Admiración infinita por el maestro Toledo

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Esta bitácora de episodios fortuitos es una muestra de la generosidad del artista que siempre compartió con sus colaboradores parte de sus hallazgos y pasiones cotidianas

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POR LUIS MANUEL AMADOR

Estos fragmentos son pequeños homenajes a corta distancia del artista, activista y promotor Francisco Toledo, fragmentos de fotografías no tomadas, frases de conversaciones no registradas nunca, libros leídos, recuerdos de lo acontecido en la memoria de uno de sus colaboradores como muestra de admiración y gratitud.

 

 

Al mismo tiempo
No me atrevería a decir que fui amigo de Francisco Toledo. Lo considero un hombre genial, impenetrable, al mismo tiempo expresivo y tímido; desesperado, meditabundo, rodeado de la multitud y un corazón inmenso y solitario. Trabajé con él casi siete años en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, IAGO. Fui, durante ese tiempo y a su vera, encuadernador, bibliotecario, responsable de la Fonoteca, editor de obras de literatura, redactor de boletines, enlace con la prensa y director de la biblioteca que él construyó por años con fervor religioso. Aprendí enormemente de su sabiduría y de su ejemplo y conviví, como mis compañeros, a la sombra del IAGO que fue una casa y una suerte de familia en la que Toledo era al mismo tiempo nuestro tío, jefe, abuelo, padre adoptivo serio o malencarado por ratos, a veces profundamente amable y amoroso; escurridizo, apresurado, o cavilando entre los libros con la calma de un santo que acaba de entrar a una biblioteca del mundo.

 

 

Toledo sin par
Un muchacho flaco, moreno, camina por las calles de París. Por donde él se mueve rondan los ciudadanos parisinos rumbo a casas de subasta, galerías, conciertos, adentrados en el arte como los fieles de una iglesia cuando se dirigen al templo, ciegos a la fauna fantástica que aparece de pronto por donde el moreno camina. Nadie voltea a ver el prodigio de los grafitis, que aparecen en los muros. La Historia tampoco ha dejado señales registrables de tales obsesiones. En el IAGO, un bibliotecario lee esta historia que cuenta André Pieyre de Mandiargues sobre el veinteañero recién llegado a París en uno de los primeros ensayos que un crítico escribe viendo trabajar al artista juchiteco.

 

 

Niño que dibuja
Casi medio siglo después, Toledo sigue fascinando a quienes lo miran trabajar sobre la mesa: recortando papeles con tijeras o cuchillas, o a mano; dibujando sobre las hojas usadas y luego discretamente perseguido por quienes esperan ver dónde tira la hoja trabajada o se le cae.

 

 

Compleja sencillez
Contradictoriamente, Toledo fue un hombre sofisticado y sencillo. Le venía bien el enunciado franciscano de que las pocas cosas que tenía las necesitaba poco. Su casa, que era su taller primordial, tenía lo elemental: sillas, mesas, cocina, baño, cama. Parafraseando a Huidobro, alguien tal vez le dijo: “hombre, el mundo está amueblado por tu cabeza”. La sofisticación de Toledo comenzaba en su mente y terminaba en lo que crearon sus manos. Estaba en todo: conocía los nombres de cada uno de los trabajadores del IAGO, del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo y del CASA (centro de artes creado también por su iniciativa), conocía la biblioteca con perfección de cartógrafo, era el primero en llegar a leer los periódicos del día; luego los dejaba en el revistero para que los demás los leyeran. Toledo tenía tan buena memoria que estaba seguro de haber visto un sarape de Saltillo en las páginas centrales de la revista Hali que no encontraba por ninguna parte. “Ese número está prestado, maestro”, decía el bibliotecario. O preguntaba “¿Recuerda cómo se llama aquel cuento de Kafka del que habla Calvino en el que un hombre sale a buscar carbón y desaparece?” Una vez alguien lo escuchó decir: “No encuentro el número de la revista Minotauro donde Breton hace la referencia de una novela de Gabriel Ferry. ¿Lo ha visto?” Y todos los bibliotecarios ponían la misma cara de asombro.

 

 

Escurridizo conejo
Toledo repudiaba las ceremonias y algunos encuentros; pocos saben lo divertido que era verlo burlar el destino de las entrevistas o de quienes iban a buscarlo sin haberlo visto nunca, sabiéndolo una leyenda. Un día, en San Agustín Etla, mientras Toledo cavaba un hoyo en la tierra, cierta persona que lo buscaba insistentemente le preguntó a Toledo si había visto a Toledo pasar por ahí. “Si, acaba de irse por allá, corra”, dijo, señalando una vereda. La persona salió corriendo para alcanzarlo.

 

 

Servidumbre voluntaria
Una reunión en el IAGO convoca siempre a todos los trabajadores. Se piden tamales, aguas frescas, café. Toledo, de pronto, se convierte en el feliz tamalero del día y les sirve a todos; llena los vasos de agua con el cucharón. Toledo va por el pan, lo parte y lo reparte entre los suyos. Toledo llega con la bolsa de servilletas y dice: “Dizque son ecológicas”. Toledo llama a la señora que vende por las tardes comida frente al IAGO. La señora, nerviosa, supone que será reprendida por vender comida en la puerta del museo. Toledo le pide que por favor no se quede ahí en la puerta, que posiblemente haya personas adentro que tal vez también quieran comprarle algo de comer. La señora mira a Toledo como antes los hombres mirábamos el fuego y le pregunta “¿De verdad, puedo entrar?”

