Fotografía y lucha social: dos caras de un mismo retrato
POR FEDERICO GAMA
Fotógrafo. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte; @FedericoGama
La fotografía es un instrumento útil para la lucha y la denuncia social pero también una herramienta del Estado para señalar, incriminar y reprimir a opositores políticos.
Una de las imágenes periodísticas más emblemáticas de la historia –desde el punto de vista social– es la foto que tomó Nick Ut el 8 de junio de 1972 en una aldea de Vietnam, de una niña (Kim Phuc) que corre sin ropa porque fue alcanzada por las llamas de una bomba de Napalm. Una dolorosa escena que resume el horror de una guerra desigual y estúpida.
Por su relación con la veracidad más que el cine, la pintura o el video, se considera que la fotografía tiene la cualidad de sintetizar y simbolizar acontecimientos sociales porque registra (fija visualmente) fragmentos de historia. Cabe aclarar que esto no es sólo por la constancia de que un hecho efectivamente sucedió, sino cómo sucedió y cómo fue capaz de estructurarlo el autor.
Muchos fotógrafos y gente común piensan que las imágenes con sentido social pueden cambiar o transformar el mundo. Nick Ut dijo en una entrevista que su hermano, quien le enseñó fotografía, creía en el poder de las fotografías porque le decía: “si el mundo ve lo que está sucediendo en Vietnam, el mundo querrá poner fin a la guerra”. Y ahora lo confirma “voy a Vietnam cada año y ahí la gente me dice ‘Nick, tu foto cambió la guerra” (Martins Alejandra, BBC Mundo, 13 de enero de 2006. http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/international/newsid_4610000/4610456.stm).
Si bien ninguna fotografía por sí sola ha cambiado al mundo o el rumbo de la historia, para el caso de la guerra de Vietnam es claro que sí obligó a los estadunidenses y a la opinión pública mundial a mirar la guerra de una manera distinta.
Lo interesante ahora es que la tecnología permite que cualquier persona que cuente con un teléfono inteligente sea un fotógrafo social en potencia y que, mejor aún, no dependa de las estructuras del Estado ni de la interpretación de los medios masivos de comunicación. Estamos en la era tecnológica donde prácticamente cualquier hecho sobresaliente o inocuo que ocurre en alguna ciudad o pueblo es registrado y cualquier persona puede ser no solo un consumidor sino productor, editor y distribuidor de imágenes con contenido social que puede ser exponencial cuando la información sea de interés público.
En las últimas manifestaciones en México originadas principalmente por los acontecimientos de Ayotzinapa, Guerrero y Tlatlaya, Estado de México; pero también por el hartazgo de la población ante la impunidad, la inseguridad, la nula impartición de justicia y el contubernio de servidores públicos con la delincuencia organizada, la fotografía y el video han sido protagonistas.
El caso Ayotzinapa es un ejemplo interesante sobre el uso de la fotografía. La primera y más impactante foto que circuló fue la de Julio César Mondragón, asesinado y desollado el día que la policía detuvo a los normalistas para entregarlos a los narcotraficantes. Esta imagen fue una de las evidencias que llamó la atención en las redes sociales mucho antes que a los medios y autoridades porque nadie se imaginó, en ese momento, la magnitud de los hechos. La cara que le fue arrancada a este estudiante se convirtió, días después, en el rostro de miles de manifestantes.
Las marchas han generado cientos de imágenes que expresan entre las consignas más importantes: el clamor de justicia, la idea de que el Estado es cómplice de los hechos, que el presidente es incompetente, la exigencia de que se encuentren vivos a los estudiantes que fueron desaparecidos de manera ilegal por autoridades, así como las muestras de apoyo a sus familias.
La fotografía en las marchas de los últimos dos años en la Ciudad de México, desde la toma de protesta de Enrique Peña Nieto para ser exactos, no solo ha servido para informar o promover las consignas de los marchistas, también para denunciar la actuación de la policía capitalina que se empeña en detener de manera brutal y arbitraria a manifestantes pacíficos. Esta ha sido una razón más para hacer de la fotografía algo útil como indicio para evitar que se consigne legalmente a personas inocentes y como constancia de que personas fueron detenidas y privadas de su libertad ilegalmente.
Parecieran escenas perfectamente ensayadas: unos cuantos violentos, no más de cien, hacen desmanes, mientras esto ocurre la policía acepta pacientemente golpes y mentadas, una vez que se esfuman los violentos enmascarados (los llamados anarcopunks) los granaderos arremeten contra todo aquello que parezca “compa”, manifestantes pacíficos y transeúntes, para ser golpeados salvajemente con toletes, escudos y patadas. Después jalan y arrastran del cabello hasta las patrullas a los detenidos para “darles una paseadita” por quién sabe dónde. Muchas horas después, por azar o alguna razón desconocida, dejan libres a unos, mientras a otros los remiten al ministerio público y son retenidos en prisiones de alta seguridad con cargos exagerados.
