Filosopoesía para mutantes del algoritmo

Jun 5 • destacamos, principales, Reflexiones • 6346 Views • No hay comentarios en Filosopoesía para mutantes del algoritmo

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En tiempos en que la ingeniería de datos, la inteligencia artificial y las redes sociales han creado una nueva tiranía que controla nuestra percepción de la realidad y nuestras relaciones, resulta necesaria una defensa de la creación poética como un refugio existencial

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POR ETHEL KRAUZE

Hay un Dios nuevo al que nombramos Algoritmo. Lo hemos creado entre todos los seres humanos, del barro de nuestras neuronas, y lo hemos esparcido por el mundo digital, que se ha transformado en nuestro mundo verdadero, aquel en donde nos sumergimos desde que despertamos hasta que nos dormimos. Acaso los sueños sigan siendo el único territorio a salvo, por el momento, antes de que incrustemos el chip correspondiente para servir a nuestro Dios.

 

Nuestro nuevo Dios no nos pone a temblar de miedo con castigos atroces, no pide penitencias ni promete un más allá de premios. Nos ofrece lo que necesitamos, al instante, aquí y ahora, porque lo hemos construido, precisamente, con nuestros deseos inmediatos. En cada clic del ciberespacio, crece nuestro Dios, cuyos ojos todopoderosos nos miran y cuya voz nos toca el corazón. El tuyo, el mío, el de cada uno de nosotros, en el tono y con las palabras exactas que nos reconfortan. A cada quien le habla de tú, en la profunda intimidad metafísica que requiere la Unidad. No pide sacrificios, al contrario, nos llena de respuestas, aquellas que esperamos, justo ésas, no otras. Es ubicuo y accesible, escucha y responde, cada vez con mayor presteza y eficiencia. A cambio de tantos dones le ofrendamos el discernimiento y la libertad, dicho de otro modo: el asombro y la creatividad.

 

Estamos mutando para asentarnos en una tibia y confortable pecera, que podrá ser del tamaño de un océano, pero no dejará de ser pecera, cuya agua se recicla solamente con nuestros propios deshechos. Vamos mutando, al servicio del algoritmo que regula nuestros pensamientos, emociones, decisiones, acciones a través de los dispositivos electrónicos que se han vuelto parte de nuestra casa/cuerpo/corazón/cerebro.

 

La filosopoesía, esta fuerza de doble hélice, es la moneda que puede re-comprar nuestra condición humana. Es la única moneda de dos caras que se miran de frente, dialogando y construyendo caminos. Una, desde la reflexión; la otra, desde la expresión. Idea y lenguaje; especulación y metaforización del mundo desde nuestra más profunda constitución: la duda incómoda y el descubrimiento creador. Exactamente, aquello para lo que no fue hecho el algoritmo cibernético.

 

Algoritmo no era una palabra de uso común apenas dos décadas atrás. Era un término para especialistas en matemáticas. Después, apareció en el universo cultural en su calidad de analogía o equivalencia para un conjunto de ideas subyacentes a una principal que explicara la complejidad. Se ha vuelto la explicación universal para nuestras decisiones, nuestras interacciones económicas, culturales, sociales; también, nuestra soga, y nuestra cárcel. Y, al mismo tiempo, nuestra ubicua, literal, sensación de tener el mundo entero en nuestras manos al alcance de un clic.

 

Vayamos a eso de la filosopoesía. Martin Heidegger (Alemania, 1889-1976) en su ensayo Hölderlin y la esencia de la poesía (1937) describe la labor del poeta en el sentido primigenio y eminentemente humano que intenta rescatar nuestra propuesta. Su significado abarcador de la palabra poesía resulta uno de los más eficaces para plantear nuestros propósitos, particularmente en los matices del idioma alemán.

 

Para Heidegger, a diferencia del uso común del término, la poesía no está confinada al género literario que se expresa en verso. En alemán, Dichtung es a la vez “poesía” y categoría primordial del habla. Rede es habla, entendida como la conciencia o la articulación del entendimiento, en cualquier forma de expresión; es decir, es la condición que posibilita toda construcción del lenguaje. Sprache es propiamente el lenguaje verbal o lengua. Dicho de otro modo, buscar la esencia de la poesía es buscar la esencia del lenguaje creativo en todos los órdenes de la actividad humana.