 

 

Negociaciones
Sobre la mesa hay algunos libros de arte. Toledo pide al bibliotecario que revise las páginas marcadas. “¿Qué nota usted en esas obras?”, pregunta el maestro. “No sé. No conocía esa obra, maestro”, responde el bibliotecario. Porque no es mi obra, dice Toledo. “Ni hablar. Hay que pedir la reparación del daño” dice Toledo, guiñando un ojo, y se retira. El bibliotecario sabe que sigue ponerse en contacto con los editores, comunicarles “la terrible gravedad del asunto” que ha sido agraviar al artista diciendo que es su obra esa obra que no es suya porque es falsa. Temerosos de una demanda, preguntan qué puede hacerse. “Lo único que podría salvarlos, como compensación, es que donen y envíen algunos libros a la Biblioteca del IAGO”.

 

 

Toledo, lector
Hay un registro en las memorias de préstamos de la Biblioteca del IAGO. En él aparecen los lectores más asiduos. El que más libros se lleva para leer es el único al que no se anota en esas listas, sino en otra: “Libros que tomó prestados el maestro Toledo”. Toledo ha sido un obsesivo lector temático. Sus lecturas fueron, casi siempre, cuando no por gusto, la víspera de una serie o exposición: la obra completa de Kafka que releyó antes del “Informe para una academia”; meses previos a sus grabados sobre la esclavitud, todos los libros sobre trata desde África en los tiempos de la Nueva España; y de La cabaña del Tío Tom a El negro del Narciso, pasando por los dibujos Negro Blues de Miguel Covarruvias. Antes de sus autorretratos y de sus entrevistas donde hablaba sobre la aburrición o la vejez, navegó de la Errata de Steiner e Historia del buen viejo y de la bella muchacha de Italo Svevo a la Casa de las bellas durmientes de Kawabata. Gracias al cielo, nunca tuvo la arrogancia de lector que le sobró a Picasso y cultivó la discreción y la humildad que, incluso, puso a disposición de los lectores todos y cada uno de los libros autografiados que rindieron en sus manos premios Nobel y escritores laureados que él admiró y que conforman ejemplares que bien podrían por sí solos integrar una vasta exposición. Para muestra, la dedicatoria que otro creador brillante y generoso le prodigó en el volumen de sus poemas en Tarde temprano: “Para Francisco, la admiración total y la gratitud infinita de José Emilio”.

 

 

Ejercicios
“¿Qué está leyendo?”, pregunta Toledo al bibliotecario. “Sobre el inconveniente de haber nacido, maestro”. “No se inspire mucho, entonces”, responde Toledo, riendo. “De Cioran tal vez le va a caer mejor Ejercicios de admiración.” “¿Ya leyó El libro de las preguntas, de Edmond Jabés?” “No, maestro”. Toledo va por ambos libros y se los entrega. “Léalos y luego me dice”.

 

 

Gambusino
A fines de los 70 y principios de los años 80, Francisco Toledo formó parte del grupo de intelectuales y activistas que acompañaron la entronización de uno de los primeros gobiernos de izquierda en México, con la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (COCEI) en Juchitán. En esos años, la Casa de la Cultura de Juchitán fue laboratorio de ideas activistas; sufrió el primer atentado contra su integridad y fue retenido por grupos de derecha que exigían el cese de la resistencia popular. Ahí estuvieron, en el convulso Juchitán de la década, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez, Graciela Iturbide y, entre otras personas clave, Elisa Ramírez Castañeda. La luz de Elisa fue causante de que Toledo comenzara a publicar libros rescatando documentos que nadie recordaba, correspondencias omitidas, documentos en el sótano de la Historia, poesía, gráfica, literatura, traducción, oralidades, memorias donde ardía apagándose el olvido.

 

Incluso en su obra pictórica, Toledo continuó amasando su vitalidad de explorador y fue el primer creador oaxaqueño en situar en su justa medida al insurgente juchiteco José Gregorio Meléndez (Che Gorio Melendre), luchador por la defensa del territorio y de la revalorización del patrimonio contra las voluntades privatizadoras del estado. Su serie “Lo que el viento a Juárez” lo demuestra, como lo expone Raquel Tibol en “Juárez en la narrativa visual de Toledo”. Es Toledo quien restituye a Melendre la dimensión épica en su iconografía. Por mi parte, sospecho que ha sido Melendre, y no otras figuras mundialmente conocidas, las que movieron su determinación para la defensa de patrimonio cultural, natural y del territorio.

 

Toledo, con sus obras y sus actos, ha aportado más a la cultura y a la democracia de Oaxaca y de México que todos los funcionarios de generaciones juntos.

 

En México debimos haber tenido una iniciativa como la japonesa: decretar como patrimonio o tesoro nacional a personas vivas. Toledo habría sido el primer mexicano en merecerlo, lo sostenemos todos los que le estamos agradecidos y hemos visto madurar la dignidad y la cultura de Oaxaca y de México con la luz de su figura despeinada y prodigiosa, que se queda entre nosotros, volando el papalote de la esperanza para siempre.

 

FOTO: Juárez cartero / Juárez en bicicleta entregando cartas a la muerte, 1999. /Tomado de “Francisco Toledo”. Publicado por Fomento Cultural Banamex

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