Las neobecas del Sistema: la nueva corrupción

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Algunas decisiones del jurado de la última edición del Sistema Nacional de Creadores de Arte propiciaron dudas en gran parte del gremio artístico al no tener claro cuáles fueron los criterios para otorgar los apoyos artísticos

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POR MARÍA RIVERA

I

Desde que llegó el nuevo gobierno se volvieron evidentes los peligros que acechaban a la comunidad artística del país. Muy pronto nos enteramos de que el gobierno lopezobradorista pretendía destruir instituciones o deformarlas para someterlas a su idea excluyente de cultura, una cultura que dista mucho de serlo, porque no es libre, ni plural sino un mero instrumento doctrinario, útil para la causa política del presidente.

 

Su principal objetivo ha sido, como se evidenció desde el comienzo de la administración, la destrucción de las instituciones “neoliberales y corruptas” -y su principal víctima el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, la otrora institución más importante del país, extinta hace apenas unos meses, como parte de los embates presidenciales contra los fideicomisos. Es una de las infamias más lesivas que la cultura mexicana haya padecido, porque deforma su estructura empobreciéndola de manera permanente.

 

La extinción de fideicomisos como el Fonca, el avasallamiento de instituciones científicas y culturales, está muy lejos de significar un combate a la corrupción o la discrecionalidad, como se pretende presentar, y está más cercana al control autoritario de las comunidades académicas, científicas y culturales. La extinción es apenas el comienzo, la primera parte en la operación que llevan a cabo para redefinir la ciencia, el arte y la cultura, sometiéndolos a la línea discursiva del gobierno.

 

La destrucción que el presidente López Obrador llevó a cabo a través de sus representantes en el Congreso, tiene como objetivo la apropiación –o expropiación- de sus recursos, pero también –y esencialmente- la destrucción o degradación del sentido mismo de las instituciones humanistas. El debate de fondo no es, como se le intenta simular, sobre la corrupción, sino sobre si las comunidades académicas, científicas y artísticas del país -y el conocimiento y el patrimonio que estas generan- deben ser regidas por los intereses gubernamentales, instrumentalizadas por el poder político, o si deben gozar de libertad y autonomía. Es evidente que la administración de López Obrador busca que sean el gobierno y sus tentáculos burocráticos -el suyo en primer lugar- los que ejerzan el control, para determinar así el carácter de la ciencia y la cultura que se desarrolla en el país, desfigurando la naturaleza democrática de las instituciones que los mexicanos construimos a lo largo de muchas décadas, y desapareciendo con ello identidades que no se avengan a sus ideas particulares de lo que la ciencia, el arte y la cultura “deben” ser. La destrucción de los fideicomisos augura tiempos oscuros, donde la censura se pueda instrumentar desde las oficinas públicas a través de triquiñuelas y nuevos acuerdos y normativas, como estamos viendo ya en el Sistema Nacional de Creadores de Arte.

 

La extinción de los fideicomisos también conlleva la destrucción de leyes y reglamentos; desaparece las nociones mismas de ciencia, arte, y cultura y los criterios que los rigen, como excelencia, mérito, profesionalización, que durante décadas rigieron al Estado cultural mexicano. Esta pérdida, que justificaba la reserva de fondos que no estuvieran sujetos a los vaivenes presupuestales ni a la discrecionalidad de funcionarios, abre, irremediablemente, la puerta a la redefinición misma de los criterios que regirán la designación de recursos, a la vez que reintroducen la discrecionalidad.

 

No importa cuánto ni con qué énfasis se prometa mantener el mismo funcionamiento, como ha hecho recientemente la Secretaria de Cultura con respecto a los programas del Fonca o del cine: no habrá ya ninguna base legal, ni recursos destinados para fines específicos, más allá de la voluntad de políticos y funcionarios, que obligue al gobierno a cumplir dichas promesas en los años por venir.

 

La destrucción, como se puede vislumbrar, es inmensa y sus implicaciones no pueden ocultarse bajo el subterfugio de que es una mera “reorganización administrativa”. El ataque, la traición del gobierno de falsa izquierda que llevamos al poder, lastrará nuestro futuro y el de las generaciones venideras.

