De la República restaurada a la representación de la ausencia
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La colección Círculo de Arte (Secretaría de Cultura), dedicada a la difusión de los principales exponentes de la fotografía en México, es un puntual rescate del trabajo de artistas de la lente, desde los hermanos Sciandra y Casasola hasta los paisajes captados por Javier Hinojosa y la narrativa social de Yael Martínez
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POR ARTURO ÁVILA CANO
En 1984 el Fondo de Cultura Económica (FCE) impulsó la serie de fotolibros Río de Luz. Ese hecho significativo marca el origen de lo que actualmente es una plausible tradición, que se nutre tanto de discursos históricos como de propuestas contemporáneas; sirva como muestra la más reciente colección Círculo de Arte (2017), publicada por la Secretaría de Cultura, bajo la dirección del experimentado editor y fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio, quien a su vez fue coordinador de aquella colección que Víctor Flores Olea promoviera y apoyara desde el FCE, hace ya más de 34 años.
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Y así, entre la tradición y la vanguardia, son los cuatro nuevos libros que pone a nuestra disposición Círculo de Arte. Este conjunto de obras –publicadas en pequeño formato y pasta dura, cualidad que las hace más transportables; un elegante diseño con hojas de cortesía e índices ilustrados, en algunos casos; impactantes fotografías en portada y contraportada–, tiene la peculiaridad de conducir nuestra mirada a los tiempos de la república restaurada, a las primeras décadas del siglo XX, a distintos paisajes oníricos de Latinoamérica, así como a los entresijos que se desarrollan cuando la ausencia se presenta en la intimidad del hogar. Todos, sin excepción, cuentan con un breve texto que informa al lector sobre la historia de las fotografías o sobre la cualidad poética de las mismas.
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En el primero de ellos, el tenaz investigador Gustavo Amézaga Herias nos ofrece la extraordinaria historia de los hermanos Paolo y Luigi Sciandra, de origen italiano, “migrantes sin itinerario, maestros del arte de Daguerre”, retratistas y fotógrafos de paisaje que arribaron al país en 1868. Amezaga va al fondo de las cosas, da cuenta de los detalles, y esto se aprecia en el texto que acompaña a las imágenes, en el que apunta que Paolo arribó al puerto de Veracruz a bordo del vapor francés Washington. Más tarde lo alcanzaría Luigi. Ya instalados, castellanizaron sus nombres (Luis y Pablo) y fundaron en el puerto el estudio Sciandra Hermanos en la calle de Madera 696. Ambos venían de perfeccionar y refinar sus métodos de trabajo en distintas ciudades europeas. Posteriormente, fundaron otro estudio en la ciudad de Orizaba, que era el “punto medular del comercio en la ruta del puerto hacia la Ciudad de México”.
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La calidad técnica del trabajo de los Hermanos Sciandra es un punto a destacar; al respecto, se apunta que en su estudio del Portal de Mercaderes de la Ciudad de México, fundado en 1872, ofrecían retratos en elegantes tarjetas, cuyos acabados tenían un volumen tal “que imitaban la textura del marfil, con un color ligeramente amarillento a causa de la aplicación de un barniz que, además, abrillantaba la imagen”. Esas fotografías esmaltadas con volumen, contrastaban notablemente “con los retratos planos y opacos que hasta ese momento se conocían”, por eso fueron muy demandados por la clientela de la capital de la República.
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En el conjunto de fotografías seleccionadas para este libro destacan retratos de niños, grupos familiares, individuos anónimos que posaron con seguridad y prestancia, tipos mexicanos, así como instantáneas y fotografías de interés colectivo. Mediante estas imágenes el lector se aproxima al arte de la elaboración de los retratos decimonónicos, hermosos artificios de estudio con telones de fondo importados de Europa, en los que se destacaba la figura del personaje, o bien se daba cuenta de los oficios, del estrato social, o de los gustos y lujos adquiridos por parte de las personas que posaron ante la cámara de Paolo y Luigi; una muestra de ello se aprecia en los hermosos retratos de infantes, pero también destacan tomas históricas, como los funerales del presidente Benito Juárez y el incendio de la Cámara de Diputados (1872). De acuerdo con Amézaga Herias, “estas vistas los posicionan como un antecedente de los reporteros gráficos, cuyo trabajo cobraría una gran importancia en la prensa ilustrada a principios del siglo XX”.
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Además de elegantes imágenes de personajes que vivieron durante la segunda mitad del siglo XIX, esta obra contiene instantáneas y vistas del interior de algunos palacetes de la Ciudad de México. La historia de este gabinete está apoyada en una documentada investigación que da cuenta de la vida de estos “viajeros retratistas, errantes, alquimistas” que hicieron de la migración un estilo de vida. Gran libro, sin duda, pero es preciso señalar un error: es una lástima que la puesta en página de algunas fotografías impida una lectura fluida del texto.
