París, flash de un confinamiento

Abr 11 • Conexiones, destacamos, principales • 3386 Views • No hay comentarios en París, flash de un confinamiento

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Las medidas del gobierno francés para mitigar la epidemia de coronavirus han tenido efectos visibles en las zonas urbanas, donde el desabasto de comida contrasta con la negación de muchos ciudadanos a renunciar a su estilo de vida. Esta es una crónica de los días de cuarentena en una zona habitacional de París

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POR INGRID DE ARMAS
París. Jueves 12 de marzo: Hay dos importantes focos de contaminación en el país y el conteo macabro de víctimas ya empezó. Ante el desastre italiano, representantes políticos de la oposición exigen el cierre de la frontera. El gobierno informa en los medios la inminencia de una intervención televisada del presidente de la república. Se esperan decisiones adaptadas a la crisis. Casi un tercio de la población escucha a Emmanuel Macron, que anuncia el cierre de escuelas, liceos y universidades. El jefe del Estado insiste en la aplicación de gestos simples para frenar la propagación de la epidemia e invita a los mayores de 70 años a salir de sus casas lo menos posible. Sin embargo mantiene el transporte público y la primera vuelta de las elecciones municipales, el domingo 15.

 

 

Fin de semana del 14 al 15 de marzo: A los oídos de muchos, el discurso contradictorio de Macron suena a una autorización a continuar viviendo como si no sucediera nada. El clima soleado y las temperaturas agradables incitan a la gente a invadir las terrazas al aire libre de cafés o restaurantes, las playas y los parques. Multitudinariamente. Hay un olor a vacaciones en el aire. El primer ministro, Edouard Philippe, reacciona el sábado 14 en la noche y decreta el cierre de restaurantes, bares y discotecas. La mayoría ignora las elecciones, unos se abstienen de votar por miedo a la enfermedad, otros para disfrutar del buen tiempo. El 55% de los electores prefiere no acudir a los centros de sufragios. La actitud despreocupada continúa, los rumores de confinamiento total se acentúan y más de millón y medio de parisinos y habitantes de los alrededores de la capital abandonan la ciudad para refugiarse en sus casas de campo. Las autopistas y las estaciones de trenes se congestionan al igual que en las salidas masivas de verano. Hay atascos. La gente se amontona en andenes y vagones, en medio de pilas de maletas. Se olvidan las precauciones recomendadas por las autoridades sanitarias. Un perfecto caldo de cultivo para el virus.

 

 

Lunes 16 de marzo: Segunda alocución de Macron. El confinamiento para el que todo el mundo se ha preparado –compras desmesuradas en los supermercados, desplazamientos hacia la provincia– va a iniciarse. Comienza al día siguiente y durará al menos una quincena. Para quien no lo respete se prevén sanciones: multas aplicadas por policías y gendarmes. Un salvoconducto es indispensable para salir a aprovisionarse. El comercio –con excepción de ciertas compras por internet– y gran parte de la industria se detienen. Las empresas cierran sus puertas y cuando es posible los empleados tele-trabajan desde sus hogares. Sólo se autoriza la apertura de ventas de alimentos y medicamentos. El presidente precisa un conjunto de medidas económicas para contrarrestar la desaceleración de la economía y compensar la pérdida de ingresos. Más tarde, el ministro de Economía y Finanzas, Bruno Lemaire, no vacila en hablar de una ineludible recesión. La equipara a la de 1929.

 

 

17 al 24 de marzo, primera semana de confinamiento: Tranquilidad en el edificio donde vivo, unos cuantos vecinos han salido de París en la estampida general. Se oyen pocas personas en nuestros viejos pasillos y escaleras de madera. No pasan muchos autos, de vez en cuando se oye el ronroneo de un autobús (el transporte público funciona de manera restringida). La atmósfera es propicia a la lectura y a la actividad intelectual. Aprovecho para corregir varios textos. El taichí me desentumece el cuerpo. Al cabo de varios días de encierro, me veo obligada a hacer mis primeras compras en el supermercado. Intento ir al de siempre, el de la esquina. La cola en la acera es disuasiva, nadie acata la distancia de al menos un metro entre los clientes. Paso de largo y dejo al gentío apiñado en la acera. Otro súper, a media cuadra, ofrece un panorama idéntico. Sigo mi camino y ¡oh, prodigio! en el tercero, el más caro del barrio, la entrada está despejada: los precios espantan a cualquiera. Me enrollo la bufanda de lana hasta la nariz y me pongo unos lentes que de ordinario no uso. Adentro, las cosas son diferentes. Los compradores se arremolinan frente a los stands de quesos, carnes y frutas. Parece que nunca hubieran oído hablar del “distanciamiento social” preconizado por el ejecutivo. En todo caso, resisten. Como era de esperarse, hay anaqueles vacíos. Las pastas y el arroz brillan por su ausencia. Frente a las cajas, hay marcas en el suelo para mantenerse separados, no hay muchas personas y salgo rápido.

