Folclorismo petrificado
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
En días recientes, la OFUNAM estrenó en México Danza petrificada, una obra de Bernard Rands, compositor británico radicado en Estados Unidos. Había cierta expectación por conocer la obra, de la que no existe grabación, pues se anunciaba como inspirada en la “cultura mexicana” y en un “verso” de Octavio Paz.
Asimismo, era producto de un encargo de Riccardo Muti para la Sinfónica de Chicago y su estreno tuvo lugar el 5 de mayo de 2011, como parte de la singular celebración que Estados Unidos hace en esa fecha trascendente para México.
Rands fue alumno de algunos de los “grandes nombres” de la música del siglo XX (Boulez, Dallapiccola, Berio, Maderna) y tiene en su haber una carrera docente en prestigiadas universidades de sus dos países, un prolífico catálogo de 100 obras y el Pulitzer Prize (Canti del Sole) y un Grammy (Canti d’Amor) aunque otorgado éste a un disco del grupo Chanticleer.
Muchos reconocidos directores actuales han dirigido alguna obra suya. Danza petrificada parte de un poema de Octavio Paz, “Mil novecientos treinta: Vistas fijas”, del libro Árbol adentro, que representa la prodigiosa descripción, minuciosa y poética, de alguno de nuestros pueblos.
El verso “danza petrificada bajo las nubes que se hacen y se deshacen y no acaban de hacerse, siempre en tránsito hacia su forma venidera”, debe haber despertado en Rands un buen pretexto conceptual.
El autor asegura que la obra reproduce timbres, ritmos, sonoridades de nuestra música folclórica y que en ésta “hay un claro impulso rítmico; que siempre hay maracas”, ingenua declaración de pena ajena, que perpetúa esa imagen folclorista con la que muchos “expertos” extranjeros se conforman cuando muestran sus “amplios conocimientos” de nuestras culturas.
Es positivo que un compositor rinda homenaje personal a México en una obra de arte, sea musical, pictórica o literaria. Sólo que Danza petrificada, con todo y sus cualidades musicales y orquestales, poco tiene que ver con México, su música y sus pueblos, sus símbolos y emblemas, que Octavio Paz idealiza con profunda visión poética.
La obra de Rands transcurre por oleadas, por bloques sonoros con cierta continuidad en su discurso, siempre interrumpidos, contrapunteados por percusiones, con una, por cierto, tímida aparición de las maracas. Aunque Rands confiesa querer alejarse del sonido folclorista tradicional, no olvida que la obra es “mexicana” y al final, en su mejor momento, la orquesta explota con energía en una brusca coda multicolor con gran profusión de percusiones, (¡faltaba más!), por momentos, “prehispánicas” (sin instrumentos auténticos) y por momentos, afroantillanas (que para eso usa dos tumbadoras).
La obra acaba de repente, cuando parecía que sus continuas bifurcaciones encontraban su sendero y Rands decide que “de lo genial, poco”.
Es imposible juzgar con justeza una obra tras una sola audición. Pero, por lo pronto, una OFUNAM cada vez más renovada y comprometida muestra de nuevo una actitud inédita hacia la música nueva y su concentración y dedicación contribuyeron a la mejor impresión de esta obra.
Obviamente el público sigue sin aceptar los nuevos lenguajes musicales, aun considerando que Danza petrificada no es una obra escrita dentro de los conceptos vanguardistas de la época, como el espectralismo en pleno auge europeo, pero tampoco fue recibida con indiferencia.
Tal vez se debió al regreso como director huésped de Ronald Zollman, quien me comentaba que dirigió Danza petrificada en otros países, siempre con buena aceptación, y que hacerlo con OFUNAM era una propuesta suya.
Este concierto realmente estuvo dedicado al gran pianista francés Pascal Rogé, virtuoso perfecto, cuyos mejores momentos fueron el introspectivo monólogo del adagio assai del Concierto en sol de Ravel y una delicada Gymnopedie Número 3 de Satie. Y no olvidemos al trompetista principal de la OFUNAM, Rafael Ancheta, por su logrado sabor de improvisación en Gershwin con todo y una natural minipifia, resuelta sabiamente, como en la mejor jam session.
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