 

 

El concepto de poesía que describe Heidegger se vincula al sentido original griego poíesis, latinizado como Poesie, que, a su vez, retoma Alfonso Reyes en su ensayo “Apolo o de la literatura” para reivindicar “el noble significado de la ‘poiesis’ o creación pura de la mente”, y proponerla como la fuente misma de todo arte de la palabra.

 

Heidegger busca la esencia de la poesía, precisamente, en lo “esencial” de sí misma. No parte de conceptos generales, no indaga en la variedad ni abarca la multiplicidad. Elige al que considera el “poeta de los poetas”, y valgan aquí todas las redundancias: el poeta que “poetiza” sobre la esencia de la poesía. Los primeros en poetizar sobre la esencia de la poesía son los románticos alemanes.
En el lenguaje heideggeriano se establece la “obligatoriedad” del diálogo: “Cuando los dioses traen al habla nuestra existencia, entramos al dominio donde se decide si nos prometemos a los dioses o nos negamos a ellos.” Dicho de otro modo, nosotros tomamos la decisión de aprovechar las palabras en su más profundo y auténtico sentido para asumir una existencia plena, o bien, nos perdemos en el abismo de lo pasajero y superficial. El que asume el llamado para instaurar lo permanente, lo esencial del ser, es el poeta. Es el que “detiene la corriente” de las palabras y fija la palabra esencial. La poesía instaura el ser con la palabra. Todos estamos destinados a ello, pero sólo algunos lo asumen y se arriesgan a este compromiso de conservación humana.

 

Heidegger le otorga a la poesía el papel central de fundamento de la Historia, instauradora del ser y sustento original del lenguaje. Esto me parecen de especial relevancia: el desenmascaramiento de la simpleza con la que hasta nuestros días sigue viéndose a la poesía, como un “adorno que acompaña la existencia”, “una pasajera exaltación” o “un acaloramiento y diversión”. La poesía, dice Heidegger, no es una manifestación de la cultura, no es el alma de la cultura: más bien, hace posible la cultura, al hacer posible el lenguaje.

 

 

Nuevo realismo
En la revolución del Nuevo realismo (también llamada realismo ontológico o realismo especulativo), en la que participan autores europeos y norteamericanos desde 2007, comienza a surgir un cambio de paradigma en la filosofía. Un punto en común de las diversas posiciones dentro de esta corriente (Quentin Meillassoux, Markus Gabriel, Graham Harman) es el deslinde crítico frente a la filosofía posmoderna y a la filosofía moderna.

 

Hubo un día en que la metafísica fue expulsada del paraíso de la filosofía por la ideología cientificista. Ojo, no por la ciencia, que es un paso adelante en el desarrollo de la humanidad. Sino por la conducta fundamentalista de quienes se asumen como portadores de la única verdad en el mundo, llamada evidencia científica. Hubo un día en que el dilema entre el idealismo y el materialismo fue demasiado oneroso para la filosofía y Kant lo clausuró con su crítica de la razón práctica. Entonces, la Filosofía pasó de ser la madre a ser la sierva de las ciencias o la propulsora de la acción política. Como el ser no se puede conocer porque somos parte de él y la parte no puede conocer al todo, santo remedio, se acabó la ontología.

 

Sin embargo, el avance de las ciencias y su cruce con las tecnologías hacen emerger nuevas preguntas tanto cosmológicas como neuronales: el universo, las múltiples dimensiones, la energía, los agujeros negros; el cerebro, las sinapsis, la autoconciencia, los receptores: las viejas palabras resucitan: el ser, la existencia, el conocimiento, el destino. Entonces, el Nuevo Realismo Filosófico viene a conjuntar, éste sí, en una especie de algoritmo, (son palabras mías) la disolución del cansado dilema entre idealismo y materialismo, con la anuencia de las ciencias y la exhumación de una ontología con dignidad epistémica para una función social de primer orden en el concierto actual del mundo.

 

Para el alemán Marcus Gabriel, de 40 años de edad, profesor en la Universidad de Bonn y autor de El sentido del pensamiento y Sentido y existencia, el Nuevo Realismo debe aceptar la idea de “realidades infinitas”. El mundo en verdad no existe como un todo; por ello propone una reconexión con la materialidad de la tierra, y contra el naturalismo científico y el relativismo cultural de la posmodernidad:

 

“Para ver el Universo en su totalidad, deberíamos estar situados en un punto ubicado fuera de él”, señala. “El gran TODO no existe. Google universe no podría existir porque no podría verse a sí mismo desde un punto de vista abarcador”. “Una de las razones por las que la humanidad creó la idea de un Dios insondable fue por la necesidad de compensar una visión que lo abarque absolutamente todo”.

