Frías de la Parra y la condición cumbiera

Jun 6 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 7878 Views • No hay comentarios en Frías de la Parra y la condición cumbiera

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Ya no estoy aquí es la historia de un pandillero que tiene en la cumbia su única pasión, huye a Nueva York, primera escala de un periplo que lo llevará al autoconocimiento definitivo

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POR JORGE AYALA BLANCO

En la cinta para streaming Ya no estoy aquí (EU-México, 2019), estridente segundo film como autor total del TVdocumentalista capitalino en Nueva York formado de 40 años Fernando Frías de la Parra (documentales: Inmigration 07 y Calentamiento local 09; primer film: Rezeta 16), el rutilante morro de erizadas púas decoloradas e indumentaria guanga postapachucada de 17 años Ulises (Juan Daniel García Treviño carismático) lidera, con infinito orgullo compensatorio de feroces disfunciones sociofamiliares, una pandilla llamada Los Terkos, integrada por otros morros y morras medio lúmpenes medio cholos de la marginal zona norte regiomontana a fines de la década pasada, cuyo único lazo de apasionada unión está representado por la interpretación callejera de cumbias regionales denominadas Kolombia y su lucidora participación colectiva en bailes de barrios colindantes, sorteando abusos malhechores y dándose el lujo de iniciar a nuevos miembros entusiastas mucho más jóvenes, pero la invasiva expropiación de su territorio por grupos de maleantes del crimen organizado y el robo de un walkie-talkie guardado en un calcetín durante una bronca van a provocar una bola de nieve de violencia, la desgracia fugitiva de toda su familia y la imperiosa necesidad en Ulises de huir clandestinamente hacia los EU, para verse de pronto vagando sin rumbo en el distrito neoyorquino de Queens en busca de trabajo y techo, laborando ocasionalmente como albañil ilegal, eludiendo ser fotografiado, ser corrido a indigentes rugidos bestiales de un túnel del Metro al intentar bailar por unas monedas, y pernoctando a escondidas en un cuarto de azotea, donde establece una tierna relación amistosa con la pequeña china Lin (Xueming Angelina Chen) a quien le fascina su extravagante apariencia física, mientras ambos desesperan por no poder comunicarse entre sí salvo a través de señas o vocablos comodín como “verga” o dibujos con azúcar en una charola, hasta que, tras comunicarse catastróficamente a casa y tusarse el cabello e inhalar cemento y pedir imposible asilo, retorna de vil clandestino a Monterrey, aunque sólo sea para enfrentar la disolución de su grupo, la fuga o la muerte o la alienación religiosa de los sobrevivientes de esa entrañable e idealizada pero insostenible y original condición cumbiera.

 

La condición cumbiera se erige como reflejo psicosociológico extremo en plena declaración de la mortífera e irresponsable aún hoy funesta guerra contra el narcotráfico por el régimen calderonista, y como un relato filmado como documental de una época pasada inmediata, con inéditas locaciones auténticas, caló impenetrable, autolegitimaciones presidenciales en off, omnipresente propaganda electoral de algún cacique local, vociferaciones radiales de un locutor histérico, en las calles empinadas como favelas cariocas de la montañosa zona norte de Monterrey y en un Queens que muy poco puede conservar de la nobleza vecinal del magno ensayo microcósmico ciudadano en cine directo que le dedicó el patriarca Wiseman (En Jackson Heights 16), pero la crónica con dominante musical de Frías de la Parra tampoco guarda relación ancilar alguna con el semifantástico retrato romántico de las florecientes tribus urbanas que formidable y premonitoriamente realizara la fascinante ópera prima-póstuma de René U. Villarreal Cumbia callera (07) sin diálogos.

 

La condición cumbiera sólo narra en síntesis, pero a profundidad vivencial fílmica y con destellante colorido, algunos días en la casta y vulnerable vida limítrofe de un morro que ha hecho de su atuendo y su apariencia extravagantes una forma admirable de nerudiana residencia en la tierra, de la pandilla una comunidad autovolcada, del lucimiento personal una cósmica satisfacción erótica, de la cumbia rebajada una patria no corrompida ni sofrenada por guerras en ciernes, la única patria digna por ser digna de ser vivida, y del conjunto de esos cuatro elementos una identidad magnífica que nada ni nadie puede arrancarle, so pena de negarle existencia, deyecta verdad interior y realidad exterior, con urgencia efímera cuyo canto general se ambiciona perenne, sea en su promontorio-agujero cerril de azoteas dominando la urbe mexicana envilecida, sea en los pasadizos bajo las alevosas vías elevadas o en los inhóspitos túneles del Metro de la ciudad estadounidense hostil, unos y otros estableciendo la continuidad de un territorio igualmente ajeno, aunque aquí y allá también por encima de superficialidades psicológicas flagrantes (la pandilla se compone de meras parloteantes siluetas danzarinas intercambiables) y de vistosísimos exotismos pintorescos individuales.

 

La condición cumbiera adopta una efectista estructura no-lineal a base de una multitud de miniepisodios muchas veces cerrados sobre su acritud verbal (“En el momento en que pongas un pie aquí ya no voy a tener hijo, porque te van a matar, a la verga, pendejo”), o gratuitos como el de la fichera colombiana genuina (no kolombiana, pues) que primero explota a Ulises pero tiempo después lo cobija una sola noche, para vehicular un inflamado discurso sobre el desarraigo y la marginalidad que hace fundirse la figura del patéticamente desamparado e itinerante (como su nombre lo indica) Ulises con las efigies del lanchero ligador de sexoturistas anglosajonas en el Acapulco de Calentamiento local, y de la machocodiciada modelo albana bisexual en vías de disolución de Rezeta, un discurso con cúspides trágicas en las antípodas neodisneyanas del merenguero Guten Tag, Ramón (Ramírez-Suárez 13), y una elegía de contralíricos momentos, gracias a la brillante fotografía de Damián García y a la contundente edición de Yibrán Assuad y del realizador, tales como esa contigua ráfaga exterminadora ante la pared rosa, el corte de pelo-automutilación y ese entierro del amigo ya con salvas de sicarios.

 

Y la condición cumbiera abandona a su héroe danzando sin piedad ni consuelo en las azoteas del ser paradójicamente colmado.

 

FOTO: Ya no estoy aquí puede verse en la plataforma de streaming Netflix./ Especial

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