyes/El Universal.