Mientras esto pasa, teléfonos y cámaras son accionadas para registrar los hechos y montarlos casi simultáneamente en las redes sociales como testimonios, denuncias, pruebas y defensa de los detenidos.
El gobierno del DF no ha podido sustentar responsabilidades de actos violentos a muchos detenidos durante las manifestaciones, entre otras cosas, porque en las actuaciones de la policía siempre hay una cámara o un registro fotográfico que es testigo y que evidencia la forma, el trato y la incapacidad del grupo de granaderos para manejar la situación.
Sin embargo la imagen más efectiva desde el punto de vista social es la fotografía de las sillas vacías de los 43 estudiantes porque simboliza la ausencia de jóvenes, prácticamente adolecentes, que deberían estar en la escuela. Esta escena, que hace visible la ausencia, se convirtió en la imagen social que se reprodujo en muchos ámbitos dentro y fuera del país. Gracias a su simplicidad se recrea como una imagen acción que se retrata y se comparte en las redes sociales como si se estuviera pasando lista en la lucha.
Si bien fotografiar es conferirle importancia a algo o alguien, independientemente de que el fotógrafo sea consciente de ello o no, en la fotografía con sentido social el fotógrafo sabe o entiende que el hecho que registra no sólo es importante sino que es útil y difundirlo es un deber ciudadano (Susan Sontag. Sobre la Fotografía, Alfaguara 1981). Aunque queda claro (especialmente en estos tiempos) que en algunos casos se pueden tomar fotografías y difundirlas en las redes porque a la persona que la registró le pareció cool la escena, (para el face, dicen), también se pueden hacer esas mismas fotos por adrenalina, por el periodista que todos llevamos dentro o por el simple hecho de tener a la mano un smartphone. Sin embargo, una vez en la red informática, el resultado, las consecuencias o las interpretaciones de la imagen pueden ser impredecibles.
Una acción que trascendió la protesta doméstica y le dio la vuelta al mundo (por “el poder” o virulencia de las redes sociales) fue la foto que le tomaron a un profesor en el estacionamiento de la UAM-Xochimilco que a manera de protesta se sentó, con las sillas vacías que representan a los normalistas como marco, con la boca tapada con cinta canela delante de un letrero: “no puedo dar clase, me faltan 43. No quiero que mañana me faltes tú”.
También hay que decirlo: estar expuesto en las marchas y manifestaciones de protesta tiene su contraparte, de ahí que algunos de los que participan, especialmente los violentos, se cubran el rostro. En su célebre ensayo Sobre la fotografía, Susan Sontag apunta que “en una versión de su utilidad, el registro de la cámara incrimina. A partir del uso que les dio la policía de París en la sangrienta redada de los communards en junio de 1871, los estados modernos emplearon las fotografías como instrumento útil para la vigilancia y control de las poblaciones cada vez más inquietas” (Susan Sontag. Sobre la Fotografía, Alfagura 1981 p19.). La Comuna de París fue –por decirlo de alguna forma– durante unos meses, el primer gobierno socialista de la historia y la semilla de la revolución mexicana, rusa y cubana. En síntesis, la policía utilizó las numerosas fotografías tomadas durante el breve gobierno socialista para identificar a los comuneros y fusilarlos de manera masiva. Caso que se convirtió en paradigmático de la fotografía criminalística (“La fotografía en la inspección policial”. Publicado en Quadernos de Criminología numero 10. http://www.seguridadpublica.es/pdf/foto.PDF).
En estas mismas manifestaciones, la fotografía y el video también son pruebas fehacientes para que se descalifique las protestas y justifique el uso de la fuerza. El presidente de la República Mexicana, miembros del gobierno, algunos medios de comunicación y algunos sectores de la población han tachado las manifestaciones como violentas porque en algunas de estas marchas se han cometido actos vandálicos y violentos. Y ahí están las imágenes publicadas a ocho columnas para corroborarlo.
En este mismo sentido, el Estado (o el crimen organizado) tiene un flujo permanente de información visual y escrita sobre sus blancos. Entre más sociable es una persona en las redes sociales, está más expuesta a brindar información sobre sí misma. El celular de una persona de entre 20 a 30 años cuenta más de su usuario que el diario más detallado.
Sin embargo por el momento, ante la omnipresencia del registro de teléfonos inteligentes, las autoridades pueden hacer muy poco o nada y es un contrapeso de poder social ante el gran mecanismo del Estado. Hoy podemos decir que la fotografía, “el deporte más practicado del mundo”, se moviliza y genera que ciertos sectores de la población se movilicen.
Si gracias a los teléfonos inteligentes y las redes sociales todos estamos expuestos a las cámaras; no debemos olvidar que la policía, los políticos, los gobiernos y las autoridades también son susceptibles de ser monitoreados y vigilados por millones de ojos ciudadanos.
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