Gabriel Zaid: El centro sin centro de la cultura contemporánea
POR DAVID MEDINA PORTILLO
¿Qué es una cultura sin presupuestos, nóminas ni edificios, sin grandes canales de distribución y apenas visible? Cualquiera se creería a punto de leer otra loable defensa de la cultura marginal; sin embargo, hablamos de algo determinante, aunque no lo parezca: la cultura libre. En efecto, para el Gabriel Zaid de Dinero para la cultura (Debate, 2013) el desarrollo de la libertad creadora acontece en ámbitos más bien dispersos y diversos, extraños a las dilatadas estructuras del Estado y el mercado. Lo significativo de la cultura, dice, se ha originado siempre en la dispersión del diálogo, el trabajo y la lectura, donde participan imprentas, librerías, editoriales, revistas, cafés, tertulias, talleres, laboratorios, academias o, a últimas fechas, internet –“que nació del Estado, pero se volvió un instrumento de la cultura libre”. Por su carácter abierto y fragmentario, esta cultura no es vista como institución, aunque es la principal creadora y difusora de innovaciones desde el Renacimiento. Más todavía: “Es el centro sin centro de la cultura moderna”.
FOTOGRAFÍA: Portada del libro “Dinero para la cultura” de Gabriel Zaid
Cuesta trabajo creer que este tipo de cultura sea un agente del cambio decisivo. Tentados aún por escatologías colectivas o, en otro de los extremos, azorados por las fabulosas cifras de la industria cultural, la realidad poco vistosa de una red de individuos que trabaja por su cuenta y riesgo y sin vínculos necesarios entre sí, parece una nadería sin consecuencias. No obstante, puntualiza Zaid, Erasmo era freelance, Gutenberg empresario y Leonardo contratista. Por su parte, muchos de los acontecimientos cruciales en nuestros días provienen también de ámbitos independientes: en 1998 John Craig Venter abandonó el Human Genome Project (a cargo del gobierno y universidades norteamericanos) para fundar Celera Genomics.
Al poco tiempo y con menos dinero obtuvo lo que sus anteriores colegas creían imposible todavía: obtener por primera vez la secuencia genética de un ser vivo. En este contexto, no resulta extravagante asentir ante lo que debía ser obvio: “Las influencias dominantes del siglo XX (Marx, Freud, Einstein, Picasso, Stravisnky, Chaplin, Le Corbusier) nacieron de la libertad creadora de gente que trabajaba en su casa, en su consultorio, en su estudio, en su taller. Influyeron por la importancia de su obra, no por el peso institucional de su investidura. Tenían algo importante que decir y lo dijeron por su cuenta, firmando como personas, no como profesores, investigadores, clérigos o funcionarios”.
Es necesario señalar que Zaid no habla sólo de una república literaria porque su idea de cultura no se limita al saber de la letra, aunque el mundo del libro es fundamental para él. En cambio, en Dinero para la cultura habla de una república creadora cuyas similitudes con la república de los eruditos de Erasmo es explícita a condición de que se reconozca la concurrencia no de colectividades interesadas sino de afinidades individuales, de ciudadanos libres. Es cierto, Zaid no cede al juicio de la persona como una simple realidad pasiva, según observa Julio Hubard en su estupendo ensayo “¿Chomsky o Zaid?”. Contra quienes conciben que el sujeto de la historia es el poder y sus encarnaciones –donde la iniciativa individual no significa nada, Zaid destaca la facultad del hombre común capaz de modificar el curso de los acontecimientos.
En este sentido, su idea de la cultura se encuentra lejos del sobrado antihumanismo de los últimos días, ése para el que toda cultura que no conduce a una política de la confrontación es sólo un decorado más de la iniquidad. Para Zaid, por el contrario, la cultura está en el origen y es la culminación de todo desarrollo. Esto explica por qué desde los años setenta (y el volumen da cuenta de ello, precisamente)el autor de Dinero para la cultura ha escrito no sólo en torno de las instituciones de la cultura sino del libro y los medios junto con una defensa consecuente de los derechos de autor.
Es bochornoso, dice, explicar lo que hasta hace poco resultaba obvio: la importancia de la cultura. Pero antes que una amonestación teorética, las páginas de Zaid son una lección práctica en favor de las condiciones propicias para el desarrollo cultural. Lo ideal es que estas condiciones corran a cargo de particulares, aunque no siempre es suficiente y no hay razón para descartar otras formas de apoyo. Así, existen cinco fuentes de financiamiento: el sacrificio personal, la familia, los mecenas, el mercado y el Estado. Todas son útiles pero si el desarrollo depende de una sola, las consecuencias pueden ser lamentables, tanto para el individuo como para la sociedad: “Cuando se produce únicamente lo que tiene mercado o patrocinio, hace falta un milagro para que la cultura no termine siendo próspera y mediocre”.
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