Frankenstein, la creación sacada de las sombras
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Desde su publicación en 1818, esta novela de Mary Shelley, leída comúnmente como una historia de terror, explora dilemas éticos desde la ciencia, y filosóficos sobre los vicios y las virtudes humanas
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POR RAÚL ROJAS
La novela Frankenstein de Mary Shelley es mucho más conocida por las adaptaciones cinematográficas que existen que por el texto mismo. De hecho, hay diferencias sustanciales entre la novela y las producciones tradicionales para la pantalla. La obra de Shelley lleva como subtítulo “El Prometeo Moderno”. Eso ya indica que el libro es mucho más filosófico que las pobres realizaciones fílmicas nos harían creer: la novela es ciencia ficción, pero es sobre todo exploración social, mientras que las películas se concentran en el horror.
Frankenstein es una historia concebida en Ginebra por Mary Shelley (aún de apellido Godwin) en un viaje veraniego a la villa de Lord Byron. Durante un día lluvioso los huéspedes del famoso poeta se divertían leyéndose lo que hoy llamaríamos historias góticas. A Lord Byron se le ocurrió que cada asistente escribiera un cuento de terror para ser presentado en alguna velada. De esa apuesta surgió la historia que Mary Shelley, de sólo 19 años de edad, continuó trabajando hasta su publicación dieciocho meses después en Inglaterra.
¿Quién no conoce la esencia de la trama? El Doctor Víctor Frankenstein es un científico con los recursos suficientes para estudiar las ciencias por su cuenta y mantener un laboratorio en un apartado de su morada. A medida que progresan sus estudios de química, el Dr. Frankenstein se obsesiona con descubrir el secreto de la vida. Decide crear un ser viviente y para eso “ordena” partes humanas de las salas forenses y hasta carne de los rastros. Todo lo ensambla y combina durante noches de trabajo febril, esculpiendo un cuerpo humano de ocho pies de altura, un gigante que pese a todos sus esfuerzos termina teniendo un aspecto espantoso. Una “tarde brumosa de noviembre” el Dr. Frankenstein decide dispensar a su creación “la chispa de la vida”, pero al verla moverse se arrepiente inmediatamente. Huye de su laboratorio y cuando después regresa, el monstruo, que en la novela nunca tiene nombre, ha huido y no se sabrá de él durante mucho tiempo.
La historia tiene un trasfondo científico. En 1780, el médico italiano Luigi Galvani había descubierto que se podían producir contracciones de los músculos de ranas muertas aplicándoles descargas eléctricas. Galvani interpretaba este fenómeno como el resultado de una electricidad especial, inherente a los animales. Desgraciadamente este tipo de experimentos se comenzó a realizar con personas ejecutadas, de tal manera que en 1803 el emperador Federico Guillermo III de Prusia tuvo que prohibir los “ensayos galvánicos” con cadáveres. Pero ya se había abierto la caja de Pandora y seguramente en toda Europa hubo pruebas similares para constatar que la electricidad era la “fuerza vital” que desde la antigüedad se postulaba como decisiva para distinguir entre seres animados e inanimados.
Hoy algunos autores suponen, a través del estudio de la correspondencia de la joven Mary Shelley, que ella y Percy Shelley visitaron el Burg Frankenstein cerca de Darmstadt en Alemania. Ahí ambos deben haber escuchado la historia y leyendas sobre el alquimista Johann Dippel, quien nació en el castillo y realizó oscuros experimentos en otras ciudades europeas. Aunque no hay pruebas contundentes de todo esto, existe una anotación en el diario de Mary Shelley poco después de su viaje que menciona “dioses creando nuevos hombres”. Es posible que de esa visita haya surgido la idea para la historia que se ubica originalmente en Ingolstadt, donde Víctor Frankenstein, nativo de Ginebra, habría estudiado.