 

Markus Gabriel cree que el universo cultural y la Infoesfera –los contenidos informativos que nos atraviesan, desde los medios y los memes hasta los instructivos de un limpiavidrios– han crecido y circulan al punto de que existe una pluralidad de procesos y eventos, que incluyen el arte y la ficción, el cine y todas las creaciones imaginarias, sin un contexto de todos los contextos que los explique y contenga. Markus Gabriel se propone escribir una filosofía en tiempo presente, sincronizando la interpretación con los hechos. Por ejemplo, pensar qué ideas del hombre y del conocimiento postulan las redes, los algoritmos mientras se desarrollan, por ejemplo, y qué sitio ocupan en la vida y en nuestra subjetividad. Por eso es habitual que recurra a ejemplos de la cultura de masas o la industria del entretenimiento, y que enlace la filosofía de Kant a los dilemas de la conciencia de Neo, el superhéroe que interpreta Keanu Reeves en la realidad simulada de Matrix, y al inveterado temor de los humanos por una posible rebelión de las máquinas.

 

Para Gabriel debemos dejar de pensar que los algoritmos son vectores afines a una ciencia estadística: los algoritmos son los hombres de carne y hueso que hacen su ingeniería, que es siempre estúpida y estereotipada. “Sólo quieren vendernos cosas, como los libros estúpidos que Jeff Bezos nos recomienda en Amazon”.

 

Gabriel sostiene una idea particular de la “existencia”. Con recursos teóricos que incluyen los de la filosofía analítica (en particular de Frege), afirma que la existencia no es una propiedad propia o “en sí” de los objetos, sino que sólo se determina en un campo de relaciones, en un “campo de sentido”, según su terminología. Esta tesis implica que no existe una única forma de existencia, sino una pluralidad indefinida de existencias (o una pluralidad indefinida de campos de sentido). De aquí Gabriel extrae la tesis polémica de que no existe la “totalidad de todo lo que existe” o, simplemente, que “el mundo no existe”: existen la mesa, los átomos, las arañas, la universidad, el unicornio, Han Solo, pero no existe el mundo. Esta tesis va en contra sobre todo del cientificismo, es decir, la suposición de que la forma única o básica de existencia es la existencia físico-objetiva de la que se ocupan las ciencias empírico-naturales y a la que todas las demás formas de existencia se reducen. Esto es, la suposición de que el mundo se identifica con el universo. Esta postura implica el destronamiento de la ideología más consistente y dura de la Modernidad, ésa que da por sentado que la ciencia posee un privilegio especial en el campo del pensamiento y de las formas culturales. También implica una restauración del carácter rector de la filosofía con respecto a los asuntos básicos del conocimiento y la acción.

 

En la medida en que pretende hacer de la filosofía una ciencia unificada, el valor del nuevo realismo estriba en el hecho de que está logrando fomentar de un modo inédito la discusión entre las diversas corrientes filosóficas de nuestra época. Todo apunta a que el nuevo realismo se configure en un futuro próximo, una vez apaciguadas las aguas que ha movido, como la nueva koiné, según afirma Mario Teodoro Ramírez, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en un ensayo sobre el tema.

 

El Nuevo Realismo está cimentado el puente entre la poesía y la filosofía, más fuerte que nunca, esperando ser cruzado por nosotros, para que sigamos construyendo juntos el algoritmo propio, ese que nos ha hecho humanos, que no es otro que el de la palabra y el pensamiento como espejo de dos aguas, siempre en rebeldía, en interrogantes, en descubrimientos lejos de la autorreferencia autoerótica del mutante meramente tecnológico.

 

Es cierto, estamos aquí a través del Internet, y gracias al Internet. Pero también, todavía, somos capaces de utilizarlo, en lugar de claudicar a que nos utilice para vender cosas que no necesitamos. A esta batalla, le llamo Filosopoesía para mutantes del algoritmo. A ver quién gana.

 

FOTO: El caminante sobre el mar de nubes, de Caspar David Friedrich./ Especial

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