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En otro libro de esta colección, el historiador Daniel Escorza, experto en el archivo de los hermanos Casasola, nos ofrece una nueva exploración a ese inagotable repositorio de imágenes. Las 29 fotografías de esta obra editorial nos aproximan a la vida cotidiana de los habitantes de la Ciudad de México, son imágenes en las que destacan actividades lúdicas, eventos sociales y oficios que se desarrollaban en una urbe que buscaba entrar a la modernidad. El formato y la costura permiten que el lector abra con soltura las páginas del libro sin temor a que éstas se desprendan, así es posible observar con atención los detalles de las 23 fotografías que fueron publicadas a doble página.
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El primer conjunto nos remite a las calles de una añeja ciudad en la que transitaron los primeros autos, camiones y tranvías; una urbe en la que los peatones vestían elegantemente e iban de prisa; algunos lucían boinas, sombreros cortos y trajes rematados por chalecos y pajaritas; destacan los centros mercantiles y distintos comercios; las damas iban de vestido largo y también portaban sombreros. Otro grupo de imágenes nos introduce a reuniones familiares, actividades académicas, artísticas, deportivas y a los quehaceres derivados de la Revolución Industrial. Entre ellas destacan el retrato de lo que parece ser un numeroso grupo de trabajadores del ferrocarril. Al centro de esa imagen, rodeadas por aquellos infatigables empleados que vestían overoles, boinas y gorras, destaca la presencia de una hermosa joven y el gerente o dueño de la empresa, que posaron al lado de aquellos hombres que miraron con orgullo y seguridad a la lente de Casasola. Otro notable retrato grupal es el captado en los pasillos de la hermosa Academia de San Carlos. En aquel lugar, un grupo de elegantes caballeros posó para la cámara, todos ellos enmarcados por una serie de obras pictóricas. La fotografía posterior nos remite también a una escena desarrollada en los patios de aquel recinto; en ésta, un grupo de escultores, detienen los martillos y los cinceles para que Casasola captara aquella imagen en la que un pequeño mono araña, sentado en un pedestal de piedra, era el modelo de aquellos artistas. Sobre el diseño del libro habría que apuntar que presenta el mismo problema que el anterior, pues las imágenes interrumpen la lectura del breve pero interesante texto de Daniel Escorza.
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De los retratos de gabinete de los Hermanos Sciandra y las imágenes citadinas de la Colección Casasola, pasamos a un hermoso libro en el que predomina uno de los géneros artísticos más practicados por amateurs y profesionales y que llega a generar distintas experiencias estéticas en el espectador; en esta obra se reúnen 31 fotografías en blanco y negro elaboradas por Javier Hinojosa, con paisajes captados en distintas partes de América Latina, que nos invitan a una contemplación serena y que nos remiten al concepto de lo sublime en el arte. En el texto que acompaña a esta hermosa narrativa visual, Deborah Dorotinsky, investigadora y académica de la UNAM, expone que en esta reflexión sobre el paisaje “se imbrican las emociones, las sensaciones y las representaciones de una forma estética de entender lo que nos rodea: de mirar, sentir, pensar y representar”.
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Para Dorotinsky, los paisajes de Hinojosa son construcciones estructuradas que se insertan en una tradición artística surgida en China alrededor del siglo IV, “mientras que para Occidente existe desde el Renacimiento, y nace como validación de un mundo inconmensurable, sublime y terrible”. Este libro es la invitación a una travesía. Desde la misma portada, “las garzas del Amazonas peruano ascendiendo en vuelo” nos conducen a las “escarpadas laderas y elevados picos” que dan cuenta de muy antiguos procesos de los “deslizamientos de las placas tectónicas que crean elevaciones y depresiones”. De las dunas desérticas a la niebla de los bosques tropicales, del hielo de los glaciares a las fumarolas de volcanes silentes pero activos, de las espléndidas cactáceas a las cimas nevadas de las montañas, ese es el recorrido que nos proponen las hermosas fotografías de Hinojosa. En estas imágenes no sólo apreciamos el domino técnico de la cámara, sino una sensibilidad que nos ofrece “una mirada romántica del ambiente que se ha extraviado para no volver”.
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El último libro de la colección nos permite conocer el trabajo de Yael Martínez, joven fotógrafo avecindado en Guerrero, el estado más violento de este país. A través de distintas metáforas, encuadres sugerentes, tomas abiertas y detalles visuales, el autor nos conduce a la intimidad de ciertos hogares en los que impera una atmósfera opresiva, producto de la soledad y la tristeza de sus habitantes, que viven en medio de las disputas del crimen organizado. Esta es una historia de vidas fragmentadas; las imágenes de esta narrativa nos aproximan al sufrimiento de la otredad, la violencia en ellas es simbólica y real, y nos confronta. Un punto crítico es la edición de las imágenes; en aras de intensificar el dramatismo, el autor abusó de las herramientas digitales de forma innecesaria. Así el discurso iconográfico pierde fuerza ante una atmósfera mal trabajada, y este es el sino de algunas propuestas documentales contemporáneas, que parecen privilegiar los efectos sobre el contenido.
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Todas estas nuevas propuestas de Círculo de Arte son valiosas porque permiten al lector adentrarse a distintos tiempos históricos de la fotografía mexicana.
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FOTO: Escultores trabajando la cantera con un mono araña como modelo. /Archivo Casasola
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