 

En estos tiempos de epidemia, de confinamiento, no deja de sorprenderme la cantidad de gente en las aceras, casi entrechocándose con bolsas a cuestas o arrastrando carritos de compras. Sólo algunos llevan máscara, un artículo raro. No hay en las farmacias y las pocas que llegan se reservan para médicos y enfermeras. Especialistas y representantes gubernamentales martillean a diario que no sirven de nada si uno no está enfermo. Que son para proteger a los demás. Se diría que el objetivo es inducir a un autoconvencimiento del público. La píldora no pasa. De allí los robos, el mercado negro y los torrentes de críticas. De regreso, opto por caminar en el medio de la calle. ¡Uf, al fin en casa! Toda una aventura ese shopping. Arriesgada, por lo demás.

 

Los reportajes en la tele sobre el cumplimiento o no de las consignas gubernamentales me dicen que la policía se enfrenta afuera a los refractarios a la autoridad, a los que pretenden desafiarla. Sólo multas de 135 euros los hacen entrar en razón, de 200 si reinciden y hasta de 1200 o más si hay irrespeto a los agentes. Aun así, a los más recalcitrantes no los calma más que la prisión. Por supuesto, tampoco los policías tienen máscaras ni gafas protectoras. Y en las cárceles (superpobladas) han estallado motines: los detenidos protestan por el riesgo de contagio.

 

 

Segunda semana de confinamiento: 26 de marzo: Idem a la precedente. Observo sin embargo un tímido incremento en el tráfico de autos y un ligero aumento del flujo de vecinos en las escaleras. Se empieza a acusar el golpe del encierro. Una nueva incursión en el barrio se impone. Constato que hay más gente en la calle y que el comportamiento no ha variado. Como si algunos quisieran creer que son invulnerables. En el supermercado la gente se apila para escoger las hortalizas y retrocedo. Las cajeras, atrincheradas detrás de parapetos de plexiglás, desinfectan su rincón tras el paso de cada cliente. Regreso a casa exhausta. ¿Invicta? Los próximos días lo dirán.

 

El primer ministro ordena la prolongación del confinamiento dos semanas más. Deja abierta la posibilidad de que sea aún más largo. El deseo feroz de sobrevivir inducirá a su aceptación. Edouard Philippe pone en guardia a propósito de una ola de contaminación en la región Île de France (París y cercanías) a partir del fin de semana. Algunos expertos creen saber que el pico de la epidemia se sitúa alrededor del jueves 2 de abril. Horas inciertas en perspectiva. El gobierno compra más de un billón de máscaras en China, ya en capacidad de responder a la demanda. ¿Llegarán a las farmacias? ¿Nosotros, pobres seres anónimos, tendremos acceso a ese objeto apaciguador? La soberanía nacional sanitaria deviene tema de conversaciones telefónicas, de discusión en las redes sociales y en las emisiones de opinión.

 

Prosigue el siniestro conteo de muertos. El 29 las víctimas suman 2 mil 606. Una cifra abstracta, fuente de angustia, que a diario aumenta: la curva ascendente no se detiene. Algunos rostros, conocidos o no, la humanizan, la hacen más real: un jazzman, un político, una cajera de supermercado, varios médicos, una liceísta de apenas 16 años…

 

Entre tanto, lo luminoso y lo sombrío de la humanidad se alterna en conductas discordantes: si bien hay numerosos gestos de solidaridad y se aplaude al personal sanitario, no faltan quienes les envíen cartas anónimas insultantes conminándolos a mudarse. O que intenten vender material robado en los hospitales. Mientras, las máscaras comienzan a llegar, protegidas por la gendarmería como oro en lingotes, al decir de un agente.

 

Lunes 30: Francia pasa la barra de 3 mil muertos. La cifra ahonda el estupor colectivo.

 

FOTO: Las primeras medidas para mitigar la enfermedad en Francia comenzaron el 12 de marzo. Para el 7 de abril, plazas públicas, centros comerciales, actividades de oficinas, comercios y escuelas continuaban suspendidas. En la imagen, la policía montada en los alrededores de la Torre Eiffel, en París./ Ian Langsdon/EFE

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