 

 

II

No es necesario, sin embargo, hacer un ejercicio de imaginación para corroborar las consecuencias de la devastación paulatina que el gobierno lleva a cabo y la imposición ilegal y caprichosa de criterios demagógicos en las instituciones. Como lo advertí en estas mismas páginas hace más de un año, la Secretaría de Cultura logró, al fin, adulterar y degradar la naturaleza del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA), que fue expresamente concebido para estimular el mérito de creadores “de talento y excelencia” a través de “becas de alto nivel” para “incrementar del patrimonio cultural de México”.

 

Los cambios que la Secretaría de Cultura impuso en su última emisión y que implicaron la adulteración ilegal de las Comisiones de Selección, de manera subrepticia y a espaldas de la comunidad artística, son advertencias muy claras, ante las cuales no debería caber el silencio ni la complicidad de una comunidad que ha sido sistemáticamente golpeada por este gobierno. La inclusión de jurados que no cumplieron con los requisitos legales previstos en las Reglas de Operación, que deben ser forzosamente “creadores en activo, artistas, o especialistas de reconocido prestigio en la disciplina artística correspondiente”, hablan con elocuencia de la abolición del último espacio de autonomía artística, si se destruye el “juicio entre pares” y se utilizan los recursos como instrumento de propaganda política, tal como acaba de ocurrir.

 

Sólo les resta modificar las Reglas de Operación o desaparecer el decreto de creación, para incorporarlo como un programa sin autonomía alguna, en una oficina gubernamental que entregará “su apoyo” a quienes los funcionarios decidan, como forma de “justicia social”, supuestamente democrática.

 

Y es que como muchos alertamos, la naturaleza misma del SNCA lo volvía un objetivo demasiado apetitoso para el poder, que ve en toda profesionalización y mérito, una forma de privilegio indebido, en todo juicio crítico, libre y autónomo, una amenaza -y en la utilización de los recursos públicos una posibilidad crear clientelas electorales. Esto explica que las autoridades hayan buscado, sistemáticamente, la manera de trasgredir las normas, burlar el candado que evita que sean los propios funcionarios quienes determinan los estímulos con criterios políticos.

 

Debido a que aún no modifican las Reglas de Operación –incluso, no han extinguido el decreto de creación, para configurar una dirección burocrática que opere “su apoyo”-, las autoridades estaban obligadas a observar las leyes vigentes concernientes a los procesos de la institución, mismas que violaron flagrantemente.

 

Revísense si no las palabras de la propia secretaria Frausto citadas en el boletín de prensa para la ocasión, donde de manera totalmente inaudita reconoce que todos los criterios que debieron primar en la selección de candidatos fueron hechos a un lado y se impusieron otros, y reconoce abiertamente que “se impulsó la participación de comunidades que no tenían representación” y que, a la vez, “se eliminó la intervención ciertos grupos tradicionalmente influyentes.” ¿Cómo “eliminó” la institución a esos grupos “tradicionalmente influyentes” de las Comisiones de Selección? Cabe preguntarse: ¿los eliminaron deliberadamente en las dictaminaciones?, y ¿bajo qué norma modificaron los criterios que las propias reglas señalan?, ¿desde cuándo decidieron operar criterios discriminatorios y no los de mérito artístico para seleccionar la nómina de candidatos a insacular?, ¿por qué no se informó públicamente sobre estos cambios?, ¿cómo pudo el Consejo Directivo avalar la desfiguración misma de la institución?

 

Si esto ya parece escandaloso, Frausto confiesa también que cambiaron “el mecanismo en lo jurados” para incluir “a otras comunidades” y posar “la mirada en los excluidos”. De allí, obviamente, se desprende que “el 62% de los seleccionados en esta emisión adquieren por primera vez esta distinción”.

 

Obviamente, para lograr resultados tan alejados del fin mismo del SNCA se necesitó incorporar, de manera opaca y subrepticia, a jurados que no cumplieran con los requisitos profesionales que las propias reglas vigentes señalan. ¿Qué criterios privilegiaron en las deliberaciones?

