Funerales preventivos

Nov 7 • destacamos, Ficciones, principales • 3694 Views • No hay comentarios en Funerales preventivos

POR ROGELIO NARANJO Y JUAN VILLORO 

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La política mexicana ha provocado toda clase de catástrofes en nombre de ideales que no se cumplen. Queriendo ponerse a salvo de errores que aún no suceden, nuestros gobernantes se equivocan por adelantado.

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Este libro se basa en el peculiar futurismo de quienes destruyen el presente en nombre del porvenir y temen someterse al juicio de la Historia. La idea del “funeral preventivo” se presta para un gobernante deseoso de manipular su más allá. Uno de los problemas de la muerte es que quien la protagoniza deja de intervenir en ella. En consecuencia, la última zona de disputa –la grilla definitiva– ocurre en la posteridad. Convencido de su condición impune, el Presidente que protagoniza la fábula que da título al volumen, se siente en estupenda forma para celebrar su propio sepelio sin el inconveniente de morir.

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Funerales preventivos reúne una selección de caricaturas de Rogelio Naranjo que el tiempo ha vuelto clásicas. Su capacidad para transformar una noticia (generalmente desagradable) en una obra de arte combina dos virtudes que rara vez van juntas, pues una depende de la velocidad y otra de la paciencia: Naranjo domina la ironía exprés y el dibujo detallado. Quien conozca la noticia, admirará su punzante humor; quien no sepa de qué tratan sus cartones, encontrará en ellos las virtudes estéticas que hoy encontramos en los grabados de José Guadalupe Posada.

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Los textos de Funerales preventivos procuran extraer historias de las caricaturas. Entre la copiosa producción del dibujante, escogí series temáticas que podían sugerirme tramas anteriores y posteriores a ese momento. Más allá de las circunstancias puntuales a las que aludían, sugerían retratos duraderos del sistema político mexicano. A partir de esta idea, quise convertir noticias sujetas a contingencias históricas en narraciones desprovistas de fechas, nombres propios, detalles costumbristas. En otras palabras, traté de convertir la información en literatura.

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En cierta forma, el tema ya está en los dibujos de Naranjo, sumergido como un insecto en una gota de ámbar: en todos ellos se puede hacer abstracción del pretexto periodístico (el dato evanescente) para imaginar la lógica que lo hace posible (la trama perdurable). El gran retratista del mundo y el submundo político despliega ante nosotros un teatro de la simulación donde cada gesto contribuye a las tácticas de la transa, las conjugaciones de la demagogia, los disfraces de la impunidad.

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Mitología de la escalera

JUAN VILLORO

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En países donde el ciudadano es un sujeto en trámite, incapaz de alcanzar algo por sí mismo, las escaleras tienen alto valor simbólico.

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Aquí las creencias definen la realidad. Confiamos que un peldaño decisivo lleve, si no a la solución de problemas, sí a la promesa de que serán atendidos.

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La proliferación de escalones suscita una reverencia idéntica al desconcierto. Asombrado, el usuario se vuelve indeciso. A simple vista, resulta difícil saber si sube o baja los escalones, pues teme dar el paso siguiente.

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La gente de la escalera lleva en las manos fólders para entregar o recibir documentos. Al más mínimo error, el trámite se invalida. Los peldaños se pisan con tanto respeto que subir y bajar son formas de la plegaria.

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Quien visita las oficinas es nombrado “causante”. Resulta decisivo que no olvide ni extravíe su causa, es decir, el sello o el papel que debe obtener al superar las escaleras.

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El responsable de la dependencia llega a su despacho por un camino que es una forma de la mitología. Nadie lo ve subir. Accede a su puesto sin trámite alguno. En caso de ser descubierto en las escaleras, perdería credibilidad.

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La naturaleza de los trámites es infinita. Se habla de causantes que han vivido y muerto en los escalones. La culpa no es de la intrincada condición de los edificios, sino de quien no sabe reconocer su causa o hallar el escalón que le corresponde.

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Orientadas hacia el cielo, las grandes edificaciones públicas muestran la sacralidad del progreso. El solo hecho de recorrerlas es un gesto tributario: al subir y bajar, los pies rinden pleitesía a esa inextricable enormidad. Por naturaleza, el trámite es lento. Eso infunde respeto y señala que la gestión vale la pena.

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Como cada escalera representa la aspiración de resolver un trámite, se volvió costumbre retratarse ahí. Los novios, los recién nacidos y los estudiantes a punto de recibirse inmortalizan esos momentos ante la escalinata de su destino social.

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El país prosperó tanto en sus trámites que se hizo imposible resolverlos todos. De nada sirvió que las escaleras se multiplicaran; la abundancia de rutas contribuyó a la desorientación.

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Surgieron así intermediarios entre la persona y su destino; es decir, entre el causante y su causa, intercesores capaces de distinguir y alquilar la escalera correcta.

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Esto sirvió de remedio hasta que otro grupo informal ofreció atajos y escaleras pirata, que no siempre servían, pero fomentaban la ilusión de que la edificación podría, al fin, ser recorrida.

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Por último, se practicaron socavones, túneles y escaleras secretas al interior del edificio. Algunos murieron ahí, sosteniendo carpetas con trámites pendientes. Los causantes mueren, pero sus causas prosiguen.

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Con el tiempo, las excesivas oficinas resultaron inviables y muchas se abandonaron sin que esto mermara su esplendor. Hoy son sitios arqueológicos de enorme interés.

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El turismo recorre las escaleras con la curiosidad que se le confiere a lo extraño. ¿Qué sistema de creencias justificaba esa desmesura? ¿Las sendas tenían un sentido ritual que refutaba las direcciones del cosmos? ¿La longitud de las rutas prefiguraba el tránsito al más allá, dotando de sentido funerario a la edificación?

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Quienes murieron tratando de resolver un trámite no lo hicieron en vano. Gracias a ellos, hoy en día los visitantes suben y bajan por las escaleras con la devoción que provoca un santuario que se respeta porque no se comprende.

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*ILUSTRACIÓN: Rogelio Naranjo.

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