Frankenstein es más que horror, es en realidad una novela sobre la responsabilidad (o irresponsabilidad) de los científicos y la ley de los resultados no esperados. El subtítulo lo sugiere. En la mitología griega Prometeo fue uno de los titanes subyugados por Zeus y los dioses del Olimpo. Según una variante de su mito, fue Prometeo el primero que creó humanos formándolos de barro. Después les entrega el fuego contra los designios de Zeus, que lo castiga encadenándolo para siempre a una montaña. Sin embargo, Prometeo habría cometido errores al crear a los humanos y todos los lastres y problemas de la humanidad se derivarían de ese pecado original.
Lo que el Dr. Frankenstein llama monstruo, creatura y hasta cosa, no es maligno por naturaleza. Es el hostigamiento de la sociedad, después de su huida del laboratorio, lo que lo va endureciendo y lo lleva a cometer una serie de asesinatos. Recluido en el bosque y viviendo como vagabundo, aprende a hablar y leer espiando a los humanos. Pero es la sociedad, con su rechazo, la que lo convierte en criminal.
Aquí se entretejen dos líneas discursivas. Por un lado, el origen de Mary Shelley, quien era la hija de William Godwin y Mary Wollstonecraft. Ambos fueron destacados luchadores sociales. Godwin veía en la abolición del Estado el paso esencial para terminar con la opresión social. Por eso se le llama uno de los precursores del anarquismo. Mary Wollstonecraft, por su parte, era una combativa feminista cuyos escritos contribuyeron a difundir la lucha por la igualdad de las mujeres. El supuesto del que ambos partían es que hombres y mujeres sólo desarrollan vicios y malicia porque la sociedad así los forma. Los humanos son seres compasivos por naturaleza, que, con la educación adecuada, se comportarían como tales.
Pero, por otro lado, el problema clave es el siguiente: ¿Es permisible que los científicos creen todo lo que es posible crear, o deben autolimitarse por responsabilidad social? Cuando el monstruo, después de muchos desencuentros, acosa a Víctor y le exige que le construya una compañera, para que le brinde el consuelo que la sociedad le niega, el Dr. Frankenstein accede inicialmente, pero, arrepentido, la destruye. No puede entregarle una consorte a la creatura porque teme que ese sea el inicio de una nueva raza que aniquilará a la humanidad. El monstruo, ciego de ira, estrangula a la prometida de Víctor en la noche de bodas y éste lo comienza a perseguir por medio mundo, hasta el Polo Norte, con el fin de destruirlo.
El tema es claramente de gran actualidad. Por ejemplo: ¿es aceptable crear animales o vegetales genéticamente modificados sin saber claramente que efectos tendrán en la ecología? La clonación de algunos seres vivos está permitida hoy, pero no la de seres humanos. Las posibilidades tecnológicas de nuestra época son infinitamente superiores a todo lo que pudiera haber concebido Mary Shelley, pero el problema de fondo sigue siendo el mismo: cómo usufructuar el progreso científico, pero de manera controlada, para no provocar desastres ecológicos o para no atentar contra la dignidad humana.
Frankenstein es una novela narrada a múltiples voces. El relato pasa del capitán de un barco que descubre al Dr. Frankenstein persiguiendo a la creatura, hacia el mismo Víctor que narra su historia, y también al monstruo, quien relata todo lo que ha ocurrido desde su propio punto de vista. Al final, el Dr. Frankenstein muere en el barco y su creación se conmisera frente a su cuerpo, para finalmente decidir perderse en la oscuridad y frío del Ártico.
Cuando leí Frankenstein en original, ya hace muchos años, no esperaba encontrar tanto filosofar en la novela, conocedor como era de las versiones cinematográficas. Pensé que sería similar a Drácula de Bram Stoker, que, esa sí, es puro horror, de la primera a la última página. Sin embargo, Frankenstein es más bien una obra melancólica, que oscila entre la profundidad filosófica y el sentimentalismo. Nos hace sentir pena alternativamente por la sociedad, por el científico caído y hasta por el monstruo, quien lamenta en voz alta su propia creación.
No en balde Shelley comienza citando a Milton, en Paraíso Perdido: “O Creador … ¿es que te rogué que me sacaras de entre las sombras?”
FOTO: Boris Karloff interpretó a Frankenstein en la versión cinematográfica de James Whale (1931)./ Espeial
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