 

Como puede fácilmente corroborarse, en las diversas disciplinas artísticas participaron diversos jurados que no solo carecen del “reconocido prestigio” que las norman señalan, sino del más elemental reconocimiento que establece el propio sistema, esto es, premios nacionales e internacionales, obra sobresaliente con crítica especializada, etc., y que se establecen también como un requisito para quienes se postulan a la obtención de los estímulos.

 

Esta degradación produjo situaciones francamente risibles: por ejemplo, creadores sin autoridad descalificando a postulantes con obra y trayectoria, otorgando los estímulos a gente sin obra ni trayectoria; actas donde se asientan mentiras impunemente, “criterios” totalmente caprichosos a la hora de calificar a creadores como, por ejemplo, el “criterio” de los conocidos, o el de la venganza, o el de la “justicia artística”.

 

 

III

Si esto es un fracaso ¿cómo “democratizar” los estímulos?, se preguntarán algunos y con justa razón.

 

Es un reclamo sostenido que los estímulos del SNCA son totalmente insuficientes para reconocer a todos aquellos artistas que los merecen y también, que los estímulos han sido, no pocas veces, concentrados en un grupo reducido que cuenta con todos los méritos para obtenerlos, y también en quienes no los cuentan y son producto de confabulaciones mafiosas. Pero no es verdad que el simple recambio de procedimientos y la vulneración de los criterios artísticos conlleve una “democratización”, como asienta, demagógicamente, la secretaria de Cultura, ocultando que, en realidad, la conducta mafiosa y discrecional aumentó en esta convocatoria.

 

En términos estrictos, la única democratización posible del SNCA, si se es fiel a su naturaleza, consistiría en aumentar la cantidad de estímulos para que todo aquellos que lo merecen puedan acceder a ellos, como un derecho y no como una dádiva del gobierno. Eso, obviamente, no se resuelve vulnerando “el juicio entre pares”, sino de la manera totalmente contraria: aumentando las exigencias en la elección de los jurados, implementando métodos rigurosos de transparencia y sanciones efectivas para quienes actúen indebidamente, e implementando medidas como considerar información pública las deliberaciones, creando Comisiones Revisoras que puedan fiscalizar el trabajo de jurados y atender impugnaciones de postulantes.

 

Nada de eso se hizo y, bajo las condiciones actuales, parece inútil plantearlo: a la Secretaría de Cultura no le interesan ni los creadores ni las instituciones, salvo como herramienta demagógica.

 

 

IV

Evidentemente, la observación rigurosa de los criterios artísticos es necesaria para sostener la racionalidad de un sistema donde lo que se califica es el mérito artístico y los criterios que deben primar son, o deberían ser, estrictamente estéticos y no de otra naturaleza –con mucha mayor razón si este sistema tiene por objeto entregar recursos públicos. Adulterar esta parte del proceso no solo es ilegal, sino que le resta toda legitimidad a los resultados.

 

¿Qué hacer frente a este abuso innegable de la autoridad? En principio, no aceptarlo parece el camino para seguirse oponiendo a la destrucción sostenida de instituciones que, lamentablemente, padecemos. La aceptación disimulada de los cambios, ilegales, con la esperanza de que tarde o temprano nos beneficien, lejos de fortalecer las posibilidades de algún tipo de democratización o corrección de los viejos vicios, en realidad los potencian; posibilitan que sean, abierta e impunemente, criterios ajenos a los artísticos los que determinen los estímulos, esgrimidos por quienes, además, fueron deliberadamente escogidos para corromper el sentido mismo de la institución.

 

Esto, naturalmente, provocará -como lo hizo ya- la exacerbación de la corrupción que será presentada, cínica y demagógicamente, como producto de la “democratización”.

 

Ante la noche que se cierne sobre nosotros, y que terminará, muy probablemente, por desaparecer las nociones plurales de ciencia, arte y cultura que México construyó a lo largo de décadas, habría que no concederles la sumisión que esperan, tratar de no ceder ante el avasallamiento, oponerles resistencia. Tal vez no logremos parar la demolición, pero acaso logremos conservar la dignidad de quien cree que tanto el arte como la ciencia deben ser libres, no servir a tiranías, ni a tiranos.

 

FOTO: Benito Juárez, intervención de Demián Flores./ Cortesía del artista

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